LAS REGLAS DE JUEGO 7 10-08-2014 Comentaba en RR.JJ 6 que la primera equivocación que hizo posible que llamásemos “mensajera” a la paloma de carrera, a pesar de que estas personas estaban al tanto de se trataba de una nueva raza a la que sus creadores le habían puesto justamente el descriptivo nombre de “Viajera, mixta u ordinaria belga”, provino de la cortedad de vista de sus primeros cronistas, personas mayormente extraídas de nuestras propias filas, que de puro voluntariosas que eran, se convirtieron en historiadores improvisados, sin ninguna preparación previa que los alertara acerca de los yerros en que podrían incurrir a causa de las omnipresentes subjetividades y de las falsas interpretaciones. Creyeron, como la mayor parte de nosotros suponemos hoy mismo, que ella era justamente eso: una paloma mensajera más entre cuantas lo habían sido a lo largo de la historia con anterioridad a su deliberada configuración. En ese candoroso convencimiento, se pusieron a rastrear los oscuros orígenes de aquellas aves legendarias a lo largo y lo ancho de los tiempos pretéritos, descubriendo o refrescando mitos, alegorías, fábulas, cuentos, murmuraciones y también numerosos datos históricos de verdadero valor, los que tenían ciertamente que ver directa o tangencialmente con ellas. Llevados por ese entusiasmo acrítico, hasta creyeron descubrirlas incautamente en un escrito donde sólo se mencionaban a ciertas “palomas” de género y especie desconocidos, que habían formado parte de una de las comidas de un faraón perteneciente a la quinta dinastía egipcia, traídas a cuento por Darwin en El Origen de las Especies por la Selección Natural sólo para poner de relieve que las palomas ya se encontraban domesticadas por aquella lejana época, al igual que otros muchos animales. Todo esto, engarzado a los informes que fueron obteniendo, relativos a la presencia en determinados tiempos y lugares de aves que fueron o podrían haber actuado como mensajeras (incluso imperfectamente), pasó a formar parte de la “versión oficial” que casi todos conocemos, y que podrá ser todo lo romántica, interesante e instructiva que se quiera, pero que no es la historia de la paloma belga de carrera sino la de las palomas mensajeras, tomando esta denominación en el sentido más amplio que pueda conferírsele. Recordemos que las carreras de palomas recién comenzaron a manifestarse en Bélgica (no en toda ella), a principios del siglo XVIII, cuando el telégrafo Chappe dejó sin trabajo a las mensajeras que se usaban en ese país. Y así ocurrió que aunque aquellos cronistas espontáneos pudieron de todos modos apuntalar el conocimiento de las proverbiales mensajeras, de un pasado entre romántico y utilitario que probablemente se hubiera ignorado en gran proporción de no haber sido por su invaluable contribución, no supieron en cambio establecer los cimientos de la historia de la belga de carrera, a pesar de que dispusieron de una magnífica oportunidad para poder hacerlo, y de una manera incluso menos trabajosa, porque se trataba de un pasado reciente y que en aquella época se desplegaba abiertamente ante sus ojos. Sólo hubieran tenido que darse cuenta de que se habían equivocado de temática, que no era el pasado de las palomas mensajeras el que tenían que exhumar, sino que su labor consistía en empezar a explicar sobre bases sólidas, comprobables, el reciente inicio de la nueva actividad colombodeportiva, y de señalar con pelos y señales quiénes fueron sus principales protagonistas, tanto del lado de las personas cuanto de las cambiantes palomas involucradas. Y hago aquí otra aclaración: tiene que ver con lo de “cambiantes”. Un reputado cronista de la época, comentaba a medio siglo de haber sido éstas configuradas, que si se abría una canasta conteniendo 50 de ellas, ninguna se parecía a la otra. Los por entonces desconcertantes efectos del mestizaje saltaban a la vista. Ahora bien: ¿Por qué se confundieron de sujeto histórico? ¿Fueron tan necios como para no reparar en esa notable diferencia? Nada de eso. Sucedió