los signos del bautismo - Parroquia Nuestra Señora de Las Rosas

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LOS SIGNOS DEL BAUTISMO
ANSELM GRÜN, El bautismo. Celebración de la vida (San Pablo 2002)
Las características que posee la vida y que celebramos en el bautismo se pueden explicar con algunos símbolos
presentes en los ritos bautismales.
EL AGUA
vina. Nos mantendrá siempre frescos y vivos y fecundará
la semilla que quiere nacer en nosotros.
El símbolo central del bautismo es, sin duda alguna,
el agua. El agua es el origen de cualquier tipo de vida. Toda
vida tiene su origen en el agua. Es el amor de Dios que se
derrama sobre nosotros y que, en nosotros, se transforma
en una fuente inagotable. Nuestra sed más profunda es
sed de amor, de un amor que no se agota nunca porque es
alimentado por la fuente que no se seca nunca. Este amor
divino se nos regala en el agua de la fuente del bautismo. Siempre podernos beber de esta agua cuando nuestro
amor humano se hace frágil, cuando se nos escapa de las
manos.
El bautismo con agua tiene que ver con el envío
del Espíritu. La Iglesia primitiva creía que el agua del bautismo estaba llena de la fuerza santificadora y vivificante
del Espíritu Santo. Por eso el agua bautismal fecunda a la
persona, la santifica y la renueva.
SEPULTAR LO QUE ESTORBA EN LA VIDA
EL AGUA DE LA PURIFICACIÓN
En todas las religiones y culturas el agua posee una
fuerza purificadora y renovadora. El agua del bautismo nos
purifica de los errores del pasado y nos renueva para que
vivamos como personas nuevas.
Sepultamos nuestra vieja identidad, que tendía posiblemente sólo a la adquisición de dinero, de fuerza y
de consideración, que giraba exclusivamente en torno a
sí misma hasta convertirse en su prisionera. Sepultamos
también nuestro pasado, que nos ha condicionado hasta
aquel momento. Sepultamos las ofensas y las heridas. No
queremos continuar haciendo uso de ellas para atribuir a
otros la culpa de nuestra situación actual. Morimos a este
mundo para vivir corno personas nuevas. Ya no nos definimos según el éxito o los resultados, el reconocimiento y
la atención por parte de otros, sino solamente a partir de
Dios. Este es el significado de la verdadera libertad.
Todo lo que pesa sobre el niño, es lavado en el
bautismo. Podemos imaginar que vertida el agua sobre la
cabeza del niño, este no está condenado a repetir el destino de sus padres y de sus abuelos; no es simplemente el
resultado del árbol genealógico, sino que puede comenzar
desde el principio.
Es un nacimiento espiritual lo que celebramos en
el bautismo. El niño no está determinado por el pasado,
sino que se abre a la novedad que Dios desea obrar en él.
El agua del bautismo quiere purificar al niño de todo lo
que puede ofuscar la irrepetible imagen de Dios que se
manifiesta en él.
El bautismo de los niños nos muestra que tiene lugar un cambio de identidad. El niño es puesto en contacto
con su verdadera esencia liberada de cualquier dependencia de este mundo. Pero en el bautismo también nosotros
nos ejercitamos en relacionarnos con el niño de modo nuevo. No queremos condicionarlo a que viva una existencia
que dependa del reconocimiento de los demás o del éxito.
Queremos ver en él el misterio de Dios, el misterio de la libertad y de la unicidad, el misterio de la dignidad divina.
FECUNDIDAD ESPIRITUAL
El agua es además un símbolo de fecundidad espiritual. Hay personas que se petrifican en la rutina cotidiana,
personas de las cuales ya no sale nada porque todo se ha
desertizado y fosilizado.
