Documento descargado de http://www.elsevier.es el 19/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. ARTÍCULO ESPECIAL Morir en paz: evaluación de los factores implicados 65.790 Ramon Bayés Facultad de Psicología. Universidad Autónoma de Barcelona. Barcelona. España. David Callahan1, en un artículo publicado en The New England Journal of Medicine en marzo de 2000, propone para la medicina del siglo XXI dos objetivos fundamentales. El primero, el que la ha caracterizado desde su nacimiento como ciencia y profesión: prevenir y curar enfermedades. El segundo, ayudar a los seres humanos a morir en paz; ya que todos vamos a morir, tan importante como prevenir y curar las enfermedades es conseguir que las personas mueran en paz. Es interesante mencionar que, en los últimos años, tal vez inspiradas por los trabajos pioneros de Cicely Saunders2, Elisabeth Kübler-Ross3 y Eric Cassell4, las principales revistas médicas –desde The New England Journal of Medicine hasta The Lancet, pasando por JAMA, British Medical Journal, Annals of Internal Medicine, entre otras– han dedicado un espacio de sus páginas cada vez mayor a tratar los problemas que plantean los pacientes que se acercan por múltiples caminos5 al final de su existencia. No hay duda de que se trata de temas que, por una parte, interesan al estamento médico, sensibilizado de forma creciente por los aspectos éticos de su profesión6-9, pero que, por otra, afectan también a todos los ciudadanos de nuestras sociedades envejecidas, como muestran los periódicos, revistas y programas televisivos al destacar noticias y debates sobre la eutanasia, el suicidio asistido, los cuidados paliativos y los duelos colectivos ante sucesos inesperados como accidentes, atentados terroristas, terremotos, inundaciones o, a título de ejemplo, la ola de calor del verano de 2003, que ha puesto en evidencia las carencias preventivas y asistenciales de nuestra sociedad en la atención a los ancianos que viven solos en las grandes urbes occidentales10-12. La realidad es que, en la actualidad, muchas personas no mueren en paz13-15. Los cuidados paliativos nacen como respuesta al sufrimiento que el proceso de morir puede engendrar: «La hora de la educación en cuidados paliativos ha llegado», subraya un editorial de The Lancet16. De hecho, lo único que hace Callahan1 –aun cuando en este aspecto su propuesta sea auténticamente revolucionaria– es igualar la excelencia de la medicina tecnológicamente más avanzada a la que practican unos facultativos sin duda dignos de todo elogio, pero considerados a menudo por sus propios colegas como oscuros profesionales de retaguardia, médicos cuyo instrumento de intervención más eficaz sigue siendo, como ya señalaba Marañón, la humilde silla. Todos los seres humanos vamos a morir, nos dice Callahan1, y sin embargo casi no existe investigación sobre las características y factores que influyen en el proceso que nos condu- Correspondencia: Prof. R. Bayés. Facultad de Psicología. Universidad Autónoma de Barcelona. 08193 Bellaterra. Barcelona. España. Correo electrónico: [email protected] Recibido el 12-1-2004; aceptado para su publicación el 5-2-2004. 33 ce al final de la vida. Es urgente que los académicos y los clínicos dediquemos a este objetivo olvidado toda nuestra inteligencia y esfuerzo. Porque, aunque logremos descifrar algún día todas las claves del complejo genoma humano, no nos engañemos, la muerte nos espera al final de la jornada. Y «¿acaso sería menos gravosa –nos recuerda ya Cicerón en De senectute– una vejez a los ochocientos años que a los ochenta?». La definición de cuidados paliativos, tomando como punto de partida la formulada por la Organización Mundial de la Salud17, podría, tal vez, establecerse como sigue: Cuidado global y activo de los pacientes cuya enfermedad no responde a un tratamiento curativo. La percepción de control por parte del enfermo de los síntomas somáticos y aspectos psicológicos, sociales y espirituales que le preocupan adquiere en ellos una importancia primordial. El objetivo de los cuidados paliativos es conseguir la máxima calidad de vida posible para los pacientes y sus familias, con un especial énfasis en proporcionar a cada enfermo los recursos que más puedan favorecer su acceso al proceso de una muerte en paz18,19. Hasta el momento, son los aspectos somáticos –principalmente el alivio del dolor causado por daño tisular– aquellos