Tema 9: Tiempos de confrontación en España (1902

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Tema 9: Tiempos de confrontación en España (1902-1939)
El declive del turno dinástico, crisis de la Restauración y dictadura
De la Monarquía a la República
El estallido de la Guerra Civil (1936-1939)
El declive del turno dinástico, crisis de la Restauración y dictadura
La mayoría de edad de Alfonso XIII se inició con una fuerte crisis provocada por el desastre del
98 que llevó a los partidos dinásticos (conservadores y liberales) a iniciar un programa de
reformas para regenerar la vida política española.
Mientras los partidos del turno dinástico iban perdiendo influencia, la oposición se fortalecía: el
republicanismo, los grupos nacionalistas, el socialismo y los anarquistas.
En 1909 se produjo un deterioro de la vida política con motivo del levantamiento popular de
Barcelona, conocido como la Semana Trágica. La chispa que inició la revuelta fue la oposición al
reclutamiento de soldados para la Guerra de Marruecos. El levantamiento fue aplastado por el
ejército y la represión resultó desproporcionada.
El descontento social estalló en 1917, cuando la coyuntura económica creada en España por la
Primera Guerra Mundial originó un amplio movimiento de protesta.
La inestabilidad política estuvo acompañada de una fuerte conflictividad social. Los sindicatos
aumentaron su afiliación: CNT y UGT
Los sindicatos y los grupos políticos de izquierda radicalizaron sus posiciones e impulsaron
movilizaciones obreras. Así, en el campo andaluz los jornaleros ocuparon y repartieron tierras, y
sus huelgas llegaron a paralizar las cosechas.
Pero, fue sobre todo entre los trabajadores industriales, especialmente en Barcelona y su área
industrial, donde la lucha obrera tuvo un carácter más intenso.
Ante esta situación, el gobierno y la patronal endurecieron su actitud, y se entró en un grave
proceso de violencia social.
En 1921, en Annual (Protectorado del Rif), el ejército español sufrió una estrepitosa derrota, con
numerosas bajas en el ejército. Ante el desastre, la oposición de izquierdas pidió una
investigación sobre las responsabilidades de la derrota. Para frenar la presentación a las Cortes
del informe, que acusaba a mandos militares, e incluso involucraba al monarca, ciertos sectores
del ejército propiciaron un golpe de Estado para hacerse con el poder.
En 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, con el consentimiento de
Alfonso XIII y el apoyo de las organizaciones patronales y de los grupos políticos conservadores,
protagonizó un golpe de Estado que dio paso a una dictadura militar inspirada en el fascismo
italiano.
El nuevo régimen suspendió la Constitución, disolvió el Parlamento y prohibió los partidos
políticos y los sindicatos y estableció una rígida censura de prensa.
La dictadura militar consiguió mantenerse en el poder gracias a una buena situación económica,
debida a la coyuntura internacional favorable y al fin del conflicto marroquí (desembarco de
Alhucemas, 1925). Pero, desde 1929, las repercusiones de la crisis económica internacional se
empezaron a notar y el clima de oposición a la dictadura aumentó considerablemente.
Falto de apoyos, el dictador dimitió en 1930. Entonces, Alfonso XIII nombró jefe de gobierno al
general Berenguer, que debía preparar unas elecciones y retornar a la legalidad constitucional.
De la Monarquía a la República
Las elecciones municipales fueron convocadas el 12 de abril de 1931, y se presentaron como un
plebiscito entre monarquía y república. Entonces, la oposición al régimen monárquico
(republicanos, socialistas y nacionalistas de izquierdas) constituyó una coalición para
presentarse unida a las elecciones, mientras los partidos monárquicos se presentaban divididos.
El resultado evidenció un rechazo a la Monarquía y un deseo de cambio político. Miles de
ciudadanos salieron a las calles de forma espontánea, para demandar la proclamación de la
República. Ante esta nueva situación, el rey Alfonso XIII suspendió la potestad real y abandonó
el país hacia el exilio. El 14 de abril de 1931 se proclamó la República en medio del entusiasmo
popular.
En Junio de 1931 se convocaron elecciones a Cortes Constituyentes, que dieron la mayoría a la
coalición republicano-socialista. La primera gran tarea de las nuevas Cortes fue elaborar una
Constitución, que fue aprobada en diciembre de ese mismo año.
La Constitución reconocía el sufragio universal masculino y femenino y proclamaba la
aconfesionalidad del Estado, aunque se respetaban todos los cultos y creencias. Presentaba una
declaración de derechos individuales y establecía amplias libertades. Reconocía el derecho a la
propiedad privada, pero se facultaba al gobierno para expropiar bienes considerados de utilidad
pública.