El bautismo nos recuerda que en nosotros brota
continuamente una fuente que no permite que nos sequemos. Es la fuente del Espíritu Santo, a la cual siempre
podemos acudir, pues nos inspirará nuevas ideas al ponernos en contacto con la creatividad divina. El que trabaja
partiendo de esta fuente, nunca se sentirá extenuado. El
trabajo fluirá de sus manos. Experimentará placer en ello
y se alegrará por la vida que florece en él. Cada uno de
nosotros vive también con el miedo de que sus fuerzas
puedan decaer, de no encontrar ya nuevas ideas, de convertirse en aburrido y vacío. El bautismo nos promete que
la fuente que hay en nosotros es inagotable porque es di-
QUITAR EL PODER A LA MUERTE
Si estamos muertos al mundo, si este va no tiene
ningún poder sobre nosotros, esto significa también que
nosotros vivimos más allá del umbral tras el cual la muerte
ya no nos puede tocar.
En cada nacimiento se mezclan siempre la alegría
por la vida joven y el miedo por lo que vivirá el pequeño
que acaba de nacer. En el bautismo expresamos nuestra
fe, que nos dice que este niño nunca morirá. Aunque la
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El Bautizo. La Alegría de unirnos a Jesús
El agua puede tener también una fuerza destructora. Todavía hoy comprobamos la fuerza destructora del
agua en las numerosas catástrofes causadas por las inundaciones. En el bautismo somos bautizados en la muerte
de Cristo y que, como Cristo, Dios nos resucitará de entre
los muertos (cf Rom 6,3ss). Nos sumergimos en el bautismo
como si descendiéramos a la tumba de Cristo y allí sepultamos todo lo que es obstáculo para nuestra vida.
cual son regeneradas las personas.
muerte física le azote en algún momento, el «yo» de este
niño, su núcleo personal, nunca perecerá. Esto quiere
decir que nuestra relación con este niño nunca podrá ser
destruida.
El nuevo nacimiento significa que el bautizado recibe una nueva identidad. Su vieja identidad biológica estaba condicionada por factores naturales. El nuevo nacimiento del Espíritu te regala la libertad.
El amor de Dios, del que participa el pequeño y
que pasa a través de nosotros, nos vinculará también con
él más allá de la muerte. Esta certeza de fe nos quita el
temor de que el niño pueda sernos arrebatado por la muerte, y la libertad de un temor semejante nos preservará de
aferrarnos a él a toda costa, de quererlo retener junto a
nosotros.
En el bautismo el niño renace a la vida eterna y, por
tanto, es divinizado. Ya no es carne, ya no es frágil y débil,
sino que es espíritu, es decir, participa de la inmortalidad
y de la eternidad de Dios. Sumergido en la imperecedera
vida divina, se convierte en una persona nueva. Esta vida
divina no se puede ver, sólo se puede creer en ella. Pero
si creemos en el nuevo nacimiento del bautizado según el
Espíritu, entonces miramos al niño con otros ojos porque
descubrimos en él la belleza divina, algo de imperecedero,
eterno que toca va ahora la eternidad de Dios. En el rostro
del niño encontramos el cielo ya aquí sobre la tierra y se
nos despliega en la persona humana el misterio de Dios.
EL CIELO ABIERTO
En el bautismo tenemos la valentía de aceptar nuestra condición personal de seres humanos, con sus cimas y
sus abismos, y también con las tinieblas que han anidado
en nuestro inconsciente.
Nosotros no removemos nada. Pero, precisamente
cuando tenemos la valentía de descender a nuestra profundidad, el cielo se abre sobre nosotros. El cielo abierto
nos revela el horizonte en el que vivimos como cristianos.
Es el horizonte abierto de Dios.
LA UNCIÓN
Otro símbolo del bautismo es el de la unción. En el
bautismo el que va a ser bautizado es ungido dos veces:
una con el óleo de los catecúmenos y, luego, con el crisma.
Nuestra alma participa de la amplitud del cielo, del
resplandor del cielo estrellado, del colorido esplendor del
cielo estival y de la tenue luz del cielo otoñal. Deberíamos
estimamos bastante más. Sobre nosotros se abre el cielo.
