Escudo negro y letras amarillas

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E
Al Dr. Julio Aray
*
Escudo negro
y letras amarillas
J. Félix Gayubo
El psicoanalista con su atención flotante trataba de atrapar
algún hilo suelto en la madeja de asociaciones que devanaba
su paciente. En el austero consultorio, sagrado como un templo, el adolescente hablaba con tono melancólico, a veces belicoso, quejándose de ser un desgraciado portador del virus del
Sida. Por momentos lo embravecía su destino inmisericordioso,
O se revolvía contra sí mismo lamentando su estúpida falta de
prevención. Renegaba como si a él no debiera haberle ocurrido
nada malo, de tan piola como se creía en cosas de la vida.
¿Cómo le pudo pasar a él, justo a él que se las sabe todas? Los
silencios tensos, cargados de rencor, se indignaban en su boca.
Verano. Tiempo de lluvias. En el caldo de la tarde húmeda,
tórrida, se repetía la invasión anual de las hordas que asolaban la ciudad desde los pantanos. Llegaban los mosquitos. Por
rara casualidad, mientras el paciente portador del temible virus
HIV sudaba con sus asociaciones, un sagaz mosquito se coló
en la intimidad del consultorio y, enloquecedor, inauguró una
siniestra danza zumbando sobre las cabezas de la pareja terapéutica.
Otro silencio. Distinto. Esta vez era el psicoanalista quien estaba molesto; empezaba a turbarse y a seguir como un radar
las evoluciones del nuevo misil. "Ya sé que la picadura del mosquito no contagia el Sida, lo dicen a diario mis colegas infec* Cuento leído el 18 de octubre, en la "Maratón de Cuentos", organizada por la
Mutualidad Psicoanalítica Argentina.
J.
FÉLIX GAYUBO
tólogos. La televisión y la radio nos saturan repitiendo lo mismo: ni la picadura del mosquito ni el mate ... ¿Será verdad?
¿Quién me lo asegura? Aquí los dos tan solos y este intruso ...
¿Por qué tiemblo si no es más que un insignificante mosquito?"
-¿Qué me dice, doc? Tenemos visita ...
El hierático doctor seguía ansioso, vigilando el zumbido zumbón y la espiral de las piruetas del verdugo. Malhumorado, no
pudo impedir que se le escapara un "[carajo!" Al paciente le
resultó divertido el exabrupto, le abría un mundo de ocurrentes asociaciones.
-Yo lo lamento -dijo jugando con la ansiedad que adivinaba
en el doctor-, pero sería bárbaro que ese desgraciado hiciera
un puente entre mi sangre podrida y la suya virgen. Como
usted dice, una verdadera comunicación de inconsciente a inconsciente. Sería para publicarlo, ¿no, doc?
El indefenso psicoanalista ya no las tenía todas consigo,
estaba al borde del knock out. En el fondo, esperaba que le tirasen la toalla. Un sudor frío le asustaba la frente y una palidez
de papel lo defendía, como si en heroica retirada hubiera vaciado de sangre toda la inocente superficie corporal.
-¿Qué piensa, doc? ¡Qué quilombo!, ¿no?
La voz del terapeuta se sacudió el tartamudeo y la afonía
para salir a escena. Carraspeó. Quería ocultar ese temblor indeseable que lo torturaba. Quería decir algo para no ahogarse
sin grito, sin voz, como en los momentos críticos de las pesadillas. Temía la parálisis: no poder escapar del consultorio. "No
seas tonto", se decía sin convicción. Cada vez se sentía más tonto, más burlado por la inseguridad, por la indefensión. Miró
su reloj con avidez. La angustiosa espera del último minuto tan
largo, tan lerdo; un minuto que no pasaba nunca lo sorprendió
deseando que el mosquito no tuviera tiempo de posarse sobre
su paciente.
Se posó y lo picó.
Un agudo "hijo de puta" lanzado por el muchachón, acompañaba desde el diván al frustrado manotazo. De nuevo el zumbido tenebroso, recargado ahora con la temida gota de veneno, enrarecía el aire del consultorio.
Le tocaba al médico cerrar el puente mortal. Era el forzoso
destinatario de la picadura que le amargaría los desdichados
años de portador ... ¿Y después? Miró de soslayo el envase de
RAID, allí sobre la mesita, y se puso colorado. Trataba de do342
REVISTA
DE PSICOANÁLISIS
minar la angustia boqueando como un pez fuera del agua, con
un contenido deseo de soplar un ciclón sobre el vuelo del monstrua ... y de huir. Pero no podía hacer semejante papelón. Era
el psicoanalista, el doctor, el supuesto amo y señor de los
miedos.
Antes de entrar en pánico miró una vez más, con amor, el
envase de RAID que, tentándolo, le coqueteaba casi al alcance
de su mano: fondo azul, escudo negro y letras amarillas.
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muertos. El gas de este aerosol no afecta la capa de ozono.
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