comunicación: patrones interaccionales y su

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COMUNICACIÓN: PATRONES INTERACCIONALES Y SU
IMPACTO SOBRE EL DESEMPEÑO
Rafael Castellano
I)
INTRODUCCION
El estudio de la comunicación humana puede subdividirse en tres áreas.
•
SINTACTICA: Transmisión de información (codificación, canales, capacidad, ruido,
redundancia, etc.)
•
SEMANTICA: El significado (Acuerdo, convención semántica entre emisor y receptor sobre el
significado de los símbolos.)
•
PRAGMATICA: Cómo la comunicación afecta la conducta.
En el ámbito de las investigaciones relativas al desempeño de las organizaciones o los grupos, es mucho lo
que se avanzado en las áreas de la sintáctica y la semántica. Aquí, nos ocuparemos
fundamentalmente de la pragmática. Nos interesará, no solo el efecto de una comunicación sobre el
receptor, sino también – por considerarlo como algo inseparablemente ligado – el efecto que la reacción del
receptor tiene sobre el emisor.
La teoría psicoanalítica está basada en un modelo conceptual que postula que la conducta es, básicamente,
el resultado de una interacción hipotética de fuerzas intra-psíquicas que obedecen a las leyes de
conservación y transformación de la energía. Aún cuando la interacción con las fuerzas externas es evidente,
se la considera secundaria. La interdependencia entre el sujeto y su medio siguió siendo objeto de muy poca
atención, y es precisamente aquí donde el concepto de intercambio de información, es decir de
“comunicación”, se hace indispensable. La idea de que la información adecuada de un efecto (es decir la
retroalimentación al efecto), asegura la estabilidad de este y su adaptación al cambio ambiental, abrió
nuevos caminos.
Se sabe que la retroalimentación puede ser positiva o negativa. La negativa caracteriza la homeostasis
(estado constante), por lo cual desempeña un papel importante en el logro y el mantenimiento de la
estabilidad de las relaciones. Por otro lado, la retroalimentación positiva lleva al cambio, esto es, a la
pérdida de estabilidad o equilibrio. En ambos casos, parte de la salida de un sistema vuelve a introducirse en
el sistema como información acerca de dicha salida. Conviene aclarar que sería prematuro o inexacto llegar
simplemente a la conclusión de que la retroalimentación negativa es deseable, y la positiva desorganizante.
Sostenemos básicamente que los sistemas interpersonales (grupos, parejas, familias, etc.) pueden
entenderse como circuitos de retroalimentación, ya que la conducta de cada persona afecta la de cada
una de las otras y es, a su vez, afectada por estas.
REDUNDANCIA.
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La redundancia ha sido ampliamente estudiada en dos de las tres áreas humanas de la comunicación: La
sintáctica y la semántica. Una de las conclusiones que pueden extraerse de esos estudios es la de que cada
uno de nosotros posee vastos conocimientos acerca de la legitimidad y la probabilidad estadística
inherentes tanto a la sintáctica como a la semántica de las comunicaciones humanas. Podemos percibir y
corregir un error de imprenta, agregar una palabra que falta, y exasperar a un tartamudo terminando sus
frases antes que él logre hacerlo. Pero se ha estudiado poco acerca de los problemas de redundancia en la
pragmática de la comunicación humana (entendida como fenómenos de interacción).
Es evidente que en esta área somos también, y muy particularmente, sensibles a las incongruencias: La
conducta que está fuera de contexto o que muestra alguna forma de comportamiento al azar o forma de
restricción nos impresiona de inmediato como mucho más inadecuada que los errores meramente
sintácticos o semánticos en la comunicación. Y sin embargo, es precisamente en esta área donde menos
percibimos aquellas reglas que se siguen en la comunicación eficaz, y se violan en la comunicación
perturbada.
Estamos en comunicación constante, y sin embargo, somos casi por completo incapaces de comunicarnos
acerca de la comunicación. En términos generales las propias reglas de conducta e interacción pueden
exhibir los mismos niveles de conciencia que Freud postuló para los lapsus linguae y los actos fallidos:
•
•
•
Pueden estar claramente dentro del campo de conciencia de una persona.
Una persona puede no tener conciencia de ellas, pero ser capaz de reconocerlas cuando alguien se
las señala.