Nuestra vida llega hasta Dios.
El óleo de los catecúmenos es el óleo de la curación. La unción con el óleo de los catecúmenos expresa
que la fuerza sanante, que proviene de Jesucristo, es más
fuerte que las heridas que el niño sufrirá a lo largo de su
vida. Por mucho que los padres lo traten con todos los
cuidados y las atenciones posibles, todo niño será herido.
Ninguno de nosotros puede afrontar las heridas que nos
depara la vida. Sin embargo, es decisivo el modo como
tratamos las heridas de nuestra historia personal.
Parroquia Nª Sª de las Rosas
ADOPCIÓN INCONDICIONAL
Desde el cielo Dios nos dirige la palabra y nos dice
que somos aceptados incondicionalmente y que tenemos
el derecho a vivir. Karl Frielingsdorf ha escrito en su libro
De sobrevivir a vivir que muchos niños se sienten con el
derecho de existir sólo condicionalmente. Experimentan
que sólo son aceptados si cumplen determinadas condiciones, si tienen éxito, si logran algo importante, si no dan
quebraderos de cabeza a los padres, si no tienen necesidad de demasiados cuidados y se adaptan.
El aceite de los catecúmenos quiere hacernos entender concretamente que no se nos deja solos con nuestras
heridas. En el rito de la unción expresamos que el amor de
Cristo se vuelca en nuestras heridas, que Cristo mismo las
toca con ternura. El óleo siempre significa ternura, amor,
atención, caricia amorosa. Cristo nos acaricia con amor
precisamente donde estamos heridos, y su roce puede sanar nuestras heridas exactamente igual que cuando en un
tiempo Jesús tocaba a los enfermos y los curaba.
Si un niño se siente aceptado sólo de modo condicional, entonces desarrolla estrategias para sobrevivir.
Para ser amado reprime siempre su propia opinión, aparta toda tristeza y todo enojo para no dar preocupaciones
a sus padres. Para llegar a ser reconocido se porta cada
vez mejor, se da totalmente, pero nunca experimentará
la confirmación que ansía. De este modo no vive nunca
realmente, El niño sólo puede vivir si percibe un derecho
incondicionado para existir.
En la unción con el óleo de los catecúmenos debe
quedar claro, además, que Cristo hoy desea curar a través
de nosotros. Debemos ser para el niño como el aceite de la
unción. Debemos rodearlo con nuestro amor para que las
heridas, en nuestro entorno, puedan curar. Debemos ejercer un influjo salvífico sobre el niño. Pero esto solo será
posible si nosotros, como Jesús, tocamos con ternura a las
personas donde tienen sus puntos sensibles, si las enderezamos y animamos a que se atrevan a vivir su propia vida.
En el bautismo oímos la voz de Dios: «Tú eres mi
hijo predilecto, tú eres mi hija predilecta. En ti me he
complacido». Te quiero mucho, no por lo que haces, sino
porque está bien tal como eres. De este modo eres bienvenido, aceptado, amado en todo y por todo. Este derecho
absoluto a la existencia, que experimentamos en el bautismo, es la premisa para poder no sólo sobrevivir, sino para
vivir realmente.
EL CRISMA
El crisma es el aceite para la unción real. En el
judaísmo los reyes y profetas eran ungidos con aceite para
indicar que la bendición de Dios estaba sobre ellos y que
habían recibido de Dios una nueva autoridad. El crisma es
un aceite mezclado con bálsamo y especias que exhala un
perfume particularmente agradable.
NUEVO NACIMIENTO
El agua del bautismo, fecundada por el Espíritu
Santo, se entiende también como seno sagrado desde el
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Con la unción se expresa que somos personas regias, proféticas y sacerdotales, que la bendición de Dios
reposa sobre nosotros y que nuestra vida difunde un perfume bueno y vivificante y no el olor de la muerte, que uno
siente cuando está con una persona desgarrada.
