9. El canon de las Escrituras Terminología La palabra “canon”

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INTRODUCCIÓN AL NUEVO TESTAMENTO /// Lic. Claudia MENDOZA
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9.
El canon de
las Escrituras
¿Cómo se compuso esta colección de obras que forman nuestra Biblia?
¿Por qué estos libros y no otros?
¿Cuáles fueron los criterios de discernimiento aceptar un libro como sagrado?
¿Sobre la base de que razones se descarta una obra como “apócrifa?
Con este tipo de preguntas se plantea un problema difícil pero de gran importancia: la cuestión
1
del “canon” de las Escrituras” .
Procederemos (1) precisando la terminología; (2) analizando los datos históricos (las
comunidades recibieron determinados libros como normativos, por tenerlos como Palabra de
Dios); (3) reflexionando teológicamente sobre este hecho histórico (¿cómo fue surgiendo a lo
largo de los años esa conciencia “canónica” en el seno de la comunidad, esto es, la convicción
de que determinados escritos transmitían la Palabra de Dios y por ello se transformaban en
reguladores de la vida y la fe de la iglesia?).
Terminología
La palabra “canon”
“Canon” deriva de la transliteración del término griego kanw/n (kanón),
2
derivado a su vez de una palabra semítica –qanû – que significa “caña”. En su
sentido originario y literal el kanon era una vara larga o un listón, que era
3
utilizado por los albañiles o los carpinteros para tomar medidas .
Rápidamente, de este sentido directo se derivó una doble acepción metafórica:
La primera designaba “norma”, “medida”, “regla”, y se aplicó a la norma
o patrón “standard”, que sirve para determinar, regular o medir otras
entidades.
Así por ejemplo, los gramáticos alejandrinos formularon un “canon” de
escritores en lengua griega que debía servir de “norma” para aquellos que
pretendían formarse literariamente.
La segunda significación que se desarrolló con el tiempo fue la de
“lista”, “registro”, es decir, lo equivalente a “catálogo”.
Así por ejemplo, se hablaba de las tablas astronómicas de Ptolomeo
como “cánones”.
1
Toda religión revelada termina por experimentar tarde o temprano la necesidad perentoria de fijar un
“canon”: si Dios ha hablado a los hombres, debe haber un medio de saber con toda seguridad dónde se
encuentra esa revelación. Esto es precisamente lo que garantiza el canon: señala los límites entre lo que es
y lo que no es revelación, entre “lo humano” y “lo divino”. ¿De qué serviría la revelación si no hubiera
forma de identificarla como tal?
2
En asirio, qaneh en hebreo, qn en ugarítico.
3
Así, por ejemplo, en Eze 40,3 “Me llevó allá, y he aquí que había allí un hombre de aspecto semejante
al del bronce. Tenía en la mano una cuerda de lino y una vara de medir, y estaba de pie en el pórtico”.
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Hacia el concepto de “canon”
como “lista de libros inspirados”
En el NT
El término se emplea cuatro veces, siempre metafóricamente: en 2 Cor 10,13 y
4
15,16 designa límites territoriales; en Gálatas 6,16 , la regla cristiana de vida,
aparentemente en oposición a “standards” no-cristianos:
En el lenguaje eclesial primitivo
“Kanon” se utiliza referido a la regla de fe, la norma de la verdad revelada:
≡
1 Clem 7,2: menciona el “glorioso y santo kanon de nuestra tradición” en
contraste con la “vanas y vacuas preocupaciones”, es la norma que guía la
5
predicación y el ethos cristiano .
≡
IRENEO DE LYON: se refiere frecuentemente la “regla de la verdad”, acerca
de la cual atestiguan la Escritura y la tradición, pero que, sin embargo, es
6
pervertida por los herejes.
≡
EUSEBIO DE CESAREA emplea el vocablo “kanones” para las listas que el ha
compilado: por ejemplo, las fechas de los monarcas asirios, hebreos,
egipcios: etc.
Se conocen como los “cánones de Eusebio” a listas de referencias de los
Evangelios contenidas en su «Carta a Carpiano»: el primer “canon” cita
pasajes paralelos que se encuentran en los cuatro evangelios; el segundo,
pasajes paralelos en los evangelios, excepto Juan; y así hasta el décimo, que
cita pasajes contenidos en sólo uno de los evangelios.
Eusebio listó los libros del Nuevo Testamento (HE 3,25; 6,25), pero llamó
a esa lista “catálogo” (katalogos).
≡
LAS DECISIONES DEL CONCILIO DE NICEA fueron designadas como
“cánones”, en tanto que eran las decisiones disciplinares de los sínodos,
que funcionaban como reglas para los cristianos, para vivir conforme a
7
ellas .
≡
SAN ATANASIO parece ser el primer cristiano que trata el tema del canon en
el sentido de lista de libros inspirados cuando afirma hacia el 350 que “el
Pastor de Hermas no forma parte del canon”.
8
Además, en su carta de Pascua del año 367 , estableció el contraste entre
“los libros incluidos en el canon (ta kanonizómena), y transmitidos y
creídos como divinos”, con “los libros llamados apócrifos (apokrypha)”,
4
Gálatas 6,16 “Y para todos los que se sometan a esta regla, paz y misericordia, lo mismo que para el
Israel de Dios”.
5
D. RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, Madrid (BAC 1974 ), p. 183.
6
IRENEO, Ad Haer. 3.2.1; 3.11.1; et passim.
7
Asimismo, la parte fija e invariable de la misa se llamó canon.
8
ATANASIO, Carta festal 39, PG 26,1436 (cf. J. QUASTEN, PATROLOGÍA II, Madrid [BAC 1973], 58-59).
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que los herejes mezclaron con los libros de la Escritura divinamente
inspirada.
La distinción que hace ATANASIO entre libros “canónicos” y “apócrifos”
recuerda a la triple distinción hecha por EUSEBIO en referencia a los libros
“testamentarios” (endiathekos; HE 3,3 y 3,25): los “homologoumena”, que
fueron indiscutiblemente aceptados por todos, los “antilegomena” u obras
9
discutidas, y los “notha” u obras claramente superiores . Los libros
llamados canónicos por Atanasio y los “homologoumena” testamentarios
de Eusebio no coinciden totalmente, pero sí en gran parte.
Con esto, ya se va delineando un vocabulario “técnico”:
¿Qué significa, pues, “canon”?
¿Qué es un libro canónico?
¿Qué define la canonicidad de una obra?
En la terminología actual, un libro “canónico” es un libro al que la iglesia
reconoce como inspirado por Dios y por ello lo incluye en la lista de
libros sagrados. En cuanto tal, ese libro tiene valor normativo para la fe y
10
la moral de la comunidad .
Un libro, pues, es “canónico” en dos sentidos:
En cuanto es regla de creencia y de conducta11.
