Francia 1870 - España 1898 Desde la Débâcle hasta el Desastre

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Francia 1870 - España 1898
Desde la Débâcle hasta el Desastre
Jean-Claude RABATÉ
Université de Paris III Sorbonne-nouvelle
El historiador francés Pierre Vilar escribe en un artículo de historia comparada
Francia-España:
Resulta bien evidente que toda derrota militar, que toda invasión de un territorio, que
toda catástrofe colectiva crea en un grupo humano complejos de inferioridad, de
humillación que puedan verse compensados bien exaltando, bien transformando la
imagen que la colectividad se forma de sí misma. Surge así la tentación, en nuestro
esfuerzo por comparar Francia con España, de poner frente a frente 1898 y 1871, el
Desastre y la Debâcle, dos derrotas que afectan a dos viejos Estados históricos de
Europa1.
La última invasión del territorio español remite a la Guerra de la Independencia
(1808-1814), la francesada, a la que la nación española en armas resistió; en cambio,
Francia tuvo que sufrir tres ocupaciones: la de los prusianos en 1870 que acaba por una
derrota, y las de 1914 y 1940 contra el mismo enemigo que resultó vencido. La fecha de
1898 es la de una derrota en tierras muy lejanas, en las islas de Cuba y Filipinas, un
desastre ante todo naval, epílogo y desenlace de guerras coloniales.
La historia comparada proporciona la posibilidad de ahondar y puntualizar el
análisis de algunas circunstancias específicas y comunes a los dos países para apreciar
mejor las reacciones creadas por acontecimientos parecidos en momentos distintos.
Entre Débâcle y Desastre, hemos elegido tres circunstancias que remiten a momentos
conflictivos de la vida política de ambas naciones:
Primero, las elites de las dos naciones latinas vencidas –Francia mutilada y
“España sin pulso”– entablan una reflexión sobre el ser de cada país; entre los debates
que se abren, el que afecta al futuro y a la índole de la nación a través de los discursos
de Errnest Renan (1823-1892) y de Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) nos
parece particularmente relevante.
Luego, puede resultar acertado cotejar dos fenómenos políticos, el episodio del
boulangismo en Francia y el del polaviejismo en España para destacar las semejanzas y
las diferencias de ambos movimientos y entender cómo dos generales se convierten de
repente en hombres providenciales.
Por fin procuraremos ver cómo ambas derrotas militares, acontecimientos
puntuales y efímeros, dan lugar a una amplia y duradera reflexión de parte de los
intelectuales que salen a la palestra a finales del siglo XIX. Su reflexión se enmarca
1
Vilar (1984: 16). Véase también el artículo “Francia 1870-España 1898” de Vicente Cacho Viu (1997:
77-117).
Jean-Claude RABATÉ
dentro de un proceso histórico de grandeza y decadencia pronto sustituido por una
voluntad colectiva de proponer remedios, y se plasma en dos palabras claves repetidas a
saciedad en los discursos de las elites de ambos Estados: reformar en Francia y
regenerar en España.
1. Ernest Renan vs Antonio Cánovas del Castillo: dos discursos discrepantes sobre
la Nación
Las consecuencias inmediatas de las derrotas provocan la toma de conciencia de
la pertenencia de España y Francia al grupo de países europeos en retroceso y al mismo
tiempo un examen de conciencia: ambas naciones están cuestionadas o, mejor dicho, se
cuestionan a sí mismas.
En Francia, la pérdida de las provincias de Alsacia y Lorena, incorporadas por al
Segundo Imperio alemán, condiciona durante más de veinte años un discurso que
cuestiona la significación de términos como estado, nación, patria2. Como lo escribe
Ernest Renan en uno de sus ensayos que componen La Réforme intellectuelle et morale
(1871), inspirado por la derrota de 1870 y la crisis de 1871, “La France a donc là une
pointe d’acier enfoncée dans sa chair, qui ne la laissera plus dormir” (1990: 59).
La metáfora es una clara alusión a Prusia que se apodera por la violencia no sólo
de los territorios sino de dos millones de franceses, franceses vinculados con nosotros
por la vida y la muerte sigue escribiendo E. Renan; resulta que el dolor de la herida
sufrida por Francia es constante.
En las paredes de todas las aulas de la escuela de la Tercera República, se ve el
mapa de Francia que incluye, al nordeste de sus fronteras oficiales, una Alsacia-Lorena,
de color de violeta, “color de luto”3, otra manifestación del dolor y de la tristeza de una
nación entera.
La situación española de 1898 dista mucho de la francesa pues no se trata de
“recobrar territorios perdidos”, ya que la pérdida de las últimas colonias se considera
como u.n hecho irreversible; sin embargo, el diagnóstico es bastante parecido. Para
ilustrar el “marasmo”4 que caracteriza la Francia de la incipiente Tercera República
como la España de la Restauración, los discursos y ensayos repiten los términos de
“remedio”, renacimiento”, “reforma” y sobre todo de “regeneración”5.