Pueden estar tan lejos de la conciencia que aunque se las defina correctamente y se las señale, la
persona no puede verlas.
Bateson ha refinado esta analogía respecto de los niveles de conciencia y planteado el problema en
términos de nuestro marco conceptual actual: “... a medida que ascendemos en la escala de órdenes de
aprendizaje, llegamos a regiones de configuración más y más abstractas, que están cada vez menos
sometidas a la inspección consciente. Cuanto más abstractas, cuanto más generales y formales son las
premisas a partir de las cuales organizamos nuestras configuraciones, más profundamente se hunden éstas
en los niveles neurológicos o psicológicos y menos accesibles resultan al control consciente...”
¿Pero, qué son las redundancias?
Supongamos un observador que mira un partido de ajedrez, quien no habla ni comprende el lenguaje de los
jugadores, y es por lo tanto incapaz de pedir explicaciones. Pronto se hace evidente para el observador, que
la conducta de los jugadores exhibe diversos grados de repetición, de redundancia, a partir de lo cual puede
sacar conclusiones provisorias. De lo dicho se desprende que luego de ver una serie de partidas, el
observador, probablemente estará en condiciones de formular, con cierto grado de precisión, las reglas del
ajedrez. ¿Significa esto que el observador ha “explicado” la conducta de los jugadores? Preferiríamos decir
que ha identificado una configuración compleja de redundancias. Tales pautas han sido objeto de un
extenso estudio por parte de Scheflen, quien demuestra que esas pautas no solo existen, sino también que
son de naturaleza increíblemente repetitiva y estructurada.
METACOMUNICACIÓN Y CÁLCULO.
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Hagamos una breve recapitulación: buscamos redundancias pragmáticas; sabemos que no son
magnitudes o cualidades simples y estáticas, sino configuraciones de interacción análogas al concepto
matemático de función; y, por último, anticipamos que tales configuraciones tendrán las características que
habitualmente se encuentran en los sistemas tendientes a objetivos prefijados, y que contienen
mecanismos de control de errores. Entonces, si examinamos cadenas de comunicación entre dos o más
comunicantes, llegaremos a ciertos resultados que participan de la naturaleza de un cálculo.
Nagel y Newman, utilizando la analogía del ajedrez, dicen que las configuraciones de las piezas sobre el
tablero “carecen de significado” como tales, mientras que las aseveraciones acerca de tales configuraciones
son significativas.
Citamos el concepto de cálculo en relación a la metacomunicación, pues no estamos estudiando un juego
abstracto, sino más bien secuencias de interacción humana que están gobernadas estrictamente por un
conjunto complejo de reglas. Cada acto aislado de conducta, no es carente de significado, sino
“formalmente indeterminable”. La razón de este acto de conducta, puede ser “el que sea”, pero hasta que la
mente humana no se abra hacia la inspección externa, las inferencias y los informes subjetivos
introspectivos son los únicos elementos con que contamos, y evidentemente, ninguno de ellos es fidedigno.
Sin embargo, si observáramos que la conducta “a” – cualquiera sean sus razones – efectuada por un
comunicante, provoca la conducta “b” en el otro; entonces es posible postular un teorema
metacomunicacional. Ello implicaría que existe un cálculo de la pragmática de la comunicación humana,
cuyas reglas se observan en la comunicación eficaz, y se violan en la comunicación perturbada.
II)
ALGUNOS AXIOMAS SOBRE LA COMUNICACIÓN.
Hay una propiedad básica de la conducta: no hay nada que sea lo contrario de conducta.
No hay “no conducta”. Es imposible no comportarse. Ahora bien, si se acepta que toda conducta en una
situación e interacción tiene un valor de mensaje, es decir, es comunicación, se deduce que por mucho que
uno lo intente, no puede dejar de comunicar. Actividad o inactividad, palabras o silencio, tienen siempre
valor de mensaje: influyen sobre los demás, quienes, a su vez, no pueden dejar de responder a tales
comunicaciones, y por ende, también comunican. Debe entenderse que la mera ausencia de palabras o de
atención mutua, no constituye una excepción a lo que acabamos de afirmar.
Tampoco podemos decir que la “comunicación” solo tiene lugar cuando es intencional, consciente o eficaz,
esto es, cuando se logra un entendimiento mutuo.
