Hola Amigos: Poco a poco, pasito a pasito vamos con nuestro tercer numero. Un numero horrible. Mientras tanto hemos tratado de buscar escritores como nosotros, de mesilla de noche, pero en euskera y no hemos sido capaces de conseguir una sola pagina. ¡Que vergüenza!. No nos desanimemos. En esta búsqueda hemos hablado con mucha gente haciéndola interesar por nuestro propósito. Poco a poco, pasito a pasito. Tenemos todo el año 2002 por delante, si Dios quiere. Como gotas de aceite sobre un papel, como se juntan las letras en el blanco, como barcos que se encuentran camino a puerto. Así pensamos que se irán juntando las condiciones para editar en euskera. Esta es la segunda edicion del tercer numero. En tan breve tiempo se juntan la Feria del Libro, el concurso anual de Erroxape y un taller de literatura para aprender a escribir. Esto se mueve. Un abrazo de aliento a todas las mujeres que escriben. 04 MAR 02 TREMOIA Agurtzane Aldai Peron Dos meses sin trabajo era demasiado tiempo. Ya no aguantaba más. La rutina la devoraba por dentro. Y decidió hacer una escapada al caserío de Joseba, en la cima de Tremoia. Metió en una bolsa lo imprescindible para unos cuantos días, y salió de su casa rumbo a la aventura. No se despidió, ni dijo a nadie donde iba. Estaba medio enfadada con su novio, y últimamente a su madre la tenía de los nervios. El caserío de Joseba, el de la puerta abierta. - Cogeré el tren hasta Gernika y luego haré dedo hacia Elantxobe, parando en el cruce, y andaré un par de kilómetros hasta llegar al camino de tierra, que asciende entre tupidos bosques de pinos. Pensó. Al subir aquel camino siempre la embargaba un sentimiento desconcertante. Miró hacia el cielo y se dijo: - Hasta el tiempo se pone de acuerdo con lo que siento. Típico día de temprana primavera, el sol luce por momentos, para seguidamente, esconderse detrás de nubarrones que van a la carrera, como si compitieran por llegar primero. - Que no llueva, Dios, por lo menos antes de que llegue. Tan solo falta que me empape y luego ni siquiera sé encender la chimenea. Por muchas veces que estuvo allí, siempre supe que estaba de prestado, no se compenetraba con el entorno, todo lo contrario, destacaba como un globo rojo en el mar. En el caserío no había electricidad, ni forma de entretenerse, eso la obligaba a pensar, era lo que buscaba, silencio, soledad. Con cada paso que ascendía, su memoria retrocedía en el tiempo. Su vida se asemejaba a aquel camino de tierra, con socavones, raíces que la deformaban, y trechos húmedos, sombríos, donde hasta la temperatura parecía temblar. Tiempo atrás solía escapar al caserío con ella, su amiga Bego. - Recuerdo cuando nos escondamos en el bosque, después de oír el coche de Aitor subiendo la cuesta. El pelma de Aitor, escondidas, muriéndonos de risa. ¿Muriéndonos?. Ese último pensamiento surgió en su memoria como un fogonazo de dolor. Se paró en seco, pues Bego se quitó la vida poco después. La echaba tanto de menos que no sabía, si había perdonado que la dejara aquí, en un mundo que no entendía. Todo su cuerpo se estremeció. Los nubarrones ya no corrían tanto, se acumulaban sobre su cabeza. Un recuerdo dejó paso a los demás, como si fuera una película rebobinada. - La primera vez que vine. Roberto vivía aquí. Vivir o... morirse de tuberculosis. Ya estaba muy enfermo. Otra vez, llegó un chico de Bilbo a pasar un par de días. Vino a estar con Bego, ella le gustaba, sin embargo a mí, me caía mal. Intuitivamente, me disgustaba, desconfiaba en él. Y también murió, de un navajazo en el barrio, poco antes que mi amiga. - ¿Cuántos años tengo?, ¿mil?.- se preguntó. No habían transcurrido ni cinco años desde que descubrió el lugar. Ultimamente su chaval la acompañaba, cuando se lo permitía su trabajo, pero esta vez no le había avisado. Oyó al cucú cantar a lo lejos. Con cierta añoranza recordó a su amuma diciéndola: - Si tienes unas monedas en la mano, y oigas al cucú cantar, tendrás dinero todo el año. Pero ni el más grato pensamiento la despojaba de la melancolía, que la iba envolviendo como una segunda piel, mientras ascendía con paso cansino, a un destino donde los recuerdos la llenarían de impotencia. - La vida no es justa, no.