En cuanto es recibido oficialmente en la Biblia en su catálogo de
libros inspirados12.
El “canon bíblico” es la colección de los libros inspirados por Dios,
recogidos por la iglesia y considerados por ella como regla de verdad en
virtud de su origen divino.
“[...] la santa madre Iglesia, por fe apostólica, tiene por sagrados y
canónicos los libros íntegros del Antiguo y Nuevo Testamento, con todas
sus partes, como quiera que, escritos por inspiración del Espíritu Santo
(cf. Jn 20,31; 2Ti 3,16; 2Pe 1,19-21; 3,15-16) tienen a Dios por autor, y
como tales han sido confiados a la Iglesia misma” (Dei Verbum 11).
9
EUSEBIO atribuyó una división similar a CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, pero hoy día, muchos
investigadores atribuyen el dato a una ficción de Eusebio, buscando un precedente para su propia obra.
10
La terminología que se refería a estos libros como “endiathekoi” (=“colocados en la Alianza”, es decir,
en el catálogo o en el uso de la Iglesia) y/o “homologados” (en cuanto recibidos por la autoridad
competente; antes de las decisiones romanas del siglo V, se trataba de la autoridad de las iglesias locales)
fue reemplazada por el término canónico, que asumió todos estos significados.
11
SENTIDO “ACTIVO”; subraya el valor regulador de la Biblia para la Iglesia.
12
SENTIDO “PASIVO”; subraya la autoridad de la Iglesia para determinar la inspiración de tal o cual libro,
con exclusión de otros. Es importante señalar ya desde ahora que determinados libros han sido declarados
canónicos por la Iglesia no porque ella tenga poder sobre esos libros sino porque ellos eran ya regla de fe
y de vida para la misma Iglesia, es decir, eran su “canon” (en el sentido de norma o canon activo) y por
ello los ha declarado libros “canónicos” (canon en sentido pasivo). La Iglesia por tanto no crea su “canon”
sino que declara como tal a aquellos libros en los que ha descubierto la Palabra normativa de Dios.
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Los “libros canónicos” recibidos en la Iglesia católica fueron descriptos y
señalados con legítima autoridad por el CONCILIO DE TRENTO el 8 de
abril de 1546.
La “canonicidad” es la propiedad que tienen los libros inspirados, de
haber sido destinados a la iglesia para que fuesen norma de su fe y de su
13
obrar y luego efectivamente reconocidos por ella .
Algunos libros obtuvieron este reconocimiento en fecha muy temprana, otros
tardaron en ser aceptados, dado que se planteaban muchas dudas acerca si eran
o no inspirados. Así, en la terminología católico romana, los libros del AT se
dividen en “protocanónicos” (39) y “deuterocanónicos” (7):
Los “protocanónicos” ( o simplemente “canónicos”) son los que fueron
admitidos en el canon sin que mediara ninguna (o muy escasa) discusión
Los “deuterocanónicos” son aquellos libros canónicos que, antes de ser
definitivamente admitidos en el canon, fueron alguna vez objeto de
14
discusión .
Son libros o pasajes “deuterocanónicos”:
Tobías, Judit, 1-2 Macabeos, Sabiduría, Sirácida, Baruc c/ Carta de
15
Jeremías (= Baruc 6); Ester 10,4-16,24 y Daniel 3,24-90; 13-14 .
ATANASIO distinguía entre libros canónicos y apócrifos:
“Apócrifo” significa en realidad “oculto” o “secreto” o “privado”.
El término indicaba las obras que sólo podían ser leídos y meditados por los
iniciados. Eran los libros destinados al uso privado de los adeptos a una secta.
Luego, la palabra vino a designar a los libros de origen dudoso, cuya
autenticidad se impugnaba. Finalmente, el término significó escrito sospechoso
de herejía o, en general, poco recomendable.
El término “apócrifo” se reservó entre los católicos para designar a los libros
que por su título y contenido se aproximaban a la escritura canónica (del AT y
del NT) pero que no fueron admitidos en el catálogo oficial de la iglesia.
En el lenguaje “protestante”, los apócrifos son los libros que los católicos
16
llamamos “deuterocanónicos” (y algunos otros más) ; y llaman
17
“pseudoepígrafes” a los que los católicos llamamos apócrifos:
13
ROBERT - FEUILLET, Introducción a la Biblia I, Barcelona (Herder 1970), 63 (cf. 61): “la canonicidad
no aparece... como una cualidad añadida en cierto modo al libro, sino como la expresión en términos
jurídicos, de una relación que tiene el libro con la Iglesia por razón de su cualidad de libro divino”.
14
La terminología no implica que los “protocanónicos” son “más canónicos” que los “deuterocanónicos”
sino que los libros protocanónicos fueron aceptados con poco o ningún debate, mientras que hubo serios
cuestionamientos acerca de los deuterocanónicos.
15 Aunque no se acostumbre a llamarlos así, también fueron objeto de controversia los siguientes libros o
pasajes del NT: Hebreos, Santiago, Judas, 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Apocalipsis y Mc 16,9-20 y Jn 7,53-8,11.
16
Cf. R. PIETROANTONIO, Itinerario Bíblico II, Buenos Aires (Aurora 1989), 18-20, donde habla de
Apócrifos I (= deuterocanónicos) y Apócrifos II: III Esdras; III Macabeos, Oración de Manasés, muchas
veces llamados “apócrifos” en ediciones protestantes.
17
El término en rigor designa aquellos libros ficticiamente atribuidos a determinados autores, por
ejemplo, Henoc o Manasés.
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CATÓLICOS
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PROTESTANTES
Protocanónicos ··········································Canónicos
Deuterocanónicos ······································Apócrifos
Apócrifos ···················································Pseudoepígrafos.
Los datos “históricos” del problema
¿Cuándo nace históricamente en el seno de la comunidad eclesial la conciencia
de una escritura normativa, sagrada? ¿Cuándo se “reconoce” un texto como
canónico y normativo para la fe y la vida de esa comunidad?
Formación de una “conciencia canónica” en Israel18
Sabemos por la historia que la comunidad judía anterior a Jesucristo tenía
conciencia del valor peculiar de algunos libros, a los que consideraban
sagrados. Veamos algunos testimonios:
Éxodo 24,1-11
Según este pasaje, Moisés recibe las palabras del Señor y las pone por escrito.
Después toma el libro de la Alianza y lo lee en público al pueblo en el contexto
litúrgico de un sacrificio de alianza. El pueblo responde al final: “Todo lo que
ha dicho el Señor lo haremos y obedeceremos” (Ex 24,7).