En la Vigilia pascual todos los años encendemos
nuestro cirio en el cirio pascual, que lo mantendremos
encendido durante la renovación de las promesas de nuestro Bautismo y la profesión de fe. «Por el misterio pascual
hemos sido sepultados con Cristo en el Bautismo, para que
vivamos una vida nueva».
Mediante el bautismo nos hemos convertido en personas regias, personas dueñas de sí mismas y no dominadas
por nadie; personas que viven en primera persona en lugar
de dejarse arrastrar; personas que están en paz consigo
mismas y que a su vez irradian paz. Somos personas con
una dignidad inviolable, con una dignidad y una belleza
divinas.
Que toda persona es una esperanza para este mundo se expresa mediante el rito bautismal, cuando el sacerdote enciende la vela bautismal en el cirio pascual y la
entrega al bautizado.
A veces sentimos a los niños sólo como un peso. El
bautismo quiere abrirnos los ojos para que veamos en cada
niño como una luz que llega a este mundo. No es casualidad que los antiguos pensaran que con cada hombre se
encendía una estrella en el cielo nocturno que ilumina a
la humanidad. En cada nuevo nacimiento el mundo quiere
hacerse más luminoso y caliente. Nuestra vocación más
profunda consiste en iluminar la mirada de las personas
que nos rodean y calentar un poco sus fríos corazones.
Profeta es el que habla abiertamente y de manera
vinculante, el que con la propia vida tiene algo que decir
que sólo puede ser dicho en este mundo a través de él.
Cada uno de nosotros es profeta; es decir, que puede, con
su existencia personal, expresar algo desde Dios, algo que
puede ser oído y experimentado en este mundo solamente
a través de él. Todo ser humano es irrepetible, una palabra particular de Dios que puede resonar en el mundo sólo
mediante él.
Cada uno de nosotros es sacerdote. El sacerdote es
mediador entre Dios y los hombres. Tiene acceso a Dios.
Pero ¿qué significa esto para nosotros? Cuando en el bautismo somos consagrados sacerdotes, esto quiere decir que
tenernos acceso directo a Dios, que reunirnos en nosotros
mismos a Dios y al hombre.
En mi opinión el sacerdote es sobre todo el que
transforma: transforma lo terreno en divino, hace que lo
terreno sea permeable para Dios y encuentra huellas de
Dios en la realidad humana.
LA VESTIDURA BLANCA
Después de la unción con el crisma, el padrino o
la madrina impone al bautizado la vestidura blanca.
Cada uno de nosotros está llamado a transformar la
estructura de su vida de modo que resplandezca en ella la
vida divina. El sacerdote, con toda su persona, desempeña
la tarea de dejar transparentar la luz y la gloria de Dios,
Así resplandece la gloria de Dios en cada hombre.
«N., eres ya nueva criatura y has sido revestido
de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad
de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de
los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna».
El vestido blanco quiere ayudar a comprender en
profundidad lo que sucede en el Bautismo: convertirse
en nueva creatura, revestirse de Cristo.
La tarea del sacerdote consiste en anunciar las
hazañas que Dios ha realizado mediante el individuo y la
comunidad, dónde y cómo ha iluminado su oscuridad y le
ha llenado de luz. El sacerdote es también, por tanto, exegeta e intérprete de la vida humana. En cada vida humana
encuentra huellas divinas de luz y de sentido.
Con la vestidura blanca dada al neobautizado, el
bautismo expresa lo que es un cristiano. Los primeros cristianos bajaban desnudos a la fuente bautismal y luego se
ponían vestiduras blancas. Realizaban lo que Pablo escribe
en la Carta a los gálatas: «Todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido en Cristo» (Gál 3,27).
LA VELA BAUTISMAL
Pablo retorna en este punto la imagen de la vestidura celestial preparada para nosotros en el cielo. Mediante
el bautismo nos hemos hecho una sola cosa con Cristo; nos
hemos hecho, en cierto modo, personas celestiales que
reflejan ahora en esta tierra la belleza del cielo.