En síntesis, cabe postular un axioma de la pragmática comunicacional: “No es posible no comunicarse”.
También postulamos otro axioma: “Toda comunicación implica un compromiso, y por ende, define la
relación”. Esto significa decir que una comunicación no solo transmite información, sino que al mismo
tiempo impone conductas. La transmisión de información es el aspecto “referencial” de la comunicación. (El
contenido del mensaje). La relación entre los comunicantes, es el aspecto “conativo” de la comunicación.
Cuanto más espontánea y sana es una relación, más se pierde en el trasfondo, el aspecto de la comunicación
vinculado con la propia relación. Del mismo modo, las relaciones “enfermas” se caracterizan por una
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constante lucha acerca de la naturaleza de la relación, mientras que el aspecto de la comunicación vinculado
con el contenido se hace cada vez menos importante. El aspecto relacional de una comunicación, es lo que
llamamos “metacomunicación”. La capacidad para metacomunicarse en forma adecuada constituye, no
solo condición sine qua non de la comunicación eficaz, sino que también está íntimamente vinculada con el
complejo problema concerniente a la percepción del self y del otro.
Tenemos, entonces, un tercer axioma: “Toda comunicación tiene un aspecto de contenido y un aspecto
relacional, tal que el segundo clasifica al primero y es, por ende, una metacomunicación”.
Por otro lado, es indudable que en una secuencia prolongada de intercambio, las personas participantes,
generan una secuencia de modo que uno de ellos o el otro tiene iniciativa, predominio, dependencia, etc. Es
decir, establecen entre ellos patrones de intercambio, los que constituyen de hecho reglas de contingencia
con respecto al intercambio de “refuerzos” (entendiendo por refuerzo la capacidad que tiene la
comunicación producida por cada uno de los actores en una interacción, de generar patrones de respuesta
característicos y constantes, en el otro). Estos patrones de intercambio ocupan el lugar de la “verdadera
comunicación”, y producen habitualmente interacciones confrontativas, y no generativas. A menudo
resulta dificil creer que dos individuos puedan tener visiones tan dispares de muchos elementos de su
experiencia en común. Y, sin embargo, el problema radica fundamentalmente en su incapacidad para
metacomunicarse acerca de su respectiva manera de pautar su interacción. Dicha interacción es de una
naturaleza oscilatoria que puede continuar hasta el infinito, y está casi invariablemente acompañada por
acusaciones mutuas.
Definición del self y del otro.
El fenómeno del desacuerdo ofrece un buen marco de referencia para estudiar los trastornos de la
comunicación debidos a la confusión entre el contenido y la relación. El desacuerdo puede surgir en
cualquiera de los dos niveles. Por ejemplo, el desacuerdo con respecto al valor de verdad de la afirmación:
“El uranio tiene 92 electrones” aparentemente solo puede resolverse recurriendo a pruebas objetivas que
demostrarían no solo que el átomo de uranio tiene en efecto 92 electrones, sino que uno de los
antagonistas estaba en lo cierto, y el otro, equivocado. De estos dos resultados, el primero resuelve el
desacuerdo en el nivel del contenido, y el otro crea un problema de relación.
Evidentemente, para resolver este nuevo problema, los dos individuos no pueden seguir hablando sobre los
átomos sino que deben comenzar a hablar acerca de sí mismos y de su relación. Con tal fin deben lograr una
definición de su relación en términos de simetría o complementariedad. Por ejemplo: el que estaba
equivocado puede reconocer el mayor conocimiento del otro, o sentirse fastidiado ante su superioridad y
buscar revancha a fin de reestablecer la igualdad. O podría – negando toda lógica – tratar de ganar la
discusión afirmando que el número 92 debe ser un error de imprenta, o que tiene un amigo científico que
acaba de demostrar que el número de electrones es otro, etc. Supongamos ahora que la aseveración sobre
el uranio la hace un físico a otro. En este caso el tipo de interacción que surja será probablemente muy
distinta. En esta interacción es muy difícil que haya desacuerdo en el nivel del contenido, o en el valor de
verdad de la aseveración: de hecho esta no transmite información alguna ya que su contenido es conocido
por ambos participantes. Pero igualmente puede haber conflicto. Quien escucha puede reaccionar diciendo:
¿Creés que soy idiota; me estás tomando el pelo? Evidentemente, aquí el desacuerdo se plantea en el nivel
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relacional, en el campo metacomunicacional. Las personas no comunican nada acerca de hechos externos a
su relación, sino que proponen mutuamente definiciones de esa relación, y por implicación, de sí mismos.