Deuteronomio 31,9-14.24-29
Muestra como la Ley de Dios, escrita por Moisés, aparece como algo sagrado;
por eso se guarda en el arca de la Alianza y se lee públicamente en el santuario
cada 7 años ante el pueblo. Esta Ley será la norma de vida del pueblo (cf. vv
19
12-13) .
2 Reyes 22-23
Relata el hallazgo de un libro, al que el rey y el pueblo entero se somete, por
20
ver en él la expresión de la voluntad de Dios .
Nehemias 8
Relata como Esdras lee el libro de la Ley, que se promulga como norma
vinculante para ser judío y a la que es preciso ajustarse si se quiere pertenecer a
la comunidad santa.
18
Cf. J. M. SÁNCHEZ CARO, “La formación de una conciencia canónica en la Escritura”, en: ArtolaSánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios, Navarra (Verbo Divino 1992), 74-78 y 78-82.
19
La misma conciencia de estar ante una ley sagrada y normativa se encuentra en determinados pasajes
redaccionales de los llamados “profetas anteriores” –por ejemplo, Josué 1,8; 4,10; 8,31-35– que nos
muestran a Josué y al pueblo de Israel aceptando la ley de Moisés como norma de vida.
20
También Jeremías 36 por ejemplo, nos muestra claramente una palabra escrita que, por ser de Dios, es
normativa para el rey. El rey la quema, pero se vuelve a escribir, y queda como testimonio que se
cumplirá.
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2 Macabeos 2,13-15
Hace referencias a libros valiosos reunidos por Nehemías, y a otros libros,
dispersos a causa de la guerra, pero rescatados por Judas. 1Macabeos 1,56-57
muestra la preocupación de los seléucidas por destruir los libros a los que los
judíos tenían por Ley.
El prólogo del Sirácida
Se refiere a “la Ley, los Profetas y los otros Escritos”, indicando ya ciertas
diferenciaciones dentro del conjunto mismo de los libros sagrados de Israel.
El problema
de los criterios de canonicidad
Pero ¿cómo puede la comunidad creyente adquirir conciencia de la calidad de
inspirado que posee un libro y no otro?
¿Qué es lo que la inducirá a reconocer con suficiente certeza que ciertos libros
le han sido destinados para regular su fe y su conducta?
¿Todo texto canónico –en el sentido de autorizado para su utilización en la
21
enseñanza y en la práctica religiosa– se considera inspirado?
En Israel
22
(Libros que “manchan las manos”)
No es fácil precisar los criterios que le permitieron al judaísmo llegar a una
fijación de su lista de libros sagrados. ¿Hubo en esa comunidad hombres,
organismos que recibieran una misión y luces particulares para conservar los
libros sagrados y distinguirlos de los otros? ¿Competía esta función a los
sacerdotes y profetas? (cf. Deu 31,9-10). ¿Podemos determinar la existencia de
algún criterio de discernimiento?
El proceso de constitución del canon veterotestamentario estuvo guiado por los
criterios básicos de autoridad y antigüedad. Se reconoció carácter «sagrado» –
libros canónicos e inspirados a la vez– a aquellos libros que podían acreditar un
origen mosaico o profético y que se remontaban a una época anterior al
momento en que la cadena sucesora de los profetas quedó definitivamente
interrumpida, es decir, según se creía, a la muerte de Malaquías, en tiempos de
Artajerjes.
21 Cf. J. TREBOLLE BARRERA, “Concepto y criterios de »canonicidad«“, en: Id., La Biblia judía y la
Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia, Madrid (Trotta 1993), 164-166.
22
El uso del término griego “canon” procede del campo neotestamentario. Es característico de una
visión cristiana de la Biblia y además, corresponde a una época tardía en la historia de la formación del
canon neotestamentario, el siglo IV dC. Por eso, la aplicación de la palabra “canon” a la Biblia hebrea
resulta bastante inadecuada. Las discusiones rabínicas sobre el carácter canónico o apócrifo de algunos
libros bíblicos –como el Cantar y Qohélet – giran en torno a la expresión “manchar las manos”: cabe
suponer que de los libros que se dicen que “manchan las manos” eran considerados “canónicos”. Cf. J. M.
SÁNCHEZ CARO, “La formación del canon bíblico”, en: ARTOLA-SÁNCHEZ CARO, Biblia y Palabra de
Dios, Navarra (Verbo Divino 1992), 83 s. J. TREBOLLE BARRERA, “Colecciones de libros bíblicos. Libros
canónicos y libros no canónicos”, en: Id., La Biblia judía y la Biblia cristiana, 159s.
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Eso no significa que todos los grupos judíos tuvieran el mismo criterio. De
hecho, existía una vasta literatura religiosa sin límites precisos, como
demuestran por ejemplo, los descubrimientos de Qumrán.
A fines del siglo I de nuestra era, tras el desastre del año 70 cuando en Jamnia o
Yabné (al sur de la actual Tel Aviv) se buscó dirimir algunos conflictos de
autoridad entre rabinos a propósito del carácter sagrado o no de cinco libros
bíblicos, los rabinos fariseos propusieron se tomaran en consideración ciertos
criterios.
Por ejemplo:
Si concordaba con la Ley de Moisés
Si su contenido no era herético
Si había sido escrito anteriormente a la época de Esdras
(esto es, antes del s. V aC)
Si había sido escrito en Palestina
Si había sido escrito en lengua hebrea o aramea
Parece evidente que el establecimiento definitivo de un canon de libros
sagrados es siempre competencia de una autoridad religiosa que, a través de
alguna forma de decisión vinculante, fija la lista de libros “canónicos” y
excluye al mismo tiempo los libros no admitidos en “el canon”.
¿Qué libros recibió como Sagrados
la iglesia cristiana naciente del pueblo judío? 23.
[Canon cristiano del Antiguo Testamento]
Si bien las colecciones de la “Torá” (cf. Neh 8-10) y los “Profetas” estaban más
o menos fijadas antes de la obra del Sirácida (s. II aC; cf. Sir 46,1-49,10) es
necesario insistir en el hecho de que entre las comunidades judías de la época
circulaba una rica literatura religiosa –no sólo en hebreo sino también en
griego– que no tenía fronteras canónicas claras y definidas, ni en cuanto a la
cantidad de los libros ni en cuanto a que el texto en sí fuera intocable.
Así lo indica, por ejemplo, la comparación del texto hebreo –llamado
“masorético” (TM)– con la traducción griega de los “Setenta” (LXX), que
ofrecen diferentes formas textuales.
En la época de la predicación de Jesús había todavía alguna fluctuación entre
los judíos en lo que se refiere a la determinación de cuáles eran los libros que
formaban la Sagrada Escritura.
