Hansel y Gretel. Su nombre es Mejia. De apodo “Amedio”. Puede que lea esto puesto que he visto su nombre en el libro de firmas. Un hombre bajo, de modales suaves, muy discreto, nunca alzó su voz, paciencia sin límites y aunque guerrillero hasta la médula nunca se diría que lo es puesto que no lo parece. Tenía una cámara con la que hizo crónica gráfica y las fotos que conservamos cada uno de nosotros se debe a su arte. Y es el torturador más despiadado y tenaz que he conocido. Vayamos por partes. Ya hemos hablado de las bienvenidas a los reclutas. Después de cada dura jornada, quedaban en manos de los veteranos. Reclutas rendidos y veteranos quemados. Noches largas. Al principio unos fuegos artificiales, espectáculo nocturno de luz y sonido patrocinado por los mandos que proveían de pirotecnia. Visita obligada a la cota, conguito, charcas y diferentes recorridos para familiarizarse con el terreno. Luego iban disminuyendo en la medida que se iban endureciendo. Pero nadie se libraba de las 6 u 8 primeras semanas de muy escaso sueño. Eso si; agua, mucha agua. Siempre agua. Esa fase era la primera. Cubos y cubos de agua mientras dormías. De tal forma que las escaleras de la Compañía llegaban a parecer verdaderas cataratas. Literal. Por el día todos los colchones al sol. Recuerdo que la psicosis era tal que llegó un momento que bastaba con que te acercaran el cubo mientras estabas durmiendo y con la mano mover el agua para saltar de la cama de un bote al oírla. No hacía falta más. Pues bien, este hombre, Amedio, de aspecto recatado ejecutaba la más bárbara tortura que se les hacía a los reclutas. Era martirio psicológico, el peor. ¿Su método? Aunque parezca ridículo os aseguro que es letal: ¡Les contaba el cuento de Hansel y Gretel; la Casita de Chocolate! Armado de su infinita paciencia, con voz muy suave y gesto amistoso, se pasaba noches enteras pegado al oído del que le parecía más adecuado. Podía distraer a dos o tres por noche a lo sumo. Tenía una banqueta ya especial para ello y solo disfrutaban los que dormían abajo. Había hostias por las literas de arriba. Se acercaba al recluta y despertándolo, a oscuras, con una sonrisa, le susurraba siempre igual: ” Recluta ¿conoces el cuento de Hansel y Gretel? Yo te lo voy a contar, pero quiero que me escuches bien porqué te iré haciendo preguntas para ver si te has enterado”. Y empezaba a largar con voz suave. El tío tenía una paciencia del copón. El recluta hacía verdaderos esfuerzos por seguir el rollo porque sabía lo que pasaba. Y lo que pasaba era que Amedio seguía y seguía sin descanso hasta que su oyente estaba a punto de quedarse frito, entre dos aguas. Entonces lo espabilaba y aprovechaba para hacerle cualquier pregunta que se le pasara por los cojones. Como el otro no respondía correctamente ¿Que hacia? Pues volvía a empezar el cuento desde el principio. Así una y otra vez. El reclu nunca sabía cuando dormía o estaba despierto. Horas. Eran horas lo que se pasaba cada noche. Días y semanas enteras. Tras el duro día...y la larga noche, cada recluta rendido a las tantas solo rezaba por dormir unas pocas horas sin que le tocara ese tormento. El guerrillero Coso, un reclu al que también he visto en el libro de firmas lo podrá confirmar. Luego cada uno procuraba diversión según su imaginación. Una de ellas consistió en que cada uno debía proveer un grillo capturado de la cota para poder acceder a algo. Cualquier excusa para impedirles dormir. No se a quien se le ocurrió. El caso es que nos encontramos con un montón de ejemplares a los que decidimos como darles salida. Resulta que los reclus ya estaban bastante formaditos y nos fuimos a La Palma de guerrillas. Como tanto al inicio como al final de las mismas convergíamos en el cuartel de los pistolos y nuestra relación con ellos era muy escasa, ya que nos recibían en su cuartel decidimos llevarles un presente. Los grillos. Lo cierto es que la primera intención era de soltárselos a ellos, pero, ya puestos y por respeto a nuestros