Una de las personas hace una definición sobre sí misma, y la otra tiene “a mano” tres respuestas posibles:
a)
Confirmación.
En nuestra opinión, la confirmación que quien escucha hace respecto de la visión que quien habla tiene
de sí mismo, es probablemente el factor que más pesa en el desarrollo y la estabilidad mental. Sin este
efecto autoconfirmador, la comunicación humana no se habría desarrollado más allá de los muy
estrechos límites de los intercambios, indispensables para la protección y la supervivencia; no habría
motivos para comunicarse por la comunicación misma. Sin embargo la experiencia cotidiana demuestra
que gran parte de nuestras comunicaciones tienden precisamente a ese propósito. Parecía que,
completamente aparte del mero intercambio de información, el hombre tiene que comunicarse con los
otros a los fines de su autopercepción y percatación, y la verificación experimental de este supuesto
intuitivo se hace cada vez más convincente a partir de las investigaciones sobre la deprivación sensorial,
que demuestra que el hombre es incapaz de mantener su estabilidad emocional durante períodos
prolongados en que solo se comunica consigo mismo.
Como sostenía el existencialista Martín Buber:
“En la sociedad humana, en todos sus niveles, las personas se confirman unas a otras de modo práctico,
en mayor o menor medida, en sus cualidades y capacidades personales, y una sociedad puede
considerarse humana en la medida en que sus miembros se confirman entre sí. La base de la vida del
hombre con el hombre es doble: el deseo de todo hombre de ser confirmado por los hombres como lo
que es, e incluso como lo que puede llegar a ser y la capacidad innata del hombre para confirmar a sus
semejantes de esta manera. El hecho de que tal capacidad esté tan inconmensurablemente descuidada
constituye la verdadera debilidad y cuestionabilidad de la raza humana: la humanidad real solo existe
cuando esa capacidad se desarrolla.”
b) Rechazo.
La segunda respuesta posible frente a la definición que quien habla propone de sí mismo, consiste en
rechazarla. Sin embargo, por penoso que resulte el rechazo, supone por lo menos un reconocimiento
limitado de lo que se rechaza, y por ende no niega necesariamente la realidad de la imagen que quien
habla tiene de sí mismo. De hecho ciertas formas de rechazo pueden ser constructivas, porque a veces,
con la negativa que hacemos a aceptar la definición que alguien da de sí mismo y con la que puede
tratar de imponernos su propio “juego relacional”, evitamos entrar en círculos viciosos.
c)
Desconfirmación.
La tercera posibilidad es la más importante tanto desde el punto de vista pragmático, como desde el
psicopatológico. La desconfirmación es muy distinta del rechazo.
William James escribió: “No podría idearse un castigo más monstruoso, que soltar a un individuo en una
sociedad y hacer que pasara totalmente desapercibido para sus miembros.” No cabe mayor duda de
que tal situación llevaría a una pérdida de la “mismidad”, que no es otra cosa que una alienación. La
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desconfirmación ya no se refiere a la verdad o falsedad – si existen tales criterios – de la definición que
el emisor da de sí mismo, sino que niega la realidad del emisor como fuente de tal definición.
En otras palabras, mientras que el rechazo equivale al mensaje: “Usted está equivocado”; la
desconfirmación afirma “Usted no existe”. Para citar a Laing:
“El patrón familiar característico tipo que ha surgido del estudio de familias de esquizofrénicos, no incluye a hijos
sometidos a un descuido total o siquiera a un trauma evidente, sino a hijos cuya autenticidad, se ha visto sometida –
a menudo involuntariamente – a una mutilación sutil pero persistente, que se da cuando se desconectan los actos de
este de sus motivos, intenciones, y consecuencias; es decir, cuando la situación es despojada del sentido que tiene
para él, de modo de quedar totalmente confundido y alienado.”