- Medito. Deseó que el pasado fuese un manto con el que arroparse o despojarse, según le convenga mas a uno. Llegó al final del trayecto, jadeante, justo cuando las primeras gotas caían tímidamente. Se apresuró, y preocupada pensaba se estaba formando una gran tormenta - Lo que me faltaba. Espero que el último ocupante me haya dejado un poco de leña. Era la costumbre de la gente que pasaba por allí. En cuanto entró fue directa a la habitación donde se escondía un machete antiguo y oxidado. Creía que tenerlo en sus manos la daría seguridad, pero un escalofrío recorrió su cuerpo. Aguanto la respiración en un intento de percibir mejor cualquier sonido. Nada, silencio absoluto. Tuvo un mal presentimiento. Solo el retumbar del trueno en la lejanía, hizo que saliera de aquella absurda parálisis. Se auto-animó a encender el fuego con un poco de leña que encontró. Sacó de la bolsa un arrugado periódico y rogó al cielo, que esta vez fuera capaz de conseguir una buena lumbre. - Sí, venga, manos a la obra. No le vendrá mal un poco de luz y calor a este lugar tan tenebroso. Más tarde subió arriba para sacudir el polvo y cambiar las sábanas. El olor a moho era tan penetrante que la obligó a abrir las ventanas. Una vez terminado, se sentó frente al fuego. Se preparo un bocadillo. Torpemente se bebió la leche directamente del tetrabrik. Luego, como si de un ritual mágico se tratara, se lío un canuto de hierba y cogió el cuaderno para escribir. Campan en mi pensamientos. Sin control. Un torbellino de oscuros presentimientos. Se detuvo, mordisqueando la capucha del bolígrafo. Se preguntó: - ¿Qué me pasa?. Ya esta bien. ¿Cuántos amigos más se han muerto?. Muchos, y nunca estuvieron aquí. Debí avisar a Rober que me venía; pero ya da igual .- se lamentó. Escuchando el crepitar de las llamas, esperó a que solo quedasen las brasas, retrasando con gusto el momento de subir y meterse en la cama. Se sentía intranquila, asustada, y eso no era propio de ella. - Voy a echar el cerrojo, - se dijo- si viene Rober y encuentra la puerta cerrada , sabrá que hay alguien dentro y llamará. Piadoso pensamiento, cuando era consciente de que cada vez que se enfadaban, transcurrían muchos días sin llamarse. A la tenue luz de la vela se dirigió a su habitación. El suelo de vieja madera crujía escandalosamente. Volvía a llover con fuerza, y los relámpagos iluminaban fugazmente la negrura de la estancia. Se acurrucó en posición fetal, abrazándose para darse calor. La costó mucho dormirse. Horas más tarde sintió como si alguien se tumbaba sobre ella, con total suavidad, muy despacio mantuvo los ojos cerrados. Ella estaba boca abajo con la cabeza ladeada, y percibió en su cuello un hálito helado, erizándole el vello de todo su cuerpo. Contuvo la respiración y haciendo un tremendo esfuerzo, murmuro: - Rober, ¿eres tu?. No recibiendo respuesta, se volvió, creyendo enloquecer de miedo. Detrás, sobre ella, no había nadie. - No puede ser. - Se dijo aterrada. La oscuridad era casi total, y tardo un rato en reaccionar. Quiso encender la vela, y tanteaba la mesilla sin encontrar el mechero. El tiempo parecía eternizarse. Un brutal impacto a todos sus sentidos, mientras la realidad, se tambaleaba. Llevaba un rato que no se atrevía ni a respirar, aspiro con fuerza llenando sus pulmones de un aire enrarecido, nauseabundo, que dio la alarma a su cerebro aletargado. Algo maligno invadía la estancia. Sintió pánico y salto de la cama. Cogiendo la ropa, las botas, bajó las escaleras en medio de la negrura. Se vistió a medias, la mochila a la espalda y corrió hacia la puerta; pero no pudo abrirla. Agarró la manilla con ambas manos, y gritando, puso todo se empeño en el intento sin conseguirlo. Algo inhumano, maloliente y dañino estaba a punto de alcanzarla. - El cerrojo.