Una vez aprobada la Constitución, Niceto Alcalá Zamora fue elegido presidente de la República,
mientras Manuel Azaña presidía el gobierno formado por republicanos, socialistas y
nacionalistas.
El nuevo gobierno emprendió durante dos años, la tarea de reformar el país en un sentido
democrático, laico y descentralizado. Se pretendía dar solución a algunos de los graves
problemas pendientes desde el siglo anterior, con el objetivo de modernizar la economía y la
sociedad española.
Este reformismo republicano tuvo que hacer frente a la oposición de los grandes propietarios
agrarios (se expropiaron las grandes fincas que no se cultivaban y se permitió distribuirlas entre
los campesinos sin tierras), la jerarquía de la Iglesia católica (se separó la Iglesia del Estado, se
abolió el presupuesto de culto, se prohibió la enseñanza a las órdenes religiosas; también se
introdujo el matrimonio civil y se elaboró una ley de divorcio), una parte del ejército y amplios
sectores de las clases altas y medias. Estos grupos veían amenazadas sus propiedades, y el
poder que desde siglos venían ejerciendo en la vida española.
La lentitud de algunas reformas, especialmente la reforma agraria, exacerbó los ánimos de
algunos jornaleros y obreros, que deseaban más cambios y más rápidos. Se produjeron algunos
levantamientos que fueron duramente reprimidos por las fuerzas del orden y provocaron una
crisis en el gobierno que desembocó en la dimisión del jefe de gobierno, Manuel Azaña, la
disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones para noviembre de 1933.
Las elecciones fueron ganadas por los partidos de derechas y Alejandro Lerroux fue elegido
presidente.
El nuevo gobierno inició un proceso de desmantelamiento de la obra reformista del bienio
anterior: paralizó la reforma agraria y modificó la política religiosa, propició un acercamiento al
Vaticano. Esto radicalizó a los partidos de la izquierda.
La desavenencias entre los partidos de la coalición gubernamental y los escándalos de
corrupción en el gobierno llevaron a la convocatoria de nuevas elecciones en 1936.
Las fuerzas de centro-izquierda se presentaron agrupadas en el Frente Popular. Su programa
consistía en recuperar las grandes reformas del primer bienio republicano. La derecha quedó
dividida entre el Bloque Nacional, la CEDA y Falange Española. Su programa pretendía
modificar la Constitución en un sentido conservador.
Las elecciones dieron la victoria, aunque por escaso margen, al Frente Popular. Manuel Azaña
fue nombrado presidente de la República, y Santiago Casares Quiroga, jefe de gobierno.
La división entre derechas e izquierdas, plasmada en el resultado electoral, se dejó sentir en la
calle. Las tensiones desencadenaron un clima de violencia social, que culminó con el asesinato
del diputado de derechas Calvo Sotelo, en represalia por la muerte del teniente Castillo, militante
socialista. Este clima de violencia fue el pretexto, a partir del cual las fuerzas conservadoras,
contrarias a la República, decidieron que había llegado el momento de interrumpir por las armas
el proceso reformista republicano.
El estallido de la Guerra Civil (1936-1939)
El 17 de julio de 1936 en Melilla, Tetuán y Ceuta, y el 18 de julio en la Península, un sector
importante del ejército (Franco, Queipo de Llano, Mola…), al que se unieron tradicionalistas y
falangistas, protagonizaron un golpe de Estado.
España quedó dividida en dos zonas, lo que supuso el desencadenamiento de una Guerra Civil.
La situación política europea en 1936 era muy tensa, desde el surgimiento del fascismo italiano y
el nazismo alemán. Así, desde el primer momento, la Guerra Civil española alcanzó una gran
repercusión internacional.
La guerra en España fue vista como una confrontación entre las fuerzas democráticas, y en gran
parte revolucionarias, y los regímenes fascistas.
Los militares sublevados contaron desde el primer momento con ayuda alemana (principalmente
aviación) e italiana (tropa de voluntarios)
Para no agravar la tensión europea, Francia y Gran Bretaña impulsaron una política de
neutralidad y no injerencia en la guerra española que perjudicó a la República. La URSS se
convirtió en su único apoyo militar.
La posición de los gobiernos no impidió una enorme oleada de solidaridad internacional con el
bando republicano. Miles de voluntarios de los más diversos países llegaron a España a
combatir en defensa de la legalidad republicana: eran las llamadas Brigadas Internacionales. Su
papel fue muy importante en la defensa de Madrid y estuvieron en todos los frentes bélicos.
