1 Primer domingo de Adviento, Ciclo B (2014). La preparación para la solemnidad de la Navidad, en la que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios. Jesús vino por primera vez con su Encarnación y Nacimiento (primera venida), y volverá al final de los tiempos para juzgarnos (segunda venida). Pero, además, está dispuesto a volver en cualquier momento (venida intermedia), para habitar espiritualmente en nosotros mediante la fe y los sacramentos, si quitamos todo obstáculos ordenando nuestra conducta conforme a sus mandamientos 1. Por tanto, el Adviento no es sólo una preparación para la celebración del nacimiento de Jesús, sino una llamada a estar vigilantes porque desea hacerse presente en nuestras vidas en cualquiera momento 2. Ante la imprevisibilidad de la llegada de Dios «a los suyos», la reacción del hombre no puede ser la del sueño, de la indiferencia, de la pereza y de la distracción. Bienestar, distracción, banalidad, superficialidad son como una red que aprisiona el cerebro y el corazón. Hay una inquietud de la conciencia que es indicio de sensibilidad, de vida, de espiritualidad, de fe. «Cuando estamos inquietos se puede estar tranquilos». Cfr. 1 Adviento 30 noviembre 2014 Ciclo B. Marcos 13, 33-37; 1 Corintios 1, 3-9; Isaías 63, 16b-17.19b: 64, 2b-7 Marcos 13, 33-37: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 33 "Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento. 34 Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. 35 Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; 36 no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. 37 Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!" 1. Evangelio, Marcos 13, 37: Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!" El sueño en nuestra vida. Cfr. Raniero Cantalamessa – Famiglia Cristiana 1/12/2002 n. 48: Dice la Escritura: “Dios retribuirá a cada uno según sus obras” (Romanos 2,6). A nivel físico, hay sustancias que “inducen” y hacen que venga el sueño; se llaman somníferos, y son bien conocidos cuando tenemos la enfermedad del insomnio. También en el nivel moral existe un terrible somnífero que se llama acostumbramiento, que hace que se adormezca la conciencia y no se dé cuenta de que está muriendo espiritualmente. La única salvación es que algo nos haga salir del sueño. La palabra de Dios con frecuencia nos grita durante el Adviento: ¡Velad! Y el Señor Jesús nos abre el corazón a la confianza y a la esperanza: “Dichosos aquellos siervos a los que a volver su amo los encuentre vigilando. En verdad os digo que se ceñirá la cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá” (Lucas 12, 37). 2. Sobre la vigilancia en la vida cristiana o a) En la Escritura: varios textos del Nuevo Testamento 1 La espera en la venida del Señor también fue siempre un estímulo para los cristianos: para ser firmes en la fe, para vivir la caridad, etc. Quien prepara el encuentro con el Señor al final de su vida, presta atención a cuanto puede apartarle de San Bernardo (1090-1153), es uno de los conocidos autores que habla (En el Sermón 5 en el Adviento del Señor), de esas tres venidas del Señor. “La venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo. Y para que nadie piense que es pura invención lo que estamos diciendo de este venida intermedia, oídle a él mismo: El que me ama –nos dice – guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a el (cfr. Juan 14, 23)”. Y en la segunda Lectura san Pablo afirma: (1 Corintios 1,9) que Dios nos ha llamado a “vivir en comunión con su Hijo Jesucristo”. 2 “Mira, estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20). 2 esa meta. 1 Pedro 5,8-9: «Vivid con sobriedad y estad alerta. El diablo, vuestro enemigo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar». Al celebrar el Adviento, no sólo manifestamos una grande alegría por la primera venida, es decir, por el Nacimiento del Hijo de Dios, sino que también renovamos “el ardiente deseo de su segunda Venida”, como hacían ya los primeros cristianos repitiendo “¡Ven, Señor Jesús!” (cfr. Apocalipsis 22,20), en las reuniones litúrgicas. Ellos, teniendo en cuenta la brevedad de la vida, consideraban que la venida del Señor la Parusía - estaba siempre cerca, aunque, para cada uno, fuese incierto el momento en que sería llamado por el Señor. En cualquier caso, esa proximidad de la venida del Señor fue siempre un estímulo para los cristianos: para ser firmes en la fe; para vivir una vida sobria «confiando todas nuestras preocupaciones al Señor pues él cuida de nosotros»; porque él nos «hará idóneos y nos consolidará, nos dará fortaleza y