54 LATERCERA Sábado 28 de abril de 2012 Mundo Escanea este código y revisa imágenes de los homenajes a los asesinados en masacre de Utoya. Sobrevivientes de Utoya hacen viajes al lugar de la matanza como forma de terapia R El gobierno noruego financia el programa, que incluye ayuda a sobrevivientes para hallar formas compartidas de sobrellevar el dolor. R La mitad de quienes se salvaron de la masacre perpetrada por Anders Breivik ha recurrido a algún tratamiento sicológico. G. Traufetter/A. Windmann (Der Spiegel) Mientras el juicio de Anders Breivik se inicia en Oslo, los sobrevivientes de la masacre perpetrada por él recurren a un gama de terapias a veces insólitas para superar sus traumas. Adrian Pracon, de 22 años, se apresta a enfrentar su propio “fusilamiento” por tercera vez. En esta oportunidad, quiere mostrarle a su hermana de 28 años, Katharina, el lugar donde debería haber muerto. Adrian sólo vio las botas negras del asesino momentos antes del disparo y supo que el hombre quería matarlo a él también. “Es tan extraño cómo recuerdo la situación”, le dice a su hermana, sentada junto a él. “Todo ocurre como en cámara lenta”. Esta mañana, la cima de la montaña cercana aún tiene nieve y las praderas alrededor todavía se ven de color marrón. Los hermanos están retrasados; el barco que los llevará al lugar de la fallida ejecución de Adrian está a punto de partir. Se detienen en la gasolinera y el vehículo sigue a toda velocidad. Con la cabeza medio oculta bajo su impermeable, Adrian observó cómo otros eran baleados y asesinados, el 22 de julio de 2011. Todo parecía ocurrir muy lento. Entonces vio acercarse las botas de Anders Breivik. “Pude sentir el calor irradiando del cañón de la pistola”, recuerda Adrian. Desde su lado en el vehículo, Katharina observa a su hermano, incrédula. Nunca ha oído esta historia en todos sus detalles. Pero ahora su hermano será capaz de narrar la historia de principio a fin y pronto estarán en el lugar donde ocurrió. Quiere que su hermana tenga una imagen realista de las escenas que hasta el día de hoy lo persiguen. Adrian es un joven de cabello café ondulado, hijo de inmigrantes polacos. Dice que justo el momento antes del disparo su cuerpo simplemente dejó de temblar, su respiración se detuvo y la única cosa que pudo sentir fue su corazón latiendo sobre la roca en que estaba tendido. Una curva y Utoya -la isla donde todo esto ocurrió- queda a la vista. MS Thorbjorn, un pequeño transbordador con una cabina blanca para el capitán, espera en el muelle. A bordo ya se encuentran tres docenas de jóvenes con chalecos salvavidas rojos. Adrian se pone un chaleco también. “¡Salvavidas!”, dice con una risa irónica. “Cuando ocurrió, nadé y casi me ahogo”. El barco se aleja del muelle y se dirige a Utoya. Es un martes de fines de marzo y AUF, la organización juvenil asociada al Partido Labo- rista de centroizquierda de Noruega, ha dispuesto que los sobrevivientes y sus familias visiten la isla donde Breivik masacró a 69 personas el año pasado. Todo funciona como en un paseo escolar muy bien organizado. Los voluntarios de la AUF venden los tickets del viaje en ferry. La jóvenes a bordo corren de un lado al otro con entusiasmo, hablan a todo volumen y toman fotos con sus celulares. Muchos de ellos ríen durante el viaje a Utoya. Pero cuando llega la hora de regresar, un profundo silencio se cierne en el barco. Insólita terapia El viaje de vuelta al momento más oscuro de sus jóvenes vidas es una batalla con imágenes que no dejarán sus mentes, una batalla contra el pánico que aún llamea por dentro, una batalla contra la culpa de los sobrevivientes. ¿Por qué ellos -se preguntan- y no yo? El viaje es parte de una singular forma de terapia para ayudar a estos sobrevivientes a conciliar los eventos de ese día con el contexto mayor de sus propias vidas. El psicólogo Renate Gronvold Bugge tuvo la idea de realizar estos viajes. Actualmente, el gobierno noruego financia el programa, que incluye visitas frecuentes para los sobrevivientes y los familiares de las víctimas al lugar del horror, así como reuniones nacionales y regionales, con el objetivo de ayudarlos a encontrar formas compartidas de sobrellevar el dolor. Cuando las cosas se ponen mal, cada sobreviviente tiene un contacto en su comunidad al que puede pedir ayuda. Un proyecto de investigación está documentando la efectividad de esta terapia de trauma y se propone proveer de un modelo para tratar las heridas psicológicas en situaciones futuras. “Desde una perspectiva científica -dice Bugge con voz discretala tragedia ofrece una oportunidad única”. Entre quienes requieren ayuda en su duelo están 700 familiares de las víctimas, 650 sobrevivientes -de los cuales 66 fueron heridos- y sus 4.500 familiares. Después están los médicos, policías e innumerables voluntarios que participaron en el rescate. Estas personas viven en todo el país, y 165 comunidades se han dado a la tarea de buscar a las víctimas de Breivik. Aparte de la magnitud de la escala, el gran desafío del tratamiento es el hecho de que la tragedia afectó principalmente a adolescentes. “Esa es, probablemente, la edad más precaria para experimentar un trauma -dice Bugge-. La psique aún está ajustándose y difícilmente es estable”.