23
Cf. J. TREBOLLE BARRERA, “VI. El canon de la diáspora judeo-helenística y VII. El canon cristiano del
Antiguo Testamento”, en: Id., La Biblia judía y la Biblia cristiana, 238-243 y 243-245 (donde expone las
dos tendencias más importantes que se disputan la explicación del canon cristiano del Antiguo
Testamento: cf. ibid. 244).
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≡
Los Saduceos y los Samaritanos admitían solamente el Pentateuco
≡
En la comunidad de los Esenios, junto al Mar Muerto, parecería que
admitían un número mayor de libros que los que admitían los demás
judíos.
≡
En Alejandría se admitían también los libros que entre los católicos se
llaman “deutero-canónicos”, además de otros libros.
≡
Más tarde, ya en época cristiana, los judíos determinaron el ‘canon’ de
las Escrituras, rechazando los libros que se conservaban sólo en griego.
Esa era la situación en el momento en que el naciente cristianismo recibía las
Escrituras del pueblo judío. La Iglesia recibió las Escrituras de los judíos pues,
tal como ellos las aceptaban a comienzos del s. I, es decir, con contornos no
muy precisos y grupos que no consideraban que el canon estuviera
definitivamente cerrado. Luego no se consideró vinculada a las decisiones y a
24
la actitud del judaísmo post-cristiano .
Además, al final del canon judío añadió los libros del Nuevo Testamento, lo
que modifica sustancialmente el sentido de todo el conjunto.
Nuevo Testamento
Como en el caso del AT, también el canon del NT se ha ido formando a lo largo
de varios siglos y su historia es muy compleja.
Desarrollo y nacimiento de
una “conciencia canónica” en el Nuevo testamento
También por lo que se refiere al NT pueden descubrirse algunos detalles que
nos iluminan sobre el nacimiento y desarrollo de una conciencia que va
descubriendo progresivamente esos escritos como normativos o canónicos.
≡
Es claro que en todos los escritos neotestamentarios aparece como
aceptada y normativa la Sagrada Escritura heredada del judaísmo.
También es claro que las Escrituras judías se leen e interpretan a la luz
del acontecimiento Cristo (p.e. cf. Luc 24,27.32) y la predicación
apostólica (cf. Mt 28,19-20).
≡
En Luc 1,1-4 se expresa con claridad que ya existían otros escritos sobre
“lo acaecido entre nosotros, tal como nos lo transmitieron los que desde
el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra”. Lucas,
por su parte, se propone ofrecer esa tradición “para que conozcan la
24
Cuando el judaísmo rabínico buscó fijar definitivamente el canon de las Escrituras –hacia fines del s. I
d.C., tras la destrucción de Jerusalén y el fin del culto en el Templo en el año 70 d.C.– la Iglesia ya se
había separado de la Sinagoga y no se adhirió a las determinaciones de los líderes religiosos de la
comunidad judía –instalados en Yabne/Yamnia, no lejos de la actual Tel Aviv, entre el 70 y el 135 de
nuestra era– y se siguió manejando de acuerdo a su propia tradición, fuertemente influenciada por el
judaísmo helenista, e incluyó, con mayor o menor flexibilidad, parte de los libros del “canon helenista”.
Los testigos más antiguos de la existencia del canon del judaísmo rabínico son:
FLAVIO JOSEFO, Contra Apionem 1,7s., hacia el 95 d.C.
El LIBRO IV DE ESDRAS 14,45, casi por la misma época.
El tratado talmúdico BABA BATHRA 14b, del siglo II d.C.
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solidez de las enseñanzas que has recibido”. Se trata pues de presentar un
escrito que, al recoger las enseñanzas de los apóstoles, tiene conciencia
de exponer palabras y hechos normativos (canónicos) para la comunidad
cristiana. También Jn 21,23-24 –y el epílogo original del EvJn en 20,3031– refleja una “conciencia canónica” del redactor.
≡
2Pe 3,14-16 alude a las cartas de Pablo situándolas a un mismo nivel de
autoridad que el resto de las Escrituras.
La conciencia de una literatura normativa en la comunidad en que nació la
Biblia y que la aceptó como Sagrada Escritura es pues, muy antigua y tiene
como raíz única la voluntad de someterse a la Palabra de Dios, que no se
expresa sólo como palabra oral sino también como palabra escrita.
En determinados momentos esa conciencia de estar ante una literatura
normativa se agudiza, sobre todo cuando está en peligro la propia identidad
25
creyente . En esas ocasiones, la comunidad de fe reacciona afirmando su
identidad con las tradiciones primeras, que considera procedentes de Dios y
toma como punto de referencia una escritura o una tradición oral ya existente la
cual, mediante las oportunas acomodaciones al momento histórico, refleja
fielmente esas tradiciones tal y como las vive la comunidad según la
interpretación de sus órganos autorizados.
Así pues, la aparición de una literatura canónica parece provenir de la
confrontación entre la comunidad en la que perviven determinadas tradiciones
antiguas y los escritos en que ella encuentra reflejadas tales tradiciones. Esto
sería lo que a grandes rasgos decide la selección de determinados libros. Por
supuesto que el proceso se lleva a cabo a través de complicados vericuetos
históricos conducidos eficazmente por la acción del Espíritu Santo en la
comunidad creyente.
¿En qué se basó la Iglesia para recibir determinados libros como canónicos, rechazando al
26
mismo tiempo otros? ¿Se usaron algunos criterios concretos para ello ?
Evidentemente durante los primeros siglos de la Iglesia se utilizaron diversos
criterios para decidir la aceptación de un libro como canónico, entre los que el
más importante es sin duda el que reconoce el “origen apostólico” de una obra.
Pero también es necesario tener en claro que durante ese período la Iglesia no
desarrolló una teoría o una clasificación ordenada de los criterios seguidos para
25
Por ejemplo:
En la época del destierro y la restauración
En Alejandría, donde los judíos, al olvidar su lengua propia están en peligro de perder su propia
identidad
Frente a corrientes demasiado restrictivas, como los samaritanos y saduceos o excesivamente
disgregadoras, como los apocalípticos
Cuando el Templo de Jerusalén es destruido (año 70 dC)
Cuando es preciso distinguir claramente entre judíos y cristianos
En el momento de la crisis marcionita –que rechazaba el AT y restringía notablemente el NT– y
montanista –que pretendía introducir sus propios libros y revelaciones– entre los cristianos.
26
Cf. J. M. SANCHEZ CARO, “Reflexión teológica sobre el canon”, en: ARTOLA-SÁNCHEZ CARO, Biblia y
Palabra de Dios, 101-116.
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el discernimiento del canon, y que el proceso histórico que desembocó en las
“listas” oficiales –que definieron cuáles libros entraban en el canon y cuáles
27
quedaban fuera– fue muy largo y complejo .