- Gritó. Salió como una exhalación, inspirando agitadamente el aire frío y limpio de la noche. Voló hacia el camino desdibujado por las sombras, pero no la importaba la falta de visión, tampoco la lluvia empapándola hasta los huesos. Cruzó el bosque sin aminorar la marcha, ni los extraños sonidos que le llegaban podían asustarla. - Nada, nada puede ser peor que lo que he dejado atrás. Este pensamiento la llevo a preguntarse si ese ser la estaría persiguiendo, y eso la hundió en el centro del miedo. No podía pensar con claridad, solo correr. Correr aguantando las nauseas, las ganas de vomitar, hasta que llegó al final del camino y pudo distinguir frente a ella la carretera, disfrazada de débil salvación. Aun así, mantuvo el paso. Solo más adelante se permitió estallar en llanto, mientras la lluvia incesante, limpiaba su cara de lagrimas. AGURTZANE ALDAI BEBÉ Bixen Perez Dudé por primera vez cuando se hizo necesario adoptar un método. Me resultaba desagradable pensar que pudiera salpicarme. Cogí al bebé con los dos brazos y lo puse en alto. Seguramente no tenía mas que arrojarlo con fuerza contra el suelo para que estuviera muerto. Pero el sistema adolecía de falta de estilo. Un asesinato ejecutado con elegancia exige cierta distinción. Si se trata de un niño de corta edad, indefenso e inconsciente de su suerte, todavía más. Así que decidí estrangularlo. No conté, sin embargo, con la expresión de su cara. Por alguna razón, cuando rodeé su cuello con mis manos, y fijó su mirada en la mía, se me hizo insoportable continuar mirándole, al contrario que suele ocurrir con los adultos. Tenía que demostrarme a mí mismo que podía hacerlo. Lo metí en una bolsa y lo llevé hasta las vías. Con el movimiento se quedó dormido. No tenía más que dejarlo allí, antes de que saliera el primer tren. Esperé agazapado para presenciarlo pero de pronto comenzó a llorar y me puse nervioso. Cogí la bolsa y me lo llevé hacia el puerto. Otra posibilidad era arrojarlo al océano para que Neptuno lo engullera. Tal idea me produjo un morbo excitante. También pdía guisarlo y comérmelo. Aunque yo no sabía cocinar y seguramente se me quemaría. Anduve con la bolsa de un lado para otro porque cada vez que me detenía se echaba a llorar y eso me incomodaba. La familia ya habría dado cuenta a la policía de un bebé desaparecido y yo seguía con el paquete a cuestas. Debería haber fabricado una bomba y colocarla en el cochecito donde lo había robado. ¡Ese sí habría sido un asesinato espectacular! Sus estúpidos padres, cegados por la fiebre consumista del centro comercial, lamentarían durante toda la vida haberse descuidado. Pero del modo en el que lo estaba planteando aquello no sería más que la obra de un psicópata y yo no lo soy. Unicamente pretendía demostrarme que los prejuicios morales son creados por nosotros mismos. Una acción puede ser horrible sólo porque nos lo parece. Me sentí despreciable por no saber resolverlo y me dirigí a casa, desesperado y dispuesto a terminar con aquello. Cuando lo saqué de la bolsa empezó a llorar de nuevo. Su rostro se descomponía a causa del hambre. Apretaba furioso los puños y pataleaba sin cesar en una danza maldita que acabó por exasperarme. A punto estuve de estamparlo contra la pared. “ ¡Cállate!” , le gritaba, presa de los nervios, mientras le sacudía entre mis manos, pero por única respuesta, estentóreos gritos salían de su garganta, como si de verdad supiera que estaba a punto de morir. Toda la vecindad estaría ya enterada: no era más que un asesino chapucero de barrio. Tenía que pensar con la cabeza fría y los berridos del bebé no me lo permitían. Volví a meterlo en la bolsa y, milagrosamente, calló de nuevo. Me sentí reconfortado y, lo que es más grave, me alegré por el pequeño. Caminé sin rumbo, totalmente confundido, hasta que me sosegúe un tanto y fui capaz de pensar con cierta claridad. No tenía más que una opción y era devolverlo. Para otra ocasión sería conveniente pensar mejor las cosas. Cuando llegué, el centro comercial estaba abierto todavía. Vi algunos coches de la policía. Los sabuesos estaban desconcertados. Al menos les había dado un poco de trabajo, me dije. Dejé la bolsa en el interior de un carro de compra y me volvía sobre mis pasos, intranquilo por la suerte del niño. Sabía que irrumpiría en llantos en cuanto le dejara. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien me añorara. Observé la bolsa moviéndose por sí misma desde la distancia y en el interior de mi ser, un extraño sentimiento me reconfortó por un instante. A pesar de presenciarlo, juro que no pude evitarlo. Un camión apareció por la izquierda, hizo una extraña maniobra y fue a parar de frente contra los carros, que resultaron todos aplastados. El llanto había cesado. Habría matado al conductor allí mismo, de sentirme capaz. En vez de eso, me alejé de allí consternado, turbado por el giro de los acontecimientos y la tormenta que se había desatado en mi interior. Todavía hoy, tanto tiempo después, me despierto por las noches creyendo oír su llanto desgarrado y, lo que es más espantoso, aquel repentino cese de su desconsuelo. MIEDO Bixen Perez Debería haber obedecido a su hermana y nunca habría ocurrido nada. Pero aquel tipo no era un total desconocido, después de todo. Hacía un día de perros y Endika ya estaba en la cama para entonces. Se acostó muerto de miedo porque temía a la soledad tanto como a la oscuridad más profunda y, para sentirse un poco más tranquilo se hizo acompañar de aquel puñal de grandes dimensiones que un día trajo de África su padre, a quien ya casi no recordaba. Endika era, a sus trece años, un tipo con sentido común pero aún no había dejado de ser un niño. Susana, sin embargo, con un par de años más había abandonado la infancia en una curva y estaba más preocupada por abrirse a la vida que por cuidar a su hermano pequeño. Así que cuando su madre le dejó el paquete aquel sábado noche, pensó que la mil veces demostrada cordura del chaval le permitiría dar rienda suelta a su desenfreno juvenil. Sólo tenía que regresar antes del amanecer, cuando la madre acabaría el turno de noche, y nadie descubriría jamás su engaño. Endika le aseguró que se valdría por sí mismo. En teoría no era una tarea tan arriesgada, y además no todos los días podía quedarse uno solo en casa para enredar a su antojo. Ocurrió que, a medida que pasaron las horas, el encanto se fue desvaneciendo y la euforia fue sustituida por una intranquilidad creciente, sobre todo cuando apagaba el televisor y la penumbra absoluta le envolvía avisándole intimamente del riesgo que corría. Volvió a encender el aparato en numerosas ocasiones, sin acabar de decidirse a emprender la audaz aventura que suponía para él atravesar el pasillo solitario para llegar hasta su habitación, al otro lado de la casa. Por fin, ideó un plan infalible que le permitiría acometer con éxito tan arriesgada empresa y se hizo con el puñal, poderoso compañero que le acompañaría durante sus sueños. Dejó las gafas sobre la mesilla. El grueso cristal emitió un sonido sordo al golpearla y tuvo la impresión de que el eco se repetía por toda la habitación una y otra vez, dentro y fuera de su cabeza. El viento ululaba y la lluvia arreciaba con fuerza el cristal de su ventana. Había dejado la lámpara encendida creyendo que tal estrategia le proporcionaría más fuerza, pero las luces creaban sombras extrañas y siniestras que le acongojaban. Sin las gafas no podía ver con claridad y su imaginación se encargaba de dibujar las formas más amenazantes, que acechaban sobre su cama. Se puso en pie de un salto sin soltar el puñal por un momento y corrió hasta el interruptor en un desperdicio irreflexivo de arrojo que le aceleró el corazón hasta hacerle temblar de miedo. A oscuras no se encontraba más tranquilo, precisamente. Se repetía a sí mismo consignas racionales, en un intento por comportarse como lo hacían los adultos más valientes y ya casi había conseguido ahuyentar los fantasmas cuando oyó por vez primera aquel ruido. Entre el violento golpear del viento contra la ventana creyó percibir un sonido diferente. Aguardó unos instantes y se repitió de nuevo. Puso las mantas por encima de su cabeza