Caminar - AXS Bolivia

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Caminar
Laura Valentina Saavedra López
Mi nombre no es importante. Soy sólo una persona normal. Nunca he tenido nada de qué
quejarme, nunca me había sorprendido de algo que la vida me haya podido dar…
Pero todo empezó cuando soñé con él.
Sentí su presencia en mi habitación… Desperté con pesar y fijé mi vista en esos ojos verde
esmeralda que me llamaban… La ventana estaba abierta y el viento soplaba pero yo no
sentía absolutamente nada.
No, no era Peter Pan ni ningún otro personaje ficticio que había venido a visitarme entre
sueños… No, tampoco había consumido alguna sustancia alucinógena antes de dormir. Era
solo él, parado al pie de mi cama, mirándome de frente y sosteniendo una invitación con la
mirada… ¿Qué quería? Que me fuera con él.
No sé como sucedió pero desde que lo soñé he podido comunicarme con él… No era mi
imaginación, pero al parecer y para todos yo tenía algo mal en la cabeza. No podía
explicarles lo que había vivido, No podía describirles con exactitud lo que había provocado
esa mirada en mí… Lo único que guardaba de esa ocasión era esa extraña invitación… No
estaba escrita ni membreteada, esa invitación se había ido grabando en mi piel luego de esa
noche…
Empezó con una flecha dibujada al final de mi mano… y se fue extendiendo como un
tatuaje alrededor de mi brazo… era invisible pero cada que yo quería verlo, me encontraba
con ese delicado mapa dibujado sobre mi piel, tatuado y grabado en lo más profundo de mi
sangre… Era el camino de mi destino, el que debía seguir para volver a internarme en la
mirada profunda de ese par de ojos verdes que habían capturado mi sueño desde entonces y
me habían hecho presa de un insomnio incontrolable que sólo me hacía desear y anhelar
salir y correr hacia donde estaba destinada a estar.
Sé que es muy difícil de explicar, sé incluso que todos pensarían que estaba loca, pero las
manifestaciones especiales que se daban lugar en mi vida me demostraban que no estaba
equivocada.
Entonces el día llegó… Mis padres salieron, no tenía nada pendiente. Tomé mi mochila y
emprendí mi camino.
No sabía hacia dónde ir… pero estaba en camino. Revisaba mi brazo, el fino tatuaje
invisible a los ojos de los demás que me guiaba brillaba cada vez que tomaba la dirección
correcta.
Oh, sí, debo estar loca al emprender un viaje así sólo porque se me ocurrió. Caminé sin
rumbo… atravesé jardines, plazas, hogares de muchas personas que ni siquiera sabían quién
era. Traía una gran sonrisa en mi rostro, se sentía tan bien ser la única persona que
distorsionaba el aparente paisaje normal. Nadie más sonreía… sólo yo, y miraban casi con
ira mi sonrisa… Porque ellos no entendían que había tantos motivos para sonreír.
El camino empezó a volverse más empinado… Muchísimo más empinado, no había agua
alrededor, y el sol me desafiaba… Me observaba con ojos de fuego y me calentaba,
desgastando mis energías para que deje de caminar y me rinda ante el camino.
—¡NO!
Le grité al sol y continué mi camino… Mis rodillas se dejaban vencer y parecería que
caería en cualquier momento y debería continuar mi camino arrastrándome…
Pero él no me dejaría caer tan pronto, el no dejaría que los obstáculos me impidan llegar al
fin de mi camino.
No sabría decir si han pasado días, semanas, meses o años… Yo sóo caminaba… una brisa
fresca me acompañaba y el sol ahora era mi aliado… Porque no hay nada en este mundo
que me pueda dominar y que me impida llegar adonde quiero llegar. Aún caminaba… todo
parecía estar a mi favor, bastaba con desearlo… Pero algo cambiaba… Yo ya no podía
seguir caminando sin saber que me esperaba una gran recompensa al final del camino. No
sabía ni siquiera si esta larga caminata llevaría a mi muerte o a mi gloria. No lo sabía… Y
mi corazón empezó a traicionarme.
El viento me empujaba a que siga mi camino, el sol era cálido y reconfortante como si con
esos mismos ojos de fuego tratara de convencerme de seguir, pero era yo ahora el error. Era
yo quien ahora no quería seguir el viaje.
¿Qué sucedía? ¿Por qué me detenía? Él me esperaba, ¿verdad?
Entonces caminaba soñando… Soñaba caminando… Que este camino se haría largo, que el
camino sería inalcanzable, que me sentía perder y ya ni el sol, ni la luna ni el viento podían
levantarme. No. Me había alejado demasiado… Sólo veía arena y cactus.
Un desierto moderadamente acompañado de una soledad amarga que me presionaba más
que el sol, el viento y la luna a regresar a mi hogar.
Entonces me tendí en el suelo, me puse a pensar. Las nubes dibujaban mi camino, cerré los
ojos para no verlas y me dejé morir en el desierto.
Llegué a ese lugar, donde él me esperaba, con sus ojos verdes cautivantes. Me miraba con
decepción, desaprobaba mi actitud y yo no podía hacer nada más que reclamar.
Preguntarle por qué me mandaba una tarea tan difícil si yo no la sabía cumplir.
Era fácil. El camino estaba sobre mi piel, sobre mi origen… Jamás debí partir. Porque aquí
es donde pertenezco. Y aquí es donde el me quiere… Donde esos ojos verde esperanza
nunca dejarán de brillar.
Entonces desperté.
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