La oposición al sistema. El nacimiento de los

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Tema
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Apuntes de Historia de España
La oposición al sistema. El nacimiento de los
nacionalismos periféricos
1. Introducción.
2. El republicanismo y movimiento obrero.
3. El nacimiento de los nacionalismos periféricos.
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Introducción
El sistema de la Restauración marginó a amplios sectores políticos y sociales. Auque estas
fuerzas eran numerosas, su diversidad impidió plantear una alternativa al régimen.
Los problemas estructurales de España en este periodo y que supusieron de hecho los
factores de descomposición del sistema fueron: el problema social y el movimiento obrero,
los nacionalismos periféricos, la cuestión colonial y militar y la incapacidad del sistema de
dar espacio político a las fuerzas de oposición (partidos no dinásticos).
Además de los partidos dinásticos existían en la España de la Restauración otras fuerzas
políticas que, con muchas dificultades, intentaban participar en la vida parlamentaria como
representativas de otros sectores sociales. Las principales corrientes eran las que encarnaban
los nacionalismos periféricos (catalán como la Lliga Regionalista y Vasco con el PNV,
1895); el movimiento obrero y el socialismo (PSOE, 1879); diferentes corrientes
republicanas y los carlistas.
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El republicanismo y movimiento obrero.
Después del fracaso de la I República, el republicanismo español tardó mucho en
rehabilitarse y constituir una alternativa política. En cambio, el ideario republicano, basado
en una posición anticlerical, en la fe en el progreso y en la defensa de políticas reformistas
en materia social, se mantuvo vivo en los casinos y ateneos, en la prensa y en los sectores
intelectuales y universitarios.
La fragmentación de los republicanos obedecía a razones ideológicas y personales. Cada uno
de los grandes líderes republicanos del Sexenio Democrático acaudilló su propio partido: Pi y
Margall, el Partido Federal; Ruíz Zorrilla, el Partido Progresista; Castelar, el Partido
Histórico; y Salmerón, el Partido Centralista. Las grandes divergencias se centraban en torno
a la organización centralista o federal del Estado y a la estrategia para alcanzar el poder (la
insurrección o los medios electorales).
A partir de los años ochenta, muchos republicanos se integraron en el régimen de la
Restauración, lo que debilitó aún más el movimiento. A pesar de los intentos para establecer
una unidad de acción republicana, la unificación no se produjo hasta la aparición de la Unión
Republicana (1903).
A comienzos del siglo XX, el republicanismo español adquirió nuevos impulsos a medida
que se debilitaba el sistema caciquil de la Restauración tras la muerte de sus líderes y en el
contexto de crítica al régimen posterior a la crisis del 98. Surgieron nuevas fuerzas, como el
Partido Reformista (1912), de Melquíades Álvarez y, sobre todo, el Partido Republicano
Radical (1908), cuyo líder más popular era Alejandro Lerroux. El republicanismo fue una
fuerza ascendente a lo largo de todo el primer tercio del siglo XX y recogía las aspiraciones
de cambio social y político que llevaron al derrocamiento de la monarquía de 1931.
El movimiento obrero estaba dividido en dos tendencias político-sindicales: por un lado la
corriente socialista representada por el PSOE (fundado en 1879) y el sindicato vinculado a
este partido, la UGT (1888). El periódico El Socialista nació en 1886 como órgano entonces
semanal del partido. Su fuerza radicaba en Madrid, Sevilla, Asturias, Vizcaya y Cataluña
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principalmente. Por otra, la corriente anarquista, que se mantenía en la clandestinidad por
la durísima represión que comenzó en 1874, estaba organizada en sindicatos locales y de
rama, tenía su fuerza sobre todo en Andalucía, Levante y Cataluña. Se organizaría
definitivamente en 1911 en la CNT.
En la última década del siglo XIX el movimiento obrero experimentó un fuerte crecimiento
debido a varias razones: la crisis económica de 1887, que empeoró las condiciones de vida y
provocó numerosos despidos, y la libertad de acción y actuación legal de las organizaciones
obreras. La UGT llegaría a contar con 30 000 afiliados en 1900. Los anarquistas se
debilitaron bastante debido a la represión que desencadenó la repercusión contra una
supuesta organización anarquista secreta, la Mano Negra en 1883; otro factor en este sentido
fueron las disensiones internas de las organizaciones anarquistas.
El momento más importante en las movilizaciones obreras fue el año 1890, en el que se
produjo la primera huelga de la minería vizcaína a raíz del despido de varios trabajadores. A
partir de ese año creció continuamente la implantación de sindicatos por todo el país, y el
PSOE, por su parte, comenzó a obtener concejalías en elecciones municipales de distintas
zonas industriales.
La movilización obrera consiguió que, en los primeros años del siglo XX, se aprobasen
algunas leyes que mejoraban las condiciones jurídicas de los trabajadores: la ley de
accidentes de trabajo(1900), la de protección a las mujeres y niños(1900), la creación del
Instituto de Reformas Sociales(1903) y el Instituto Nacional de Previsión(1908).
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El nacimiento de los nacionalismos periféricos
La división en provincias de 1833 no tuvo en cuenta las realidades comunitarias existentes.
Así que se ha señalado que la España del siglo XIX fue “un país de centralismo legal pero de
localismo y comarcalismo real”, una red de comarcas mal comunicadas y poco integradas
entre sí. La confluencia de estos particularismos y el renacimiento cultural que los acompañó
permitieron la manifestación espontánea de una diversidad regional o nacional que se hizo
especialmente evidente en Cataluña y el País Vasco, precisamente las regiones con más
independencia económica.
