la fuerza de voluntad

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Conferencia General Abril 1987
LA FUERZA DE VOLUNTAD
presidente Thomas S. Monson
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
"En el recinto privado de nuestra conciencia yace ese espíritu, esa determinación
de despojarnos de quien solíamos ser, y elevarnos al nivel de nuestro verdadero
potencial."
Hace unos meses me encontraba ante un auditorio repleto en el Centro Marriott,
en la Universidad Brigham Young. Tenía la responsabilidad de elevar, motivar e
inspirar a los jóvenes y señoritas que allí se encontraban. Me di cuenta que estos
jóvenes maravillosos representaban las esperanzas, los sueños y las aspiraciones de
padres, de familiares, de maestros y aun de Dios. Todos eran participantes en el gran
desfile de la mortalidad. Algunos eran dotados en las artes, otros se inclinaban por las
humanidades, mientras que otros descubrían que sus talentos yacían en el estudio de
las ciencias naturales u físicas. Estos alumnos se encontraban en el escenario del
estudio. Pronto se dispersarían para dejar su huella en la vida, para cumplir la medida
de su creación y aprender de su propia vida aquellas lecciones que los prepararían
para la exaltación que buscan.
Después pense en otros que luchan para convertirse en hábiles artífices mediante
el estudio y la experiencia. Luego reflexione en la multitud de jóvenes y jovencitas
que ha abandonado la preparación, ha formado amistades indeseables y adoptado
hábitos y practicas que los desviaron del sendero que lleva a la perfección,
llevándolos por una de las muchas desviaciones donde les espera el dolor, el
desaliento y la destrucción.
El hijo descarriado, la hija obstinada, el marido enfurruñado, la esposa regañonatodos pueden cambiar. Puede haber un claro entre las nubes, una pausa en la
tormenta. Llega la madurez; las amistades cambian; las circunstancias varían. Las
palabras "moldeado en cemento" no tienen por que describir el comportamiento
humano.
Desde la perspectiva de la eternidad, nuestra jornada en esta vida es muy breve.
Las desviaciones son costosas; deben evitarse. Nuestra naturaleza espiritual interior
no debe ser dominada por la física. Cada uno de nosotros debe recordar lo que es y lo
que Dios espera que llegue a ser.
El poeta William Wordsworth, en su inspirada "Oda a la inmortalidad", tornó
nuestros pensamientos hacia ese hogar celestial del cual todos provenimos:
''Un sueño y un olvido sólo es el nacimiento.
El alma nuestra, la estrella de la vida,
En otra esfera ha sido constituida.
Y procede de un lejano firmamento.
No viene el alma en completo olvido
Conferencia General Abril 1987
Ni de todas las cosas despojada,
Pues al salir de Dios, que fue nuestra morada,
Con destellos celestiales se ha vestido."
(Ode: Intimations of Immortality from Recollections of Early Childhood, renglones
58-65.)
Al descubrir y seguir este contacto espiritual con lo infinito, sentiremos el toque
de inspiración y sabremos que Dios nos guiara si ponemos nuestra confianza en Él.
Ese hombre justo y sabio, Job, declaró la profunda verdad: ''. . . Espíritu hay en el
hombre, y el soplo del Omnipotente . . . hace que entienda" (Job 32:8). Es esta
inspiración la que a veces permitimos que se debilite, haciéndonos actuar a un nivel
mas bajo de nuestras posibilidades.
Durante la Gran Depresión de los Estados Unidos, los vagabundos, los oprimidos y
los desempleados solían viajar en los trenes que pasaban cerca de nuestra casa. En
muchas ocasiones se oía un golpe suave en la puerta trasera. Cuando la abría, veía a
un hombre, o a veces a dos, mal vestidos, hambrientos, sin educación. Ese visitante
por lo general llevaba en la mano la acostumbrada gorra; andaba despeinado y sin
afeitarse. La pregunta era siempre la misma: "¿Tiene algo de comer para un hombre
hambriento?" Invariablemente mi querida madre respondía afable: "Pase y siéntese a
la mesa''. Procedía entonces a preparar un bocadillo de jamón, cortaba un trozo de
pastel y le servía un vaso de leche. Mientras el visitante comía, mi madre le
preguntaba acerca de su hogar, su familia y su futuro. Le daba animo y esperanza.
Antes de irse, el visitante se detenía para expresar un cálido ''Gracias". Me daba yo
cuenta de que una sonrisa de alegría habla reemplazado una expresión de
desesperación y los ojos, antes inexpresivos, brillaban ahora con un nuevo propósito.
El amor, el atributo más noble del alma, puede surtir milagros.
