POSTCONFLICTO Y GRANDES NEGOCIOS Darío Ruiz Gómez

Anuncio
POSTCONFLICTO Y GRANDES NEGOCIOS
Darío Ruiz Gómez
Históricamente ha sido común que en la postguerra los negocios sucios que enriquecen a unos
cuantos, proliferen al amparo de los vencedores. No sólo el contrabando de armas sino el
contrabando de alimentos, el saqueo de las ayudas para la población hambrienta, tal como
sucedió en España con el trigo que enviaba Perón y del cual se lucraron personajes que ocuparon
después un lugar de privilegio en la vida pública y que, incluso, se convirtieron en respetables
mecenas de las ciencias y las artes. Pienso en esta iniquidad cuando reviso nombres de la lista de
organizaciones de ayuda a las víctimas del postconflicto, Fundaciones, Oenegés fantasmas para,
bajo el señuelo de ayudar a los huérfanos, a los campesinos despojados de sus tierras, conformar
un frente de disimulada corrupción bajo los trillados clichés de la “reconciliación”, “iniciativas”
para la reincorporación de los exguerrileros, etc. El asalto descarado del presupuesto oficial y de
las ayudas internacionales en un momento decisivo para la reconstrucción de un país destruido
física y moralmente, propuestas infantiloides donde se encubren la picaresca y la fechoría
legalizada encubre un craso paternalismo, afiches vacuos, aleccionantes ejercicios de gimnasia
tomándose las manos y gritando vivalapaz, pero que rehúsan enfrentar el drama de la condición
humana, del tener que hacer balance sobre aquello que hemos perdido en demostraciones de una
violencia inútil contra una población inerme. ¿Qué hacer con esos pobres salidos de las ruinas del
campo, hacinados en los cordones urbanos de miseria? Lo que demuestra que las víctimas
seguirán siendo los desconocidos de siempre, un relato convertido en miserabilismo por los
cronistas de oficio o sea los encargados de tergiversar la verdad de los hechos y de no aceptar el
gran interrogante moral que se abre para cada uno de nosotros ante una tragedia que, no me
cansaré de repetirlo, ya no puede ocultarse ante nuestros ojos ni ante los ojos del mundo. ¿Qué
fue lo que desmanteló demencialmente esta barbarie en nuestra tradición democrática? ¿Qué fue
lo que negó una clase política provinciana e incapaz de asumir el destino de aquel país que
fundamentaron los verdaderos padres de una República para todos? O sea ¿de qué patria
podemos hablar en estos momentos cuando seis millones de personas fueron desplazadas y nadie
les brindó la mano? Estamos pues ante el descarnado panorama de una sociedad traumatizada
por una agresión totalitaria cuyas ganancias en la mesa de conversaciones ante un débil gobierno,
suponen la legalización de este totalitarismo, ni más ni menos. “Pútrida patria” denominó Sebald a
esa Alemania harapienta, inconsolable, una sociedad sin amor y que grandes escritores y
pensadores colocaron como el centro de un dolor existencial que terminó finalmente por amargar
sus vidas para siempre. ¿De dónde brota acaso el pesimismo que como una plaga se extiende a
todas las almas de aquella Alemania destruida por la insania del rencor? El lenguaje permea este
desánimo, el exilio impone un sentimiento de pérdida. ¿Piensan, lloran, tienen alma los castigados
habitantes de Urabá, del Caquetá, del Cauca, los sobrevivientes de las masacres, indígenas,
afrodescendientes, que nos indagan y se preguntan quiénes somos nosotros y cuáles son los
valores que nos acreditan para hablar a nombre de ellos?
¿Cuál es el estado mental de la sociedad colombiana que ha padecido este largo martirio y cuyos
rostros se nos sigue ocultando? ¿Cómo definir la palabra exilio y los millones de exiliados? ¿Puede
vencerse la corrupción con más corrupción? ¿Puede el violento seguir imponiendo sus
condiciones a las víctimas? La paz no es una ideología al uso sino una voluntad de trascender el
sufrimiento, es cierto, pero ante todo la certeza del regreso a casa. (Para Jaime Jaramillo Panesso,
hermano mío)
Descargar