y asió el puñal con las dos manos, dispuesto a matar o morir si era necesario. Después de varios minutos durante los que aguzó el oído sólo pudo distinguir la lluvia y los latidos de su propio corazón. Entonces sonó el timbre, primero timidamente, luego más insistente. Él continuó largo rato sin moverse de la cama, tratando de convencerse de que estaba fuera de peligro mientras permaneciera en ella. Pero, ¿y si el misterioso enemigo terminaba forzando la puerta de entrada? El timbre dejó de sonar y oyó unas voces. Parecía un hombre, pero no lograba distinguir sus palabras. Confiado porque no trataban de echar la puerta abajo, se levantó de puntillas y observó desde la ventana. Tras la cortina de agua, totalmente empapado y gritando desesperado, reconoció a Víctor. Era un amigo de Susana. Llevaba una mochila a cuestas y, al parecer, buscaba a su hermana. ¡Menos mal!, se dijo. Le abriría la puerta y su compañía le ayudaría a disipar el desasosiego. A fin de cuentas, Víctor no era un desconocido. -¡Ya era hora! -le espetó, algo molesto por haber tenido que esperar tanto tiempo bajo la tormenta-. Estaba a punto de derribar la puerta, tío. ¡Tengo calado hasta el pensamiento! Intentó ayudarle a vaciar la mochila, pero el otro se lo impidió un poco alterado. Esperaba encontrar a Susana, y ante su ausencia decidió acomodarse sin dar demasiadas explicaciones. “ Vete a dormir -le dijo-, que yo haré guardia” . No se mostró tan simpático como las otras veces que estuvo con su hermana. Endika, todavía un tanto alterado y confuso, recorrió el interminable pasillo y se encerró en su habitación. La inquietud no había desaparecido. Algo le decía que aquel pollo no era de fiar. Se instaló como si la casa fuese suya, se quitó las ropas y cogió un pijama de su hermana, que extrañamente ya sabía dónde estaba. Luego saqueó la nevera, puso los pies sobre la mesilla, encendió la televisión y se lió un cigarrillo. Miró a Endika como si le molestara y le mandó a su cuarto. Éste no se atrevió a replicar. No le gustaba su comportamiento pero optó por obedecer y aguardar a que alguien apareciera. Pero la noche era larga. Si hubiera obedecido a Susana no habría ocurrido nada. Miró a través de la ventana. Los cristales estaban empañados y la lobreguez de fuera hacía la noche más tenebrosa. El reflejo de la hoja del puñal le guiñó desde la cama. Corrió a su regazo y pasó el tiempo, lentamente, sin que nada sucediera, excepto aquel estruendo que los truenos producían. A veces, la habitación se iluminaba con la luz de un relámpago y él creía ver la figura de Víctor cargado con la mochila. ¿Qué traería dentro de ella? La tensión acumulada le venció, no obstante, y terminó por quedarse dormido. Luego despertó sobresaltado. No sabía cuánto tiempo había pasado. Víctor hablaba en voz alta. ¿Habría llegado Susana? Se levantó tras dar con las gafas y caminó de puntillas hasta la puerta. La abrió con mucho cuidado y desde el refugio que la oscuridad le proporcionaba espió al huésped. Tenía el teléfono en la mano y gesticulaba de una manera formidable. Su figura parecía cambiar de forma por causa de los rayos catódicos, pero lo que más le impresionó fue lo que decía. -El chico no es problema -le oyó claramente-. Me desharé de él rapidamente. Cuando vengan los otros será diferente -después de una pausa prosiguió-. Sí, tranquilo, Susana hará lo que yo le diga. Mañana nos vemos y repartimos el dinero. Cuanto menos gente lo sepa, tanto mejor. Hasta mañana. Endika creyó oler el peligro y cerró la puerta precipitadamente. Se apoyó sobre ella. Los latidos golpeaban alocadamente contra su pecho. Aquel tipo pensaba desvalijarles y, además, tenía planeado deshacerse de él. Para cuando su madre llegara no sería más que un cuerpo inerte. Y Susana cumpliría sus órdenes. Eso si no la violaban antes de descuartizarla. Unos pasos se oyeron cada vez más nítidos en el pasillo. Al fondo, el televisor continuaba ofreciendo su estúpida programación. A medida que se acercaba su propio corazón golpeaba más fuerte. ¡Iba a entrar