pagina 12. - La gaceta de la Universidad de Guadalajara

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Lunes 27 de julio de 2015
La guerra de castas
Martín Vargas Magaña
E
Secretario del Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Guadalajara
l 30 de julio se cumple el 168 aniversario del
inicio de la rebelión maya en la península de
Yucatán, conocida como la Guerra de castas.
Se trata del movimiento de insurrección
indígena más prolongado que logró amenazar de
forma real el orden establecido durante más de 300
años en aquella aislada región de México. Es uno de
los episodios de la historia nacional menos conocido
y que aporta valiosos elementos sobre la naturaleza
y alcance de la lucha que los pueblos originarios han
dado por alcanzar su libre autodeterminación.
Durante el periodo colonial los mayas fueron
sometidos a una férrea explotación y un inhumano
control por parte de los españoles y criollos, que
mantenían la posesión de las tierras y el monopolio
del uso de la violencia. Tan brutal era el régimen, que
al término de la invasión española sólo sobrevivieron
alrededor de 300 mil mayas y para 1700 este número
había quedado reducido a menos de la mitad.
Durante la época colonial y aún después de
consumada la independencia, los levantamientos
armados en la península de Yucatán fueron frecuentes.
Tal vez el más famoso de ellos fue el encabezado por
Jacinto Canek, en 1761, en el poblado de Cisteil; esta
revuelta fue sofocada rápidamente y su líder torturado
y asesinado de manera cruenta, como escarmiento.
Sin embargo, la indignación y el anhelo de libertad
no pudieron ser extirpados.
A mediados del siglo XIX, tres líderes mayas
planearon una nueva insurrección: Manuel Antonio
Ay, de Chichimilá; Cecilio Chí, de Tepich y Jacinto Pat,
de Tihosuco. Pero el gobierno de Yucatán, encabezado
por Santiago Méndez, se percató de una enorme
concentración de indígenas armados y pertrechados
en la hacienda Culumpich, propiedad de Jacinto Pat,
a 40 kilómetros de Valladolid. En respuesta y con la
intención de disuadir cualquier intento de rebelión,
detuvieron, trasladaron a Valladolid, juzgaron y
ahorcaron en la plaza pública a Manuel Antonio Ay,
bajo el cargo de instigar la sublevación maya. A esto
le siguió la persecución de líderes y la represión en
contra de la población, que llegó hasta el poblado de
Tepich, a finales de julio de ese mismo año.
Cecilio Chí no tuvo más opción que actuar y el
30 de julio de 1847 atacó y tomó Tepich. Su primera
acción tras la toma del poblado fue ejecutar a todos
los blancos. Jacinto Pat se incorporó desde el sur con
sus tropas y juntos tomaron el control del suroriente
de la península. Un año después, la guerra se había
extendido por toda la península y por momentos
parecía que los mayas lograrían alcanzar el triunfo.
El levantamiento se prologó por 54 años y
oficialmente lo declararon extinto hasta 1901, a pesar
de que las condiciones sociales y económicas que lo
originaron no las habían resuelto aún.
Luego de los sucesos en Tepich, el gobierno aplastó
a los líderes mayas de Motul, Nolo, Euán, Yaxcucul,
Chicxulub y Acanceh, pero para ese momento los
MIRADAS
asentamientos del sur y oriente de la península
habían sido tomados por los insurrectos, y los criollos,
mestizos y españoles que habitaban en ellos habían
sido ejecutados.
El 21 de febrero de 1848, una vez que la rebelión
se había propagado hasta Izamal, Valladolid y 200
poblaciones más, los mayas bajo las órdenes de José
Venancio Pec, asaltaron Bacalar y ejecutaron a la
mayoría de sus habitantes; solo algunos que huyeron
hacia la Honduras Británica, asentándose en la
población de Corozal, salvaron la vida.
El gobierno yucateco, aun bajo el riesgo de perder
la soberanía, solicitó ayuda a los gobiernos de Estados
Unidos, Cuba, Jamaica, España e Inglaterra para
sofocar la rebelión. El presidente norteamericano
James Knox Polk simpatizó con la idea de intervenir
y anexar Yucatán al territorio norteamericano, pero
el Congreso norteamericano rechazó y anuló tal
pretensión.
Luego de sus fallidas gestiones en el exterior, el
gobierno yucateco se vio obligado a realizar diversos
intentos de negociación. La primera respuesta
positiva que recibieron fue de parte de Jacinto Pat, que
acuartelado en Tzucacab, puso como condiciones para
el cese de las hostilidades: 1) que él fuera reconocido
como Jefe Supremo de todos los mayas de la península;
2) que los agricultores mayas pudieran sembrar maíz
en tierras baldías sin necesidad de efectuar pago
alguno; y 3) que toda contribución personal de los
mayas hacia los caciques blancos fuera eliminada.
A mediados de 1848, el gobierno de Yucatán sólo
mantenía el control de algunas poblaciones de la costa
y del camino real hacia Campeche. Ante tal desventaja,
el entonces gobernador Manuel Barbachano aceptó la
propuesta de Pat y firmó los tratados de Tzucacab, que
además de lo ya mencionado incluían: la dispensa de
los acreedores de sus deudas, la reintegración de todos
los fusiles requisados a los mayas y la reducción de
los pagos a la iglesia por los servicios de bautismo y
casamiento.
Cecilio Chí no reconoció el tratado y la paz no llegó.
Hacia finales de 1848, el gobierno mexicano envió
dinero y tropas al gobierno yucateco a cambio de su
plena incorporación a México. Con estos nuevos bríos
fueron recuperados varios núcleos en manos de los
rebeldes y realizaron nuevos intentos de negociación,
pero ninguno prosperó.
Continuaron la lucha los cruzoob, quienes erigieron
una verdadera nación maya, con ejército y gobierno
propio en el sureste de la península (gracias a la venta
de armas por parte de los ingleses y al apoyo del
gobierno de Honduras).
Solo hasta la firma del acuerdo Spencer-Mariscal
quedó limitado el tráfico de armamento, y las
hostilidades declinaron.
En 1901 las tropas federales mexicanas tomaron
el poblado de Chan Santa Cruz, acto con el cual
oficialmente fue declarada extinta la rebelión maya. ©
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