que los primeros escarceos de nuestro deporte comenzaron a tener lugar mediante el concurso de algunas de aquellas mensajeras que el telégrafo Chappe había dejado desocupadas. Por un breve lapso, si tuviésemos que llamarlas de una manera apropiada, eran “mensajeras de carrera”, como algunos de nuestros contemporáneos denominan a las actuales incorrectamente. Si los historiadores aquellos se hubiesen entregado a la tarea de reconstruir el pasado reciente de nuestras palomas, cosa que infortunadamente no hicieron, hoy sabríamos exactamente cómo fueron formadas, y ese conocimiento nos hubiera permitido tener una idea muy precisa acerca de por lo menos cinco circunstancias colombiculturales que hoy se nos escapan: 1. Cuáles eran las mensajeras usadas a la sazón en Bélgica; 2. Cuáles fueron las que se eligieron para obligarlas a correr; 3. Cuáles participaron directa o tangencialmente en la estructuración de la paloma de carrera; 4. Cuáles se siguieron utilizando junto con las primeras palomas de carrera y durante cuánto tiempo ocurrió eso. 5. En qué momento se pudo hablar ya de “palomas de carrera” con absoluta propiedad. Sabemos por conducto de algunos de sus historiadores, que una vez que ésta fue creada y demostró sin lugar a dudas toda su valía, las “mensajeras de carrera” (o sea las mensajeras propiamente dichas) no fueron desechadas del todo, sino que algunos de sus propietarios siguieron durante un tiempo compitiendo con ellas hasta que se dieron cuenta de que no podían superar a las de nuevo cuño, y que otros, actuando muy imprudentemente, las mezclaron con ellas, lo que por una y otra parte, es decir, por el lado de la mezcla racial que dio origen a la de carrera y por el de las mensajeras que fueron agregadas a ellas en forma deliberada más adelante, podría explicarnos tal vez por qué hoy criamos 100 pichones y sólo unos 10 son verdaderamente “de carrera”. (Si queremos liberarnos de los genes indeseables de esas palomas mensajeras residuales para no gastar tiempo y dinero al cuete, vamos a tener que tomarnos a las de carrera en serio y trabajar a tales efectos conjuntamente, no como lo estamos haciendo hasta ahora, individual, egoísta e intrascendentalmente). La pifia de llamar “mensajera” a la de carrera obedeció también a otros motivos. Entre ellos se encuentra el no conocer qué razas de esas palomas intervinieron realmente, y en qué proporciones, en la configuración de nuestra paloma. También a la mala interpretación de lo dicho a propósito de esto por algunos comentaristas. Uno de ellos, por ejemplo, dejó apuntado que cuando se creó esta paloma había en Bélgica (no que se la creara con ellas, como otros entendieron) unas pocas razas con las cuales se podría haberla formado. Ellas eran la Columba livia en estado de semi domesticidad, a la que en francés llamaban Bizet, las que eran criadas libremente (para alimentarse de sus pichones), en palomares parecidos a torres; la Carrier inglesa y la acorbatada francesa, que bien podrían ser unas de las mensajeras usadas en Bélgica; ciertas “volteadoras” no individualizadas; la pequeña buchona de Gante, la que se cree que pudo ser usada como mensajera; la Smerle de Lieja, la que no sería raro que participara en la creación de la paloma de carrera, pues era pequeña, resistente, y capaz de volver rápidamente a su palomar, según dicen, desde unos 800 Km (algunos dicen que era descendiente del cruce de la Carrier con la Acorbatada francesa y otros de la acorbatada y la volteadora, llamada esta última de ese modo porque luego de elevarse hasta cierta altura desciende velozmente realizando arriesgadas cabriolas); y finalmente había otra de cabeza chata, de origen flamenco, llamada Camus, prontamente desaparecida y de la que se sabe solamente su nombre. La cuestión es que nadie conoce exactamente cuáles fueron las mensajeras que dieron origen a la de carrera, ni cuáles de ellas pudieron ser las “mensajeras de carrera” antes referidas, pero por lo que puede inferirse de algunas noticias que han llegado hasta nosotros (y que debemos tomarlas con pinzas), a partir de la primera década del 1800 ya no habría existido motivo alguno para que se confundiera la de carrera con las mensajeras de referencia, y mucho menos después de 1850, cuando ya era, a lo que parece una sola la que estaba en danza (las otras habían ido a parar a otros de los cajones de sastre de los catalogadores de las palomas domésticas). Si alguien las llamaba entonces inexactamente, lo podríamos atribuir, sin temor alguno a equivocarnos, a la sempiterna costumbre que tenemos los “colombófilos” de no llamar las más de las veces a las cosas por sus verdaderos nombres. De todos modos calculo que la diferencia entre una y las otras a nadie le pasaría inadvertida. Pero transcurrieron dos décadas más y todo se disparató nuevamente. Mientras las palomas de carrera hacían tranquilamente lo suyo en todos los países donde el deporte que las tiene por protagonistas principales había echado profundas raíces, como es el caso de la Francia Continental, la que, para ubicar geográficamente el acaecimiento que pasaré a relatar, colinda con Bélgica al Norte, compartiendo con ella una frontera de 620 km y al Este con Alemania de la que se halla separada y unida por una de 451 km de largo, sobrevino la guerra franco-prusiana de 1870-71, y tal como había predicho y aconsejado un afamado colombólogo belga residente en aquel país, llamado Víctor Carlos Deseado de la Perre de Roo, algunas palomas “viajeras” de origen belga que se criaban a la sazón en París, al quedar inoperables las líneas telegráficas, fueron utilizadas como mensajeras, por lo que pasaron a ser provisoriamente, para llamarlas de alguna forma, palomas “de carreramensajeras”, y su rendimiento en dicha contienda fue tan exitoso e impresionante, que una gran cantidad de países quisieron contar con ellas en sus respectivas fuerzas armadas. Quienes conocieron a aquellas relativamente poco numerosas palomas bajo esa especial condición, no pudieron menos que llamarlas “mensajeras”, y así volvió a instalarse lamentablemente una vez más en el habla popular aquella sedicente impropiedad que desmerece a nuestras aves y entorpece las descargas energéticas de nuestras conexiones neuronales. Nadie pareció darse cuenta hasta ahora de que mientras esas palomas de carrera cumplían forzosamente con el servicio militar en el ramo de las comunicaciones, las millones de congéneres que no habían sido militarizadas continuaron corriendo sin solución alguna de continuidad hasta los presentes días, sin dejar de llamarse en ningún momento “de carrera”. Al revés de nosotros, así la llaman cumplidamente (Racing pigeon) sus criadores ingleses. Tenemos pues, que nuestras palomas son “de carrera”, no “mensajeras” (aunque pueden llegar a serlo en caso de volverse necesario). Y porque son tales, nuestra relación con ellas debe hallarse en perfecta concordancia con lo que realmente son, no con lo que no son. Y aquí se nos presenta, amigos, un problema. Si quienes han tenido la amabilidad de leerme hasta aquí han llegado a la conclusión de que han estado creyendo en algo que a todas luces no era aquello en lo que ciegamente creían, y aparte de eso, pertenecen al grupo de aquellos criadores de vanguardia que siempre se esfuerzan por progresar, que rehúsan vivir en el limbo de las medias tintas, van a tener que quitarse para siempre esa fea anteojera conceptual. Ahora es público y notorio que nadie puede criar palomas mensajeras, porque ellas, lisa y llanamente, no existen. Aquellos que quieran usar a las de carrera como mensajeras, podrán hacerlo sin ningún tipo de dificultad, siempre estarán disponibles. Pero si usted ha adquirido el convencimiento de que cría palomas de carrera y no mensajeras, va a tener que reacomodar su actitud mental unos 180º, porque todos pueden tener falsas mensajeras, pero muy pocos pueden darse el lujo de cultivar (zootécnicamente hablando), nuestra imponderable paloma. La venidera semana les diré por qué pienso de esta manera. Autor: Juan Carlos Rodolfo Ceballos García