Para poder echar algo de luz sobre el problema de cuáles fueron esos criterios
es necesario estudiar con detalle los escritos de esos siglos. K. H. OHLIG
28
elaboró un importante trabajo sobre esa cuestión , que puede servir de guía,
clasificando esos criterios en tres grandes grupos:
29
CRITERIOS “EXTERNOS”
≡
Apostolicidad.
≡
Antigüedad (sobre todo si se remonta a los testigos presenciales).
≡
Aprobación apostólica.
≡
Ortodoxia tanto eclesiástica como doctrinal.
≡
Concordancia con la Escritura (el AT y algunas obras del NT ya
recibidas en determinada época).
≡
Función constructiva y edificante.
≡
Que no sean escritos meramente circunstanciales sino que tengan valor
para todas las iglesias.
≡
Que puedan ser leídos públicamente (legibles, comprensibles, con
sentido) y que no contengan fantasías imaginarias y sin sentido.
CRITERIOS “INTERNOS”
Este tipo de criterios trata de buscar en la lectura misma de los libros bíblicos el
indicio de su inspiración y, consiguientemente, el fundamento de su
canonicidad.
27
Cf. J. TREBOLLE BARRERA, “Historia de las colecciones de libros canónicos del NT”, en: Id., La Biblia
judía y la Biblia cristiana, 248-253. Distingue cinco períodos en la formación del canon:
1.
Hasta el año 70 dC, período en el que la Iglesia naciente no tenía más Escritura que «la Ley y los
profetas», aunque leídos a la luz de la cristología y la escatología cristianas.
2.
Desde el año 70 hasta el 135 dC, época en que se formaron los dos núcleos iniciales del canon: la
colección de los evangelios y la colección de cartas paulinas (las demás tradiciones que se
remontaban a Pablo fueron recogidas en las cartas deuteropaulinas). Se formó también la colección
definitiva de los escritos joánicos. Hechos –que mostraba el carácter “apostólico” de la figura de
Pablo–, “Católicas” y Apocalipsis habrían circulado en principio como escritos sueltos, no integrados
en ninguna colección.
3.
Período del gnosticismo naciente, desde el 135 hasta la muerte de Justino en el 165 dC, época en que
la cristiandad se despega de sus raíces judías. El gnosticismo –que sostenía que había «tradiciones
apostólicas secretas» abriendo puerta a todo tipo de doctrinas y escritos– hizo insostenible el limitarse
a la tradición oral. Marción convirtió la cuestión del canon en algo urgente. El proceso que
desmbocará en el canon será básicamente una cuestión “antignóstica”.
4.
Período antignóstico: Ireneo (con su aporte con relación a la hermenéutica cristiana), Clemente de
Alejandría y Orígenes (reconociendo como inspirados o al menos discutidos Didajé, Bernabé, I
Clemente y Pastor de Hermas y discutiendo textos como Sant, Jds, 2Pe y 2y3 Jn) e Hipólito de Roma.
5.
Constitución definitiva del canon en el s. IV dC: Atanasio, Eusebio de Cesarea.
28
K. H. OHLIG, Woher nimmt die Bibel ihre Autorität? Zum Verhältnis von Schriftkanon, Kirche und
Jesus, Düsseldorf (1970); Id. Die theologische Begründung des ntl. Kanons in der Alten Kirche,
Düsseldorf (1972).
29
Aunque no son meramente externos, son algo así como “propiedades” de la Escritura.
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≡
310
Los padres de la Iglesia hablan de la “experiencia pneumática” que la
Iglesia tiene del testimonio del Espíritu Santo en medio de la Sagrada
Escritura, como de algo “interno” a la Escritura que la Iglesia
30
experimenta al contacto con la obra .
CRITERIOS “ECLESIALES”
No se refieren a la Escritura en sí sino a la evaluación o el uso de los textos en
la comunidad eclesial:
≡
El reconocimiento de un libro como escritura “canónica” en un número
en lo posible grande de Iglesias antiguas.
≡
Su citación como Escritura por autoridades reconocidas.
≡
Su empleo en la liturgia.
≡
Su reconocimiento por autoridades eclesiásticas oficiales.
Si bien estos últimos datos son realmente decisivos, no son propiamente
hablando criterios de la Escritura, pues no se trata en estos casos de
fundamentos teológicos.
Ahora bien:
¿Es posible determinar el canon a partir de criterios meramente “internos”?
(cuestión importante sobre todo en el ámbito de la teología protestante31)
¿Pueden articularse todos los criterios “externos” entorno a uno central? (se
trata de encontrar un criterio de canonicidad) ¿Cuál es el papel del Espíritu
Santo en la creación y fundamentación del canon? (relación
magisterio/Escritura)
¿Es posible determinar el canon
a partir de criterios meramente internos?
Los teólogos reformados, con la preocupación de romper con el magisterio
romano y con la concepción de la tradición –y consecuentes con el principio de
la “sola Scriptura”– pensaban hallar en la Escritura misma el testimonio de su
propia inspiración.
32
LUTERO clasificaba los escritos del NT “según la mayor o menor importancia
que dan al mensaje central de la redención”. Se puede recibir un libro en el que
Cristo se muestra como centro de las Escrituras, es decir, un escrito
neotestamentario es normativo si conduce a Cristo.
CALVINO, reflexionando sobre la formación del canon del NT y preguntándose
por qué, entre los escritos de San Pablo y de los otros apóstoles, sólo algunos
han llegado hasta nosotros, responde: “Dios, en su admirable consejo, hizo que
30
Ciertamente que aquí se está sobrepasando el campo de los criterios, pues se pretende hacer referencia
a realidades no comprobables externamente.
31
Es común a todos los intentos de fundamentación protestante del canon bíblico el esfuerzo por lograrla
sólo en la Escritura misma, limitando el papel de la tradición eclesial.
32
Presentación basada en A. BARUCQ - H. CAZELLES, “El canon de los libros inspirados”, en: ROBERTFEUILLET, Introducción a la Biblia I, Barcelona (Herder 1970), 72-75 y en José Manuel SANCHEZ CARO,
“Reflexión teológica sobre el canon,” en: ARTOLA-SANCHEZ CARO, Biblia y Palabra de Dios, 101-105.
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por un consenso público, una vez repudiados todos los otros escritos, no
33
quedaran sino aquellos en los que resplandece su majestad” .