En nuestra jornada terrenal, descubrimos que la vida se compone de desafíos, los
cuales difieren de una persona a la otra. Tratamos de buscar el éxito;
lamentablemente muchos se afanan por ser ''super mujeres" y "super hombres''.
Cualquier indicio de fracaso puede causar pánico-aun desesperación. ¿Quién, de
entre nosotros, no recuerda algún momento de fracaso?
Yo pase por uno de esos momentos cuando de joven jugaba baloncesto. El tanteo
iba muy parejo-la competencia era emocionante-cuando el entrenador me llamó
para hacer una jugada clave. Por alguna razón que nunca llegaré a comprender, tomé
la pelota, la reboté por entre los jugadores del equipo contrario y di un salto hacia la
canasta. En el momento en que la pelota salía de mis manos, abruptamente me di
cuenta de que la había lanzado hacia la canasta equivocada. Hice la oración más
breve que jamas haya hecho: ''Querido Padre, no permitas que la pelota entre en la
canasta''. Mi oración fue contestada; pero mis problemas apenas empezaban. Los
espectadores empezaron a gritar en forma de coro. Jamas lo olvidare: ¡Queremos a
Monson, queremos a Monson, queremos a Monson . . . AFUERA! El entrenador
accedió.
Conferencia General Abril 1987
No hace mucho leí acerca de un incidente que ocurrió en la vida del presidente de
los Estados Unidos, Harry S. Truman, después de que se jubiló y se encontraba de
nuevo en Independence, Misuri. Estaba en la Biblioteca Truman, hablando con
algunos niños de la escuela primaria y respondiendo a algunas de sus preguntas. Por
fin se oyó la pregunta de un niño un tanto tímido. ''Señor Presidente", dijo, ''¿era
usted popular cuando era niño?"'' El Presidente se le quedó mirando y le respondió:
"Claro que no; nunca lo fui. Los que eran populares eran aquellos que jugaban bien y
tenían puños grandes. Yo nunca fui de esos. Sin mis anteojos, era más ciego que un
murciélago y para serte franco, era un poco cobarde''. El niño empezó a aplaudir, y
entonces todos los demás niños comenzaron a aplaudir. (Vital Speeches, feb. de
1983, pág. 6.)
Tenemos la responsabilidad de elevarnos de la mediocridad a la excelencia, del
fracaso a la realización. Nuestra tarea es llegar a ser lo mejor que podamos. Uno de
los dones más grandes que Dios nos ha dado es el gozo que se siente al intentar algo
por segunda vez; ningún fracaso tiene por que ser terminante. En 1902, el editor de
la revista Atlantic Monthly, le devolvió un montón de poemas a un joven poeta de 28
años, con esta áspera nota: "Nuestra revista no dispone de espacio para su vigoroso
estilo''. El poeta era Robert Frost. En 1894, el maestro de retórica en Harrow,
Inglaterra, escribió en la calificación de un jovencito de dieciséis años: "Una evidente
carencia de éxito''. El joven era Winston Churchill.
El presidente Theodore Roosevelt dijo: "Lo que cuenta no es el crítico, ni el
hombre que señala cuando el fuerte cae, o cuando alguien pudo haberlo hecho
mejor. El reconocimiento le pertenece al hombre que en realidad se esfuerza" (The
American Treasury: 1455-1955. compilado por Clifton Fadiman, Nueva York: Harper
& Brothers, 1955, pág. 689).
Sabemos que los hombres y las mujeres pueden cambiar-y cambiar para lo mejor.
No existe un ejemplo mas vivido que la vida de Saulo de Tarso. La Biblia revela que él
perseguía a los discípulos del Señor; entonces descendió la luz del cielo y una voz le
decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
"Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tu persigues." (Hechos
9:4-5.)
Cada uno de nosotros debe emular la respuesta de Saulo: "Señor, ¿qué quieres
que yo haga?" (vers. 6).
Saulo el perseguidor se convirtió en Pablo el predicador. Había amanecido: la
obscuridad había cedido ante la luz.
Simón Pedro, aquel pescador que dejó sus redes y siguió al Señor, tuvo sus
tribulaciones. Había sido débil y temeroso y había negado a su Señor con un
juramento. Entonces ocurrió el cambio. Nunca más llegó a negar o abandonar al
Señor. Encontró su lugar en el reino de Dios.
Tenemos el ejemplo de Alma, hijo, que abandonó su comportamiento
pecaminoso. Llegó el momento de la conversión; se convirtió en un exponente de la
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verdad. Sus tiernas palabras de consejo para sus hijos, Helamán y Coriantón, son
clásicas. A Helamán: "¡Oh recuerda, hijo mío, y aprende sabiduría en tu juventud; si,
aprende en tu juventud a guardar los mandamientos de Dios!'' (Alma; 37:35). A
Coriantón: ''No te dejes llevar por ninguna cosa vana o insensata'' (Alma 39:11).