Años después de la derrota de 1870, en un discurso famoso pronunciado en la
Sorbona, “Qu’est-ce qu’une nation?” (marzo de 1882), E. Renan desarrolla argumentos
contrarios a los de los doctrinarios alemanes que fundaban la nación en los términos de
2
Es el tema del estudio de Pierre Vilar (11984).
Así lo recuerda Pierre Vilar (1906-2002), escolar de seis años en la clase de su padre; además, evoca las
canciones y los poemas aprendidos de memoria y que mantenían la llama de un cercano y seguro desquite
(Vilar, 1984: 16-18).
4
Palabra clave del título del quinto y último ensayo de Miguel de Unamuno: “Sobre el marasmo de
España”, en En torno al casticismo, p. 247 de la edición a cargo de Jean-Claude Rabaté (2005).
5
Ernest Renan (1871). Véase el capítulo titulado “Les remèdes” (1990: 58-84). Para el ensayista francés
(1990: 61), el modelo es Prusia que, después de la derrota de Iena (14 octubre de 1806), supo
reconstruirse económica y militarmente.
3
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raza, y tradición política pero sobre todo en la lengua. El criterio lingüístico, al que
muchos ciudadanos otorgan suma importancia, desempeña un papel capital en la
identificación del pueblo a lo largo del siglo XX. De Fichte (1762-1814) en adelante,
muchos teóricos alemanes afirman que serán alemanes todos aquellos que hablen la
lengua alemana, y tal aserción provoca la respuesta de E. Renan.
Bajo la presión de los recientes acontecimientos bélicos, el orador desarrolla en
contra de la anexión de Alsacia y Lorena (1871) unos argumentos que pueden
sorprender al lector. En efecto, a veces virulento y anti demócrata, E Renan acude
paradójicamente a una problemática eminentemente democrática: la legitimidad de una
nación se funda en la adhesión y la libre elección de los pueblos, lo que remite al
objetivo universalista de las Luces y de la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano6:
L’existence d’une nation est (pardonnez-moi cette métaphore) un plébiscite de tous les
jours, comme l’existence de l’individu est une affirmation perpétuelle de vie. Oh ! Je le
sais, cela est moins métaphysique que le droit divin, moins brutal que le droit prétendu
historique […] Une nation n’a pas plus qu’un roi le droit de dire à une province : « Tu
m’appartiens, je te prends ». Une province, pour nous, ce sont ses habitants ; si
quelqu’un en cette affaire a le droit d’être consulté, c’est l’habitant. Une nation n’a
jamais un véritable intérêt à s’annexer ou à retenir un pays malgré lui. Le vœu des
nations est, en définitive, le seul critérium légitime, celui auquel il faut toujours en
revenir7.
El famoso discurso de E. Renan procede de un artículo incorporado a La
Réforme intellectuelle et morale. En una contesta al escritor alemán, David Strauss (15IX-1871), autor de “una vida de Jesús” anterior a la de E. Renan, el intelectual francés
medita sobre el principio de nacionalidad para afirmar que está en contra de “la cesión
forzosa de almas”, ya que la nacionalidad no es el resultado de la etnografía ni de la
lengua8. Según E. Renan, anexar unas poblaciones sin su consentimiento es una culpa,
mejor dicho un crimen y su reflexión lúcida anuncia las guerras del siglo XX:
Notre politique, c’est la politique du droit des nations ; la vôtre, c’est la politique des
races : nous croyons que la nôtre vaut mieux. La division trop accusée de l’humanité en
races, outre qu’elle repose sur une erreur scientifique, très peu de pays possédant une
race vraiment pure, ne peut mener qu’à des guerres d’extermination, à des guerres
« zoologiques », permettez-moi de le dire… (Renan, op. cit.: 189).
6
La argumentación adoptada por E. Renan se encuentra también en otro texto capital para entender el
contexto peculiar de la época: se trata de la contesta dirigida al historiador alemán Mommsen por Fustel
de Coulanges (1830-1889), L’Alsace est-elle allemande ou française ? En efecto, ya desde 1870, éste
oponía a su corresponsal una concepción de la nación que rechazaba los criterios del derecho histórico, de
la lengua y de la raza.
7
Conferencia dada en la Sorbona, el 11 de marzo de 1882, por E. Renan (1992: 54).
8
“Nous n’admettons pas les cessions d’âmes ; si des territoires à céder étaient déserts, rien de mieux,
mais les hommes qui les habitent sont des créatures libres, et notre devoir est de les faire respecter”
(Renan, op. cit.: 108-109).
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Se suelen enfrentar dos tesis: una concepción “alemana” de la nación cultural y
una concepción “francesa” de la nación política. Por una parte, esta oposición remite a
la fuerte influencia de Fichte y Herder, por otra parte, a la tradición francesa nacida de
Las Luces con Jean-Jacques Rousseau.
