El único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Él ha enviado

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El único Dios verdadero,
y a Jesucristo, a quien Él
ha enviado
Élder Jeffrey R. Holland
Del Quórum de los Doce Apóstoles
Declaramos que las Escrituras no dejan ninguna duda de que el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son personas distintas, tres
seres divinos.
Tal como observó el élder Ballard en esta
sesión, varios asuntos que van en contra
de la opinión general actual han atraído
mayor atención a La Iglesia de Jesucristo
de los Santos de los Últimos Días. El
Señor dijo a los de la antigüedad que esta
obra de los últimos días sería “un prodigio
grande y espantoso”1, y lo es. Pero aun
cuando invitamos a todos a examinar más
detenidamente el prodigio de todo ello,
hay algo de lo que no quisiéramos que
nadie se espantara o dudara: de si somos o no “cristianos”.
Por lo general, cualquier controversia que ha surgido sobre ese
asunto, se ha centrado en dos puntos de doctrina: nuestro punto
de vista de la Trinidad y nuestra creencia en el principio de la
revelación continua, que conduce a un canon de Escrituras
abierto. Al tratar este asunto, no es necesario que contendamos
para defender nuestra fe, pero no queremos que se nos
malinterprete. De modo que a fin de aumentar el entendimiento y
declarar sin lugar a dudas nuestro cristianismo, hoy hablaré en
cuanto al primero de esos dos asuntos de doctrina que he
mencionado.
El primero y más importante artículo de fe de La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es: “Nosotros
creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el
Espíritu Santo”2. Creemos que esas tres personas divinas que
constituyen una sola Trinidad están unidas en propósito, en su
modo de ser, en testimonio, en misión. Creemos que poseen el
mismo sentido divino de misericordia y amor, justicia y gracia,
paciencia, perdón y redención. Creo que es acertado decir que
creemos que son uno en todo aspecto significativo y eterno que
se podría imaginar, excepto en que son tres personas
combinadas en una sustancia, concepto trinitario que nunca se
expuso en las Escrituras porque no es verdadero.
De hecho, nada menos que el prestigioso diccionario Harper’s
Bible Dictionary hace constar que “la doctrina formal de la
Trinidad, según la definieron los grandes consejos eclesiásticos
de los siglos cuarto y quinto, no se encuentra en ninguna parte
del [Nuevo Testamento]”3.
De modo que cualquier crítica de que La Iglesia de Jesucristo de
los Santos de los Últimos Días no comparte el actual punto de
vista cristiano en cuanto a Dios, Jesús y el Espíritu Santo, no es
un comentario que tiene que ver con nuestra dedicación a Cristo,
sino que más bien es un reconocimiento (exacto, diría yo), de
que nuestra opinión de la Trinidad no es compatible con la
historia cristiana posterior al Nuevo Testamento, sino que vuelve
a la doctrina que Jesús mismo enseñó. Ahora bien, tal vez sea
de provecho hacer un comentario sobre esa historia posterior al
Nuevo Testamento.
En el año 325 d. de C., el emperador romano Constantino
convocó el Concilio de Nicea para tratar —entre otras cosas— el
asunto que se hacía cada vez mayor sobre la supuesta “trinidad
en la unidad” de Dios. Lo que resultó de los argumentos
contenciosos de clérigos, filósofos y dignatarios eclesiásticos se
llegó a conocer (después de otros 125 años y tres grandes
consejos más)4 como el Credo de Nicea, con redacciones
posteriores como el Credo de Atanasio. Estas diversas
evoluciones y versiones de credos —y otras que se han creado a
lo largo de los siglos— declaraban que Padre, Hijo y Espíritu
Santo eran abstractos, absolutos, trascendentes, inmanentes,
consustanciales, coeternos, incomprensibles, sin cuerpo, partes
ni pasiones, que moran fuera del tiempo y el espacio. En esos
credos, los tres miembros son personas distintas, pero
constituyen un solo ser, lo que suele considerarse como el
“misterio de la trinidad”. Son tres personas distintas, sin
embargo, no son tres Dioses, sino uno. Las tres personas son
incomprensibles, es decir, es un Dios que es incomprensible.