En nuestra civilización de la luz artificial, la luz
de unas velas, aunque no hicieran falta para ver, y aunque sólo fueran de adorno, puede significar muy expresivamente la fiesta, la atención, el respeto, la oración, la
presencia de lo invisible, la felicidad, el paso a una nueva
existencia iluminada por Cristo.
Imponer la vestidura no es sólo algo exterior, sino
más bien algo que transforma toda la persona, incluso su
corazón. Por el bautismo nos hemos convertido en otras
personas. Hemos adquirido una nueva existencia. Estamos
llenos del espíritu de Jesús, que quiere hacer resplandecer
también nuestro cuerpo, como manifiestan continuamente
los Padres de la Iglesia. Con la entrega de la vestidura
El padre o el padrino enciende la vela en el cirio
pascual, que le muestra al neófito, mientras el celebrante
dice: «Recibid la luz de Cristo. A vosotros, padres y padrinos, se os confía acrecentar esta luz. Que vuestro hijo,
iluminado por Cristo, camine siempre como hijo de la luz.
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El Bautizo. La Alegría de unirnos a Jesús
La Iglesia primitiva ha llamado al bautismo photismos, que significa iluminación. Por tanto el bautismo no
sólo indica que en el niño se nos enciende una luz, sino
también que el mismo niño es iluminado por la luz eterna
de Dios. La primitiva Iglesia entendió la curación del ciego
de nacimiento (cf Jn 9,1-12) como relato bautismal. En el
bautismo se abren nuestros ojos. El bautismo ilumina nuestros ojos para que reconozcamos la luz de Dios en nosotros.
ACCESO A DIOS
humana, sino que también opera una transformación. Un
sacramento —así lo dice la antigua doctrina católica— consiste en expresar algo invisible por medio de algo visible y
entregarlo al hombre.
blanca llevamos a cabo un rito en el que experimentamos nuevos modos de comportamiento en relación con el
niño.
Debo relacionarme con este niño de tal modo que se
sienta vestido con una vestidura blanca, que se sienta rodeado de amor, que pueda gozar de su dignidad. Mi mirada
le debe cubrir. El rito significa también ponerse siempre en
juego, experimentando nuevos modos de comportamiento
que hagan más justicia a la persona humana que nuestros
viejos juegos y patrones de comportamiento.
Mediante ritos exteriores se dona al bautizado la
gracia de Dios. No hacemos una especie de representación
ni realizamos prácticas mágicas, más bien mostramos lo
que Dios mismo obra en esta persona.
Los Padres de la Iglesia creían que es Jesús mismo
quien toca al niño y obra en él a través de las manos del
sacerdote o del cristiano. Lo que Jesús realizó en las personas hace dos mil años lo realiza también en nosotros.
Nos alivia, nos acaricia, cura nuestras heridas, nos anima
con sus palabras, nos da su Espíritu, que ha derramado
sobre nosotros con su muerte. Y nos acoge en su camino,
que conduce, a través de la cruz, a la resurrección, a la
vida verdadera y eterna.
SEÑAL DE LA CRUZ
El celebrante, los padres y los padrinos signan al
niño en la frente «con la señal de Cristo Salvador». Con
este signo culmina la acogida que la comunidad cristiana
hace al que se acerca a ser bautizado.
En la Iglesia primitiva el rito del bautismo constituía para los neófitos un gran acontecimiento. Experimentaban que algo distinto les había sucedido, y que allí había
habido una transformación. Los niños, naturalmente, sólo
sienten lo que les sucede a nivel instintivo. No podemos
imaginarnos que la experiencia del bautismo tenga para
ellos efectos ulteriores. Pero por lo menos algo sucede en
la comunidad que celebra el bautismo. Recibe una nueva
sensibilidad en relación con el misterio del niño. En consecuencia, su relación con el niño será diferente. Y mediante
este nuevo modo de relacionarse también cambiará algo
en el niño, El bautismo crea entre los hombres un espacio
en el que el niño puede recorrer el camino de su propia
realización.