Por su parte, los españoles suelen referirse a estos elementos teóricos que
acabamos de evocar y el líder conservador A. Cánovas del Castillo, artesano de la
Restauración e inspirador de la Constitución centralista de 1876 que suprime los fueros
vascos, desea “continuar la historia de España”, es decir cerrar el paréntesis del
“sexenio democrático” (1868-1874). Lo expresa en un discurso sobre la nación, delante
del público del Ateneo de Madrid el 6 de noviembre del 1882 y el discurso se convierte,
en algunos momentos, en una respuesta al discurso de E. Renan. Para rebatir mejor
tanto los argumentos del orador francés como las teorías de Jean-Jacques Rousseau
relativas al pacto social, A. Canovas del Castillo propone con fuerza una definición
trascendental de la nación:
El vínculo de nacionalidad que sujeta y conserva las naciones es por naturaleza
indefinible […]. No, señores, no. Las naciones son obra de Dios, o, si algunos o muchos
lo preferís, de la naturaleza. Hace mucho tiempo que estamos convencidos todos de que
no son las humanas asociaciones contratos, según se quiso un día; pactos de aquellos
que, libremente y a cada hora, pueden hacer o deshacer la voluntad de las partes.
(Cánovas del Castillo, 1997: 107)
Mientras que E. Renan exclama que la formación de la nación francesa no puede
cumplirse sin la voluntad libremente expresada por los vecinos de las provincias de
Alsacia y Lorena, la formación de la nación española escapa de la acción humana,
puesto que los ciudadanos no pueden influir en su devenir, ni en su proceso histórico.
Adivinamos en las palabras de A. Canovas del Castillo una especie de advertencia
hecha a los españoles y según la expresión de Carlos Serrano (2000): “la España del
futuro debía ser la del pasado, una, unida, única.
En resumidas cuentas, en torno a las fechas de 1870 y de 1898, se intensifican y
multiplican los debates sobre la idea de “nación”, sobre una “patria” atacada, mutilada o
debilitada y en crisis en ambos países. Ambas derrotas exacerban un nacionalismo
autoritario que no tarda en manifestarse en la actuación de dos personalidades militares.
2. Ruido de sables: los generales Boulanger y Polavieja
La crisis económica francesa de los años 1880 que afecta a la agricultura y a
Hacienda favorece un movimiento, le boulangisme (1885-1889) del apellido del general
Georges Boulanger (1837-1891). Este movimiento se extiende rápidamente, nutrido por
los decepcionados de la República y numerosos patriotas que siguen rindiendo culto a
“la diosa Revancha” (Winock, 2003: 86). Bajo el patrocinio de famosas personalidades
republicanas, se crean Ligas patrióticas que añoran los territorios perdidos y consideran
que la ausencia de autoridad es un peligro para la nación; lo importante es “revisar” el
régimen parlamentario. El descontento social, la exaltación del sentimiento nacional, las
críticas a la república parlamentaria crean un ambiente peculiar y los desilusionados de
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la política de los “oportunistas” creen encontrar en el general Boulanger a “un jacobino
con botas” (Lejeune, 2005: 64).
Gracias a la actuación de Georges Clémenceau, Boulanger es nombrado ministro
de la Guerra (1886-1887), consigue organizar un ejército popular a diferencia del que
existía durante el Segundo Imperio, cortado de la nación: prepara la reorganización total
del servicio militar, verdaderamente universal y democrático. En torno suyo, se
desarrolla una campaña a favor de la revancha nutrida por una prensa militarista que
exalta las iniciativas del popular general.
Apartado del nuevo Gobierno, el general Boulanger se convierte en una especie
de mártir, es el principio de un boulangisme antiparlamentario que se define por un
llamamiento directo al pueblo y por la hostilidad a la oligarquía parlamentaria. Además
del deseo de desquitarse, la protesta populista se organiza en torno a la exaltación de la
nación traicionada por la burguesía oportunista y en torno a la reflexión sobre la
decadencia del país. A partir del verano de 1888, Boulanger recibe la ayuda de los
monárquicos y se convierte en el jefe de un partido muy heterogéneo en el que ingresan
radicales disidentes, patriotas exaltados, ex revolucionarios, bonapartistas: es el partido
llamado “revisionista”.
Por lo tanto, Francia se divide en dos bandos, boulangistes y antiboulangistes.
Al final, Boulanger reúne a la mayor parte de los realistas determinados a hacer mella
en la República por cualquier medio; frente a él, se unen todos los republicanos para
defender la República.
Jubilado en marzo de 1888, Boulanger es elegible y sus partidarios organizan
una especie de plebiscito depositando su candidatura en todos los sitios donde hay un
escaño. Sale elegido seis veces diputado en cinco meses; la séptima elección en París es
triunfal y los franceses creen que va a ocupar el Palacio de la Presidencia, pero no se
atreve.
Sin embargo, se acercan la quiebra del boulangisme y su epílogo. Para
contrarrestar la campaña boulangiste, los republicanos votan la interdicción de las
candidaturas múltiples; Boulanger es amenazado con ser juzgado por la “Haute Cour”
de complot contra la seguridad del Estado. Huye a Bruselas el 1 de abril de 1889 y, a
partir de esa fecha, su popularidad declina rápidamente9.
