RETIRO DE ADVIENTO DE LA FAMILIA SALESIANA Domingo 1º de adviento: Lc 21, 25-28.34-36 El 1º domingo de Adviento es la Puerta por la que se pasa del tiempo ordinario al tiempo de Adviento. El evangelio que leeremos en la Misa de esta tarde, nos introduce en el tiempo de la espera vigilante, y de la esperanza. Es un texto en él que se describen los acontecimientos que precederán a la segunda venida de Jesús. La segunda venida de Jesús: es lo que llamamos Parusía, en ella esperamos el retorno del Señor en gloria para reinar sobre su pueblo. Está asociada a la idea del juicio universal de las naciones: el Señor vendrá a juzgar. Este Evangelio podemos leerlo desde el miedo o desde la esperanza. Todo depende de la actitud que tengamos ante el cambio que nos exige esta exhortación. Nosotros, desde una experiencia creyente, sabemos bien, que los cambios importantes (el cambio del corazón, los que afectan al sentido de la vida, los cambios de valores a nivel colectivo, etc.) dependen de Dios más que de nosotros, dependen de la intervención del Espíritu en nuestras vidas. Por ello, nuestro compromiso debe ser, creer y esperar contra toda esperanza. * Al comienzo de este Adviento podemos hacernos unas preguntas que nos ayuden a vivirlo con sentido,¿Qué cambios en mi corazón, en mi mente, en mi vida de cada día, me está pidiendo Señor? ¿Qué me impide esperar el cambio? No basta con tener buenos deseos, sólo si hay interés para hacerlos realidad en la práctica, se muestra que esos deseos son importantes para mí. Las palabras de Jesús al final del texto evangélico que hoy se nos propone, van acompañadas de la exhortación a la vigilancia Todas las personas necesitamos despertar de la inconsciencia, dispersión, evasión y superficialidad en que caemos una y otra vez. Se vive la espera vigilante haciendo lo que hay que hacer, realizando la tarea encomendada por el Señor, estando en sintonía y coherencia con los compromisos adquiridos personales y comunitarios, como hombres y mujeres creyentes consagrados a Dios. En la práctica, se diría que consiste, en no dar nada por supuesto en nuestra vida de fe y fidelidad. Hay que procurar no “confiarnos demasiado” ni creer que, por ser personas creyentes: laicos o religiosos, miembros de la Familia Salesiana, ya 1 cumplimos el deber de estar vigilantes. Los seguidores de Jesús tenemos que estar despiertos como el “siervo fiel” “a quien su amo al llegar le encuentra haciendo lo que debe” por eso es considerado dichoso (Lc 12, 43), porque está en comunión con su amo que es Dios mismo. Un elemento constitutivo de esta espera vigilante es la actitud de servicio que debemos tener todos. *Podemos preguntarnos: ¿trato de ser un “siervo fiel” o rechazo esta actitud de servicio capaz de liberarme y llenarme de gozo? El motivo que indica el evangelio para “despertar”, es que el día de la manifestación del Hijo del Hombre llegará de repente De aquí la recomendación de Jesús: “Estad despiertos y pedid fuerza en todo momento (orad en toda ocasión)” para superar la prueba y poder manteneros en pie, (manteneros fieles), ante el Hijo del Hombre”, es decir, para afrontar su juicio y salir airosos cuando venga a juzgar el mundo. En este texto, por tanto, Jesús urge a sus seguidores a que estén despiertos y en contínua oración en espera de la venida del Hijo del hombre. De este modo, el evangelista Lucas subraya, una vez más, la importancia de la oración en la vida cristiana. Sin duda la continua comunicación con Dios es una actitud fundamental, para no dormirnos ni distraernos en la espera del Señor. Todo discípulo de Jesús tiene que orar constantemente, no sea que en el momento de prueba su fe se derrumbe estrepitosamente. La oración asidua es la señal y la garantía para mantener fuerte la fe y firme la esperanza, y es la que nos inspira, cada día, la búsqueda y escucha del Espíritu en los signos de los tiempos. *Jesús se mantiene en la oración, insiste en ella en el momento de la prueba. ¿Cómo soportamos nuestras tristezas y angustias? ¿cómo combatimos nuestras crisis? Resistir y sostenernos vigilantes en oración es ir contra la angustia y tristeza, es la mejor forma de superar nuestros miedos. La Iglesia en su liturgia de Adviento nos pide hoy mantener la vigilancia y la vida de oración para prepararnos a la venida del Señor Jesús. Pero no debe ser una vigilancia llena de miedo sino llena de esperanza: “se acerca nuestra liberación”. Quien cree en Jesús, tiene las mismas causas de angustia que quien no cree, pero ser cristiano supone tener una actitud y reacción diferentes: la que nace de la esperanza que mantiene