mayores, decidimos dedicar el recital sinfónico a oídos más cultivados y les dimos libertad en el pabellón de Mandos. Los nuestros también estaban alojados allí. En una incursión nocturna infiltramos cientos de grillos guerris de La Mina por todas las aberturas del pabellón. No estuvo mal el pitote que se armó. Por cierto, hablando de esas guerrillas quiero mencionar una historia entrañable. En Canarias existen unas canalizaciones para el agua que recorren grandes distancias. Son verdaderos caminos de entre 20 cm. algunas, a más de un metro de anchura otras. Como autopistas para salvar barrancos y laderas por las que los pistolos no circulan puesto que tienen pasos muy precarios. El caso es que avanzábamos 4 o 5 el último día de guerrillas por una de esas. Sería última hora de la tarde y nos estábamos infiltrando en la zona donde debían hacernos el cerco final. La noche para largarnos del cerco y fin de las guerrillas. Saltó una alarma por un vigía. Y saltamos del canal puesto que nos pillaba en bragas justo en uno de los muchos puentes que hacía. La altura no era mucha, pero los hierbajos ocultaban una roca que al caer me trinchó los ligamentos. Proseguimos la marcha de tres en fondo apoyándome en los hombros de dos compañeros. Bastante dificultoso por donde transitábamos. Al cabo de una hora, al crepúsculo, ya era imposible apoyar el pié. Pude convencer al resto de que me dejaran a mi aire. Ralentizaba demasiado la marcha y estaba a punto de empezar el tema. Total solo quedaba esa noche. Al amanecer las guerrillas habían acabado. Sería medianoche, no muy tarde. Alcancé a ver una luz y se me iluminó una idea. Había visto muchos westerns y cuando uno anda jodido ahoga sus penas en alcohol. Llegué hasta la casa. Podéis calcular el efecto de una llamada a esas horas y que aparezca un tío armado y con varios días de monte encima. Era un matrimonio mayor, de unos 60 años. Gente sencilla de campo. Les expliqué lo mejor que supe la situación y les pedí cualquier tipo de alcohol que tuvieran. No salían de su asombro y apenas articulaban palabra. Lo entendieron. Me acercaron una botella de whisky, pan y queso. No probé bocado ni recuerdo lo llena que estaba la botella, pero sí que la fundí de tres o cuatro latigazos a morro. Insistieron en que me quedara en la casa. Les expliqué como pude que no era posible. Salí y me interné en la maleza. A los pocos minutos escuché sonidos sospechosos y me fundí en tierra. ¿Sabéis quien era? ¡¡LA SEÑORA DE LA CASA!! La buena mujer no había tenido reparos en salir y adentrarse en la oscuridad tras ese Ser que había aparecido por su casa. En sus manos me traía ¡una manta y una sábana doblada y planchadita! ¡¡PARA QUE PASARA MEJOR LA NOCHE!! Increíble pero cierto. A duras penas la pude convencer de que no me hacía falta y que esa noche mejor que no paseara por la zona. Nunca olvidaré la buena voluntad de esos personajes en una situación tan extraña como la que se encontraron y que es fiel reflejo de tantos hechos similares que te encuentras por esos mundos de dios. Guerrilla en estado puro. Lo creáis o no, el whisky causó efecto y apagó el dolor. Dormí perfectamente. Al amanecer ya no pude ponerme en pie. Como había acabado el tema y ya podía dejarme ver, me arrastré hasta una carretera donde me quedé a esperar que pasara alguien. Cuando llegué al hospital me encontré con Osobuco, uno de los que había cargado conmigo la tarde antes, que se había despeñado esa noche con la radio escabulléndose del cerco. Por lo menos ya tenía binomio para las próximas semanas de paro en la camareta. De regreso a La Mina, Osobuco y menda, descansados por estar rebajados, tuvimos la oportunidad de amenizar a los reclus en sus paseos nocturnos y al regreso admirar el verdadero arte de Amedio que, con el mismo ahínco, seguía deleitándoles con ese hermoso cuento que todos conocían al dedillo. Seguro que aún recuerdan y permanece en sus pesadillas esa mortal pregunta. Recluta ¿Conoces el cuento de Hansel y Gretel? CRÓNICAS DE LA COE-102