Lo reconocieron al partir el pan

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III Domingo de Pascua z AÑO/ A z Lc 24, 13-35
z
Primera lectura z Hch 2, 14.22-33 z “No era posible que
la muerte lo retuviera bajo su dominio”.
z
Segunda lectura z 1P 1, 17-21 z “Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto”.
z
Salmo responsorial:
“Señor, me enseñarás el sendero de la vida”.
z
Evangelio z Lc 24, 13-35 z “Lo reconocieron al partir el
pan”.
D
os discípulos de Jesús iban andando aquel
mismo día, el primero de la semana, a una
aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que
había sucedido. Mientras conversaban y discutían,
Jesús en persona se acercó y se puso a caminar
con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. El les dijo: «¿Qué conversación es esa que
traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos,
que se llamaba Cleofás le preguntó: «¿Eres tú el
único en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado
por allí estos días?»
El les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que
fue un profeta poderoso en obras y en palabras ante
Dios y todo el pueblo cómo le entregaron los sumos
sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a
muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que
él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace
dos días que sucedió todo esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado,
pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían
dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron».
Entonces Jesús les dijo: «°Qué necios y torpes sois
para creer lo que anunciaron los profetas!¿No era ne-
C
leofás y su compañero
habían seguido a Jesús
con entusiasmo y gran esperanza. Pero su esperanza hizo
aguas y pasó por una gran
crisis. Los vemos caminando
desconcertados hacia el pueblo que un día, llenos de entusiasmo mesiánico, abandonaron para seguir al Maestro.
Cleofás y su compañero se habían entusiasmado con la predicación del Reino y con los signos de la presencia del Reino,
pero carecían de la verdadera
inteligencia propia de los autén-
cesario que el Mesías
padeciera esta para
entrar en su gloria?»
Y comenzando por
Moisés y siguiendo
por los profetas, les
explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea a donde iban, él
hizo además de seguir
adelante, pero ellos le
apremiaron diciendo:
«Quédate con nosotros porque atardece
y el día va decaída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado
a la mesa con ellos tomó el pan pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron
los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció:
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se
volvieron a Jerusalén donde encontraron reunidos
a los once con sus compañeros que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha
aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
ticos discípulos de Jesús. Para
ellos, ahora, Jesús era un simple
muerto. Con su cadáver habían
enterrado sus esperanzas y volvían al pasado. Murió el profeta
y todo terminó para ellos.
bían dado la espalda a Jerusalén y al testimonio de quienes lo anunciaban vivo. El
proceso de reconocimiento, el
proceso de recuperar la esperanza es largo.
Jesús se hizo el encontradizo,
no se impuso sino que se
acercó a su vida, se interesó
por ellos, les acompañó, les
escuchó y fue dando respuesta a sus interrogantes, reavivando su esperanza.
El paso del reconocimiento de
Jesús como profeta al conocimiento de Jesucristo como Señor es laborioso, exige morir a
los propios criterios, a las propias interpretaciones para renacer a la esperanza verdadera.
Los dos apóstoles conocían los
hechos pero carecían de la inteligencia para interpretarlos. El
primer paso para llegar al co-
Es Jesús quien sale al encuentro de estos dos discípulos desesperanzados que ha-
nocimiento de Jesús es la inteligencia de la Escritura.
Ellos no negaban que Jesús hubiese sido un gran profeta, pero
su muerte violenta, su final no
cuadraba con las ideas que se
habían hecho del Mesías. Por
ello Jesús ha de decir: “°Oh
hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo
lo que anunciaron los profetas!”
Ellos han de reconocer su ignorancia y abrirse a la totalidad de la Escritura bajo la
guía de un verdadero conocedor de las Escrituras, Jesucristo, que es quien purifica y
hace renacer la esperanza.
El salto a la fe pide que han de
abandonar las expectativas humanas y adherirse a la persona
de Jesucristo, el ausente siempre presente. Los ojos de los
discípulos estaban cerrados.
Llegados al final del camino el
desconocido aparenta que ha de
continuar el camino. Y los discí-
pulos le fuerzan a que se quede
con ellos: “°Quédate con nosotros!”. Es la súplica de los que
han superado la noche y empiezan a encontrar la esperanza.
En la intimidad de la casa, en la
cordialidad de la cena, evocando la última cena y la multiplicación de los panes Jesús realiza el gesto característico de su
vida. Jesús se da en el pan partido. Los ojos se les abrieron, el
gesto de Jesús quita el velo que
les impedía reconocerlo. Aquellos hombres descubren la auténtica esperanza de una forma
sorprendente para ellos.
Y en el preciso momento en
que lo reconocen desaparece.
Ello no es motivo de tristeza
como fue la muerte en la cruz.
Han reconocido al viviente, se
han encontrado con Cristo vivo
y eso es suficiente.