Volviendo a la jerarquía de mensajes, vimos entonces, que la definición que quien habla hace de sí
mismo (“Así es como me veo”), puede tener tres respuestas posibles: confirmación, rechazo o
desconfirmación. Ahora bien, estas tres respuestas tienen un denominador común, ya que por medio de
ellas, quien escucha comunica: “Así es como te veo”.
Así en el discurso a nivel metacomunicacional, ocurre lo siguiente:
•
•
•
•
Emisor: “Así es como me veo.”
Receptor: “Así es como te veo.”
Emisor: “Así es como veo que tu me ves.”
Receptor: “Así es como veo que tu te ves, que yo te veo.”
Así, se produce una regresión infinita, que lleva a contextos comunicacionales que tienen
consecuencias pragmáticas muy específicas.
Impenetrabilidad.
Laing, Phillipson y Lee señalan que las teorías psicológicas siguen estando basadas en concepciones
egocéntricas y monádicas (Por ejemplo en el psicoanálisis se pone énfasis en el yo, superyó y ello, pero no
en el tú). Sin embargo en la realidad personal de la vida diaria, mi yo está las más de las veces enfrentado
por un Alter, y desde el punto de vista del Alter, mi yo es su Alter. Así, la visión que el otro tiene de mi es tan
importante como la visión que yo tengo de mi mismo, y las diferencias entre ambas visiones determinan
más que cualquier otro factor la naturaleza de nuestra relación, y por consiguiente mi sensación (y la de
otro) de ser entendidos y tener una identidad. La impenetrabilidad o complejidad que normalmente
plantean ciertas relaciones, proviene de que están construidas sobre juicios y creencias que cada uno tiene
sobre el otro, los que generan sentimientos concomitantes de desconfianza y confusión. Lo que hace que la
impenetrabilidad sea tan difícil de resolver es el hecho de que las relaciones no son realidades concretas,
sino experiencias subjetivas o construcciones hipotéticas. Esto significa que no son reales en el mismo
sentido en que lo son los objetos concretos de la percepción conjunta. Estos últimos están “ahí afuera”, y se
pueden señalar. Pero en las relaciones nosotros mismos estamos contenidos en ellas, solo somos partes de
un todo más amplio, cuya totalidad no podemos captar, tal como resulta imposible obtener una visión
completa del propio cuerpo, puesto que los ojos, como órganos de percepción, forman parte del cuerpo que
se desea percibir.
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Así, Ego y Alter se enfrentan uno al otro en creciente alienación, cuya naturaleza interpersonal está más allá
de la percepción individual, y cuyas consecuencias, por lo tanto se atribuyen al otro.
Problemas posicionales frente al proceso de comunicación.
Interesa destacar cuatro problemas comunes de la comunicación.
•
•
•
•
III)
a)
Cantidad y calidad de la información con que cuenta cada uno de los comunicantes. Los
problemas comunicacionales son seguros cuando por lo menos, uno de los comunicantes, no
cuenta con la misma cantidad y calidad de información que el otro, pero no lo sabe.
Selección de aspectos relevantes que cada comunicante realiza durante el proceso de
comunicación. Resulta gratuito suponer no solo que el otro cuenta con la misma información que
uno mismo, sino también que el otro debe sacar de dicha información idénticas conclusiones. Se
calcula que una persona recibe diez mil impresiones sensoriales por segundo (exterocepciones y
propiocepciones). Resulta evidente que se necesita efectuar un proceso drástico de selección para
impedir que los centros cerebrales superiores se vean inundados por información irrelevante. Pero,
la decisión en cuanto a qué es esencial y qué es irrelevante, varía de un individuo a otro, y parece
estar determinada por criterios, que en gran medida, quedan fuera de la conciencia. En la raíz de
los conflictos posicionales existe la convicción (no cuestionada) de que solo hay una realidad: El
mundo tal como yo lo veo; y que cualquier visión que difiera de la mía tiene que deberse a
irracionalidad o mala voluntad. Lo que se observa en todos los casos de comunicación patológica
es la constitución de círculos viciosos que no se pueden romper a menos que la comunicación
misma se convierta en el tema de la comunicación; en otras palabras, hasta que los comunicantes
estén en condiciones de metacomunicarse. Pero para ello tienen que colocarse afuera del círculo.
