CELEBRACIÓN DEL AMOR Y DE LA MISERICORDIA DE DIOS Monición de Entrada. Vamos a celebrar el Sacramento de la Reconciliación. Es el encuentro de la misericordia entrañable de Dios con el hombre pecador. Dios nos ama y acoge nuestro arrepentimiento, nos abre sus brazos y nos ofrece su perdón. Nosotros, sintiéndonos amados, debemos reproducir sus gestos de amor y misericordia con quienes más necesitados están de ellos: los pobres, los pecadores, los que sufren, los que se acercan a nosotros con la esperanza de una vida nueva y digna. Canto penitencial. “Gracias quiero darte por amarme”. Oración Padre, nos presentamos confiadamente ante tu amor y tu perdón. Tú nos sondeas y nos conoces, conoces nuestro desánimo, nuestro cansancio. Nos reconocemos pecadores ante ti. No nos reproches la culpa que nos oprime, y de la que venimos arrepentidos. Míranos con ojos de misericordia. Enciende tu luz en nuestra oscuridad con el resplandor de la mañana de Pascua, hacia la que caminamos siguiendo los pasos de tu Hijo Jesucristo. Amén. Ambientación de la Palabra. Vamos a escuchar unos textos que pueden abrir nuestra vida a un sincero arrepentimiento. El profeta Isaías nos recordará cuál es el ayuno que Dios quiere. El Salmo 138 es una oración muy hermosa: “Señor, tú me sondeas y me conoces”. Y el evangelio pondrá en boca de Jesús cómo Dios perdona a quien se humilla ante Él y se reconoce pecador. Dejemos que la palabra caiga sobre nosotros como lluvia que empapa y fecunda la tierra. Lecturas: Isaías 58, 1-10: El ayuno que yo quiero” Esto dice el Señor Dios: ¿Para qué ayunar, si no haces caso, si tú no te fijas? Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés, ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza? ¿A eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor? El ayuno que yo quiero es éste, dice el Señor: Abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. Entonces nacerá una luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamará al Señor y te responderá; gritarás y te dirá: Aquí estoy. Porque yo, el Señor tu Dios, soy misericordioso. Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. Salmo 138: “Señor, tú me sondeas y me conoces”. Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro. Señor, sondéame y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno. Lucas 18, 9-14: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.” El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.” Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. HOMILÍA En esta Celebración comunitaria de la Penitencia, hemos escuchado un texto cuyo sentido explica su primer versículo: “Dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás”. Se dirige Jesús a quienes se tienen o nos tenemos por justos, ponemos la seguridad en nosotros mismos y en el cumplimiento legal de nuestras obligaciones religiosas. Y desde esa “seguridad” nos atrevemos a juzgar y condenar a los demás. En contraste con quienes así piensan, Jesús justifica a quien se siente humilde y pecador ante Dios y espera todo de su compasión: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Dios toma opción a favor del humilde y le perdona. Dios acoge y acogerá siempre a quien humildemente y sin vacilación confía en él, en su amor y misericordia. Debemos orientar nuestra conversión en la línea que nos señala hoy Jesús y que los evangelios recogen en otros muchos pasajes: “Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Dios es gracia y misericordia. Así es Dios. Y debemos dejar que Dios sea Dios. Abiertos así confiadamente al amor de Dios y a su gracia, y agradecidos por su perdón, nuestro esfuerzo debiera orientarse hacia el cumplimiento gozoso de su voluntad Dios y a la construcción de su Reino, de su proyecto, como hizo Jesús. El grito del pobre y la escucha de Dios forman un dúo inseparable y constante a lo largo de la Historia de la Salvación, desde el Éxodo hasta nuestros días: “He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos”. Así se expresa también el texto de Isaías que acabamos de proclamar: “Que vuestro ayuno no sea una práctica vacía. Liberad a los oprimidos. Partid vuestro pan con el hambriento. Hospedad a los sin techo. No cierres tu corazón a los que son de tu propia carne. Entonces gritarás al Señor y Él te responderá: aquí estoy; porque yo, el Señor tu Dios, soy misericordioso”. Entonces nacerá para nosotros y para el mundo una luz como la aurora, y nuestra conversión a Dios, que ahora estamos celebrando, será sincera y dará frutos de hombres y mujeres nuevos. EXAMEN DE CONCIENCIA. Pongamos confiadamente la cuenta de nuestras vidas y nuestros pecados, como el publicano de la parábola, en el amor gratuito y misericordioso de Dios. Comprendamos que Dios no castiga. Que nos ama con entrañas de madre, que no hay pecado que no pueda perdonar, que nunca llegaremos a comprender todo lo bueno que es Dios, y que todo lo que podemos hacer ante este misterio inefable de amor es decir: “Tú, Señor, me sondeas y me conoces. Mira si mi camino se desvía, y guíame por el camino eterno”. ¿Son mis amores primeros Dios y el prójimo? ¿Les amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi ser? ¿Me tengo por justo, y desprecio a los demás? ¿Creo que me salvo por mis obras o por la misericordia de Dios? ¿Parto mi pan con el hambriento, hospedo a los pobres sin techo, visto al desnudo? ¿Estoy cerrado al prójimo necesitado? ¿Me siento agradecido a Dios que me ama y me perdona? ¿Soy signo y sacramento de la misericordia de Dios hacia los pecadores? ¿Trabajo por eliminar los grandes pecados de la humanidad, el hambre en el mundo, la injusticia en las relaciones humanas, la guerra, la idolatría del dinero, el desprecio a la vida? ¿Rezo por la Iglesia y por los pecados de sus miembros, entre los cuales estoy yo? Canto de meditación. “Al atardecer de la vida me examinarán del amor” Rito de Reconciliación. Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo, y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, nos conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Confesión de los pecados y Absolución. “¡OH DIOS!, TEN COMPASIÓN DE ESTE PECADOR”. Y YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO. Amén. Padre Nuestro. Oración final. Señor, sólo hay una manera de presentarse ante ti: humildes y confiados. Te pedimos que tu Iglesia y cuantos la formamos desterremos todo gesto de condena y menosprecio. Que vivamos agradecidos la salvación que tú nos das gratuitamente, y gratis la ofrezcamos a los demás. Que sepamos escuchar los lamentos de los pobres y trabajemos en la construcción de un mundo más justo y fraterno. Padre, sabemos que tú escuchas nuestras peticiones. Ayúdanos, con tu fuerza y tu presencia, a ser humildes y sencillos, y a construir el mundo que tú deseas para tus hijos e hijas. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. Canto de Acción de Gracias. “Hoy, Señor, te damos gracias”. Despedida. Hermanas y hermanos: Dios nos ha liberado del peso de nuestras culpas, .que nos hacía difícil la entrega a Dios y a los hermanos. Somos hombres y mujeres nuevos y queremos construir un mundo nuevo, reconciliado. El amor y la misericordia de Dios han descendido sobre nosotros. Que sepamos llevar a nuestro mundo todo lo que aquí hemos celebrado. ¡Feliz Pascua de Resurrección a quienes estáis siguiendo lo pasos de Cristo hasta la Cruz!