El encuentro en los tiempos postmodernos Alfredo Fierro Asuntos privados en lugares públicos ha sido el rebuscado título castellano para el último film de Alain Resnais: Coeurs en francés, o sea, Corazones. Más que argumento, tiene asunto el film: fragmentos de historia de unos corazones solitarios, de sus encuentros y desencuentros en una edad postromántica, cuando al amorpasión, llamarada fugaz o duradera brasa incandescente, le ha sucedido una ancha gama de sentimientos, afectos, complicidades, convivencias, eros, sexo, de baja intensidad y duración variable. Hay en Coeurs tres mujeres y tres hombres en dispar agrupación: una pareja sentimental en el extremo insostenible de su posibilidad de convivir; una joven soltera con su hermano bastante mayor; un camarero en bar de lujo, que vivió enamorado y que ahora escucha confidencias de bebedores noctívagos; una oficinista piadosa, a la vez que samaritana del amor. No se conocen todos entre sí; pero cada uno de ellos tiene vínculos o encuentros con uno o más de los otros cinco. Con alguna excepción, a sus lazos o entrecruzamientos, que Resnais narra sin conducir a desenlace, sin decir cómo termina cada historia, no cabe llamarles amor, aunque tampoco sexo, poco explícito en el film. Son sólo encuentros precarios por tiempo limitado: remedios contra la incomunicación, defensas frente a la soledad. En una ciudad con millones de habitantes puedes sentirte solo; y solos están los seis personajes, todos en movimiento, siempre en busca de compañía, también mediante anuncio en prensa. Los encuentros en la gran ciudad de innumerables solitarios acontecen por la gracia de dioses benévolos del instante. Si éstos faltan, se produce el desencuentro o la incomprensión. En las parejas, cada cual ignora casi todo de la vida del otro. Entre los sexos, el varón tiende a interpretar como pasión de mujer lo que para ella es sólo caridad cristiana –así en Coeurs- o sincero afecto de compañerismo amable. Y si uno pierde a otro por algún equívoco, queda perdido para siempre a falta de saber dónde hallarle en la ciudad hormiguero. Las historias de Coeurs reflejan los azares de la existencia, la mudanza en los sentimientos, la fragilidad de los encuentros, tan precarios y, sin embargo, tan hermosos, preciosos, necesarios. Resnais se ciñe, sin halo idealizador alguno, a unos fragmentos inconclusos de vida cotidiana urbana, tal como cualquier hombre o mujer puede vivir ahora mismo en el listón mínimo de la amistad o del amor: defenderse de la soledad en la comunicación con un semejante. El encuentro y alivio de soledades, según las capta Coeurs, se deja comentar con Rilke en sus Cartas a un joven poeta, escritas en el primer decenio del pasado siglo. Fiel todavía al ideal decimonónico romántico, Rilke elogia la soledad y convoca a ella: en los asuntos importantes, en lo más hondo, los humanos nos hallamos indeciblemente solos; y en solitario crean belleza el poeta y el artista. Invita, pues, a amar la soledad, por ardua que sea de llevar, y a soportar el dolor que ella ocasiona. ¿Y entonces el amor? Es un “sublime pretexto para madurar”: lo más difícil, lo supremo, la última prueba y examen, que otros actos no hacen sino preparar y bosquejar. Amor y soledad se reconcilian, según Rilke, en un amor consistente en que “dos soledades mutuamente se protejan, se limiten y se reverencien”. Las parejas y los “singles” -los desparejados- de Coeurs, cada cual a su modo, se protegen y se limitan recíprocamente. No siempre se reverencian, aunque casi todos se respetan. ¿Llegan a amarse? Para ellos vale el análisis retrospectivo con que el primer autor de unas Confesiones reconocía que, de joven, no tanto amaba cuanto “amaba amar”. En sus gestos de aproximación, ingenuos casi siempre, a veces rematadamente torpes, mas no por ello indignos, tratan de amortiguar la incomunicación a que condena el anonimato de la gran ciudad y una soledad no deseada, sino impuesta por desencuentros y desamores anteriores. Se esfuerzan tenazmente por articular eslabones de efímeros encuentros que tal vez se dilaten en amor o que, al menos, lleguen a ocupar el tiempo del vivir. Al seguir el hilo entrecortado, cabos sueltos, de unos breves segmentos en sus vidas, apenas imaginarias, bien reales, podemos aprender en el corazón de otros, no tanto entes de ficción, cuanto vecinas o vecinos nuestros, compañeros de trabajo, conocidos o, más bien, desconocidos nuestros, incluido, casi seguro, ese otro desconocido que nosotros mismos somos.