Ahora hacen juntos profesión de
fe: “Y ellos contaron lo que les
había pasado por el camino y
cómo lo habían reconocido al
partir el pan”. La fracción del
pan, el memorial de la Pascua
ilumina, hace brotar la luz en las
tinieblas del corazón, hace renacer la esperanza. La fuerza del
resucitado se apodera de ellos y
los pone en camino para que
den testimonio del resucitado.
El reencuentro, el reconocimiento de Jesús recrea la esperanza
y los lanza a dar testimonio de
Jesús.
Antes que los dos de Emaús
puedan contar su propia experiencia han de escuchar la voz
de los once que dicen: “El Señor
en verdad ha resucitado y se ha
aparecido a Simón”. Por parte
de los dos discípulos al contar
su propia experiencia enriquece
la fe de la comunidad apostólica, la experiencia creyente compartida enriquece a los demás.
La fe es siempre una experiencia personal pero para
que sea auténtica ha de coincidir con la fe de los doce.
I
nvoco al espíritu Santo para que me ilumine y me acompañe en este tiempo de oración:
z El relato de los discípulos ¿cómo ilumina mi experiencia cristiana?
z ¿Qué luces que hace descubrir el Espíritu para mi vida, para el movimiento... y especialmente para mantener mi esperanza cristiana?
z Llamadas que me está haciendo Dios por medio de este tiempo de oración.
Concluyo este encuentro con la Palabra, con Dios dándole gracias,
pidiéndole ayuda para que mantenga y fortalezca mi esperanza.
Señor Jesús:
Con la resurrección has hecho realidad tus promesas:
“no os dejaré huérfanos: volveré a estar con vosotros”,
“estoy con vosotros todos los días hasta el fin del inundo”.
Tu resurrección te ha hecho “cuerpo espiritual”;
“te ha transfigurado en cuerpo de gloria”,
te ha ensanchado en presencia ilimitada.
Te ha constituido en “Espíritu vivificante”,
es decir, comunión plena, sin límite ni dificultad,
“carne olvidada de sí misma”;
amor universal y gratuito para todos
amor divino siempre en acción,
tratado de vencer nuestra inercia y nuestro egoísmo,
enderezando este “palo torcido”
de nuestra libertad limitada,
haciéndonos “hombres nuevos”, como Tú,
convirtiéndonos de egoístas en solidarios,
ayunándonos a rechazar
el acaparamiento posesivo e individual,
instándonos a vivir para los demás.
HOY TE CONTEMPLAMOS
“ACERCÁNDOTE EN PERSONA
Y PONIÉNDOTE A CAMINAR
CON NOSOTROS”
Tú escuchas nuestros interrogantes, esperanzas,
aspiraciones, dramas.
Tú sabes de nuestro caos y vaciamiento interiores,
de nuestro deseo de vivir sin padecer, de la falta
de pasión o interés por la vida, de sobras de compulsiones hacia nuestra felicidad y hedonismo barato, de la incapacidad de vibrar con los peor tratados por la vida... del quebrantamiento apostólico: “he consumido mis fuerzas para nada” (Is s
49,4).
A Ti, Cristo resucitado, no podemos decirte que
“eres el forastero que no sabe lo que ha pasado...
estos días”. Son “nuestros ojos los incapaces de
reconocerte”. Hemos ido creando estructuras de
explotación y dominio, nos hemos revestido de
normas protectoras del más fuerte, la abundancia
informativa nos insensibiliza tu presencia, no tenemos tiempos ni espacios para la comunicación
cordial: nuestros silencios son suprimidos por la
tele, MP3... Sabemos más del mundo “rosa” que
de quien nos rodea. Nos ha invadido un cierto
miedo por los que son diferentes o extraños.
Te necesitamos a Ti, Cristo resucitado: para que tu
Espíritu nos dé amor a todos, no sólo a los amigos;
para que no nos aislemos del dolor del inundo;
para que veamos la vida con los ojos de los más
débiles; para que tengamos apertura, perspectiva
universal, humana; para que comprendamos la diferencia, las opciones diversas; para que seamos
capaces de presentar tu amor real e infinito a todos.
Acércate, Cristo resucitado, a nuestro camino.
Abre nuestros oídos y nuestro corazón para escuchar y entender; ayúdanos a encontrar tiempos y
espacios para los demás; convéncenos de la igual
humanidad, de la fraternidad radical con todos;
siéntanos a la mesa de tu palabra, de tu bienaventuranza, de tu dicha; aliméntanos de tu pan, de tu
cuerpo compartido, entregado.
Quédate con nosotros. Intimándonos tu sabiduría
de vida, compartiendo tu pasión por la vida y los
hermanos, activando nuestros caminos con tu
amor infinito.
Ver z Juzgar z Actuar
VER
on ocasión de una celebración, varios compañeros nos fuimos encontrando en la sacristía a medida que íbamos llegando a la parroquia en cuestión.