en los que los cuidados paliativos han alcanzado mayores éxitos20. La situación es mucho menos satisfactoria en otras dimensiones que, paradójicamente y sin minusvalorar la importancia de los avances conseguidos en el control de síntomas, son los que más parecen preocupar a un mayor número de enfermos al afrontar la proximidad de la muerte. En efecto, de las 12 principales razones que aducen los pacientes para solicitar el suicidio asistido en el estado norteamericano de Oregón21, donde tal práctica se encuentra amparada por la ley en el caso de que concurran determinadas condiciones, nos encontramos con que: a) sólo 2 de ellas se refieren a síntomas somáticos («dolor físico», en sexto lugar y «fatiga», en el noveno); b) 7 se relacionan con la pérdida de control o autonomía («pérdida de independencia» en primer lugar; «mala calidad de vida» en segundo lugar; «desear controlar el proceso de morir» en cuarto lugar; «pérdida de dignidad» en séptimo lugar; «verse a sí mismo como una carga» en octavo lugar; «incapacidad para cuidar de sí mismo» en décimo lugar, e «incapacidad para llevar a cabo actividades placenteras» en el undécimo); c) 2 tienen relación con el sentido de la vida («estar preparado para morir», en tercer lugar y «no encontrar sentido a la continuidad de la existencia», en el quinto), y d) 1 con los aspectos emocionales («querer morir en casa», en duodécimo lugar). El hecho es que, aun admitiendo estas razones, ni la eutanasia ni el suicidio asistido, incluso superando los problemas éticos que comporta su legalización, constituyen una solución aceptable para la gran mayoría de los ciudadanos que están próximos al final de su existencia22. En un trabajo de revisión de la bibliografía acerca de los deseos de los pacientes aquejados por enfermedades graves23, se llega a la conclusión de que lo que estos enfermos esperan de los Med Clin (Barc) 2004;122(14):539-41 539 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 19/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. BAYÉS R. MORIR EN PAZ: EVALUACIÓN DE LOS FACTORES IMPLICADOS profesionales sanitarios que los atienden es ayuda para: a) aliviar su sufrimiento; b) reducir la carga que suponen para sus familiares; c) estrechar las relaciones afectivas con sus seres queridos, y d) incrementar la percepción de control sobre sus vidas. En una investigación realizada en España con 419 profesionales sanitarios (138 médicos y 281 enfermeras), la mayoría de ellos pertenecientes a unidades de cuidados paliativos, a los que se ha preguntado: «En el caso de que se estuviera muriendo realmente, ¿en qué medida cree que los siguientes aspectos podrían ayudarle a morir en paz?», pudiendo priorizar, entre 11 posibles opciones, sólo 2 de ellas, se han obtenido los siguientes resultados24: 1. La mayoría (53,9%) destaca los aspectos emocionales («Poder sentirme cerca, comunicarme y estrechar los vínculos afectivos con mis personas queridas»). A los que habría que añadir «Pensar que mi muerte o desaparición no supondrán una carga insoportable (económica, afectiva o de otro tipo) para mis personas queridas» (23,9%) y 7,2% «Pensar que podré morir en mi casa» (7,2%). 2. Otro sector sustancial (26,5%) elige la dimensión espiritual: «Pensar que mi vida ha tenido algún sentido». A los que habría que unir un 6,2% que menciona «Creer en otra vida después de la muerte» y otro 9,1% que refiere: «No sentirme culpable (o sentirme perdonado) por conflictos personales del pasado». 3. El factor de autonomía o control personal está representado por diversas situaciones: «Pensar que podré controlar hasta el final mis pensamientos y funciones fisiológicas» (19,6%); «Pensar que si la situación se me hace insoportable podré disponer de ayuda para morir con rapidez» (9,1%). 