¿Qué nos dicen estos dos mandamientos? NOVENO: DÉCIMO: “No consentirás pensamientos y deseos impuros.” “No codiciarás los bienes ajenos.” “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.” Los encierra a los dos, noveno y décimo mandamientos. Le da un sentido más completo, más profundo. No sólo se limita a lo que yo hago o digo, sino que toca lo más profundo de mi ser: mis pensamientos, mis deseos, mi querer, mi corazón… El corazón en la Biblia es el centro de mi persona, aquello que nadie más conoce sólo Dios y yo. Al hablar de esta bienaventuranza, Jesús no se refería sólo a la pureza sexual. La pureza a la que se refería Jesús es el amor. La medida de mi pureza es la medida del amor que yo tenga. Recordemos alguna vez que tuvimos oportunidad de comprar una joya. Cuando es de oro, ¿en qué nos fijamos? En los quilates. Mientras más alto el quilataje, más puro el oro. La pureza es el quilataje de nuestro corazón. Mientras más amor hay en él, más quilates, más puro, menos aleaciones, menos de otras cosas. Ese es el objetivo de la pureza y por eso sólo los puros pueden ver a Dios. Entre más pureza haya en mi corazón, menos pensamientos y deseos impuros y menos envidias, codicia y deseos de hacerle mal al prójimo tendré. Mientras más pureza, mientras más amor tenga yo en mi vida, más profundamente, más plenamente voy a poder ver a Dios que es puro amor. No consentirás pensamientos ni deseos impuros. CEC nn. 2514-2533 “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.” (Ex 20,17) “El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.” ( Mt 5,28) El apóstol San Juan Habla de una triple concupiscencia: la de la carne, la de los ojos y la soberbia de la vida. “Porque todo cuando hay en el mundo _la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas_ nada viene del Padre, sino del mundo.” 1Jn 2,16 Definamos concupiscencia: Deseo desmedido de bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos. (RAE) Deseo por lo que produce satisfacción carnal contraria a la razón, inclinación interna. Propensión natural de los seres humanos a caer en tentación como consecuencia del pecado original. La lucha que la “carne” sostiene contra el “espíritu”. (Cf. Gal 5,16.17.24; Ef 2,3) Es una secuela del pecado original. Desordena las facultades morales del ser humano. Sin ser una falta en sí misma, nos inclina a cometer pecados. Nos hace propensos a caer en la tentación. En la persona humana, por estar compuesta de alma espiritual y cuerpo, existe cierta tensión. Hay una lucha de tendencias entre “el espíritu” y la “carne”. Es una consecuencia del pecado y al mismo tiempo confirma su existencia. Forma parte de la experiencia diaria del combate espiritual. Los pensamientos y deseos consentidos. ¿Hasta dónde es pecado un pensamiento si no podemos caminar con los ojos cerrados y hay tentaciones por todas partes? ¿Cuál es la diferencia entre “sentir” y “consentir”?