Resumen de El Queso y los Gusanos Menocchio profesaba el catolicismo, pero su espíritu inquieto e imaginativo lo llevó a leer libros no siempre ortodoxos –el Corán entre otros-. Su concepto del universo era rudimentario, analógico, parcialmente basado en la observación de un fenómeno tan concreto como menudo: la descomposición del queso. En él y en el conjunto de las ideas sustentadas por el molinero (no siempre tan elementales) convergían los siguientes factores: una primaria alfabetización (que le permitió acceder a la cultura de la palabra impresa), creencias populares (provenientes de una tradición ancestral oralmente transmitida), y recepción de ideas propaladas por sectas heréticas. Era, pues, una cosmovisión personal sincrética e ingenua, pero también tan osada como podía ser la de un campesino autodidacta en su tiempo y lugar. El Menocchio estudiado por Ginzburg parece ser un caso extraordinario de avidez cultural, por así decir, contestataria, refractaria al saber ‘oficial’ y potencialmente rebelde ante la autoridad. Sus ideas ocasionan extrañeza y a veces pasmo entre las gentes que frecuenta. Algo interesante: Menocchio no es simplemente una caja de resonancia de ideas circulantes, sino una inteligencia activa que se apropia de una parte del conocimiento disponible, lo tamiza y lo reelabora a su manera (asistemática y bastante contradictoria). Es la ambigüedad tipológica del discurso del molinero (ni puramente tradicional-premoderno ni enteramente libresco o moderno, definitivamente a caballo entre el mythos y el logos) lo que permite a Ginzburg abordar la dinámica entre las vertientes culturales que en él confluyen. Las ideas del molinero son heterodoxas, claro está. El hombre no se ha cuidado de exponerlas y discutirlas con quienquiera que sostuviese tratos con él. Acusado de herejía, es procesado dos veces por la Inquisición; el segundo juicio culmina en condena a muerte: Menocchio es ejecutado en 1599. Su caso representa un conflicto entre dos formas de pensamiento, la de la ortodoxia doctrinal eclesiástica y la de un hombre del vulgo; es un conflicto tan asimétrico como se puede suponer, cuyas claves mediatas remiten a las graves tensiones de índole política, social y cultural de la época –Reforma Protestante y Contrarreforma de por medio; en la misma época tenía lugar el proceso mucho más emblemático contra Giordano Bruno-. El libro escudriña pormenorizadamente el bagaje cognoscitivo de un hombre de origen humilde (no especialmente pobre), rastrea las fuentes que habrían nutrido dicho bagaje y analiza el modo en que el personaje ha procesado sus lecturas. El propósito es, en palabras del autor, «reconstruir un fragmento de lo que se ha dado en llamar “cultura de las clases subalternas” o “cultura popular”». Ginzburg basa su estudio en las actas inquisitoriales pues éstas ofrecen el registro del pensamiento del molinero y el de sus contrastes con el saber hegemónico. Ahora bien, teniendo en cuenta lo atípico de Menocchio, un hombre que escribe con dificultad, pero cuyas lecturas lo sitúan fuera de la media, ¿se lo puede considerar representativo de la cultura popular predominantemente oral de la Europa preindustrial? A esto responde Ginzburg afirmando que «De la cultura de su época y de su propia clase nadie escapa, sino para entrar en el delirio y en la falta de comunicación». En opinión del historiador, en las declaraciones del molinero ante los inquisidores existen indicios de una cultura rural común, convergentes con otras manifestaciones de su tiempo. Ginzburg aporta algunas pruebas que demuestran –o demostrarían- que el molinero no estuvo solo en su forma de pensar. Por lo tanto, «también un caso límite (y el de Menocchio lo es) puede ser representativo». Ginzburg se decanta contra una concepción aristocratizante de la cultura, que reduce el saber popular a la condición de subproducto de la alta cultura, pero también contra la eventual idealización de una cultura popular presuntamente autónoma y autosuficiente. Tres conclusiones destacables a las que llega el autor son: 1) gran parte de la alta cultura europea, medieval y postmedieval, tiene importantes raíces populares (“Figuras como Rabelais y Brueghel no fueron probablemente espléndidas excepciones”); 2) a un período de fecunda interacción cultural entre las clases siguió uno de adoctrinamiento unilateral (o aculturación) de las clases subalternas por las clases dominantes, más o menos a partir de la mitad del siglo XVI; 3) el caso del molinero Menocchio se inscribe en una política de control social por medio de la represión de la cultura popular. El queso y los gusanos no es en absoluto una de esas «incursiones ilegibles en Jerigonza Superior» (la frase es del historiador Tony Judt). El muy esclarecedor prefacio, la llaneza y amenidad de la escritura y la brevedad lo vuelven una lectura apta para el público aficionado a la historia, en general. Ginzburg sigue la pista del pensamiento del molinero como si de un caso detectivesco se tratase; de hecho, cierta importante reseña consignó en su momento la idea de que el libro «contenía una novela policial»