A C RIS T ó BA L N O L E GU S TA N L OS L IBR O S Primera edición, enero 2016 © Eduardo Chirinos, 2016 © Esdrújula Ediciones, 2016 ESDRÚJULA EDICIONES Calle Martín Bohórquez 23. Local 5, 18005 Granada www.esdrujula.es [email protected] Edición a cargo de Víctor Miguel Gallardo Barragán y Mariana Lozano Ortiz Ilustraciones: Agata Lech Sobczak Guía didáctica: Mar Gallardo Impresión: Ulzama «Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el Código Penal vigente del Estado Español, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística, o científica, fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.» Depósito legal : GR 5-2016 ISBN : 978-84-16485-37-6 Impreso en España· Printed in Spain Para mi amigo Jorge Eslava, a quien siempre le gustaron los libros. —¡Ejem! —carraspeó el ratón con aires de importancia—, ¿estáis preparados? ALICIA EN PAÍS DE LAS MARAVILLAS, DE LEWIS CARROLL —Soy el profesor Rui-Ruá. —¿Cómo? —Rui-Ruá. —¿Cómo? —Rui-Ruá. GUARACHA DEL MAESTRO MARIANO MERCERÓN 1 Los sueños de CristÓbal A Cristóbal NO le gustaban los libros. Tampoco los chocolates amargos, ni las sábanas almidonadas, ni las clases de educación física. Cristóbal podría hacer una larga lista de cosas que no le gustaban, pero como tampoco le gustaba escribir las anotaba en su memoria y se le aparecían cuando menos lo esperaba, es decir, casi siempre. Mamá, no me gusta el puré de espinacas. Mamá, no me gusta pasear al perro. Mamá, no me gustan los calzoncillos verdes. 11 Pero de todas las cosas que no le gustaban, la más más eran los libros. ¿Cómo podía estar una persona sin moverse durante horas sin hacerle caso a lo que ocurría a su alrededor? Eso Cristóbal no lo podía entender. Definitivamente, los libros eran la cosa más aburrida del mundo… pero, ¿qué sabía Cristóbal del mundo si jamás había abierto un libro? Ya sé, ya sé. Vosotros os estaréis imaginando que esta es la típica historia de un niño que odia los libros y luego se da cuenta de que debe leerlos porque son muuuuy importantes, porque si los lee será un buen alumno en la escuela y podrá entrar en la universidad, ser profesional y casarse y tener hijitos. Uffff, si para eso sirvieran los libros, hasta yo mismo preferiría el puré de espinacas, los calzoncillos verdes y pasear al perro para que haga popó en el parque. No. 12 Esta es la historia de Cristóbal, un niño que tenía sus razones para detestar los libros. Los odiaba tanto que —noche sí, noche no— tenía pesadillas donde los libros eran unos monstruos gigantescos y peludos que lo perseguían por la playa, nunca supo si para obligarlo a leerlos sin respirar o para comérselo en pedacitos. En esas pesadillas, Cristóbal corría como loco hasta que se cansaba y no se le ocurría mejor idea que meterse en el mar. Los libros se paraban en seco en la orilla (los libros le tenían miedo al agua) y lo miraban chapotear entre las sábanas hasta que llegaban sus papás a rescatarlo, ponerle el uniforme y mandarlo a la escuela. Una vez soñó que era su cumpleaños. A Cristóbal le encantaban sus cumpleaños porque su mamá preparaba tarta de chocolate con helado, y venían sus abuelos, tíos y primos con regalos maravillosos: lápices de colores, juegos de lego, rompecabezas, trenecitos eléctricos, pelotas de playa... En el sueño, Cristóbal estaba tan entusiasmado que aceptó ponerse una pajarita y un pantalón con tirantes que le había regalado su mamá. 16 Como siempre, sus abuelos, primos y tíos llegaron súper puntuales, pero ¡oh decepción!, cada uno de ellos traía de regalo un libro. Al final del día, Cristóbal había hecho una torre tan alta de libros que amenazaba con caerle sobre la cabeza y aplastarlo bajo el peso de sus páginas. ¡Qué pesadilla más horrible! 17 Pero más horrible fue la pesadilla del lego. Una noche soñó que vivía en una ciudad lindísima construida íntegramente con piezas de lego. Al principio estaba feliz conduciendo a toda velocidad su cochecito de lego, tan feliz que se pasó sin querer una luz roja. Un policía calvo y con bigote tocó su silbato y detuvo el coche de Cristóbal. —Señor, ¿no se da cuenta de que va a mayor velocidad que la permitida y de que además se ha saltado una luz roja? Enséñeme su carné y su permiso de circulación. Cristóbal se puso muy nervioso, pues no sabía que hasta en la ciudad lego era necesario tener esos papeles. —No los tengo, señor policía. Pero le juro que será la última vez, que de ahora en adelante tendré más cuidado. El policía se atusó el bigote y frunciendo exageradamente el ceño le dijo: 18 —Lo siento, señor. Lo que ha hecho es muy peligroso para los habitantes de la ciudad lego, así que tendré que ponerle doce multas. —¡Doce multas! ¡Pero si solo he cometido dos infracciones! Lo que Cristóbal no sabía era que en la ciudad lego cada infracción de tráfico merecía seis multas. Tampoco sabía que las multas consistían en libros gordísimos que el infractor debía leer durante dos semanas, al cabo de las cuáles estaba obligado a examinarse ante un tribunal muy exigente. Esa mañana el pobre Cristóbal se despertó sudando, y no precisamente por el calor. Pero comprobó con alivio que todo había sido una pesadilla, que ni su cama, ni las paredes, ni el suelo de su habitación eran de lego y, sobre todo, que no había ni un solo libro que lo obligara a ser leído. 19 2 Cristóbal conoce al profesor Rui-Ruá A Cristóbal le encantaba su habitación. Para él era un castillo que lo protegía de los malos sueños: despertarse y reconocer sus paredes, los suelos de madera clara, el sol filtrándose en los encajes de la cortina... eran la mejor garantía de la tranquilidad que le esperaba, la comprobación de que los libros pertenecían al mundo de las pesadillas… y de la escuela. Aunque los libros de la escuela por lo general eran digeribles, pues estaban llenos de ilustraciones que representaban sin problemas lo que decían los textos, así que no había necesidad de leerlos. 21