estabilidad»; para vivir la caridad; para ser hospitalarios y no murmurar; para vivir al servicio de los demás, etc. (Cfr. 1 Pedro 5, 7-10; 4, 7-11). En este contexto se entienden diversos textos del Nuevo Testamento que les advertían sobre la necesidad de la paciencia, que sin duda alguna hace eficaz el deseo de la segunda venida; como ejemplo nos fijamos en la Carta de Santiago: “Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Mirad, el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la venida del Señor está cerca” (Santiago 5, 7-8). o b) Tres números del Catecismo de la Iglesia Católica Velando en la oración es como no se cae en la tentación. La acedia o apatía es fruto del descuido de la vigilancia. La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios n. 2612. En Jesús "el Reino de Dios está próximo", llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a aquél que "es y que viene", en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Marcos 13; Lucas 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf Lucas 22, 40. 46). n. 2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mateo 26, 41). (…) n. 2094: (…) La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino. (…) La vigilancia es "guarda del corazón”. n. 2849 (…) La vigilancia es "guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre" (Juan 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf 1 Corintios 16, 13; Colosenses 4, 2; 1 Tesalonicenses 5, 6; 1 Pedro 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Apocalipsis 16, 15). o c) un texto del siglo XVI sobre la venida de Jesús en cualquier momento de nuestra vida. De la Carta sobre el Adviento, de San Carlos Borromeo, Obispo de Milán (15381584) Cristo está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, mediante la fe y los sacramentos; si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos. La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos. 3 La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo. (…) o d) un autor contemporáneo Ante la imprevisibilidad de la llegada de Dios «a los suyos», nuestra reacción no puede ser la del sueño, de la indiferencia, de la pereza y de la distracción. Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Año B, Piemme IV Edizione settembre 1996, pp. 9- 14: “Ante la imprevisibilidad de la llegada de Dios «a los suyos» - como dice el evangelista Juan en su prólogo (1,11) – la reacción del hombre no puede ser la del sueño, de la indiferencia, de la pereza y de la distracción. Como frecuentemente repetirá san Pablo, el retrato del cristiano es muy diferente: él es el hombre del día y no de las tinieblas, es activo y no se deja distraer por los fantasmas, por las apariencias, por los colores fatuos de las cosas. Aunque esté materialmente inmerso en tantos asuntos exteriores, aunque físicamente deba dormir, su espíritu y su conciencia están vigilantes, precisamente como dice la mujer del Cantar de los Cantares: «Yo duermo, pero mi corazón vigila. La voz de mi amado llama a la puerta: ¡Ábreme, hermana mía, amada mía, mi paloma, mi preciosa!» (5,2). Con demasiada frecuencia, sin embargo, nuestra actitud es bastante diversa. Es curioso observar cómo precisamente los discípulos que escuchan al Señor las palabras que se leen en el evangelio de hoy, pocas líneas más adelante serán sorprendidos como inmersos en el sueño más profundo, tumbados bajo los olivos del jardín de Getsemaní. Y sin embargo aquella era la noche de una grande venida de Dios en medio de los hombres. Por última vez, en la niebla del entumecimiento y en la oscuridad de la noche, ellos oirán resonar las mismas palabras de Jesús, palabras que llegan hasta nosotros y que penetran en el interior de nuestra noche: «¿no habéis sido capaces de velar una hora? Velad y orad …!» (Marcos 14, 37-38)”. Bienestar, distracción, banalidad, superficialidad son como una red que aprisiona el cerebro y el corazón. Hay una inquietud de la conciencia que es indicio de sensibilidad, de vida, de espiritualidad, de fe. «Cuando estamos inquietos se puede estar tranquilos». Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Año B, Piemme IV Edizione settembre 1996, pp. 9- 14: “Bienestar, distracción, banalidad, superficialidad son como una red que aprisiona el cerebro y el corazón. En el discurso paralelo de Mateo Jesús evoca sugestivamente el momento que precedió al diluvio: «Como en los días que precedieron al diluvio comían y bebían, tomaban mujer o marido hasta el día mismo en que Noé entró en el arca, y no se dieron cuenta sino cuando llegó el diluvio y los arrebató a todos (Mateo 24, 38-39)». Las palabras de Cristo bajan como un torbellino del diluvio para sacudir las conciencias inmersas en el entorpecimiento. Hay, en efecto, una inquietud de la conciencia que es indicio de sensibilidad, de vida, de espiritualidad, de fe. Siguiendo una expresión paradójica pero cristiana del escritor francés Julián Green podríamos decir que «cuando estamos inquietos se puede estar tranquilos». Hay, por otra parte, una calma que es superficialidad, indiferencia, vacío del espíritu, ceguera del placer y del egoísmo. (…) Un comentador del Evangelio de Marcos, E. Lohmeyer, escribe a este propósito: «La vida del hombre fiel no se desarrolla en el sopor, en los sueños y pasiones, sino en el compromiso siempre vigilante y sobrio del corazón»”. 2. Nuestra vida es un camino hacia el encuentro con Jesús a) En la oración colecta de la Misa de hoy Se pide: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, acompañados por las buenas obras”. b) Papa Francisco, Homilía, Visita pastoral a la parroquia romana de San Cirilo Alejandrino, Domingo 1º de Adviento, 1 de diciembre de 2013 (…) La cosa más importante que le puede suceder a una persona es encontrar a Jesús: este encuentro con Jesús que nos ama, que nos ha salvado, que ha dado su vida por nosotros. Encontrar a Jesús. Y nosotros caminamos para encontrar a Jesús. 4 o Encontramos al Señor todos los días Toda la vida es un encuentro con Jesús. Podemos preguntarnos: ¿Cuándo encuentro a Jesús? ¿Sólo al final? ¡No, no! Lo encontramos todos los días. ¿Pero cómo? En la oración, cuando tú rezas, encuentras a Jesús. Cuando recibes la Comunión, encuentras a Jesús, en los Sacramentos. Cuando llevas a bautizar a tu hijo, te encuentras a Jesús, hallas a Jesús. Y vosotros, hoy, que recibís la Confirmación, también vosotros encontraréis a Jesús; luego lo encontraréis en la Comunión. «Y más tarde, Padre, después de la Confirmación, adiós», porque dicen que la Confirmación se llama «el sacramento del ¡adiós!». ¿Es verdad esto o no? Después de la Confirmación no se va nunca a la iglesia: ¿es verdad o no?... ¡Más o menos! Pero también después de la Confirmación, toda la vida, es un encuentro con Jesús: en la oración, cuando vamos a misa y cuando realizamos buenas obras, cuando visitamos a los enfermos, cuando ayudamos a un pobre, cuando pensamos en los demás, cuando no somos egoístas, cuando somos amables... en estas cosas encontramos siempre a Jesús. Y el camino de la vida es precisamente este: caminar para encontrar a Jesús. (…) Encontrar a Jesús es también dejarte mirar por Él. En el camino, nosotros —todos pecadores, todos, todos somos pecadores— incluso cuando nos equivocamos, cuando cometemos un pecado, cuando pecamos, Jesús viene y nos perdona. Este perdón que recibimos en la Confesión es un encuentro con Jesús. Siempre encontramos a Jesús. Recordad siempre esto: la vida es un camino. Es un camino. Un camino para encontrar a Jesús. Al final, y siempre. Un camino donde no encontramos a Jesús, no es un camino cristiano. Es propio del cristiano encontrar siempre a Jesús, mirarle, dejarse mirar por Jesús, porque Jesús nos mira con amor, nos ama mucho, nos quiere mucho y nos mira siempre. Encontrar a Jesús es también dejarte mirar por Él. «Pero, Padre, tú sabes —alguno de vosotros podría decirme—, tú sabes que este camino, para mí, es un camino difícil, porque yo soy muy pecador, he cometido muchos pecados... ¿cómo puedo encontrar a Jesús?». Pero tú sabes que las personas a las que Jesús mayormente buscaba eran los más pecadores; y le reñían por esto, y la gente —las personas que se creían justas— decía: pero éste, éste no es un verdadero profeta, ¡mira la buena compañía que tiene! Estaba con los pecadores... Y Él decía: He venido por quienes tienen necesidad de salud, necesidad de curación, y Jesús cura nuestros pecados. En el camino, nosotros —todos pecadores, todos, todos somos pecadores— incluso cuando nos equivocamos, cuando cometemos un pecado, cuando pecamos, Jesús viene y nos perdona. Este perdón que recibimos en la Confesión es un encuentro con Jesús. Siempre encontramos a Jesús. (…) c) En el Prefacio III de Adviento o El mismo Señor que aparecerá al final de los tiempos revestido de poder y gloria, viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento. Tú nos has ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia, aparecerá revestido de poder y de gloria, sobre las nubes del cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva. El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la esperanza dichosa de su reino. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana