VIERNES SANTO 6 abril del 2007 RELATO Pasión de nuestro Señor Jesucristo Juan 18, 1 – 19, 42 C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas, entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: + -«¿A quién buscáis?». C. Le contestaron: S. -«A Jesús el Nazareno». C. Les dijo Jesús: + -«Yo soy». C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez. + -«¿A quién buscáis?». C. Ellos dijeron: S. -«A Jesús, el Nazareno». C. Jesús contestó: + -«Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: + -«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?». C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo». Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: S. -«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». C. El dijo: S. -«No lo soy». C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: + -«Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo». C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: S. -«¿Así contestas al sumo sacerdote?». C. Jesús respondió: + -«Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?». C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: S. -«¿No eres tú también de sus discípulos?». C. Él lo negó, diciendo: S. -«No lo soy». C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: S. -«No te he visto yo con él en el huerto?». C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo: S. -«¿Qué acusación presentáis contra este hombre?». C. Le contestaron: S. -«Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos». C. Pilato les dijo: S. -«Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley». C. Los judíos le dijeron: S. -«No estamos autorizados para dar muerte a nadie». C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: S. -«¿Eres tú el rey de los judíos?». C. Jesús le contestó: + -«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». C. Pilato replicó: S. -«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?». C. Jesús le contestó: + -«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». C. Pilato le dijo: S. -«Conque ¿tú eres rey?». C. Jesús le contestó: + -«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». C. Pilato le dijo: S. -«Y, ¿qué es la verdad?». C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: S. -«Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». C. Volvieron a gritar: S. -«A ése no, a Barrabás». C. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: S. -«¡Salve, rey de los judíos!». C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: S. -«Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa». C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: S. -«Aquí lo tenéis». C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: S. -«¡Crucifícalo, crucifícalo!». C. Pilato les dijo: S. -«Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él». C. Los judíos le contestaron: S. -«Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios». C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: S. -«¿De dónde eres tú?». C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: S. -«A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?». C. Jesús le contestó: + -«No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor». C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: S. -«Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César». C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: S. -«Aquí tenéis a vuestro rey». C. Ellos gritaron: S. -«¡Fuera, fuera; crucifícalo!». C. Pilato les dijo: S. -«¿A vuestro rey voy a crucificar?». C. Contestaron los sumos sacerdotes: S. -«No tenemos más rey que al César». C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: S. -«No escribas: “El rey de lo judíos”, sino “Éste ha dicho: Soy rey de los judíos”». C. Pilato les contestó: S. -«Lo escrito, escrito está». C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: S. -«No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca». C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaba su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: + -«Mujer, ahí tienes a tu hijo». C. Luego, dijo al discípulo: + -«Ahí tienes a tu madre». C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: + -«Tengo sed». C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: + -«Está cumplido». C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. (Todos se arrodillan, y se hace una pausa) C. Los judíos entonces, como era el día de la preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron». Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. El fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. CONTEMPLACIÓN - ORACIÓN ACERCAMIENTO AL RELATO Es en la narración de la pasión donde las coincidencias y paralelismos de Juan con los sinópticos son mayores. Esto hace pensar en la existencia de un relato previo a los evangelios sobre los últimos días de Jesús que recogía, al menos, lo acaecido desde su arresto en Getsemaní hasta la cruz. Ese relato se halla subyacente en la narración de la pasión de los cuatros evangelistas. Naturalmente que cada uno de ellos amplió dicho documento con otras fuentes de información y teniendo en cuenta los intereses y la finalidad propios. Así, el relato de Juan contiene algunos episodios y detalles que no se encuentran en los sinópticos: la participación de los romanos en el arresto de Jesús, la escena ante Anás, el diálogo con Pilato sobre la verdad, la mención de la túnica, la presencia de la madre de Jesús y del discípulo amado junto a la cruz, la lanzada... Y desde el punto de vista teológico también posee rasgos muy específicos, tales como la referencia a la hora de la glorificación, la presentación de Jesús como juez y como rey, y la pasión como entrega libre y deliberada de Jesús... A través de estos acentos aparece con claridad que para el cuarto evangelista la Pasión de Jesús no es una humillación, sino una glorificación; la cruz no sólo es instrumento de suplicio, sino también trono en el que se manifiesta la gloria de Jesús. Es este evangelista quien recoge la recriminación que Jesús hace al soldado que le dio la bofetada (18, 12s). Esto no podía ocurrir en los sinópticos, pues ellos presentan a Jesús como el que va a la cruz como un cordero al matadero, sin abrir la boca. Juan, por el contrario, tiene como base teológica la consideración de Jesús como el Señor. Incluso en la pasión muestra su señorío único: no solamente se enfrenta a ella voluntariamente (10, 17), sino que él mismo es la figura rectora y dirigente de todos los acontecimientos que la integran. El relato de la pasión de Jesús, pues, en el cuarto evangelio es una enérgica afirmación de su identidad. A los que le buscan, Jesús les dice: «Yo soy» fórmula frecuente en Juan, y que estos dos capítulos repiten muchas veces. El enfrentamiento con Pilato es de una factura impecable. De inicio, Juan hace notar que, siendo la fiesta de la Pascua, los judíos «no entraron en el pretorio por no incurrir en impureza». Esto obliga a Pilato a un constante vaivén en el que su figura se desgasta y disminuye en la medida en que crece la de Jesús. A medida que avanza la narración con el constante ir y venir de Pilato, expresión de su inseguridad y debilidad, la personalidad de Jesús se afirma. El poder del representante del más poderoso emperador de la tierra no lo intimida. Los judíos hacen que el funcionario romano escoja entre Jesús y el César y lo que significan. Antes, Pilato les había hecho elegir entre Jesús y Barrabás; ellos le proponen ahora una decisión de otra envergadura, arriesgada además para el Procurador. Pilato opta por el poder temporal y por la prebenda y el servil Pilato ordena la crucifixión del Nazareno. Y la cruz, signo de su entrega y amor, se convierte en el trono de su reino de servicio. Cuando Jesús es llevado a la muerte, aparentemente vencido, Juan lo presenta erguido y victorioso. Es la visión del “discípulo amado” en estos momentos cumbres de la Pasión. Vapuleado y con el rostro desfigurado, Jesús, como el siervo de Yavhé del que nos habla Isaías, «asombrará a muchos pueblos, y ante él los reyes cerrarán la boca» (Is 52, 15). Desde la cruz llama a amar hasta el extremo. En la solidaridad con todos, y en especial con los más marginados, se puede acoger (hoy y siempre) el reino que vino a traer y que la inaugura en el trono de la Cruz. REFLEXIÓN a) Memoria subversiva «El recuerdo de Jesús es un recuerdo subversivo. Hacer memoria de Jesús es traer al recuerdo algo subversivo. La Pascua nos aviva la esperanza ilimitada, cierto. Pero la raíz de esa esperanza es una cruz- suplicio de esclavos, vergüenza, escándalo, fracaso, subversión- y tiene huellas de sangre. ¡Una memoria con huellas de sangre! Porque se hace presente a un hombre crucificado. Digamos mejor asesinado, puesto que, entre nosotros, el verbo «crucificar» se ha dulcificado y ha perdido la fuerza. Asesinado por las fuerzas del orden: lo liquidaron las autoridades religiosas y civiles después de conseguir el apoyo de un pueblo engañado. Todo perfectamente logrado para sacarlo fuera de la ciudad y ajusticiarlo como cualquier bandido. Subvertir el orden de valores: mostrar la verdadera realidad debajo de las apariencias e incluso frente a ellas; en resumen, una vida, un estilo, un hombre diferente, he aquí el misterio de Jesús. Jesús vivió esta realidad con apasionamiento. No porque pretendiera causar impacto, sino porque él era así. Su muerte no fue un hecho aislado, sino consecuencia y síntesis de su vida. Vivir para los demás. Amar siempre a todos. Gritar libertad y liberación con su propia vida. Vaciarse de sí mismo. Ser pobre para que nosotros nos hiciésemos ricos. Quebrantar el sábado y la ley cuando lo pide el amor, aunque se produzca un escándalo. Ser el último para que los últimos sean los primeros. Creer en el Padre hasta el límite de la esperanza y la muerte. Tener miedo y seguir adelante. No vacilar en la tarea de llevar a cabo el plan del Padre, aunque sea sin comer. Amar sin esperar recompensa. Despreciar las seguridades humanas -el dinero, el tiempo, el favor de los grandesno por superioridad, sino por tener puesta la vida, sin cálculos, en otros valores. Defender a los que no tienen defensor. Acompañar y hacerse acompañar de los mal vistos. Renunciar al triunfo personal. Matar las fuerzas demoníacas de la dominación por el servicio más humilde. Mostrar así que hay un Amor que persigue a todos, buenos y malos, y de todos espera lo imposible. Todo esto puede expresar algo de lo que fue Jesús, de lo que sintieron a su lado los Apóstoles. De ellos son esas ideas y a veces hasta las expresiones. Pero no sirven más que para hacer memoria de algo intraducible que supera nuestra experiencia humana. El poema del Siervo de Yahvé (Is 52, 13 – 53, 12) es una de las imágenes más significativas que utilizan los autores del Nuevo Testamento para expresar este nuevo orden de valores. A su luz puede entenderse mejor el carácter subversivo de Jesús. Con su sistema de valores atentó contra el orden establecido, y por eso lo liquidaron los representantes de ese orden. Pero él no temió llegar a las últimas consecuencias para anunciar un mundo nuevo -¡El reino de Dios!-. Un mundo que ya ha empezado y que está en marcha. A él pertenecen los que creen que la verdadera vida es la de Jesús. Los que no dominan ni son servidos, sino servidores. Los que se hacen pequeños. Los pecadores que reconocen su falsedad. Los que padecen persecución por crear justicia. Los pobres. Los que aman a sus enemigos y hacen el bien incluso a sus perseguidores. Los que perdonan aunque hagan el ridículo. Los que no calculan lo que dan, ni su dinero, ni su tiempo, ni su vida. Los que escuchan atentamente la palabra de Dios y la ponen en práctica. Pascua es la revolución permanente de Jesús. Su sangre sigue humedeciendo las tierras resecas de la injusticia y la opresión. Su muerte violenta deja de ser un suceso para alzarse de nuevo y convencer al mundo de su pecado (ver Jn 16, 8). La memoria de Jesús nos pone delante a un hombre que no acepta el mundo tal como está y nos urge a trabajar activamente en la transformación global de la sociedad. Nos recuerda la dureza de una tarea que sufre violencia (Mt 11, 12) y puede provocar la persecución. Pero al mismo tiempo nos alienta a trabajar con la fuerza que da la fe. “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo! Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). De esta manera, la memoria subversiva se convierte en memoria festiva. No es recuerdo acongojado que, a cambio de una vida difícil, obtendrá finalmente la recompensa de la victoria. Es la alegría de Jesús que se hace presente para decimos: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 21). “Vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16, 20). “Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os podrá quitar vuestra alegría” (Jn 16, 22). Es la alegría de ver que nace un mundo nuevo (Ap 2, 1ss) y que en cada uno de nosotros crece también un hombre nuevo (Ef 4, 24)». Loidi, P. - Longa, M. b) Algunos protagonistas Para vivir la pasión, para mejor comprenderla... es necesario acompañar a Jesús e introducirse en las entrañas de los que estuvieron junto a él y la vivieron con él. No importa que sepamos poco de algunos protagonistas. No importa el que a algunos les tengamos que poner nombre, pues aparecen sin él en el relato. Lo importante es dejarnos tocar por su experiencia y aprender de su vivencia y sentimientos. Descubre estos personajes al leer el relato de la pasión, y, a la vez que percibes si están correctamente caracterizados, intenta aprender de sus sentimientos y actitudes... Judas: el amor fanático Caifás: la religiosidad vacía Poncio Pilato: el apego al poder Verónica: el testimonio espontáneo Simón de Cirene: la ayuda oportuna María Magdalena: la mujer transformada Dimas -el buen ladrón-: el encuentro al atardecer Longinos -el soldado-: el deber cumplido y recompensado Nicodemo: la persona que volvió a nacer José de Arimatea: la generosidad en el fracaso Pedro: el amigo que traiciona Juan: el testigo fiel María: la madre Jesús: el Señor. Sugerencias para orar (Aquí se presentan diversos posibles “ejercicios” que se pueden realizar a lo largo de este día. Cada uno escoge el que mejor le parezca, dada su situación personal o, incluso, grupal). 