LAS CONFESIONES POSTERIORES que trataron de formular la fe protestante
común, revelan una orientación cada vez más subjetiva en la elección del
criterio de canonicidad:
□
El artículo IV de la CONFESIÓN DE ROCHELE pone el segundo rango “el
común acuerdo y el consentimiento de la iglesia”, insistiendo más en el
“testimonio y en la persuasión interior del Espíritu Santo”
□
La misma doctrina aparece en la CONFESIÓN DE WESTMINSTER: A la
plena “persuasión”, definida como obra “interior del Espíritu Santo, que
da testimonio por la palabra... en nuestros corazones”, se añaden
argumentos de menor valor objetivo: “Podemos ser movidos e inducidos
por el testimonio de la Iglesia a profesar una alta y reverente estima a las
Sagradas Escrituras, y el carácter celestial de su contenido, la eficacia de
la doctrina, la majestad del estilo, la cohesión de todas las partes, el fin
del todo (que es dar gloria a Dios), la plenitud con que nos descubren la
única vía de salud, y otras diversas cosas excelentes, su entera
perfección, todos estos son otros tantos argumentos por los cuales se
34
imponen con abundante evidencia como palabra de Dios” .
TEÓLOGOS PROTESTANTES MODERNOS, como ZAHN y HARNACK, consideran
que no hay que buscar una razón teológica del criterio de canonicidad, sino que
basta sencillamente con deducirlo de la práctica. Los únicos libros conservados
son, según ellos, aquellos cuya lectura se ha impuesto prácticamente por ser
aptos para responder a la necesidad de edificación sentida por los cristianos. De
ahí se habría deducido su inspiración.
K. BARTH insiste en el “autotestimonio” de la Escritura como criterio de
canonicidad: la Iglesia nos transmite el canon de las Escrituras pero no porque
ella pueda tomar una decisión infalible sino porque la Escritura se ha impuesto
a la Iglesia, constituyéndose a sí misma en canon y norma para la Iglesia. La
Iglesia en cuanto tal no puede proponer ningún canon autorizadamente.
35
O. CULLMANN ha intentado conjugar la “autopistía” (autotestimonio) de la
Escritura con la autoridad de la Iglesia apostólica: según CULLMANN, una vez
que los escritos del NT que habrían de formar el canon se impusieron por su
autoridad apostólica intrínseca a la Iglesia, ésta tomó una decisión de carácter
normativo y obligatorio para la Iglesia de todos los tiempos. Ese momento
decisivo marcó para siempre la frontera entre los principios de la época
33
Según CALVINO pareciera que el “consenso público” fue el medio por el que Dios dio a conocer su
“admirable consejo”. Así pues, Calvino habría enunciado el principio siguiente: “La formación del canon,
como la inspiración de cada uno de los libros contenidos en él, no depende ya de una decisión de la
Iglesia, sino de la soberana decisión de Dios”. El consenso público del que habla Calvino, sin embargo,
no dista mucho del criterio católico del “consenso eclesial”. El magisterio católico no “crea” un hecho
nuevo sino que hace constar el consenso de la tradición.
34
L. GOURNAZ (citado por ROBERT-FEIULLET, 74). El carácter artificioso de semejante texto revela la
dificultad que enfrentaban los teólogos protestantes. Necesitan salvar a la vez el testimonio interior y
personal del Espíritu Santo, los criterios subjetivos por los cuales se supone se formula este testimonio y
también el papel de la Iglesia, impuesto por la práctica.
35
O. CULLMANN, La tradition, Paris - Neuchatel (1953), 41-52.
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fundacional de la Iglesia y la Iglesia post-apostólica que la sigue. Dada la
cercanía aún existente a la auténtica predicación apostólica, se pudo tomar
entonces –a mediados del siglo II d.C.– esa decisión que permitió ya para
siempre a la Iglesia ponerse ante la majestad del Kyrios, que se impuso a ella a
través de los Escritos.
Es que no es posible determinar el canon a partir de criterios meramente internos
Siendo un hecho totalmente interior, la “inspiración” no entraña ni exige, de
suyo, ninguna marca evidente capaz de revelar su existencia en el escritor o en
su libro.
¿Cuáles fueron para la Iglesia los signos infalibles de distinción de los libros
sagrados?
El único criterio adecuado se ha de buscar en la revelación hecha por el Espíritu
36
Santo a la Iglesia y transmitida por tradición apostólica.
No es que la Iglesia decida cuál es su Escritura, y menos aún que esté sobre
ella. En realidad, la Iglesia se somete a la acción del Espíritu, que es quien lleva
a la Iglesia, por una parte, a acoger como Escritura Santa la tradición apostólica
primera; por otra, a leerla en su Espíritu no como una letra que esté muerta sino
que da vida.
No hay contradicción entre Escritura y Tradición: la Escritura es la Tradición
apostólica escrita y vivificada por el Espíritu. Y precisamente esta acción del
Espíritu en la Iglesia ha conducido a descubrir la tradición apostólica genuina
que es la Escritura, convirtiéndola en su norma. Tradición y escritura no son
dos fuentes de la revelación sino sólo dos momentos formales de la tradición.
Intentos de fundamentación
teológica del canon entre los católicos
Uno de los últimos aportes en relación a este tema de cómo la iglesia reconoce
o identifica un libro como inspirado lo ha hecho Karl RAHNER:
RAHNER sitúa la Escritura como un elemento vital en la fundación de la
Iglesia:
Si Dios quiere la Iglesia, la quiere con todos sus elementos constitutivos,
entre ellos, la Sagrada Escritura, que es la objetivación de la fe normativa
de la Iglesia apostólica y, por consiguiente, un elemento fundante de la
misma Iglesia.
36
El Espíritu Santo no da a los creyentes individuales una persuasión referente al canon. El Espíritu
Santo obra en la Iglesia (de todos los tiempos) por medio de carismas funcionales ligados a su función de
enseñar con autoridad y de conservar fielmente, en su integridad el depósito apostólico (“magisterio” de la
Iglesia). No cabe sacar argumento de las variaciones que presenta la tradición eclesiástica sobre la
cuestión del canon para poner en duda esta adhesión indefectible al depósito apostólico: un examen
objetivo de los casos particulares hace ver que, tanto para el AT como para el NT, han actuado influencias
fundamentalmente extrañas al problema de la canonicidad: recurso a los criterios internos (autenticidad,
no estar citados en el NT; etc.) o a la autoridad del canon judío. Todos los problemas suscitados a
propósito de los deuterocanónicos vienen de una u otra de estas causas.
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La Iglesia selecciona –bajo la guía del Espíritu Santo– los libros de la
Escritura a lo largo de la historia; esos libros son su norma de fe y vida;
esa norma es querida por Dios y dada por Él a la Iglesia: así se forma el
“canon” de las Escrituras.
La revelación de los libros inspirados no es directa sino implícita. Dios
no informó a los apóstoles acerca de cuáles libros eran los inspirados
título por título, sino que esa información iba implícita en el hecho de
que la Iglesia veía en ciertos libros un reflejo auténtico de la propia fe.
Ello equivalía a reconocerles el carácter de inspirados.
Ciertamente se usan determinados criterios, perceptibles, poro ellos, por
sí solos, son insuficientes. De alguna manera hay que admitir una acción
de Dios.