4. Finalmente, aparece la confianza en los factores de control externo en relación con los factores somáticos: «Pensar que los médicos pueden controlar mi dolor y otros síntomas generadores de malestar» (26,3%); «Pensar que mi proceso de morir, si me produce sufrimiento, será corto» (8,6%); «Pensar que si no tengo una esperanza real de recuperación no se prolongará artificialmente mi vida en una unidad de cuidados intensivos» (9,8%). Es interesante observar que, a pesar de que existen tendencias colectivas predominantes –posiblemente de carácter cultural25,26– que distinguen el mundo latino del anglosajón, y otras de carácter minoritario, lo cierto es que todas y cada una de las opciones ofertadas son priorizadas por alguien, lo que nos señala la gran variabilidad existente entre los factores que las personas –todas ellas profesionales sanitarios en contacto cotidiano con la muerte– consideran que las ayudarían a morir en paz. Para algunas, lo más importante sería el apoyo emocional; para otras, la dimensión espiritual; para un tercer grupo, su percepción de control, personal o delegada, sobre la situación. Todo esto nos recuerda una frase paradigmática de Cassell27: «la misma enfermedad (disease), distinto paciente: diferente vivencia de enfermedad (illness), dolor, y sufrimiento». Si se intenta profundizar un poco más en la comprensión del problema, nos encontraremos con otra dimensión tan importante como la variabilidad interpersonal: la variabilidad temporal que se observa en una misma persona. En efecto, tal como señalan Lazarus y Folkman28: «Definimos el afrontamiento como los esfuerzos cognitivos y conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan para manejar las demandas específicas externas y/o internas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los recursos del individuo» (la cursiva es nuestra). Un poco más adelante añaden: «Hablar de un proceso de afrontamiento signifi- 540 Med Clin (Barc) 2004;122(14):539-41 ca hablar de un cambio en los pensamientos y actos a medida que la interacción va desarrollándose. Por tanto, el afrontamiento es un proceso cambiante en el que el individuo, en determinados momentos, debe contar principalmente con estrategias, digamos defensivas, y en otros, con aquellas que sirvan para resolver el problema, todo ello a medida que va cambiando su relación con el entorno» (las cursivas son nuestras). Y más adelante: «Al margen de su origen, cualquier cambio en la relación entre el individuo y el entorno dará lugar a una revaluación de qué está ocurriendo, de su importancia y de lo que puede hacerse al respecto». Por otra parte, una investigación llevada a cabo por Chochinov et al29 con pacientes oncológicos de una unidad de cuidados paliativos muestra la extrema variabilidad de su «deseo de vivir». Aplicando sistemáticamente la misma escala análogica visual a los mismos enfermos cada 12 h durante 12 días, encuentran que algunos de ellos experimentan grandes fluctuaciones en su deseo de vivir en períodos extremadamente cortos, pasando, en pocas horas, del deseo de «querer tirar la toalla» al de «vivir a toda costa». Por su parte Husebo30, un médico noruego con experiencia en cuidados paliativos, observa que las esperanzas de un enfermo pueden cambiar de signo e intensidad varias veces en el transcurso del mismo día. Asimismo, Emanuel et al31, en un trabajo llevado a cabo con 988 pacientes en situación de fin de vida aquejados de diferentes enfermedades, encuentran una gran inestabilidad a lo largo del tiempo en las demandas de eutanasia. Por último, Frankl32, el psiquiatra vienés creador de la logoterapia, tras su experiencia como prisionero en el campo de concentración de Auschwitz, escribe que «el sentido de la vida difiere de un hombre a otro, de un día para otro, de una hora a la siguiente. Así pues, lo que importa –escribe Frankl– no es el sentido de la vida en términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado» (la cursiva es nuestra). Esta doble variabilidad interpersonal y temporal parece acotar los límites del camino que debemos seguir para el diseño de instrumentos que nos permitan investigar el proceso de morir; lo que precisamos no son estudios transversales, sino longitudinales y evolutivos, muy alejados de la estrategia metodológica tradicional utilizada, por ejemplo, por McClain et al33 en su investigación sobre la influencia del bienestar espiritual sobre la desesperanza en enfermos oncológicos próximos al final de su existencia34. El tiempo de que disponemos para llevar a cabo este tipo de investigaciones será, en nuestras latitudes, extraordinariamente breve –entre 10 y 60 días35– si lo limitamos a la estancia del enfermo en la unidad de cuidados paliativos y no planteamos la conveniencia de ampliar la investigación al período anterior al ingreso del enfermo en dicha unidad con el fin de tratar de prevenir situaciones que puedan conducir, posteriormente, a trastornos psicológicos pertinaces o de difícil manejo13. Estas investigaciones supondrán que puedan