1. Me pongo junto a Jesús en la cruz para comprobar cómo su muerte verifica la autenticidad de sus palabras: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los que ama» (Jn 15, 13). «El buen pastor da su vida por sus ovejas» (Jn 10, 11). «El Hijo del Hombre ha venido para servir y dar la vida en rescate por todos» (Mc 10, 45). «Os aseguro que, si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. Quien tiene apego a su propia existencia, la pierde; quien desprecia la propia existencia en el mundo, la conserva para una vida sin término» (Jn 12, 24-25). «Ahora me siento agitado: ¿le pido al Padre que me saque de esta hora? ¡Pero si para esto ha venido, para esta hora! ¡Padre, manifiesta tu gloria!» (Jn 10, 11). «El Padre me ama porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; la doy yo voluntariamente» (Jn 10, 17). Dejo que fluyan en mí el agradecimiento, el asombro, la conmoción, la fascinación, la paz y la seguridad que destila la confesión y proclamación de Pablo a la comunidad de Corinto: «Mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros anunciamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos. Mas para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Cor 1, 22-24). 2. Me traslado mentalmente -o físicamente- a algún lugar conocido donde se condense mucho dolor humano: un hospital, una cárcel, un campo de refugiados, un barrio marginal... Me siento en un rincón y, desde ahí, leo pausadamente la narración de la pasión de Jesús según san Juan (Jn 18, 1 – 19, 42) 3. Me pongo junto a Jesús en la cruz y escucho cómo interpretó él mismo ese momento: «La mujer, cuando da a luz, está triste porque le ha llegado su hora; pero cuando le nace el niño, ya no se acuerda del aprieto, por el gozo de que haya nacido una nueva criatura en el mundo...» (Jn 16, 21). Le pido que me ayude a mí, y que ayude a todos, a encarar el dolor de una manera nueva. Dejo que mis preguntas sobre el misterio del mal escuchen de él una palabra de vida: existe un sufrimiento que es fecundo; el dolor puede ser tránsito hacia la vida y hacia la plenitud y el gozo. Le pido la gracia de saber reconocer también «mi hora» y, como la mujer en el parto, atravesar el umbral del dolor para dejar nacer la vida. 4. Fijo mi mirada en Jesús en la cruz. Él es, según la expresión de la carta a los Hebreos, el «guía» o «conductor», es decir, el que va delante de nosotros, el que nos precede en el camino y nos conduce en medio de la oscuridad y las dudas de fe. Es también el que la perfecciona y la lleva a término; el que nos enseña desde la cruz a ir más allá de todas las negatividades y de todas las noches; el que pone su propia fe como roca bajo nuestros pies para que, apoyándonos ahí, nos atrevamos a confiar incondicionalmente en el Padre y nos abandonemos en su regazo. «Así pues, nosotros, rodeados de una nube tan densa de testigos, desprendámonos de cualquier carga y del pecado que nos asedia; corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el que inició y consumó la fe, en Jesús. El cual, por la dicha que le esperaba, sufrió la cruz, despreció la humillación y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (Heb 12, 1-2). Repito una y otra vez con él: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». 5. «Junto a la cruz de Jesús estaba su madre...» (Jn 19, 25). Me pongo junto a María al pie de la cruz y le pido que me enseñe a permanecer como ella junto a su Hijo y junto a todos aquellos que hoy siguen en la cruz. Escucho la palabra de Jesús: «Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre». Dejo que ella ejerza esa nueva responsabilidad sobre mí. Y pienso qué puede significar en mi vida hacer como el discípulo que «se la llevó a su casa». CRISTO, TE AMO Cristo, te amo, no porque hayas descendido de una estrella, sino porque me enseñaste que el hombre está hecho de sangre, de lágrimas, de angustia... Sí... Tú nos enseñaste que el hombre es Dios, un pobre Dios crucificado como Tú. Y aquel que está a tu izquierda, en el Gólgota, el mal ladrón, también es Dios. León Felipe CONTEMPLACIÓN y ADORACIÓN (Ejercicio práctico de meditación) (Anthony de Mello) “Momentos después de la muerte de Jesús, me encuentro de pie sobre la colina del Calvario, ignorante de la presencia de la multitud. Es como si estuviera yo solo, con los ojos fijos en ese cuerpo sin vida que pende de la cruz... Observo los pensamientos y sentimientos que brotan en mi interior mientras contemplo... Miro al Crucificado despojado de todo: Despojado de su dignidad, desnudo frente a sus amigos y enemigos. Despojado de su reputación. Mi memoria revive los tiempos en los que se hablaba bien de él... Despojado de todo triunfo. Recuerdo los embriagadores años en que se aclamaban sus milagros y parecía como si el reino estuviera a punto de establecerse... Despojado de credibilidad. De