Circularidad de la Interacción. Normalmente frente a la comunicación conflictiva aparecen
discrepancias acerca de cuál es la causa, y cuál es el efecto; cuando en realidad ninguno de estos
conceptos resulta aplicable debido a la circularidad de la interacción.
Profecías Autocumplidas. Pueden entenderse como conductas que provocan en los demás
reacciones, frente a las cuales, tales conductas serían modos de reacción apropiados. Por ejemplo,
una persona que parte de la premisa “nadie me quiere”, se comporta con desconfianza, a la
defensiva, o con agresividad, ante lo cual es probable que los otros reaccionen con desagrado,
corroborando así su premisa original. En términos pragmáticos, la conducta interpersonal de ese
individuo muestra esa clase de redundancia que ejerce un efecto complementario sobre los demás,
forzándolos a asumir ciertas actitudes específicas. Lo que convierte a estas situaciones en un
problema, es que el individuo considera que él solo está reaccionando ante esas actitudes, y no que
las provoca.
COMUNICACIÓN PATOLÓGICA.
Interacción simétrica y complementaria.
Bateson, en sus estudios, describió un fenómeno al que llamó “cismogénesis” y lo definió como un
proceso de diferenciación en las normas de la conducta individual, resultante de la interacción
acumulativa entre los individuos.
Dice Bateson: “Cuando definimos nuestra disciplina en términos de las reacciones de un individuo frente a las de
otros individuos, resulta obvio que muchos sistemas de relación, sea entre individuos o grupos de individuos,
manifiestan una tendencia hacia el cambio progresivo.
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Por ejemplo, si una de las pautas de conducta considerada adecuada para la persona A, está
culturalmente concebida como pauta de autoridad, en tanto que se espera que B responda a ella con lo
que culturalmente se considera sometimiento, es probable que tal sometimiento promueva una nueva
conducta autoritaria, y que está última exija un nuevo sometimiento. Así, encontramos una situación
potencialmente progresiva, y a menos que otros factores intervengan, A debe necesariamente volverse
cada vez más autoritario, mientras que B se volverá cada vez más sometido. Los cambios progresivos de
este tipo son denominados “cismogénesis complementaria”.
Pero existe otro patrón de relaciones entre individuos o grupos de individuos que también contiene los
gérmenes del cambio progresivo. Por ejemplo, si la jactancia es el patrón cultural de conducta de una
persona, y la otra responde a esta con jactancia, puede desarrollarse una situación competitiva en que la
jactancia da lugar a más jactancia, y así sucesivamente. Este tipo de cambio progresivo, se denomina
“cismogénesis simétrica”.
Los dos patrones descriptos se denominan en la actualidad – simplemente interacción simétrica y
complementaria. En el primer caso, los participantes tienden a igualar especialmente su conducta
recíproca, y así su interacción puede considerarse simétrica. Sean debilidad o fuerza, bondad o maldad,
la igualdad puede mantenerse en cualquiera de esas áreas. En el segundo caso, la conducta de uno de
los participantes complementa la del otro y recibe el nombre de complementaria. Así pues la
interacción simétrica se caracteriza por la igualdad y por la diferencia mínima, mientras que la
interacción complementaria está basada en un máximo de diferencia.
En una relación complementaria hay dos posiciones distintas. Un participante ocupa una posición superior
o primaria, mientras que el otro ocupa la posición correspondiente inferior o secundaria (estos términos
son útiles en tanto no se los identifique con “bueno” o “malo”; “fuerte” o “débil”). Una relación
complementaria puede estar establecida por el contexto social o cultural. Lo importante es destacar el
mutuo encaje de la relación en que ambas conductas, disímiles pero interrelacionadas, tienden cada una a
favorecer a la otra. Ninguno de los participantes impone al otro una relación complementaria, sino que
cada uno de ellos se comporta de una manera que presupone la conducta del otro, al tiempo que ofrece
motivos para ella.
b)
Patologías potenciales en la interacción simétrica y complementaria.
Para evitar un malentendido, conviene destacar una vez más que la simetría y la complementariedad en la
comunicación no son, en sÍ mismas, “buenas” o “malas”, “normales” o “anormales”, etc. Son solo
categorías básicas en las que se puede dividir a todos los intercambios comunicacionales.En las elecciones
sanas, ambas deben estar presentes, aunque en alternancia mutua o actuando en distintas áreas. Eso
significa que cada patrón puede estabilizar al otro toda vez que se produce un desborde, y además, que es
necesario que los dos participantes se relacionen simétricamente en algunas áreas, y
complementariamente en otras.
b.1) Escalada simétrica.