En un momento dado se me acercó alguien que me
saludó con toda confianza, pero yo no sabía quién
era, no lo reconocía. Mientras respondía a su saludo,
iba pensando rápidamente en quién podría ser... me
sonaba vagamente su cara, pero no conseguía identificarle. Él se dio cuenta y me dijo: “No sabes quién
soy, ¿verdad?” Tuve que admitirlo con cierta vergüenza, pero él se echó a reír y dijo: “Soy Fulanito”. Ahí ya
le reconocí, claro, además era condiscípulo mío,
pero yo no podía creer lo que veía, ya que había
adelgazado considerablemente, hasta el punto de
que estaba totalmente cambiado y físicamente resultaba irreconocible. Según me comentó, le pasaba lo
mismo con casi todas las personas: pasaban por su
lado y no le saludaban, tenía que darse a conocer y
hablar para que se diesen cuenta de que era él.
C
“Proceso de ”
nteo
reconocimie
JUZGAR
n este tercer domingo de Pascua continuamos
contemplando los relatos de las apariciones de Jesús Resucitado a sus discípulos. Y hoy, en este pasaje
de los discípulos de Emaús, vemos cómo, de entrada,
Jesús no es reconocido: Jesús en persona se acercó y
se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Es el mismo Jesús en persona
pero, una vez resucitado, ya no tiene el mismo aspecto físico que antes. Además, los discípulos lo habían visto morir: lo entregaron los sumos sacerdotes
y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y
lo crucificaron. Y con la muerte de Jesús, todo su
proyecto de vida había fracasado: Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya
ves: hace dos días que sucedió esto. De ninguna manera esperaban encontrarle, por eso no creen lo que
María Magdalena y la otra María habían dicho: Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han
sobresaltado... no encontraron su cuerpo... vinieron
diciendo que habían visto una aparición de ángeles
que les habían dicho que estaba vivo. Se quedan con
lo que han visto y con las evidencias materiales: Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y
lo encontraron como habían dicho las mujeres, pero
a él no lo vieron.
E
Por eso hace falta que Jesús hable, que se dé a conocer, para que se inicie el proceso de reconocimiento.
Un proceso de reconocimiento que se va a producir
a partir de las circunstancias que están viviendo los
discípulos: ¿Qué conversación es esa que traéis
mientras vais de camino? Un proceso que requiere
reflexión y profundización, para no quedarse en las
apariencias: Comenzando por Moisés y siguiendo
por los profetas, les explicó lo que se refería a él en
toda la Escritura. Un proceso que requiere que quienes quieran ser discípulos estén abiertos a la posibilidad de que sea cierto, dispuestos libremente a dejar entrar a Jesús en sus vidas aunque no lo reconozcan explícitamente: Quédate con nosotros...
Y sobre todo, el proceso de reconocimiento requiere necesariamente “sentarse a la mesa” con
Jesús, porque en la fracción del pan, en la Eucaristía, Jesús se hace realmente presente, y ahí es
donde se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Caen en la cuenta de que ese desconocido que
les había estado acompañando en su camino es el
mismo Jesús, el Crucificado Resucitado. A partir
de ese momento, aunque él desapareció, ya no
dudan de su presencia y por eso levantándose al
momento, se volvieron a Jerusalén y contaron lo
que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
ACTUAR
eniendo presente el proceso que siguen los
discípulos de Emaús, ¿en qué momento del
mismo me encuentro? ¿Soy capaz de descubrir
los signos de la presencia de Jesús Resucitado en
el camino de mi vida? ¿Mis problemas y preocupaciones me absorben y pierdo la esperanza en
Jesús Resucitado? ¿Qué tipo de formación sigo
para profundizar y fundamentar mi fe? ¿Leo y
hago oración a partir de la Escritura? ¿La celebración de la Eucaristía, la fracción del pan “hace arder mi corazón” porque reconozco al Señor, o me
deja “frío”? ¿Cómo doy testimonio de que le he
reconocido? ¿Comparto mi experiencia de fe con
los demás miembros de la comunidad parroquial,
o no participo en la vida comunitaria?
T
Como decíamos el domingo pasado, creer en la
resurrección de Jesús es una experiencia de fe,
pero no una fe fantasiosa o irracional, sino la fe
que brota de reconocer su nuevo modo de estar
presente entre nosotros. En la medida en que en
nuestra vida cotidiana vayamos llevando adelante
el proceso de los discípulos de Emaús, dejaremos
de ser necios y torpes para creer, sentiremos que
nuestro corazón arde, se abrirán nuestros ojos, le
reconoceremos y nos sentiremos movidos a compartir lo que hemos descubierto, y resultaremos
creíbles cuando testimoniemos: Era verdad, ha resucitado el Señor.
Acción Católica General
Alfonso XI, 4 5º
28014 - Madrid
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