modo que no pudo bajar de la cruz... De modo que no pudo salvarse a sí mismo... -Debió de ser un farsante... Despojado de todo apoyo. Incluso los amigos que no han huido son incapaces de echarle una mano... Despojado de su Dios -el Dios a quien creía su Padre-, de quien esperaba que iba a salvarlo en el momento de la verdad... Le veo, por último, despojado de la vida, de esa existencia terrena a la que, como nosotros, se aferraba tenazmente y no quería dejar escapar... Mientras contemplo ese cuerpo sin vida, poco a poco voy comprendiendo que estoy contemplando el símbolo de la suprema y total liberación. En el hecho mismo de estar clavado en la cruz adquiere Jesús la vida y la libertad. Hay aquí una parábola de victoria, no de derrota, que suscita la envidia, no la conmiseración. Así pues, contemplo ahora la majestad del hombre que se ha liberado a sí mismo de todo aquello que nos hace esclavos, que destruye nuestra felicidad... Y al observar esta libertad, pienso en mi propia esclavitud: Soy esclavo de la opinión de los demás. Pienso en las veces que me dejo dominar por lo que la sociedad dirá o pensará de mí. No puedo dejar de buscar el éxito. Rememoro las veces en que he huido del riesgo y de la dificultad, porque odio cometer errores... o fracasar... Soy esclavo de la necesidad de consuelo humano: ¡Cuántas veces he dependido de la aceptación y aprobación de mis amigos... y de su poder para aliviar mi soledad...! ¡Cuántas veces he sido absorbente con mis amigos y he perdido mi libertad...! Pienso en mi esclavitud para con mi Dios. Pienso en las veces que he tratado de usarlo para hacer mi vida segura, tranquila y carente de dolor... y también en las veces que he sido esclavo del temor hacia él y de la necesidad de defenderme de él a base de ritos y supersticiones... Por último, pienso cuán apegado estoy a la vida... cuán paralizado estoy por toda clase de miedos, incapaz de afrontar riesgos por temor a perder amigos o reputación, por temor a verme privado del éxito, o de la vida, o de Dios... y entonces miro con admiración al Crucificado, que alcanzó la liberación definitiva en su pasión, cuando luchó con sus ataduras, se liberó de ellas y triunfó. Observo las interminables hileras de personas que en todas partes se postrarán de rodillas hoy, Viernes Santo, para adorar al Crucificado. Yo hago mi adoración aquí, en el Calvario, ignorando por completo a la ruidosa multitud que me rodea: Me arrodillo y toco el suelo con mi frente, deseando para mí la libertad y el triunfo que resplandecen en ese cuerpo que pende de la cruz. Y en mi adoración oigo cómo resuenan en mi interior aquellas palabras suyas: «Si deseas seguirme, debes cargar con tu cruz...». Y aquellas otras: «Si el grano de trigo no muere, queda solo...»”. COMPROMISO DE VIDA Voy a leer despacio el RELATO de la PASIÓN según san Juan Me ayudo de las REFLEXIONES que se me ofrecen, y así me preparo para la CONTEMPLACIÓN en este Viernes Santo. Si te animas, escríbele una CARTA ABIERTA al Cristo de la Cruz. ¿Te gustaría que la publicáremos? ¡Envíanosla...! ORACIÓN para este DÍA ANTE EL MISTERIO ¡Han desfigurado a Jesús! Han explicado todos los detalles de su vida y no han dejado ni uno solo sin explicar. Ya no interesas, Jesús. Ya no divides. Ya no escandalizas. Se ha desvelado el misterio y lo hemos entendido todo. Murió en una cruz, pero es que iba a resucitar. Se opuso a la ley, pero fue porque era Dios. Sufrió mucho, pero fue porque luego iba a gozar. Produjo escándalo, pero es que entonces no le entendían. Le condenaron a muerte, pero fue por equivocación. Denunció a los fariseos, pero es que eran unos hipócritas. Se cargó el templo, pero es que lo habían convertido en cueva de ladrones... Ya no interrogas, Jesús. Ya no divides. Ya no escandalizas. Se ha destapado la caja y ha aparecido el misterio sin misterios. Pero no, y mil veces no. Te han secuestrado, pero yo te recuperaré como eres, sin explicaciones, intacto, desnudo de vestidos teológicos y coronas litúrgicas. Te quiero desnudo, Cristo, como fuiste, como eres hoy, como serás mañana, desafiante, interpelante y amigo. ¡Inexplicable! Estoy harto de explicaciones. No me expliquéis el misterio, que me lo matáis. ¡Y además es mentira! ¡¡Las explicaciones son mentira todas!! Yo, ante el misterio, sólo quiero estar y adorarlo. Mirar sin ver. Estudiar sin entender. Comer sin digerir. ¡No quiero digerir a Jesucristo! ¡Marchaos todos los teólogos y todas las iglesias! Yo, ante el misterio, sólo quiero estar y adorarlo. Marchaos. Marchaos todos y dejadme solo con él. Dejadme solo, a la intemperie, con él. No me expliquéis nada. Marchaos y dejadme solo. Que quiero, ante este misterio, sólo estar y adorarlo. Y seguirlo, seguirte siempre, siempre, a tu calor, caliente, caminando... Loidi, Patxi