Como lo nota el politólogo René Rémond, existe una desproporción entre el
episodio “boulangiste” efímero, la fragilidad y la escasez de los resultados, la actuación
mediocre del personaje y sus consecuencias duraderas y profundas, su impacto en la
vida política francesa. Ha representado una amenaza seria contra la República
parlamentaria, es la primera manifestación de una corriente republicana autoritaria,
heredera del bonapartismo. El boulangisme genera replanteamientos de la vida política
y señala “l’acte de naissance du nationalisme” pero de un nacionalismo autoritario y
excluyente que sustituye al patriotismo del desquite.
9
En las elecciones de septiembre de 1899, los partidarios del general consiguen 45 escaños, los
monárquicos 165, y los republicanos 360. Deprimido, Boulanger acaba por suicidarse sobre la tumba de
su querida (30 de septiembre de 1891).
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Así, en un momento dado, el boulangisme plasma con fuerza el anhelo de una
parte de la población francesa de encontrar a un general salvador, a un hombre
providencial (Winock, 2003: 257-275).
Algunos años más tarde, un intelectual español, testigo atento de la vida política
de Francia y de España, Leopoldo Alas, Clarín, denuncia con desprecio en el contexto
de las guerras coloniales la militarización creciente que afecta a la sociedad española:
En el ejército, particularmente, se manifiestan asomos peligrosos de cesarismo o de
boulangismo en la personas de Polaviaja o de Weyler, militarotes aplaudidos por unos
irresponsables que ven en ellos los posibles salvadores de España. (Lissorgues, 1980:
LXVIII)
La cita de Clarín remite a dos generales famosos que se ilustran por la violencia
en los conflictos coloniales de Cuba y Filipinas como capitanes generales, y cuando
regresan a la Península, reciben una acogida multitudinaria.
Camilo García de Polavieja (1838-1914), como el general Boulanger, constituye
un misterio en la crisis de fin de siglo si tomamos en cuenta el entusiasmo popular que
suscita entre la población en un momento en que el prestigio de la profesión castrense
está por los suelos: él aparece o algunos quieren que aparezca como el salvador de la
nación.
Después de vivir catorce años en Cuba donde es Capitán General (1889-1890),
es luego Capitán General de Filipinas (1896-1897) donde se distingue y consigue
notables éxitos. La negativa del gobierno de A. Cánovas del Castillo a mandar a las islas
unos veinte batallones que le hubieran permitido acabar la contienda explica sin duda su
dimisión y su acogida popular en Barcelona, Zaragoza, Madrid donde 70 000
madrileños aclaman a este fervoroso católico con el grito de “¡Viva el general
cristiano!”.
Estas manifestaciones populares no tienen nada de espontáneas, ni en España ni
en Francia. Detrás de los generales actúa una prensa en auge que desempeña un papel
capital: en España son 22 los diarios adictos al general Polavieja, entre los cuales el
famoso Imparcial; lo respaldan también los empresarios catalanes, dignidades de la alta
jerarquía eclesiástica, miembros de la aristocracia como el Marqués de Comillas, de la
clase política. Por ejemplo, la burguesía catalana constituye en la Ciudad Condal una
“Junta Regional de Adhesiones al General Polavieja”, lo apoya el clero con el Cardenal
Cascajares, arzobispo de Valladolid. Detrás de Boulanger, se encuentran la riquísima
duquesa de Uzes, auténtica proveedora de fondos, y varios diarios como
L’Intransigeant, La Croix, Le Soleil, L’Autorité, La France militaire et La Revanche.
En Francia como en España, las derrotas castrenses humillantes convierten a un
militar en “el hombre de la situación”. Como Boulanger, Polavieja es “el hombre” a
secas y el director del Diario de Barcelona, Teodoro Baró, pregona: “el país busca al
hombre, y cuando éste surge, se va con él” (Comillas, 2002: 211).
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Pero el general Polavieja, monárquico convencido, se niega a protagonizar una
dictadura; sin embargo, está a punto de “pronunciarse” entre el verano del desastre y el
otoño del Tratado de París, en un clima peculiar de tristeza, inquietud e incertidumbre.
En vez de “un pronunciamiento”, los españoles pueden leer el manifiesto del
general Polavieja al país (1° de septiembre de 1898), aunque los historiadores afirman
que no fue redactado por el capitán de Filipinas; el texto es un compendio de todos los
tópicos del discurso regeneracionista conservador de la época. Con el propósito de
acabar con el divorcio entre “país legal” y “país real” y de favorecer un resurgimiento
nacional, el general Polavieja anhela modernizar las fuerzas armadas y suprimir un
servicio militar arcaico e injusto: “Necesitamos organizar, sin pérdida de tiempo, el
servicio obligatorio para que cese una desigualdad irritante, condenada por voz casi
unánime del país…”10.
A pesar de su horror a la política y a los partidos tradicionales, el general
Polavieja forma parte del Gobierno constitucional de Francisco Silvela (1834-1905).
Después de seis meses de negociación, es nombrado Ministro de la Guerra por unos
siete meses (marzo-septiembre de 1899) antes de dimitir11.