Estamos de acuerdo con nuestros críticos en por lo menos ese
punto: de que ese concepto de la divinidad es en verdad
incomprensible. Con la confusa definición de Dios que se le
impone a la iglesia, con razón un monje del siglo cuarto exclamó:
“¡Ay de mí! Me han quitado a mi Dios… y no sé a quién adorar o
a quién dirigirme”5. ¿Cómo habremos de confiar, amar y adorar,
e incluso tratar de emular a un Ser que es incomprensible e
impenetrable? ¿Cómo habremos de entender la oración de
Jesús a Su Padre Celestial de que “esta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien
has enviado”?6.
Nuestra intención no es degradar las creencias de ninguna
persona ni la doctrina de ninguna religión. Extendemos a todos el
mismo respeto por su doctrina que pedimos para la nuestra. (Ése
también es un artículo de nuestra fe.) Pero si una persona dice
que no somos cristianos porque no tenemos un concepto del
cuarto o quinto siglo con respecto a la Trinidad, ¿entonces qué
sería de aquellos primeros santos cristianos, muchos de los
cuales fueron testigos oculares del Cristo viviente, que tampoco
tenían ese punto de vista?7
Declaramos que las Escrituras no dejan ninguna duda de que el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son personas distintas, tres
seres divinos, teniendo como claros ejemplos de ello la gran
Oración Intercesora del Salvador que se acaba de mencionar, Su
bautismo de manos de Juan, la experiencia en el Monte de la
Transfiguración, y el martirio de Esteban, siendo éstos sólo
cuatro ejemplos.
Con estas fuentes del Nuevo Testamento y otras8 que resuenan
en nuestros oídos, tal vez sería innecesario preguntar qué quiso
decir Jesús cuando dijo: “No puede el Hijo hacer nada por sí
mismo, sino lo que ve hacer al Padre”9. En otra ocasión dijo:
“…he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me envió”10. De los que se oponían a Él, dijo:
“…han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre”11. Está también
la respetuosa sumisión a Su Padre, por lo que Jesús dijo: “¿Por
qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios” 12.
“…el Padre mayor es que yo”13.
¿A quién suplicaba Jesús con tanto fervor todos esos años,
incluso en los ruegos de agonía tales como “Padre mío, si es
posible, pase de mí esta copa”14, y “Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?”?15 El reconocer la evidencia de las
Escrituras de que los miembros perfectamente unidos de la
Trinidad sean, sin embargo, seres separados y distintos, no
quiere decir que seamos culpables de adorar a muchos dioses;
más bien, es parte de la gran revelación que Jesús vino a traer
en cuanto a la naturaleza de los seres divinos. Quizás el apóstol
Pablo lo expresó mejor: “Cristo Jesús… siendo en forma de Dios,
no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”16.
confirmación. Que mediante el Santo Espíritu de la Verdad todos
lleguemos a conocer al “único Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien [Él ha] enviado”20. Que después vivamos Sus enseñanzas
y seamos verdaderos cristianos de hecho, así como de palabra,
ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
Notas
Otra razón por la que algunas personas excluyen a La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días de la categoría de
religión cristiana es porque creemos, tal como lo hicieron los
antiguos profetas y apóstoles, en un Dios que tiene un cuerpo
físico, pero glorificado17. A los que critican esta creencia basada
en las Escrituras, les pregunto, a modo de hincapié: Si la idea de
un Dios que tiene un cuerpo es aborrecible, ¿por qué las
doctrinas básicas y las características singulares y más
distintivas de todo el Cristianismo son la Encarnación, la
Expiación y la Resurrección física del Señor Jesucristo? Si Dios
no sólo no necesita ni desea un cuerpo, ¿por qué el Redentor de
la humanidad redimió Su cuerpo, redimiéndolo de las garras de
la muerte y de la tumba, garantizando de ese modo que nunca
más volvería a separarse de Su espíritu en esta vida y la
eternidad?18. Cualquiera que rechace el concepto de un Dios con
un cuerpo, rechaza al Cristo viviente y al resucitado. Nadie que
afirme ser un verdadero cristiano querrá hacer eso.
Ahora bien, a todo aquel que me escuche y que se haya
preguntado si somos cristianos, le expreso este testimonio.