La teoría de RAHNER puede explicar por qué la Iglesia primitiva exigía el
requisito del origen apostólico antes de reconocer un libro como
canónico. Los apóstoles eran considerados como testigos oculares que
habían conocido a Cristo y habían aprendido su doctrina personalmente.
Cuando un libro tenía a un apóstol por autor, ello era señal de que
contenía esa experiencia inmediata de Cristo. En cuanto tal, reflejaba la
37
fe de la Iglesia, la cual era, naturalmente, apostólica .
RAHNER se fija luego en la distinción que hay entre la revelación y el
carácter inspirado de ciertos libros y la plena constatación y articulación
de este hecho. Frecuentemente hubo un lapso más o menos largo entre
ambos momentos. Esto es, la Iglesia conoció la singularidad de ciertos
libros, y sólo más adelante la proclamó abiertamente. Primero tuvo un
canon, y sólo más tarde tuvo la idea de los que era la canonicidad y
promulgó unas decisiones referentes al canon.
Ello podría explicar ciertas dudas y ambigüedades que se dieron en la
primitiva Iglesia acerca de la canonicidad de ciertos libros bíblicos. Era
preciso que pasara el tiempo entre el conocimiento y el reconocimiento.
Dando este giro a la argumentación, RHANER cree poder disipar la
necesidad de dar con el argumento aplicado por la Iglesia para sacar sus
conclusiones en relación con la canonicidad. Afirma que este
conocimiento del canon es connatural a la Iglesia.
Ella puede, mediante una respuesta refleja, sin ayuda de ningún
silogismo, reconocer unos escritos que corresponden a su propia
naturaleza y la expresan. Dicho en otras palabras: el canon no es el
resultado de una deducción fundada en una premisa, sino más bien un
acto de autoconciencia por parte de la Iglesia, un acto mediante el cual
fija su atención en otro aspecto de su mismo ser.
37
Esta teoría se aplica también al Antiguo Testamento: RAHNER dice que el AT, en cuanto Escritura,
también requería positivamente una canonización: necesitaba ser reconocido para que surtiera su efecto
esencial. Sin embargo, antes de la Iglesia no había una autoridad docente infalible que garantizara la
inspiración del AT. De ahí que el AT no pudo llegar a su plena madurez como Escritura hasta que existió
la Iglesia. Antes de eso, sólo pudo darse una canonicidad del AT en sentido incipiente, pero no una
convicción neta y definitiva acerca de este carácter.
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Declaraciones
del Magisterio de la Iglesia acerca del “canon”
CONCILIO DE LAODICEA
(Hacia el 360)
Por el año 360 tuvo lugar en Laodicea de Frigia un Concilio importante. Su
documentación histórica carece de claridad. Muy pronto se le atribuyó una serie
de 60 cánones. Los dos últimos se refieren al canon de las Escrituras. Por
primera vez en un documento oficial encontramos la palabra “canónico” en el
sentido específico de libro al cual la Iglesia le reconoce su carácter de
inspirado.
En el canon 59, el concilio prescribe que no hay que leer en la Iglesia
“más que los libros canónicos del Nuevo y del Antiguo Testamento”:
Que no conviene sean leídos en la iglesia ciertos salmos privados y
38
vulgares ni libros no canónicos, sino sólo los canónicos del Antiguo y
del Nuevo Testamento.
En el canon 60, cuya autenticidad es sospechosa, se enumera la lista de
libros canónicos, con la finalidad de zanjar todas las discusiones.
≡
Al menos por la cantidad de libros que señala, la lista del Antiguo
Testamento es un reflejo de la colección Palestinense: faltan Judit,
Tobías, Eclesiástico y Macabeos.
≡
Pero también se cita a Baruc con Jeremías y, después de las
Lamentaciones, se señalan unas “cartas” que corresponden
ciertamente a la Carta de Jeremías. El orden: Jeremías, Baruc,
Lamentaciones y Carta de Jeremías, es el de los LXX.
≡
En el Nuevo Testamento falta el Apocalipsis.
Este texto del Concilio de Laodicea es de gran importancia para la historia del
canon bíblico. Está de acuerdo con otros testimonios contemporáneos y de las
mismas regiones de Asia para la exclusión de los deuterocanónicos.
CONCILIO DE ROMA (382)
En Roma se celebró un Concilio bajo el Pontificado de Dámaso, al que asistió
San Jerónimo. En él se estableció la lista completa de las “divinas Escrituras”
recibidas entonces en la Iglesia de Roma.
Esta lista fue conocida por mucho tiempo como “decreto de Gelasio”, ya que la
reprodujo dicho papa (492-496), lo mismo que otros antes y después de él. Es
análogo al de los Concilios africanos de HIPONA (393) y de CARTAGO (397 y
419). Pero estos concilios no consideraban su decisión como definitiva; se
38
Se supone que se está refiriendo a salmos compuestos por algunos herejes. De hecho, en la última línea
del “canon de Muratori” se hace referencia a la existencia de salmos “marcionitas”: De Arsineo, Valentino
y Milcíades no recibimos nada en absoluto; los cuales han escrito también un nuevo libro de Salmos para
Marción, juntamente con Basílides de Asia”.
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315
limitaron a comunicar al papa o a los demás obispos, para su confirmación, el
39
canon que habían recibido por tradición para lectura pública .
Esta lista del año 382 es curiosamente idéntica a la que publicará luego el
40
Concilio de Trento , con los deuterocanónicos. Los libros declarados
canónicos son los mismos, aunque el orden difiere un poco.
CONCILIO DE FLORENCIA (1442)
Bula “Cantate Domino”; 4 de febrero de 1442
41
Mientras un grupo de obispos proseguía en BASILEA un Concilio , Eugenio IV
(1431-1447) determinó convocar un nuevo Concilio Ecuménico, para
restablecer la unión con los Orientales. Se comenzó en FERRARA el 8 de enero
de 1438; se continuó en FLORENCIA y allí se ultimaron los decretos de unión
con los griegos (6 de julio de 1439), con los armenios (22 de noviembre de
42
1439) y con los jacobitas (4 de febrero de 1422).
En el decreto de unión con los jacobitas se abordó directamente el problema del
canon, porque los jacobitas admitían aún como inspirados ciertos libros
apócrifos. Además, profesan una suerte de maniqueísmo que rebajaba la
inspiración del algunos libros del AT, como si el Dios que los inspiró fuera de
segunda categoría.
La canonicidad de las escrituras se definió en relación con la inspiración: la
afirmación de la inspiración precede a la lista detallada de los libros del
Antiguo y del Nuevo Testamento. La lista es la misma y sigue el mismo orden
que la que promulgó luego definitivamente el Concilio de Trento (la única
diferencia es que el libro de los Hechos figura en penúltimo lugar, antes del
Apocalipsis).