En una relación simétrica existe siempre el peligro de la competencia. Esta tendencia explica la calidad de
escalada que caracteriza a la interacción simétrica, cuando esta pierde su estabilidad dando lugar a
disputas y luchas. Así, en los conflictos maritales resulta fácil observar de que manera los cónyuges
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atraviesan una pauta de escalada de frustración hasta que, eventualmente, se detienen de puro agotados,
física y emocionalmente, y mantienen una tregua inestable hasta que se recuperan lo suficiente para
iniciar el siguiente round. En una relación simétrica sana, cada participante puede aceptar la “mismidad”
del otro, lo cual lleva al respeto mutuo y a la confianza en ese respeto, e implica una confirmación realista
y recíproca del self. Cuando una relación simétrica se derrumba, por lo común observamos más bien el
rechazo, que la desconfirmación del self del otro.
b.2) Complementariedad rígida.
En las relaciones complementarias puede darse la misma confirmación recíproca, sana y positiva. Las
patologías de las relaciones complementarias, por otro lado, son muy distintas y en general equivalen a
desconfirmaciones antes que a rechazos del self del otro. Por lo tanto son más importantes desde un
punto de vista psicopatológico. Un problema característico de las relaciones complementarias surge
cuando P exige que X confirme una definición que P da de sí mismo, y que no concuerda con la forma en
que X ve a P. Ello coloca a X frente a un dilema: debe modificar su propia definición de sí mismo de tal
forma que complemente y así corrobore la de P, pues es inherente a la naturaleza de las relaciones
complementarias el que una definición del self solo pueda mantenerse si el otro participante desempeña
el rol específico complementario. Al fin de cuentas no puede haber una madre sin un hijo. Pero los
patrones de la relación madre – hijo se modifican con el tiempo. El mismo patrón que resulta biológica y
emocionalmente vital durante una fase temprana de la vida del niño, se convierte en un serio obstáculo
para su desarrollo ulterior, si no se permite que tenga lugar un cambio adecuado en la relación. Así, según
el contexto, el mismo patrón puede ser acabadamente confirmador del self en un momento, y
desconfirmador en una etapa posterior (o prematura) de la relación.
Cuando estas relaciones son patológicas se comprueba con frecuencia la existencia de sentimientos
cada vez más atemorizantes de extrañamiento y despersonalización, y también de abulia; de individuos
que son capaces de funcionar perfectamente individualmente, pero cambian dramáticamente cuando
se los observa en compañía de su “complemento”. Entonces se hace evidente la patología de la relación.
IV)
LA ORGANIZACIÓN DE LA INTERACCIÓN HUMANA.
En el análisis de la organización de la interacción resulta clave examinar el pautamiento de las
comunicaciones recurrentes, esto es, la estructura de los procesos de comunicación a lo largo del tiempo.
Así, el concepto de patrón en la comunicación representa repetición o redundancia de hechos. (Si todos los
hechos de una clase dada, ocurren al azar, no hay patrón).
La interacción es un sistema, en el cual la variable tiempo es vital para entender su orden e interrelación.
Usamos la palabra “sistema”, queriendo sugerir que lo componen:
Un conjunto de personas;
Un conjunto de atributos relativos a cada persona, y;
Las “relaciones” entre estas personas, que mantienen unido al sistema.
Por esto, lo importante no es el contenido de la comunicación per se, sino el aspecto relacional (conativo) de
la misma. Así los sistemas interaccionales serán dos o más comunicantes en el proceso de definir la
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naturaleza de su relación. Otro aspecto importante de la definición de un sistema es la definición de su
medio (el conjunto de todos los objetos cuyos atributos – al cambiar – afectan al sistema).
Además cada una de las partes del sistema está relacionada de tal modo, que un cambio en una de ellas,
provoca un cambio en todas las demás y en el sistema total. (No es un compuesto de elementos
independientes, sino un todo inseparable y coherente).