llevarse a cabo observaciones sistemáticas frecuentes en el mismo enfermo. Y dado que los instrumentos de evaluación que se utilicen deben aplicarse a personas altamente vulnerables, fatigadas y con posibles deterioros cognoscitivos, esta condición delimita sus características. En otras palabras, los instrumentos para la evaluación subjetiva de enfermos en situación de fin de vida deben ser: cortos, sencillos, fácilmente comprensibles, relevantes, éticos y, en lo posible, terapéuticos para que el propio paciente que nos proporciona conocimiento sobre el proceso de morir pueda, a la vez, beneficiarse de la exploración que se está llevando a cabo19,36. 34 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 19/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. BAYÉS R. MORIR EN PAZ: EVALUACIÓN DE LOS FACTORES IMPLICADOS En estas condiciones, parece obvio que los instrumentos normalizados actualmente disponibles, que se han elaborado, en la mayoría de las ocasiones, en y para enfermos crónicos o ambulatorios, y con otros tipos de objetivo37, no son adecuados para evaluar a los pacientes en una situación tan peculiar como el proceso de morir. Los instrumentos deberán constar, probablemente, de un número muy limitado de preguntas, formuladas a través de una secuencia de entrevistas semiestructuradas y dentro del marco de una buena comunicación empática, realizadas, de ser posible, por un mismo profesional sanitario bien entrenado en estrategias de asesoramiento (counselling), libremente aceptado por el enfermo. En cuanto a diseño, tal vez el método más adecuado tendremos que buscarlo en los diseños intrasujeto38, y quizá una alternativa a la secuencia de entrevistas semiestructuradas tendrá que ser, en algunos casos, las escalas observacionales, toda vez que en el proceso de morir las posibilidades de comunicación con muchos enfermos pueden encontrarse disminuidas o anuladas. En resumen, al margen del control de síntomas realizado de acuerdo con los deseos del paciente en cada momento13, disponemos ya de las características formales y funcionales que deberán configurar nuestro instrumento, y de las dimensiones subjetivas que, probablemente, será necesario analizar: autonomía-dependencia, sentido de la vida, soporte emocional. Hora es ya de que nos pongamos manos a la obra. Finalmente, quizá valga la pena reflexionar sobre el hecho de que es posible que un enfermo que priorice la autonomía pueda morir en paz si considera que muere con dignidad controlando la situación, con independencia del apoyo emocional que reciba o de si cree que su vida tiene o ha tenido algún sentido. O que otra persona que priorice el sentido de la vida pueda resistir la dependencia, el dolor, el sufrimiento o el alejamiento de sus seres queridos. O que una tercera que ha perdido todo control y considere que su vida ha sido estéril pueda encontrar la serenidad al sentirse valorada y arropada emocionalmente por los suyos. Pero para la mayoría es posible que una combinación de las 3 dimensiones –las cuales se solapan entre sí y son, como se ha señalado, susceptibles de variar con el tiempo en función de los cambios internos y externos que se produzcan– sea necesaria para alcanzar una aceptación serena de este hecho natural, único e irrepetible que es la muerte. Ésta sería, al menos, la hipótesis de partida. En todo caso, es preciso recoger el difícil desafío de Callahan1 y llevar a cabo investigación metodológicamente seria del proceso de morir, con un profundo respeto por el ser doliente del que pretendemos extraer conocimiento sobre los factores que le facilitan o dificultan tener una muerte en paz y al que, simultáneamente, por encima de la obtención de datos, debemos ayudar con las mejores armas de que dispongamos en cada momento. Estamos en los albores de una nueva etapa, una etapa de profundo y renovado respeto por los seres humanos que mueren y, a la vez, de entusiasmo por adentrarnos en el misterio de la muerte con las armas que nos pueda proporcionar la investigación científica, teniendo siempre presentes las sabias palabras de Bertrand Russell39: «todo conocimiento humano es incompleto, inexacto y parcial». 35 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 1. Callahan D. Death and the research imperative. N Engl J Med 2000;342:654-6. 2. Clark D. Publicaciones de Cicely Saunders. 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