Parroquia Nª Sª de las Rosas
Los cristianos hacemos con frecuencia la señal de
la Cruz: unas veces nosotros mismos sobre nuestras personas, otras nos la hacen como en el caso de los sacramentos, invocando a la Santísima Trinidad. La Eucaristía, por
ejemplo, comienza y termina con la señal de la Cruz.
La señal de la Cruz en la frente es un gesto sencillo, pero de hondo significado. Es una verdadera confesión
de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es
como si dijéramos: «estoy bautizado, pertenezco a Cristo,
él es mi Salvador». A la hora de empezar a ser cristiano,
esa señal es como una marca de fe y de posesión en Cristo
Salvador. Por eso, siempre que hacemos la señal de la Cruz
estamos recordando de algún modo nuestro Bautismo. La
Cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de la existencia cristiana. Esta señal nos acompañará durante toda
nuestra vida.
INCORPORACIÓN
Después del concilio Vaticano II el bautismo se entendió sobre todo como inserción en la comunidad de la
Iglesia. Por eso muchas comunidades cristianas prefieren
bautizar a varios niños durante las misas dominicales para
que toda la comunidad pueda participar en él.
La signación es uno de los ritos más tradicionales
de acogida. De esta manera el que es presentado queda ya
orientado en la línea de aquello que vendrá a ser por el
agua y el Espíritu: un cristiano. Todo esto bajo el signo de
la cruz gloriosa de Jesucristo, donde está «nuestra salvación, vida y resurrección».
Teológicamente está pensado correctamente. Sin
embargo, con frecuencia no refleja la realidad, ya que,
son realmente las comunidades el lugar donde los niños se
sienten como en su casa y donde las familias jóvenes saben
que son aceptadas y sostenidas?
Desde que Jesucristo murió en ella, la Cruz se ha
convertido en el símbolo primordial de los cristianos. De
instrumento de tortura para ajusticiar a los malhechores
pasó a ser el símbolo por excelencia de la muerte salvadora. Para San Pablo la Cruz es como el resumen de toda
la obra redentora de Cristo. La Cruz ilumina toda la vida
del cristiano, da esperanza y asegura la victoria. Es señal
de fidelidad: hay que tomar la cruz, cada uno la suya, y
seguir a Jesús.
De ahí que también es legítimo celebrar el bautismo en un pequeño grupo familiar, porque también allí hay
una comunidad eclesial, la Iglesia doméstica, en donde
crecerá el bautizado, Incorporación significa algo más que
una vinculación jurídica a la parroquia. El cristiano vive
siempre en relación. Aprende la fe por medio de los demás. Experimenta en la comunidad de los creyentes lo que
es el misterio de su vida. La incorporación en la comunidad
de la Iglesia tiene sentido, por tanto, solamente si a través
del bautismo sucede también algo en la comunidad que lo
celebra, si mediante los ritos bautismales se implica en el
misterio del niño y en el misterio de salvación y liberación
de Jesucristo.
TRANSFORMACIÓN
Todos los símbolos y ritos que hemos tomado en
consideración hasta ahora nos dicen algo sobre el misterio
del individuo. Muchos de los que mantienen todavía los
principios de la antigua teología del bautismo se preguntan qué es lo que cambia mediante el bautismo respecto
del pasado y qué es lo que tiene que ver con la Iglesia,
en la que el individuo es indudablemente acogido. Ahora
bien, el bautismo no muestra sólo lo que es la persona
La misión de los padrinos quiere indicar que, con el
bautismo, se debe romper el círculo estrecho de la familia
y que el niño crece en un círculo de personas más amplio
que le ofrece una atmósfera saludable que refuerza su fe.
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