EL SILENCIO DE LOS HOMBRES. Psic. Cirilo Rivera García

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EL SILENCIO DE LOS HOMBRES.
Psic. Cirilo Rivera García.
Analista del Dpto. de participación de la mujer del COESPO.
“Mientras insistamos en vivir sólo como seres racionales cuya satisfacción proviene de proyectos individuales, será difícil respetar y
reconocer nuestra existencia como seres emocionales, sexuales y espirituales. Nos quedamos con una comprensión endeble y restringida de nuestra experiencia”. Seidler, V. (2000)
Alguna vez nos hemos preguntado ¿qué significa ser hombre?, es entonces cuando expresamos respuestas sobre las formas como
dominamos y controlamos el entorno.
El modelo tradicional de la masculinidad se construye en: no tener nada de femenino (restricción emocional, labores domésticas,
etc.), la homofobia o rechazo a los/as homosexuales, el uso de poder y control sobre los/as demás a nuestro alrededor y la obsesión
por conseguir logros y éxitos.
La identidad masculina tiene que ver con el significado del modelo tradicional o hegemónico, pues los hombres se definen como tal
por: los actos (lo que se hace), la cultura (normas sociales, religión, etc.), lo que poseen, la imagen corporal y su historia (personal,
familiar y social).
La identidad masculina hegemónica, reforzada por las estructuras sociales, es cómplice y propagadora de la intolerancia, la discriminación y las desigualdades, y siembra sus reales en el ámbito de lo personal, familiar, comunitario y político. (Cervantes, F., 2000)
Para hacerse hombre hay que pasar por los retos que la sociedad y uno mismo se impone. Vencer retos de ser fuerte, sexualmente
activo (penetrar y no ser penetrado), racional y violento implica no sólo ganar, gritar, golpear sino también callar.
Se calla para ocultar el dolor, el dolor de ser sensible, dolor provocado por el miedo, por la tristeza y quizá por la soledad. El dolor se
manifiesta con humillaciones, indiferencia, cólera, con palabras que lastiman y dañan a las personas, palabras que destruyen y no
con palabras que construyen relaciones equitativas, sanas y de respeto, ¿para qué?.
Callar nuestras emociones y ,sobretodo, sentirlas nos impide escuchar, la escucha es más que oír palabras, es entender y comprender lo que sucede y cómo sucede, es ponerse en los zapatos de la otra persona y negociar a partir de las dos percepciones que se
tiene acerca de las diferencias. Como receptores en la comunicación podemos parecer “pasivos” pues en el proceso social de
hacerse hombre se debe confirmar y reafirmar constantemente con la actividad e iniciativa: dar lo que quiero.
La vida emocional de los varones parece ser difícil para expresarse de manera personal. Un hombre habla por todos: “todos somos
violentos”, “todos sufrimos por culpa de...”, “todos somos fuertes”, “a todos les pasa”, etc. Muy pocos hablamos en primera persona,
de lo que vivimos y cómo lo vivimos, de lo que nos duele y las formas en que nos duele.
Cuando se habla por todos, no asumimos la responsabilidad que cada quien vive, nos apropiamos de la razón para fundamentar y
ocultar las emociones.
En las relaciones de pareja, los hombres muchas veces no hemos aprendido a comprender por qué nuestra novia o esposa se encuentra molesta.
Victor Seidler, sociólogo de la Universidad de Londres, menciona lo siguiente:
“En ocasiones actuamos a la defensiva cuando nuestra pareja no obtiene suficiente de nosotros, como si en algún nivel en realidad
no quisiéramos oír lo que tienen que decir porque toca aspectos en los que también nosotros mismos nos hemos descuidado y
abandonado.” (Seidler, V., 2000, p. 206).
Estos aspectos de descuido y abandono, como seres humanos, los hombres tradicionales han renunciado a la ternura, a la equidad,
a escuchar y también a decir lo que les duele y molesta sin ejercer actitudes y conductas violentas. Se guardan los dolores que se
han caracterizado como débiles, asignadas para aquellas y aquellos diferentes del verdadero hombre.
Más adelante, Seidler comenta:
“...como hombres somos tan conscientes de lo arduamente que estamos trabajando en la esfera que puede ser difícil reconocer lo
que los demás necesitan de nosotros en nuestras relaciones personales y sexuales. Esto se debe posiblemente a que tendemos a
negar nuestras necesidades emocionales, puede resultarnos difícil reconocer las necesidades emocionales de los demás” (op. Cit.
P.215).”
Negar lo que sentimos es una forma de callar nuestras necesidades humanas, de pedir pero también de dar. Cuando los varones
queremos expresar dolor y miedo, buscamos espacios socialmente aceptados acompañados del alcohol, drogas o de la violencia
verbal. De ahí que, los hombres nos hemos convertido en analfabetas emocionales, sólo exigimos placer pero muy poco lo otorgamos, sólo en casos de egoísmo para reafirmar la masculinidad ante las y los demás.
Y...¿podemos cambiar?, ¿qué gano con este cambio?.
Los hombres desde temprana edad estamos entrenados para ganar casi nunca para perder, pero en lo que se refiere a visibilizar y
expresar lo que sentimos cuando el dolor es tristeza, soledad y miedo, nos hemos perdido la oportunidad de crecer con nuestra pareja, de conversar con nuestro dolor, de pedir ayuda, de ser escuchados y escuchar a quienes se acercan a pedirlo.
Como hombres nos estamos perdiendo la oportunidad de tener contacto con nosotros mismos, somos seres humanos completos,
sin embargo, nos mutilamos socialmente por cumplir una expectativa tradicional de la masculinidad. Además, estamos perdiendo
contacto con el resto de las personas que nos rodean, pues pareciéramos mutantes convertidos en hombres que sólo tienen conductas pero sin sentir el lado agradable de la vida.
Al tener un contacto profundo de las emociones con nosotros mismos, podemos ganar tanto, como: conocernos a sí mismos, poder
sentir y vivir nuestras emociones y aprender de ellas, poder detener nuestra violencia, mostrarnos afectivos y tiernos con las demás
personas que son significativas en nuestra vida. Podemos aprender a cuidarnos a nosotros mismos y desde luego aprenderemos a
cuidar de los demás.
Conocernos a sí mismos forma parte de un proceso de aprendizaje, los hombres tenemos en la actualidad alternativas para cambiar
nuestras actitudes y conductas que dañan a las personas que amamos y queremos. Podemos iniciar por reconocer lo que nos molesta y cómo nos molesta, comentarlo en pareja y familia y llegar a acuerdos y crear alternativas que nos permitan relacionarnos mejor. Vivir estos procesos de cambio nos permitirá sentirnos más relajados y tranquilos, ser sensibles, ser seres humanos, ser simplemente hombres.
Referencia bibliográfica.
Cervantes, F. (2000), “Los hombres y la violencia hacia las mujeres”. Rostros y Voces de la Sociedad Civil. Pp. 25- 29. MayoJunio.
Seidler, V. (2000), La sinrazón masculina. Masculinidad y Teoría Social. Paidós, México.
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