nuestra fe en las promesas del Dios Liberador, que nos permite descubrir el paso de Dios en 2 el drama de la historia, viviendo atentos a las personas y acontecimientos de nuestro mundo. Con frecuencia, a lo largo de nuestros días, el Señor viene y llama a nuestra puerta a través de las personas con quienes convivimos, trabajamos y nos encontramos, –quizás casualmente-, y a través de las necesidades de las personas que sufren, necesitadas, desanimadas, cansadas… *¿Soy consciente de que Jesús, hoy, ahora, me dice “Mira –date cuentaque estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”? (Ap 3,20). ¿Oigo su voz? Le abriré la puerta? Compartiremos juntos su cena? La actitud de vigilancia propia del Adviento es“estar alerta” para descubrir al “Cristo que viene” en las situaciones actuales, y afrontarlas como proceso de liberación total, pasa necesariamente por la cruz y, en la medida que espero al “Cristo que viene”, mi actitud debe ser activa: trabajando en lo que espero y comprometiéndome a realizarlo día tras día. Por ello, en primer lugar, debo vivir con la convicción de que la Salvación hay que buscarla, y, sobre todo, hay que posibilitar que llegue a los pobres en el presente que vivimos, y en segundo lugar, debo tomar en serio la opción por los pobres, preguntándonos qué conocemos, qué esperamos y qué hacemos por ellos y luchando por la justicia y la solidaridad. Si trabajamos por realizar esos valores nacerá en nosotros un espíritu de sencillez y de pobreza que, en solidaridad con los pobres, nos hará entrar en sintonía con la espiritualidad de quienes, tal como irá repitiendo el Adviento, esperaban la venida del Mesías, de aquellos pobres de Yahvé que, como dice el Vaticano II, esperan y reciben la salvación de Dios y entre los cuales destaca María. Recordemos que la llegada del Mesías fue anunciada en primer lugar a los pastores, marginados en aquella sociedad, colocados en la lista de pecadores por ser considerados ladrones. Pero eran los que aquella inolvidable noche del nacimiento del Salvador en medio del silencio y fieles a su trabajo de cuidar de las ovejas, permanecían vigilantes y despiertos. A ellos se les anunció la gran alegría que era para todo el pueblo de que había nacido Cristo el Señor y encontrarían a “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Jesús que “siendo rico se había hecho pobre” quiso ya comenzar siendo una buena noticia para los pobres. *Es bueno que nos preguntemos en nuestra oración: ¿Cómo interpela todo esto a nuestra comunidad? ¿Estoy vigilantes para ver si hay personas 3 junto a mí que necesitan mi ayuda? ¿Para qué pobres somos nosotros, hoy, buena noticia? ¿Cómo? El Adviento encierra una fuerte llamada a la conversión. Lo que se pretende es que la persona que escucha la Palabra de Dios se convierta, es decir, que su conducta y su comportamiento estén de acuerdo con la justicia que exige el Reino de Dios. Convertirse es actuar de manera evangélica. La “Buena Noticia” implica una exigencia clara: Los que tienen bienes o poder deben compartirlos con los que no tienen nada o son más débiles. Gracias a esta conversión los pobres y necesitados pueden ser iguales a los otros. La conversión es un cambio de conducta más que un cambio de ideas, es la transformación de una situación vieja en una situación nueva. La tentación para no convertirse es quedarse en una búsqueda permanente o contentarse con preguntar, sin escuchar respuestas verdaderas. Según el Bautista, la conversión exige “aventar la parva” para “limpiar el trigo” (ir a lo más importante y no quedarse en las ramas), y “quemar la paja” (echar por la borda lo inservible o lo que nos inmoviliza). Acoger la Buena Nueva de la venida del Señor requiere esta conversión. Con nuestras acciones discernimos lo que nos acerca, de aquello que nos aleja de la llegada del Señor. Ese día Dios “separará” el trigo y la paja que haya en nuestra conducta. La novedad de Dios y su reinado es la meta de la llamada a la conversión. Para ello es necesario purificar el corazón y dejarnos invadir por el Espíritu de Dios, disponernos con alegría y esperanza a la construcción de un futuro próximo, más humano, que sea la verdadera expresión del Reino de Dios que Jesús nos trae, y poder así exclamar con alegría: ¡venga a nosotros tu Reino, Señor!. * Y nos preguntamos: ¿Cómo me encuentro en mi vida espiritual, en este inicio del Adviento, estoy consciente (despierto), con el corazón libre, dispuesto a la conversión? ¿Con deseo de Dios y en actitud orante, o estoy disperso y distraído en mi comunicación con Dios? Sevilla, Nervión: 2 diciembre 2006 4