El general Boulanger y el general Polavieja son militares, héroes
incomprendidos por los políticos profesionales, casi mártires, simbolizan el honor
limpio frente a la corrupción de la clase política, los chanchullos y las mentiras del
Parlamento que ha de dejado de representar a la Nación. Ambos son instrumentalizados
por las fuerzas reaccionarias de ambos países, por los que no aceptan que Alsacia y
Lorena sean alemanas o que el verano del 98 señale el final de un Imperio. Son las
primeras manifestaciones de un populismo en política, populismo a veces presente en
literatura desde Jules Vallès a Blasco Ibáñez.
Ambos generales, “El General Desquite” y “el General Cristiano”, dos ministros
de la Guerra, encarnan, en un momento dado, la fuerza extra régimen, la renovación
frente a los principales “santones” de partidos políticos desprestigiados, representan “la
regeneración por arriba”. Sin embargo, pertenecen a dos ejércitos totalmente diferentes:
el ejército francés o “la grande muette” frente a un ejército español que no ha dejado de
intervenir con estruendo en la vida política del siglo XIX a través de los famosos
“pronunciamientos” tan de moda antes de la creación del sistema canovista y del acceso
al trono de Alfonso XII. Son asimismo totalmente distintos por su forma de
reclutamiento: el español con la práctica de la redención a metálico y de la sustitución
contribuye a nutrir el odio a las quintas de parte de campesinos, principales víctimas de
un servicio militar particularmente injusto.
Unos intelectuales como Miguel de Unamuno, desde las columnas de La Lucha
de clases de Bilbao y Ramiro de Maeztu, desde el diario republicano madrileño, El
10
Manifiesto del General Polavieja en Fernández Almagro, Historia política de la España
Contemporánea, p. 875.
11
Muy hábilmente, Silvela, después de la caída del gobierno liberal, le propone al General Polavieja en
una carta una alternativa, o mejor dicho lo encierra en un dilema, escribiendo lo siguiente: “Sólo puede
reemplazar una de estas dos soluciones: o un gobierno personal y dictatorial de usted, que por una serie de
decretos diera satisfacción al país en lo más esencial de las reformas que pide, o un gobierno que,
ajustándose a la Constitución, ponga la proa en ese mismo rumbo”.
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País, denuncian un creciente militarismo de la sociedad y se asocian a la campaña
llevada con éxito por los socialistas en contra de las injusticias de un servicio militar
resumida por el lema “o todos o ninguno”: a la guerra de Cuba deberían ir todos o
ninguno…
3. La aparición de los intelectuales: “Repensar” Francia y España12
Como ecos a la eminente derrota naval, se multiplican en los artículos y ensayos
referencias a la derrota de Sedán y el paralelo histórico suele asomar a través de una
pregunta reiterada: ¿“Cuba, un Sedán colonial”? o de la declaración de A. Cánovas del
Castillo a la famosa revista francesa, Revue des Deux Mondes: “Cuba y Puerto-Rico son
la Alsacia y la Lorena de España.”
Si “Francia es el espejo político de España” como lo pregona en un momento
dado Joaquín Costa, si la derrota de 1870 ha permitido un renacimiento, una
resurrección de “la grande nation”, ¿por qué no ocurriría lo mismo en España? (Cacho
Viu, 1997: 88).
En noviembre de 1897, Ramiro de Maeztu vaticina un desastre y aun lo anhela
para que se pueda aplicar a la situación nacional el refrán “no hay mal que por bien no
venga”. A pesar de su pesimismo el intelectual ya confía en las fuerzas de la nación
española para que se emprenda mañana la renovación imprescindible y lo expresa con
tonalidad regeneracionista y optimista:
Triste, muy triste el posible Sedán colonial. […] Pero el Sedán en lejanas
posesiones no es la muerte; ese Sedán pudiera ser la vida.
Muy triste, muy triste el desastre que amaga; pero si él nos sirviera para
reconcentrarnos en nosotros mismos […] ¡bienvenido el Sedán doloroso!.. Dentro de
varios lustros ¡algo habría en el mundo que se llamara España!13
El mismo año, el escritor conservador Maurice Barrès, un “hijo de la Débâcle”,
acude a la misma imagen aludiendo en su novela Les Déracinés a los múltiples Sedanes
que Francia sigue sufriendo, no sólo el militar sino también el político, el industrial, el
financiero o el intelectual14.
Tras la derrota española, el modelo francés sirve también de argumento para
nutrir protestas airadas como la de Joaquín Costa que teatraliza su dolor para mejor
galvanizar las energías de sus oyentes, para hacer de este dolor individual un dolor
colectivo. Apenas firmado el Tratado de París, exclama J. Costa:
12
Entre numerosos estudios, véanse el capítulo 34 “L’année terrible : 1870-1871” y el capítulo 35: “Taine
et Renan repensent la France” en Winock (2001: 491-535). Historiadores de la cultura, como Carlos
Serrano, han probado que el término intelectual entra como sustantivo en el vocabulario político y social
español entre 1895 y 1900, al igual que en Francia, al parecer, cobrando un fuerte valor contestatario a
raíz de la derrota: “El intelectual es un claro producto del traumático final de siglo, al que sirve de modelo
el affaire Dreyfus, con su ‘partido de intelectuales’” (Serrano, 2000a: 12).