Por eso dijimos que las partes de un sistema no están relacionadas en forma unilateral, sino circularmente, y
que se retroalimentan. La naturaleza específica del proceso de retroalimentación es de interés mucho
mayor que el origen, y a menudo, que el resultado. En un sistema circular y automodificador, los
“resultados” (en el sentido de alteración del estado al cabo de un período de tiempo) no están
determinados tanto por las condiciones iniciales como por la naturaleza del proceso, o los parámetros del
sistema. Así, en el análisis del modo en que las personas se afectan unas a otras en su interacción, la génesis
o el producto son menos importantes que la organización de la interacción. Estamos ahora en condiciones
de considerar en forma más detallada los sistemas caracterizados por su estabilidad (sistemas de estado
constante).
Un sistema es estable si sus variables tienden a permanecer dentro de límites definidos. Los sistemas
estables que nos interesa analizar son las relaciones entre personas que son, 1) importantes para ambos
participantes, y 2) duraderas. (Por ejemplo: las relaciones de trabajo).
La pregunta que nos queremos hacer es:
¿Por qué existe una relación dada?, y sobre todo ¿Por qué y cómo perdura cuando es patológica e implica
sufrimiento?
Normalmente para responder se apela a la motivación, la satisfacción de necesidades, factores sociales,
culturales, u otros determinantes. Obviamente estas cuestiones son muy importantes, pero nos interesa
concentrarnos en las explicaciones interaccionales (más descriptivas que explicativas) (más en el cómo que
en el porqué). Hay factores identificables intrínsecos al proceso de la comunicación (aparte de la motivación
y el hábito) que sirven para vincular y perpetuar una relación. Tentativamente podríamos encuadrar a tales
factores dentro de la noción del “efecto limitador de la comunicación”, que señala que en una secuencia
comunicacional, todo intercambio de mensaje disminuye el número de movimientos siguientes posibles.
Los mensajes manifiestos intercambiados se vuelven parte del contexto interpersonal particular, y ejercen
limitaciones sobre la interacción posterior.
Se recordará que en toda comunicación los participantes se ofrecen entre sí definiciones de su relación, o
para decirlo de modo más riguroso, cada uno trata de determinar la naturaleza de la relación. Del mismo
modo, cada uno de ellos responde con su propia definición de la relación, que puede confirmar, rechazar, o
modificar la del otro. Tal proceso es importante, porque una relación estable no puede quedar fluctuante o
sin resolver. Si el proceso no se estabiliza habría que redefinir la relación con cada intercambio, lo que la
llevaría a la disolución. Las parejas alcanzan considerable economía al cabo de un tiempo, en relación a que
temas pueden discutirse y de qué manera. En consecuencia parecen haber excluido amplias áreas de
conducta de su repertorio interaccional, y nunca vuelven a discutirse sobre ellas. Jackson ha llamado “regla
de la relación” a esta estabilización, regla que puede aplicarse a la simetría o la complementariedad, a la
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impenetrabilidad interpersonal recíproca, etc. Se observa en esas circunstancias, una extrema limitación de
las conductas posibles. Por eso los grupos, las familias, etc., son sistemas gobernados por reglas.
El estado constante o la estabilidad se mantiene mediante mecanismos de retroalimentación negativa.
Todas las familias que permanecen unidas deben caracterizarse por cierto grado de retroalimentación
negativa, a fin de soportar las tensiones impuestas por el medio y por los miembros individuales. Las familias
perturbadas son particularmente refractarias al cambio y a menudo demuestran una notable capacidad para
mantener el statu – quo mediante una retroalimentación predominantemente negativa.
BIBLIOGRAFIA:
Bateson, Gregory: Culture Contact and Schismogenesis. Man, 35
Scheflen, Albert: Stream and Structure of Communicational Behavior. Behavioral Studies Monograph 1.
Eastern Pennsylvania Psychiatric Institute. 1965
Nagel, Ernst y Newman, James: Gödel’s Proof. New York University Press. 1958
Buber, Martin: Distance and Relation. Psychiatry 20. 1958
Laing, Ronald- Phillipson, H. y Lee, R.: Interpersonal Perception. Londres. Tavistock Publications. 1966
Jackson, Don: Interactional Psychotherapy. En Morris I. Stein, ed. Contemporary Psychotherapies. The Free
Press. 1962
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