Las dos zonas enfrentadas
Zona republicana
En un contexto bélico, la tensión mantenida durante los años de la República estalló con fuerza y
desencadenó una situación revolucionaria.
El hecho de que la defensa de la República estuviese en gran parte, en manos de los militantes
de los partidos y los sindicatos de izquierdas, dio lugar a la formación de Comités, órganos de
poder popular, que dirigían el esfuerzo bélico y la vida civil en la retaguardia.
Los comités obreros ocuparon y colectivizaron fábricas y confiscaron las tierras de los
latifundistas para repartirlas entre colectivos de campesinos.
Igualmente se desató con gran fuerza el anticlericalismo: los sacerdotes fueron perseguidos y las
manifestaciones religiosas consideradas antirrevolucionarias.
En septiembre de 1936 se formó un nuevo gobierno de coalición de todas las fuerzas leales a la
República (republicanos, socialistas, comunistas, y también anarquistas), presidido por el
socialista Largo Caballero, que intentó controlar la revolución. Asimismo, en un esfuerzo para
ganar la guerra, fusionaron las milicias en un ejército popular.
Los fracasos militares de la República propiciaron la división de las fuerzas republicanas. Como
resultado, Juan Negrín formó un nuevo gobierno, sin presencia anarquista y con una fuerte
influencia comunista. El gobierno dedicó sus mayores esfuerzos a las tareas bélicas.
Zona sublevada: una dictadura militar
En la zona controlada por los rebeldes, todos los esfuerzos estaban dirigidos a ganar la guerra, y
para ello, establecieron un poder militar único, que agrupó a todos los que luchaban contra la
República.
El primer órgano de poder de los sublevados fue la Junta de Defensa que, desde el principio
nombró al general Franco generalísimo y jefe de gobierno, al tiempo que le otorgaba amplios
poderes. Se decretó la unificación de todas las fuerzas políticas en un partido único: Falange
Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS)
El nuevo Estado se inspiraba en el fascismo y defendía un modelo social basado en el
conservadurismo y en la preeminencia del catolicismo como eje vertebrador de la sociedad.
En las zonas dominadas por los franquistas, la represión (detenciones, encarcelamiento,
fusilamientos…) afectó a todos aquellos que habían apoyado a la República y también a aquellos
que, simplemente, no manifestaban su adhesión al nuevo régimen.
La evolución bélica
A finales de 1936 se habían consolidado dos zonas: una, republicana, y otra, ocupada por los
sublevados. Estos últimos controlaban parte de Andalucía, Castilla y León, Galicia, Baleares y un
sector de Aragón y de Extremadura.
La República mantenía el Norte, Cataluña y todo el Levante, Madrid, Castilla-La Mancha y parte
de Andalucía. Comprendía las grandes ciudades y los núcleos industriales y obreros.
La estrategia de los sublevados era avanzar desde el Sur hacia Madrid y tomar cuanto antes la
capital. Los sucesivos intentos de penetrar en la ciudad fracasaron, y en la primavera de 1937, el
alto mando de los sublevados, dirigido por el general Franco, decidió cambiar de frente.
Entre abril y octubre de 1937, se libró la Batalla del Norte, cuando el grueso de las tropas
franquistas atacó las grandes ciudades norteñas. El 26 de abril se produjo el bombardeo de
Guernica por la Legión Cóndor alemana y las tropas franquistas ocuparon Bilbao y las zonas
industriales y mineras del norte de España.
En 1938, las tropas sublevadas avanzaron sobre Aragón y llegaron al Mediterráneo por la zona
de Castellón, con lo que Cataluña quedó aislada del resto del territorio republicano. Para impedir
el avance de los sublevados, el gobierno de la República concentró todas sus fuerzas en la
Batalla del Ebro. Tras duros combates, los republicanos tuvieron que replegarse a la otra orilla
del Ebro. A partir de entonces, el avance de los franquistas sobre Cataluña fue imparable.
En febrero de 1939 solo Madrid y la zona centro quedaban en manos republicanas. El gobierno
de Negrín intentó resistir, pero un golpe de Estado en Madrid creó una Junta que intentó
negociar sin éxito con Franco. Entre febrero y marzo, los franquistas ocuparon el territorio
restante, y el 1 de abril de 1939, un parte de guerra dio el conflicto por finalizado.
Con la derrota republicana se inició el exilio ante el temor a la represión franquista a Francia,
América Latina o a la URSS.
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