13
Ramiro de Maeztu, “Un suicidio”, noviembre de 1897, Hacia otra España (1997: 108-110).
14
Maurice Barrès, Les Déracinés, p. 125.
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Acordémonos de Francia y de 1870… Un Sedán está pidiendo un Thiers, y nosotros
hemos sufrido tres Sedanes, uno terrestre, otro marítimo y otro diplomático
consecuencia de aquellos dos… Necesitamos un Gobierno de la Revancha, pero de la
revancha contra los Moltkes y los Bismarcks interiores, que son quienes nos han
vencido en Cavite, en Santiago de Cuba y en París15.
El orador aragonés lamenta con amargura teatral que la experiencia francesa no
se repita en España, lamenta que no se pueda “hacer con nuestros gobernantes lo que los
franceses hicieron con los suyos en 1870”. No se pierde también una ocasión para hacer
una lectura antimonárquica de los acontecimientos franceses:
Francia, al día siguiente de Sedán, tuvo el buen sentido de enviar a paseo a Napoleón e
instaurar en lugar suyo el régimen republicano; al paso que nosotros… al día siguiente
de nuestros Sedanes, dejamos que nos enviase a paseo un Napoleón de doce años”16.
Pronto los escritos y discursos de los intelectuales superan las fechas de 1898 y
1870 para enmarcarse en un cuadro mucho más amplio, iniciando así el canto fúnebre
de la decadencia, de la inexorable caída17.
La grandeza y el declive de una nación –en el caso español, de un imperio– se
expresan a través de una retórica de vida y muerte que saca su léxico del mundo de la
medicina, tan característico de los escritos regeneracionistas de finales de siglo18. Al
término de “degeneración” se opone el de “regeneración”; muchos escritos se
convierten en “escritos quirúrgicos” y por ejemplo, J. Costa titula un tomo de sus Obras
Completas “Política quirúrgica” (Varela, 1997).
El espectáculo humillante y doloroso del suelo de la patria invadido y hollado
por los soldados alemanes inspira los títulos significativos de numerosas obras “Des
causes de la décadence française”, “La France dégénérée”, “La chute de la France”,
“Dégénérescence et criminalité”, títulos que caracterizan, según las elites ilustradas, el
Estado de Francia por los años 1870-1880. La derrota militar, la revolución y “la
Commune” provocan un debate sobre el mal francés, sobre los males de la nación y una
nueva ciencia, la patología social, invade todos los discursos con metáforas médicas y
biológicas. En un discurso de ficción, el de la novela de Emile Zola, La Débâcle (1892),
la lucha fratricida entre los Communards y los Versallais se cifra en el enfrentamiento
15
Joaquín Costa, “O liga o partido”, conferencia en la Asociación de la Prensa, Madrid, 19 de diciembre
de 1898, en Reconstitución y europeización de España (1900: 69).
16
Joaquín Costa, Segundo discurso de Zaragoza, 13 de febrero de 1906, en Obras Completas, 1914, tomo
8, p. 44.
17
Según José-Carlos Mainer (2005: 182-183), el escritor Paul Bourget (1852-1935), adalid del
pensamiento conservador, había sido el introductor del término “decadencia” en la polémica intelectual
francesa (en 1881, publicó “Théorie de la décadence”). En 1889, P. Bourget publicó su novela Le
Disciple, un éxito universal que puso de moda la “novela psicológica”… En el prólogo, el novelista
tradicionalista se dirige à “un jeune homme”, un muchacho que después de vivir la derrota nacional de
1870, anhela encontrar nuevos horizontes de vida.
18
Remitimos al lector al principio de nuestro artículo “Intellectuels et nationalismes en Espagne (18981936)”, titulado “Espagne 1900: mort et résurrection de la Nation” (Rabaté, 2001: 18-23). Véase también
Juliá (1998).
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de dos hermanos: Maurice que pertenece al bando de los communards, y Jean a los
versaillais. Maurice, mortalmente herido por Jean, acude, antes de fallecer, a metáforas
para subrayar que su cuerpo víctima de la gangrena, está podrido y moralmente
corrupto, y afirma que Jean representa el elemento sano de la sociedad que quita con
razón la vida a su hermano qui “était l’ulcère collé à ses os”:
Et tu ajoutais que, lorsqu’on avait de la pourriture quelque part, un membre
gâté, ça valait mieux de le voir par terre, abattu, d’un coup de hache, que d’en crever
comme d’un choléra. J’ai songé souvent à cette parole, depuis que je me suis trouvé seul
enfermé dans ce Paris de démence et de misère… Eh bien ! c’est moi qui suis le
membre gâté que tu as abattu […]. C’était la partie saine de la France, la raisonnable, la
pondérée, la paysanne, celle qui était restée le plus près de la terre, qui supprimait la
partie folle, exaspérée, gâtée par l‘Empire, détraquée de rêveries et de jouissances ; et il
lui avait ainsi fallu couper dans sa chair même, avec un arrachement de tout l’être, sans
trop savoir ce qu’elle faisait. Mais le bain de sang était nécessaire, et de sang français,
l’abominable holocauste, le sacrifice vivant, au milieu du feu purificateur. Désormais, le
calvaire était monté jusqu’à la plus terrible des agonies, la nation crucifiée expiait ses
fautes et allait renaître.