Los regionalismos periféricos, fueron en principio manifestaciones de las pequeñas y
medianas burguesías, más que las altas que intentaban recuperar su identidad nacional a
través de la defensa de sus peculiaridades históricas.
El catalanismo
En Cataluña fue surgiendo un movimiento cultural -La Renaixença- que abarcaba diversos
campos de la actividad intelectual (historia, literatura, artes…) que tuvieran relación con
Cataluña, utilizando como instrumento cada vez más la lengua propia.
Más tarde, ya en la Restauración, surgió el catalanismo político,cuyas guías eran Lo
Catalanisme, publicado por Valentí Almirall en 1886, y La Tradició Catalana. De la síntesis
de ambas obras surgió en 1896 el Compendi de la doctrina nacionalista, de Enric Prat de la
Riba, como la forma catalana de regeneracionismo de fin de siglo.
Almirall abanderó la línea del catalanismo moderno, optando por el federalismo como la
fórmula para unificar las distintas posiciones antagónicas de las burguesías particularistas.
Defendía la necesidad de respetar y fomentar la “manera de ser y las costumbres
tradicionales” de las comarcas forales y reivindicaba las divisiones naturales frente a las
provincias artificiales surgidas del unitarismo liberal. Su planteamiento no era
independentista sino autonomista.
En 1887 fundaron la Lliga de Catalunya y, con motivo de los Juegos Florales celebrados por
la Exposición Universal de Barcelona, presentaron a la reina regente Mª Cristina (Alfonso
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XII había muerto en noviembre de 1885) un programa regionalista. Este programa mantenía
al mismo tiempo la fidelidad a la monarquía y la búsqueda de una amplia autonomía. En
1891 volvieron a encontrarse el Centre y la Lliga gracias al esfuerzo conciliador de Enric
Prat de la Riba, y el resultado fue una nueva organización, la Unió Catalanista. En su
primera reunión celebrada en Manresa en 1892, se suscribieron las bases para una
“Constitución regional catalana”, una síntesis de la concepción federal de integración del
Estado catalán en el Estado español y de las ideas del catalanismo conservador.
El nacionalismo vasco
El nacionalismo del País Vasco surgió en un clima de defensa de los fueros y no fue obra de
una moderna burguesía. La ley que abolió sus fueros históricos en 1876 provocó dos
reacciones diferentes: la de los que, transigiendo, supieron rentabilizar la situación para
transformar la pérdida en conciertos económicos con Madrid en provecho propio
desarrollando una industria ligada al mercado español, y de los que, apelando al
tradicionalismo, defendían la íntegra recuperación de los fueros. Estos eran los perdedores de
la guerra carlista. Se aferraban a un País Vasco tradicionalmente agrario, contrario al
fenómeno urbano y su industria; para quienes la defensa de los fueros totales equivalía a
defender la esencia de “lo vasco”, de forma que la Ley de 1876 se convirtió en “el agravio”
por antonomasia del Gobierno central.
El propulsor del nacionalismo vasco, Sabino Arana, recogió estas ideas que flotaban en la
sociedad: para un pueblo diferente (de una raza y, sobre todo, lenguas distintas) recuperar los
fueros totales era recuperar la plena soberanía, lo cual significaba independencia. El lema
nacionalista vasco era “Dios y Ley Vieja”, es decir fueros y tradiciones.
En 1895 se fundó el Partido Nacionalista Vasco con una solemne declaración
antiespañola. Pero el partido no fue capaz de conseguir nada mientras estuvo integrado por
la pequeña burguesía bilbaína tradicionalista. Se extendió su influencia cuando se aproximó a
la burguesía más moderna e industrial. Entonces apareció la división interna entre los
defensores de la independencia y los que buscaban la autonomía dentro del Estado español.
Estos últimos, urbanos, industriales, y con dinero imprescindible para el partido, se
impusieron con el control del PNV y entraron en una línea parecida a la de Cataluña,
copiando la idea de “rehacer España”, desde el País Vasco, en este caso.
El regionalismo en Galicia
El surgimiento de movimientos nacionalistas en Galicia se remonta a la España isabelina. En
1843 se celebró en Lugo una Asamblea Federal en la que Antolín Faraldo propuso la
independencia del reino de Galicia. En 1846 tuvo lugar un levantamiento progresista y
autonomista bajo la dirección de la Junta Superior de Galicia, que fue ahogado en sangre
(mártires de Carral). En 1873 tuvo lugar una Asamblea Federal en Santiago, dentro de los
movimientos federales republicanos. La Lliga Regionalista gallega fue creada en 1890 y
dirigida por Alfredo Brañas. En 1916 se fundó “Irmandade da Fala”, en cuyo programa se
habla de conquistar una amplia autonomía para Galicia.
El nacionalismo gallego muestra diferencias claras con respecto al catalán o al vasco. Por una
parte, fracasó en su intento de construir una fuerza política galleguista homogénea, pero, por
otra, edificó una ideología diferenciadora basada en el territorio, raza, lengua, historia y
conciencia nacional. Con todo, este galleguismo no pretendía alcanzar un Estado
independiente, ni siquiera un federalismo, sino un modelo jurídico-político de
descentralización designado con el término de autonomía.
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