Testifico que Jesucristo es el Hijo literal y viviente de nuestro
Dios literal y viviente. Este Jesús es nuestro Salvador y
Redentor, quien, bajo la guía del Padre, fue el Creador de los
cielos y la tierra y de todas las cosas que en ellos hay. Testifico
que nació de una madre virgen, que a lo largo de Su vida efectuó
grandes milagros, siendo testigos de ello muchos de Sus
discípulos, así como Sus enemigos. Testifico que Él tuvo poder
sobre la muerte porque era divino, pero que estuvo dispuesto a
someterse a la muerte por nosotros, porque por un tiempo
también Él fue mortal. Declaro que al someterse voluntariamente
a la muerte, tomó sobre Sí los pecados del mundo, pagando un
precio infinito por cada dolor y enfermedad, cada pena y
desdicha desde Adán hasta el fin del mundo. Al hacerlo,
conquistó la tumba físicamente, así como el infierno
espiritualmente, y liberó a la familia humana. Testifico que
literalmente fue resucitado de la tumba y que, después de
ascender a Su Padre para terminar el proceso de esa
Resurrección, apareció en varias ocasiones a cientos de
discípulos en el Viejo y el Nuevo Mundo. Sé que Él es el Santo
de Israel, el Mesías que un día volverá en su gloria final, para
reinar en la tierra como Señor de señores y Rey de reyes. Sé
que no hay ningún nombre dado debajo del cielo por el cual el
hombre pueda salvarse, y que sólo al confiar íntegramente en
Sus méritos, misericordia y gracia eterna19 podemos alcanzar la
vida eterna.
Mi testimonio adicional en cuanto a esta gloriosa doctrina es que,
en preparación para Su reinado milenario de los últimos días,
Jesús ya ha venido, más de una vez, con un cuerpo físico de
gloria majestuosa. En la primavera de 1820, un jovencito de
catorce años, confundido por tantas de esas mismas doctrinas
que aún siguen confundiendo a muchos seguidores del
cristianismo, fue a una arboleda a orar. En respuesta a esa
sincera oración, pronunciada a una edad tan temprana, el Padre
y el Hijo aparecieron a este joven profeta José Smith como seres
con cuerpos físicos glorificados. Ese día marcó el comienzo del
regreso del verdadero evangelio del Nuevo Testamento del
Señor Jesucristo y la restauración de otras verdades proféticas
que se han enseñado desde Adán hasta el día de hoy.
1. Isaías 29:14.
2. Los Artículos de Fe 1:1.
3. P. Achtemeier, ed., 1985, pág. 1099; cursiva agregada.
4. Constantinopla, 381 d. de C.; Éfeso, 431 d. de C.; Calcedón,
451 d. de C.
5. Citado en Owen Chadwick, Western Asceticism, 1958, pág.
235.
6. Juan 17:3; cursiva agregada.
7. Para un análisis cabal de este tema, véase Stephen E.
Robinson, Are Mormons Christian?, págs. 71–89; véase también
Robert Millet, Getting at the Truth, 2004, págs. 106–122.
8. Véase por ejemplo, Juan 12:27–30; Juan 14:26; Romanos
8:34; Hebreos 1:1–3.
9. Juan 5:19; véase también Juan 14:10.
10. Juan 6:38.
11. Juan 15:24.
12. Mateo 19:17.
13. Juan 14:28.
14. Mateo 26:39.
15. Mateo 27:46.
16. Filipenses 2:5–6.
17. Véase David L. Paulsen, Early Christian Belief in a Corporeal
Deity: Origen and Augustine as Reluctant Witnesses, Harvard
Theological Review, Tomo 83, nº 2, 1990, págs. 105–116; David
L. Paulsen, The Doctrine of Divine Embodiment: Restoration,
Judeo-Christian, and Philosophical Perspectives, BYU Studies,
Tomo 35, no. 4, 1996, págs. 7–94; James L. Kugel, The God of
Old: Inside the Lost World of the Bible, 2003, págs. xi–xii, 5–6,
104–106, 134–135; Clark Pinnock, Most Moved Mover: A
Theology of God’s Openness, 2001, págs. 33–34.
18. Véase Romanos 6:9; Alma 11:45.
19. Véase 1 Nefi 10:6; 2 Nefi 2:8; 31:19; Moroni 6:4; Traducción
de José Smith, Romanos 3:24.
20. Juan 17:3.
Declaro que mi testimonio de estas cosas es verdadero y que los
cielos están abiertos a todos aquellos que busquen esa misma
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