– Mon vieux Jean, tu es le simple et le solide… Va, va ! Prends la pioche,
prends la truelle ! et retourne le champ, et rebâtis la maison !... Moi, tu as bien fait de
m’abattre, puisque j’étais l’ulcère collé à tes os !19
El discurso es extraño por parte de E. Zola, el futuro socialista, el autor de
J’accuse, cuya visión de los acontecimientos trágicos de La Commune es casi la de un
ultramontano. E. Zola, contagiado por expresiones de moda, se expresa casi como Louis
Veuillot, quien habla de “La Commune comme expiation d’une nation pécheresse,
impie… qui ne fait plus ses Pâques” y tal interpretación de la derrota como castigo
divino puede prefigurar la de 1898, tal como la ve la mayor parte del clero español de la
época.
En España no impera como en Francia el sentimiento de revancha20; domina el
de inferioridad que la famosa frase de Lord Salisbury del mes de mayo de 1898
exacerba cuando alude a “las naciones moribundas”, es decir las naciones latinas
destinadas a ser colonizadas por “las naciones vivas” como las anglosajonas. Es el
momento en que un futuro político liberal, Santiago Alba, traduce al español el libro de
Edmond Demolins A quoi tient la supériorité des Anglo-saxons21. En su prólogo, de
tonalidad muy regeneracionista, confirma un vivo complejo de inferioridad arraigado en
19
Zola (1967: V, 907). La influencia de la novela de Emile Zola, La Débâcle (1892) es notable en su
discípulo, Blasco Ibáñez con una novela titulada Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1914). Encontramos
los mismos temas (la guerra), con los mismos protagonistas (franceses contra alemanes) y la misma
aversión a un enemigo común, el alemán retratado de la manera más negra, a casi un cuarto de siglo de
distancia. A este examen comparativo, Carlos Serrano dedicó un artículo “Blasco Ibáñez VS. Émile Zola:
cuatro jinetes para una derrota (notas)”, en Realismo y naturalismo en España en la segunda mitad del
siglo XIX, Yvan Lissorgues (ed.), pp. 572-582.
20
Escribe Santiago Alba: “España no siente el menor odio contra los Estados Unidos; nadie se mueve
poseído de los rencores que Francia después de su Sedán, ni hay quien piense en Cuba, Puerto Rico y
Filipinas como allí se piensa en la Alsacia y la Lorena”.
21
Edmond Demolins (1897), A quoi tient la supériorité des Anglo-saxons, París: Fimin-Didot, 2ª edición,
1899.
645
Francia 1870 - España 1898. Desde la Débâcle hasta el Desastre, pp. 636-649
la conciencia colectiva y alimentado por la publicación de otras obras de tema parecido
como La decadencia de la naciones latinas22 o L’avenir latin23.
En efecto, la derrota de Cuba se percibe como síntoma de algo más grave. No
sólo se trata de la inferioridad de la marina española frente a la norteamericana sino que
se interpreta pronto como un fenómeno mucho más amplio. Se afirma que dicha derrota
se parece a la francesa de 1870 frente a Prusia y se resume en la famosa frase atribuida a
Ernest Renan: Francia no ha sido vencida por los generales sino por la Universidad
alemana o por los maestros de escuela. Muchos afirman que lo mismo ocurre en la
España de 1898, España no fue derrotada por la marina norteamericana sino por la
Universidad americana, que significa modernidad, progreso y cultura frente a un país
que carece hasta 1900 de un Ministerio específico de Educación Nacional.
A partir del verano de 1898, pero también antes, los escritos de Lucas Mallada,
Macías Picavea, Joaquín Costa, Santiago Alba, Damián Isern entre otros muchos,
denuncian el retraso español acudiendo a tópicos recurrentes del regeneracionismo,
nutridos por una tradición positivista: la pobreza del suelo de la meseta o digamos de la
España seca, el reparto desigual de las aguas, una realidad geológica hostil. Contra el
declive de las mesetas, nace todo un discurso técnico sobre el agua y el suelo en torno a
la política hidráulica que obsesiona a Joaquín Costa, quien compara a España con “un
cadáver que se extiende desde el Pirineo hasta Calpe”. ¿Estará enferma España?
No, proclama Miguel de Unamuno que no tarda en tomar sus distancias con los
escritos regeneracionistas escribiendo que “no se trata de curar a un enfermo sino de
educar a un bárbaro” y cuando proclama la necesidad de un Kulturkampf, el modelo ya
no es la Francia de la Tercera República sino el de la Alemania de Bismarck. El rector
de Salamanca lamenta que no se produzca en España algo como une Affaire Dreyfus, o
sea unas auténticas guerras civiles, guerras de ideas. Sin embargo el proceso de
Montjuich moviliza las energías y las plumas airadas de Costa, Unamuno, Clarín contra
las torturas sufridas por los anarquistas en la famosa ciudadela de Barcelona, tras el
atentado del Corpus de 1896.
