EL SILENCIO ADMINISTRATIVO La reciente Sentencia del Tribunal Supremo de 28 de enero de 2009 (BOE número 77, de 30 de marzo de 2009) declara doctrina legal “que el artículo 242.6 del Texto Refundido de la Ley sobre Régimen del Suelo y Ordenación Urbana, aprobado por Real Decreto Legislativo 1/1992, de 26 de junio, y el artículo 8.1.b), último párrafo, del Texto Refundido de la Ley de suelo aprobado por Real Decreto Legislativo 2/2008, de 20 de junio, son normas con rango de leyes básicas estatales, en cuya virtud y conforme a lo dispuesto en el precepto estatal, también básico, contenido en el artículo 43.2 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común, modificado por Ley 4/1999, de 13 de enero, no pueden entenderse adquiridas por silencio administrativo licencias en contra de la ordenación territorial y urbanística”. El pronunciamiento, que parece pretender poner fin de manera definitiva a la incertidumbre existente acerca de los efectos del silencio administrativo en relación con las licencias urbanísticas, opta por entender que lo no “adquirido” es la licencia y no, únicamente, las “facultades contrarias a la ordenación territorial y urbanística”. No existirían, por tanto, licencias ilegales obtenidas por silencio administrativo. La sentencia para acoger lo que establecía el artículo 242.6 del texto refundido de la Ley del Suelo de 1992 conforme al cual “en ningún caso se entenderán adquiridas por silencio administrativo licencias en contra de la ordenación o del planeamiento urbanístico”. Los términos literales de este precepto resultan sorprendentes e imprecisos. Y es que no parece que el concepto “adquisición” resulta en extremo compatible con el de “licencias”. Pero todavía más sorprendente es que, derogado dicho precepto por el texto refundido de la Ley de suelo de 2008, cuyo artículo 8.1.b) establece que “en ningún caso podrán entenderse adquiridas por silencio administrativo facultades o derechos que contravengan la ordenación territorial o urbanística”, el Tribunal Supremo reconozca como doctrina legal primacía al precepto ya derogado. Los antecedentes explican tan peculiar situación. Cualquier operador urbanístico podría advertir los frecuentes problemas derivados de la exigencia de conformidad del proyecto presentado a licencia con la ordenación urbanística aplicable como condición de la adquisición de facultades de uso del suelo. Y es que en los últimos años no parecía estar claro si, en caso de disconformidad y a falta de resolución expresa, el solicitante podía entender obtenida la licencia, con eficacia habilitante limitada, o simplemente debía asumir que se invertía el efecto del silencio como consecuencia de la primacía de la ordenación urbanística. La respuesta, obviamente, resultaba fundamental para la actividad inmobiliaria, pues la inexistencia de licencia o su disconformidad con la ordenación urbanística aplicable impide al solicitante, por un lado, ejecutar los actos para las que la misma se solicitó y la autorización de escrituras públicas de declaración de obra nueva terminada o la inscripción en el Registro de la Propiedad de las mismas (art. 20 de la Ley de suelo de 2008) y, por otra parte, tiene también indudable incidencia sobre las técnicas de protección de la legalidad urbanística. Pues bien, según el Tribunal Supremo la respuesta es clara: En ningún caso podrán entenderse adquiridas licencias en contra de la ordenación urbanística vigente, al margen de la posible responsabilidad administrativa que pudiera derivarse del otorgamiento expreso de licencias contrarias a la misma [art. 35.d) de la Ley de suelo de 2008]. Así pues, cuando la Administración no resuelve expresamente no es ya que el interesado no adquiera facultades contrarias a la ordenación vigente sino, simplemente, que la licencia no será otorgada actuando el silencio en sentido negativo. El origen de la respuesta judicial al interrogante planteado puede encontrarse en la refundición de 1992. Si el artículo 178.3 del texto refundido de la Ley del Suelo de 1976 impedía la adquisición de “facultades”, el antes citado artículo 242.6 del texto refundido de 1992 hizo lo propio, ultra vires, respecto de las “licencias” mismas (previsión seguida por diversas leyes urbanísticas autonómicas). En caso de disconformidad con la ordenación urbanística se invierte el efecto positivo del silencio administrativo (SSTS de 3 de febrero de 1997, 12 de mayo de 1998, 27 de diciembre de 1999, 7 de abril de 2000, Arz. 1466, 3626, 9777, 4019). Ello sin perjuicio, por otra parte, del surgimiento de la obligación de la Administración de indemnizar al particular como consecuencia de la infracción del deber de resolver expresamente, generador en este supuesto de una inaceptable situación de inseguridad jurídica cuando no de un quebranto patrimonial considerable al interrumpirse el normal desarrollo del proceso urbanizador y edificatorio [art. 35.d) de la Ley de suelo de 2008]. Y todo ello, además, a pesar de lo establecido en los artículos 43.2 y 62.1 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de régimen jurídico de las administraciones públicas y del procedimiento administrativo común, dado que la normativa urbanística expuesta, de rango legal, incorporaría una regla especial que invertiría el efecto estimatorio del silencio. Sin embargo, y acaso tratando de corregir el exceso gubernamental en la refundición de 1992, el artículo 8.1.b), último párrafo, del texto refundido de la Ley de Suelo de 2008 recupera la redacción de 1976. Pero la Sentencia del TS de 28 de enero de 2009, pese a citar la nueva legislación, obvia su significado. Así que pese al tenor literal de la Ley debe afirmarse, como hace el Tribunal Supremo, que cuando el proyecto sometido a licencia sea disconforme con la ordenación urbanística el silencio administrativo producirá efecto negativo. Las licencias, en tales supuestos, deberán considerarse denegadas. La Ley por un sitio, los jueces por otro y en medio, como siempre, la administracion y sus gestores sin saber a qué atenerse.