Fue el presidente David O. McKay quien constantemente enseñó que el evangelio
de Jesucristo puede hacer buenos a los hombres malos y mejores a los buenos;
puede alterar la naturaleza humana y cambiar vidas.
Todos podemos mejorarnos. En diciembre de 1985 la Primera Presidencia
proclamó ''Una invitación a regresar''. Al inactivo, al criticón. al transgresor, el
mensaje exhortaba:
''Regresen. Regresen y siéntense a la mesa del Señor, para probar nuevamente
los dulces y agradables frutos del hermanamiento con los santos''
Cientos, probablemente miles, han respondido a esta invitación. Sus vidas han
adquirido un nuevo significado; sus familias han sido bendecidas; se han acercado a
Dios.
En el recinto privado de nuestra conciencia yace ese espíritu, esa determinación
de despojarnos de quien solíamos ser y elevarnos al nivel de nuestro verdadero
potencial. Pero el camino es escarpado y difícil. Fue así como lo descubrió John
Helander, de Goteborg, Suecia. John tiene veintiséis años de edad y tiene cierto
atrofiamiento que le impide coordinar sus movimientos.
Durante una conferencia de la juventud en Kungsbacka, Suecia, John tomó parte
en la carrera de los mil quinientos metros. No tenía posibilidades de ganar; al
contrario, era la oportunidad para ser humillado, ridiculizado, desdeñado,
despreciado.
Quizás John recordaba a otra persona que había vivido hacia mucho tiempo y
muy lejos, en un lugar que llamamos la Tierra Santa. ¿No había sido humillado? ¿No
había sido ridiculizado? ¿No había sido despreciado? Pero había ganado Su carrera.
Quizás John pudiera ganar la suya.
¡Que carrera! Luchando, esforzándose, apresurándose, los corredores dejaron
atrás al pobre John Helander. Los espectadores se preguntaban ¿quién es ese que se
va quedando tan atrás? Durante su segundo recorrido de la pista, los participantes
pasaron a John cuando este se encontraba apenas a la mitad del primero. La emoción
aumentaba a medida que los corredores se acercaban a la meta.
¿Quién ganaría? ¿Quién entraría en segundo lugar? Entonces se aplicó el último
empuje; alguien rompió la cinta del final; los espectadores aplaudieron; se anunció al
ganador.
La carrera había terminado ¿o no? ¿Quién es ese participante que continua
corriendo cuando la carrera ya acabó? ¿No entiende acaso que la carrera ya
terminó'? Termina el primer recorrido de la pista. ¿No sabe este joven que ya perdió?
Dándole su mejor esfuerzo, se adelanta; ahora es el único corredor en la pista
Ninguno de los numerosos espectadores se va. Todos tienen la vista fija en este
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valiente corredor. Entra a la última vuelta de la carrera. Hay asombro: hay
admiración. Cada espectador se imagina a sí mismo corriendo su propia carrera de la
vida. A medida que John se aproxima a la meta, todos los espectadores se ponen de
pie Se oye un ruidoso aplauso de elogio. Tambaleándose, cayendo exhausto, pero
victorioso. John Helander rompe la cinta recién estirada. Los jueces son seres
humanos también. Los aplausos se pueden oír en la distancia. Y tal ves, si el oído esta
cuidadosamente afinado, se pueda oír al Gran Juez -si, el Señor decir: "Bien, buen
siervo y fiel'' (Mateo 25:21).
Cada uno de nosotros es un corredor en la carrera de la vida. Brinda consuelo el
saber que hay muchos corredores. Es reconfortante el conocimiento de que nuestro
Juez eterno es justo. Es desafiante la verdad de que cada uno debe de participar,
pero vosotros y yo no corremos solos El inmenso grupo de familiares, amigos y
lideres alientan nuestro valor: aplaudirán nuestra determinación a medida que nos
incorporamos de nuestras caídas y perseveramos hacia nuestra meta. Nos infunden
confianza las palabras del himno:
" Y cuando torrentes tengáis que pasar,
Los ríos del mal no os pueden turbar;
Pues yo las tormentas podré aplacar,
Salvando mis santos, de todo pesar.
"Al que se estriba en Cristo Jesús,
No quiero, no puedo dejar en error;
Yo lo sacaré de tinieblas a luz,
Y siempre guardarlo con grande amor."
(Himnos de Sión, número 144.)
Despojémonos de cualquier pensamiento de fracaso; desechemos cualquier
habito que nos obstaculice. Esforcémonos por obtener el premio preparado para
todos nosotros, aun la exaltación en el reino celestial de Dios. Este es mi ferviente
deseo y mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.
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