En España, la influencia de Emile Zola es impresionante como lo recuerda Alain
Pagès:
A la vuelta del siglo, Zola aparece así como una especie de guía espiritual. La historia
acabó por reunir en una misma figura sincrética las imágenes que han desfilado desde el
principio de los años 1880 al final de los años 1890. Moldeado así, el autor de
L’Assommoir y de J’accuse –el pintor de la miseria obrera como el constructor de las
utopías socialistas – encarna una parte de las esperanzas que llevarán a España, treinta
años más tarde, camino del frente Popular. (Pagès, 1997: 230)
En la España finisecular, se rinde homenaje a E. Zola a través de la creación de
una revista Germinal (1897-1898) en la que escribe la flor y nata de la joven
22
G. Sergi, La decadencia de las naciones latinas (1899), Barcelona: Biblioteca Moderna de Ciencias
Sociales. Traducción al español de 1901.
23
Léon Bazalgette (1900). L’avenir latin, Paris.
646
Jean-Claude RABATÉ
intelectualidad española. Otros escriben en La Revista Blanca de orientación libertaria
en homenaje a la Revue Blanche francesa, donde se expresan las vanguardias. En
numerosas capitales de provincias, el movimiento asociativo republicano-obrero crea
Germinal, asociación que reúne a jóvenes que otorgan mucha importancia a la “cuestión
social” u obrera y proponen remedios típicos de la tradición regeneracionista del
momento24.
Si nos fijamos de nuevo en la cita de Pierre Vilar que inspiró nuestra
introducción, es verdad que las consecuencias de las derrotas “pueden transformar la
imagen que la colectividad se forma de sí misma”. Las secuelas de las derrotas sufridas
por Francia y España se encarnan en la voluntad de las elites liberales como
conservadoras de construir a posteriori un discurso dramático. Éste, fundado en
recursos retóricos de vida y muerte, tiende a ofrecer una visión catastrófica de los
acontecimientos y la difunde por la prensa, los escritos políticos o de ficción y más
tarde en los manuales escolares. En España, pronto nace un discurso de “Desastre
nacional” que puede distar mucho del profundo alivio que siente “el pueblo” español en
el verano del 98.
Sin embargo esta reflexión había empezado antes de 1898 y por lo tanto es
imprescindible repensar el 98 como el 70, no se puede encerrar una crisis dentro de un
año; del mismo modo, los rótulos y marbetes artificiales y reductores como “generación
del 98” o “génération de 1890” siguen ocultando unas vivencias culturales más amplias
y profundas que se enmarcan en la duración de la historia contemporánea.
En Francia, 1870 implica un cambio de régimen mientras que en España el
régimen se sobrevive a sí mismo gracias a la debilidad de sus adversarios. Lo que
domina en ambos países es la dimensión moral de una crisis como lo plasma muy bien
el título de la obra de E. Renan, “Réforme intellectuelle et morale de la France”.
Los discursos a la nación de E. Renan y A. Canovas del Castillo son
manifestaciones, entre otras, de las divergencias nacidas en torno a la concepción de la
nación y de lo que se entiende por patria, estado. A través de numerosos ensayos – el
ensayo es un género literario que renace con el fin se siglo y la aparición de los
intelectuales –, se manifiestan las dudas y las interrogaciones de ambas naciones frente
a su tradición nacional juzgada con severidad por algunos. Un debate se entabla en
torno a la situación de España respecto a Europa y se plantean preguntas que afectan
tanto a España como a Francia: ¿Es el pueblo la nación? ¿Es el pueblo la integralidad de
la nación? ¿Cómo se va a expresar el pueblo? ¿Cómo se van a aunar la sensibilidad y la
cultura del pueblo, su historia?
Para ayudar a los franceses y a los españoles a contestar a preguntas tan
cruciales, nace o aparece el intelectual, deseoso de formar la conciencia del pueblo
como nación. La figura del intelectual se impone en Francia como en España a finales
del siglo XIX cuando éste intenta dar cuerpo y sustancia a una identidad nacional en
crisis o en discusión, cuando los fundamentos de dos antiguos estados-naciones han
estallado y cuando se trata de refundirlos. A “los ruidos de sables” de unos generales
que quieren imponer un nacionalismo excluyente y cerrado, estos intelectuales oponen
24
Carlos Serrano, Serge Salaün (eds.). 1900 en España, op. cit., pp. 121-124.
647
Francia 1870 - España 1898. Desde la Débâcle hasta el Desastre, pp. 636-649
un nacionalismo liberal, abierto e integrador y anhelan recoger la gran tradición liberal
del siglo XIX25.
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25
Véase el capítulo “Nationalisme ouvert et nationalisme fermé” en Winock (2004: 12-38).
648
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