39
“Sobre la confirmación de este canon se consultará la Iglesia del otro lado del mar”. Añade también
que “se permite también leer las pasiones de los mártires cuando se celebre su aniversario”.
40
No menciona la Carta de Jeremías, ¿acaso porque la incluía en el libro de Baruc?
Como dato curioso señalemos que, al referirse a las cartas de Juan distingue: “1 de Juan Apóstol, de otro
Juan presbítero, 2”. En la reproducción de este mismo decreto que hace el papa Gelasio se dice
sencillamente: “Iohannis Apostoli epistulae tres”. Lo mismo se dice en la reedición del papa Hormsidas
(514-523).
41
El CONCILIO DE BASILEA fue inaugurado el 23 de julio de 1431 por los representantes del legado
pontificio Cesarini sin que se hallara presente ningún obispo. Hasta el otoño fueron tan escasos los
participantes que el papa se creyó en derecho de disolver el concilio el 18 de diciembre. El concilio
rehusó la obediencia, se intimó al papa a que revocara la disolución y hasta se pretendió hacerle
comparecer para rendir cuentas ante el concilio (un tema candente, entonces, era el “conciliarismo” o
“teoría conciliar” frente a la potestad primacial del papa). Dos años duró el conflicto. Eugenio IV al fin
cedió y el 15 de diciembre de 1433 revocó el edicto de disolución y declaró que el CONCILIO DE BASILEA
debía considerarse como legítimo. La paz duró muy poco, ya que el concilio de Basilea había comenzado
a poner en práctica la teoría conciliar, constituyéndose en suprema instancia judicial y administrativa de la
Iglesia. Los conflictos no tardaron en desencadenarse nuevamente. En este contexto, se presenta la
ocasión de realizar un concilio para la unión con los griegos. Después de muchas discusiones, el papa
determinó que dicho concilio se realizaría en FERRARA, y allí trasladó el papa el concilio de Basilea. La
mayoría de los padres conciliares no acató el traslado y permaneció en Basilea. Los “conciliaristas”
radicales declararon dogma de fe la supremacía del concilio sobre el papa, y a Eugenio IV lo depusieron
como hereje el 25 de junio de 1439, eligiendo un “antipapa”.
42
Llamados así por Jacobo de Tella (Bar Adaï), a quien seguían desde el siglo VI los coptos y etíopes
monofisitas.
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CONCILIO DE TRENTO (1546)
Decreto sobre el canon; Sesión IV, 8 de abril de 1546)
Fue el Concilio de Trento el que abordó y planteó dogmáticamente la cuestión
del canon de las Escrituras, definiendo las implicaciones que acarreaba para el
comportamiento de los fieles. Si bien la cuestión había sido zanjada en el
Concilio de Florencia, algunos humanistas plantearon dudas sobre algunos
43
escritos del Nuevo Testamento .
En la cuarta Sesión, el 8 de abril de 1546, se promulgaron dos textos
doctrinales sobre las fuentes de la revelación.
“El sacrosanto ecuménico y general concilio Tridentino, legítimamente
congregado en el Espíritu Santo ... proponiéndose que, expurgados los errores,
se conserve en la Iglesia la pureza del Evangelio, que, prometido antes por los
profetas en las Sagradas Escrituras, Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios
promulgó con sus propios labios, y después por sus apóstoles, como fuente de
toda verdad salvadora y de toda disciplina de costumbres, mandó predicar a
toda creatura; viendo que esta verdad y disciplina se contiene en los libros
escritos y sin escrito en las tradiciones que, recibidas por los apóstoles de la
boca del mismo Cristo o por los mismos apóstoles al dictado del Espíritu Santo
entregadas casi en mano, han llegado hasta nosotros; siguiendo los ejemplos
de los padres ortodoxas recibe y venera con el mismo piadosos afecto y
reverencia tanto los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, por ser el
mismo Dios el autor de uno y otro, cuanto las dichas tradiciones que se
refieren a la fe o a las costumbres, como dictadas que fueron oralmente por
Cristo o por el Espíritu Santo y conservadas en la Iglesia católica por no
interrumpida sucesión”.
El Concilio declaró luego qué libros entraban en el cuerpo de la Escritura y
tenían plena autoridad dogmática y moral: después de recordar el origen divino
de la Biblia y de las tradiciones conservadas en la Iglesia, definió el canon de
las Escrituras.
“Estimó además, que se debía añadir a este decreto el índice de los libros
sagrados, para que a nadie pueda caber duda de cuáles sean los que el concilio
recibe.
Son pues los siguientes:
Del Antiguo Testamento: Los cinco de Moisés, a saber, Génesis, Éxodo,
Levítico , Números y Deuteronomio; Josué, Jueces, Rut, los cuatro de los
Reyes, dos de los Paralipómenos, el primero de Esdras y el segundo que se dice
de Nehemías, Tobías, Judit, Ester, Job, el Salterio davídico de 150 Salmos, las
Parábolas, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría, Eclesiástico, Isaías,
Jeremías con Baruc, Ezequiel, Daniel; los doce profetas menores, a saber,
43
ERASMO opinaba que la Carta a los Hebreos era de San Clemente Romano; dudaba de la autenticidad
del Apocalipsis; supuso que el final de Marcos era una interpolación; negó que la Segunda y Tercera de
Juan fueran del apóstol y que la Segunda de Pedro haya sido compuesta por la misma persona que
compuso la primera.
CAYETANO consideraba que los protocanónicos eran fuentes de la fe mientras que los deuterocanónicos
eran libros de edificación; consideraba el final de Marcos y el pasaje de la mujer adúltera de Juan como
interpolaciones y negó la canonicidad de Hebreos.
LUTERO, por su parte, no consideraba canónicos a los deuterocanónicos y, en los prefacios a su Nuevo
Testamento de 1522, descartó Hebreos, Santiago, Judas y el Apocalipsis.
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Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo,
Zacarías, Malaquías; dos de los Macabeos, primero y segundo.
Del nuevo Testamento: los cuatro Evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas y
Juan; los Hechos de los Apóstoles, escritos por Lucas evangelista; 14 epístolas
del apóstol Pablo: a los Romanos, dos a los Corintios, a los Gálatas, a los
Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses, dos a
Timoteo, a Tito, a Filemón, a los Hebreos; dos del apóstol Pedro, tres del
apóstol Juan, una del apóstol Santiago, una del apóstol Judas y el Apocalipsis,
del apóstol San Juan.
Y si alguien estos libros íntegros con todas sus partes, según acostumbraron
ser leídos en la Iglesia católica y se contienen en la antigua edición latina
Vulgata no recibiera por sagrados y canónicos y despreciare a ciencia y
conciencia las predichas tradiciones, sea anatema.
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