1. La pobreza evangélica consiste en la «sumisión

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El sacerdote, administrador fiel
Textos de referencia: PO 17; DMVP 67; CICat 2544-2547; PDV 30; Jn 17,14-16; 1Co 7,31; 9,14;
Sal 62,11; Lc 4,18; 16,10-13.
1. La pobreza evangélica consiste en la «sumisión de todos los bienes al Bien
supremo de Dios y de su Reino»(PDV 30). No se trata, por lo tanto, de un desprecio
por los bienes materiales, sino de su uso agradecido y cordial y a la vez la posibilidad
de renunciar a ellos con libertad interior en miras a un bien mayor. Es el estilo de
vida del seguidor de Cristo que asume las bienaventuranzas como proyecto de vida
y, reconociendo en el Señor la parte de su heredad, integra una actitud del corazón
con comportamientos concretos. En el contexto de nuestro tiempo se trata de una
oposición radical al mundo consumista que vende la fantasía de la felicidad en las
riquezas materiales.
2. Esta orientación general del Evangelio tiene, para el sacerdote, un perfil propio,
determinado por la caridad pastoral. Siendo el sacerdote administrador y no dueño
de los bienes que se emplean en la misión de la Iglesia, es necesario que asuma como
criterio en la propia revisión de vida si los bienes que posee están íntegramente
orientados al anuncio del Reino. De cara a la comunidad a la que sirve, esto implica
la exigencia de un testimonio personal de austeridad y la transparencia operativa.
3. El espíritu pastoral de pobreza debe cristalizar, por otro lado, en el lugar
específico y prioritario que los pobres deben tener en las propias actividades
evangelizadoras. Ello implica, en la opción de la Iglesia y de sus pastores, el
consagrar los mejores recursos a la evangelización de los pobres y, por otro lado, el
compromiso de solidaridad y subsidiariedad para luchar contra las condiciones
inhumanas en las que vive la mayor parte de nuestros fieles.
• ¿En qué medida he asumido del mundo consumista la noción de que no
puedo ser feliz sin acumular bienes?
• ¿He incluído en mi examen de conciencia una revisión de mi actitud ante los
bienes? ¿En qué medida me siento apegado a los bienes, o a algún bien en
particular? ¿Soy capaz de renunciar a bienes, incluso cuando los merezco
justamente, incluso cuando no son superficiales? ¿Soy capaz de compartir o
incluso de ceder de lo mío? ¿Estoy atento a las necesidades de mis hermanos?
¿Puedo ser generoso sin esperar reconocimientos o gratitudes?
• ¿Puedo decir que llevo adelante una recta y evangélica administración de
los bienes de los que soy responsable? ¿Puedo decir que todos mis bienes
sirven para lo que me tengo propuesto como proyecto de vida? ¿Han sido los
pobres destinatarios preferenciales de mi actividad pastoral?
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