“EL MANDAMIENTO DEL AMOR” XXX Domingo del Tiempo Ordinario CICLO A TEXTO BÍBLICO: Mateo 22, 34- 40 v. 34 Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, v. 35 y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: v. 36 “Maestro, ¿Cuál es mandamiento más grande de la Ley?”. v. 37 Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. v. 38 Este es el más grande y el primer mandamiento. v. 39 El segundo es semejante al primero: Amaras a tu prójimo como a ti mismo. v. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”. Introducción Mateo ubica la escena en el atrio del Templo de Jerusalén, donde el Señor se encuentra con distintos grupos del judaísmo y con cada uno de ellos tiene una controversia: con los miembros del Sanedrín – sacerdotes, maestros de la Ley y ancianos- (Mt. 2l, 23),+ con los fariseos y herodianos (Mt. 22, 15-16) y con los saduceos (judíos aristócratas y conservadores) (Mt. 22, 23) Donde Jesús los deja sin saber qué contestar (Mt.22, 23-33) En este relato se enfrenta a un experto de la Ley del grupo de los fariseos, dejando en claro que, de todas las normas que rigen la vida de un discípulo, sólo una es verdaderamente importante: AMAR. Todo lo demás (sacramentos, ritos, obligaciones, preceptos y oraciones) sirven en tanto y en cuanto ayuden a poner en práctica este “mandamiento principal”. Aportes para la lectura v. 34-35 Los fariseos realizan un tercer y último intento de hacer caer a Jesús en una trampa. Se reúnen en el Templo y utilizan a un experto legal (escriba) para que le planteara una de las cuestiones discutidas y consideradas más importante en aquel tiempo: ¿Cuál era el mandamiento principal de la Ley de Moisés? Es importante subrayar que los escribas, también llamados maestros de la Ley, eran los especialistas en la Ley de Moisés. Eran hombres que habían dedicado largos años de su vida, al estudio de la Ley judía y en consecuencia, eran consultados cuando surgía una duda acerca de la interpretación o puesta en práctica de tal o cual precepto de la Ley. v. 36 La cuestión que plantean es verdaderamente complicada. En ese tiempo los preceptos y mandatos que un buen judío debía cumplir eran muchos, demasiados. Con el deseo de asegurar hasta el más mínimo detalle el cumplimiento de la Ley judía, los fariseos habían multiplicado el número de normas, de modo que su exacta observancia, resultaba francamente agobiante para la mayoría de la gente. En la Biblia se contabilizan nada menos que 613 mandamientos: 365 positivos o preceptos y 248 negativos o prohibiciones. En la práctica, sólo unos pocos podían conocer y por lo tanto, cumplir con esta cantidad tan desmesurada de normas religiosas. Para el pueblo sencillo, esto resultaba simplemente imposible y ello provocaba su marginación por parte de los fariseos y maestros de la Ley. Además, al no conocer todas estas obligaciones en su totalidad, no podían juzgar cuáles eran las más importantes. Las opiniones de los maestros de su época, eran tan encontradas, que quienes le hacen la pregunta a Jesús, esperan que no sepa responderles y que por lo tanto no sea una persona digna de crédito v. 37-38 La repuesta de Jesús es clara y no deja lugar a dudas: el primero y más grande de todos los mandamientos es el amor a Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu. Este es un mandamiento que no se encuentra entre los diez incluidos en las Tablas de la Ley entregadas por Dios a Moisés en el monte Sinaí (Deut. 5, 1-22) sino que se halla en otro lugar del libro (Deut. 6, 4-5) Los judíos conocen muy bien este texto porque forma parte de una plegaria (“Shemá”) que rezan todos los varones piadosos tres veces al día. (El texto era copiado, colgado en los marcos de las puertas y llevado consigo para acordarse continuamente de él) El imperativo de este mandamiento es amar en profundidad, de tal modo que la persona entera se sienta comprometida en ello. Esta idea de un amor que no se quede en la superficialidad, se formula con la expresión “con todo tu corazón” idea bíblica que indica toda la interioridad de la persona. Las otras dos expresiones (“toda tu alma y todo tu espíritu”) quiere reforzar aún más la primera, al ser prácticamente sinónimas. v. 39 Para referirse al segundo mandamiento, Jesús recurre a un texto bien conocido de la “torah” (nombre que los judíos dan a la Ley de Moisés), citando casi textualmente una cita del libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv. 19,18) Esta expresión quiere evitar que el amor al prójimo esté regido por el egoísmo o los intereses personales de quien dice amar e indica también que el amor a los demás debe movilizar también a la persona entera, como el amor a Dios. Por otro lado, el propio Jesús deja bien claro, el alcance universal que tiene el término “prójimo”. Prójimo para los judíos de aquel tiempo, era el vecino, el compatriota, pero de ninguna manera el extranjero o el pagano. En cambio para Jesús, prójimo es todo el mundo, incluido el extranjero y hasta el desconocido. Prójimo es cualquiera que sea objeto del amor de Dios: es decir, todos. Los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo, que en el Antiguo Testamento se encuentran muy distanciados, Jesús los vinculó estrechamente. Son como las dos caras de una misma moneda. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, que es la imagen de Dios. Por eso dice San Juan: “El que dice: amo a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso…el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1Jn. 4, 20-21) v. 40 Los primeros cristianos usaban la expresión “la Ley y los Profetas” para referirse a los libros inspirados del Antiguo Testamento (Mt.7, 12) Estos libros son el compendio escrito de la Alianza de Dios con Israel. Por lo tanto, el que ama a Dios y ama al prójimo cumple todos los mandamientos contenidos en esta Alianza. El amor es la única manera de ser fiel a la Alianza, de responder al amor de Dios. Aportes para la meditación Tenemos que amar a Dios en profundidad, con todo lo que somos. Porqué Él nos ha amado así ¿Hemos experimentado el amor de Dios? ¿En qué circunstancia de nuestra vida? Ese amor a Dios ¿cómo lo expresamos en lo cotidiano? Amarlo significa buscar su voluntad ¿lo hacemos? Para amar a los demás, la medida es el amor que nos tenemos a nosotros mismos. ¿Nos aceptamos como somos, que es como Dios nos ve y nos ama? ¿Hemos aprendido a perdonarnos a nosotros mismos? ¿Queremos para nuestros hermanos lo mismo que para nosotros? ¿Buscamos la felicidad de los demás? ¿Es nuestro amor a los demás: desinteresado-paciente-comprensivo? Recomendamos tomar el texto de la Primera Carta de Pablo a los Corintios en el capítulo 13 que nos puede ayudar a comprender que es amar. Aportes para la oración En la oración, el diálogo se realiza, en primer lugar, en intimidad personal con el Señor, luego se pone en común (en el caso de hacerlo comunitariamente). Sugerimos para la oración: “Himno a la Caridad” o podemos hacer la siguiente oración: “Señor Jesús, necesitamos liberarnos de nuestro egoísmo, salir de nosotros mismos buscando la felicidad de los hermanos, sabiendo que sin tu gracia, no podemos amar como vos. Amén” Contemplación - Acción En el último paso de la Lectura Orante nos parece bueno recomendar que dejemos unos buenos minutos para contemplar todo lo que el Señor nos ha dicho con su Palabra, lo que le hemos dicho a través de la oración, y sobre todo descubrir a qué nos comprometemos, qué acción para transformar nuestro pequeño mundo realizaremos. Siempre debe ser algo muy concreto y en coherencia con lo que el Señor nos pide en su Palabra.