en la habitación! Con un rápido movimiento echó mano del pestillo y se encerró en ella. La manilla se movió segundos después. Podía oír la respiración del psicópata al otro lado de la puerta. Permaneció allí unos instantes y luego se alejó de nuevo, muy despacio, hasta que el sonido de su caminar se confundió con el alboroto del televisor y los lejanos truenos. ¿Qué podía hacer? Si no salía estaba a salvo pero entonces matarían a toda su familia. Ellas no imaginaban que pudiera haber alguien dentro de la casa. Caerían totalmente desprevinidas en la tela de araña. Tampoco podía saltar por la ventana porque sufría de vértigo y si se asomaba se desmayaría y caería de cabeza. Podía optar por intentar alcanzar el portal pero para eso tendría que cruzar primero todo el pasillo. Sin soltar el puñal se conjuró a sí mismo para no dormirse. Se quedaría allí de pie o vigilaría por la ventana para avisar a su hermana en cuanto apareciera. Pero poco después la suerte le brindó una oportunidad con que no contaba. Víctor fue al retrete y se encerró por dentro. Endika distinguió el sonido del agua al caer sobre la bañera. Víctor se había instalado. Quizás ya no saliera nunca de aquella casa. No lo pensó dos veces. Se vistió a toda prisa sin atar los cordones de las botas ni abrochar la chamarra. Guardó el puñal en la cintura y cruzó el pasillo a toda velocidad sin detenerse a mirar siquiera. Parecía que alguien lo hubiera alargado aquella noche. Llegó hasta la puerta de entrada. La abrió. Se cercioró de que tenía las llaves y ya iba a cerrarla cuando vio la mochila. Estaba apoyada junto a la puerta de la sala. ¿Qué llevaría en ella? Oía perfectamente el ruido de la ducha por debajo de la voz de un presentador que no se cansaba de hilvanar frases sin sentido. Aún tenía tiempo de echar un vistazo y salir corriendo. Víctor no se daría cuenta ni podría alcanzarle. Se acercó expectante, abrió las correas y la destapó. Una efluvio hedoroso le hizo echarse hacia atrás. Tenía una bolsa de plástico repleta de ropa sucia mojada, tan sucia y mojada que había empezado a descomponerse. La agarró con dos dedos y la sacó. Lo siguiente que vio le dejó paralizado. En ese momento ya no olió nada. Los sentidos se le embotaron por completo. Un cosquilleo le recorrió la espina dorsal y los ojos se le abrieron desmesuradamente. Era una pistola. Como en una película, en aquel momento un rayo iluminó toda la estancia. El brillo que despedía el metal le nubló momentaneamente la vista. Era la prueba más palpable de que aquel enfermo intentaba asesinarles a todos. Rugió el trueno. Endika cogio la pistola con una mano y la admiró desde el temor más atávico. Puso la bolsa de ropa sucia donde estaba en un principio y cerró la mochila. La luz parpadeó y después se apagó por completo. La voz del presentador parlanchín desapareció de golpe, dejándole unicamente la compañía de la lluvia, que arreciaba. Tenía que salir de allí cuanto antes. Iba a ponerse en pie cuanto una mano le tocó en el hombro. “ ¿Se puede saber qué estás haciendo?” , oyó que le decía. Endika se volvió y con el fulgor de otro rayo pudo ver a Víctor semidesnudo, el rostro desencajado. El pelo le cubría la cara y tenía los puños cerrados. No tuvo más remedio que volver sobre sus pasos. Sin contestar palabra echó a correr hacia su cuarto y volvió a encerrarse, apoyándose de espaldas a la puerta. Sólo entonces se dio cuenta de que tenía la pistola en la mano. Víctor arremetió como un toro. Sin embargo, se detuvo de golpe al darse cuenta de que no podía entrar. Le llamó suavemente y no obtuvo respuesta. Endika contenía la respiración como si de ese modo pudiera convencerle de que no estaba. El otro insistía. Por el tono empleado no podía deducirse que fuera un asesino, pero él no quería bajar la guardia. Sabía por experiencia que ese tipo de dementes sabía disfrazarse tras una piel de cordero, pues había visto infinidad de películas sobre el tema. Sin duda, trataba de convencerle de que sus intenciones eran diferentes a las de robar y asesinar a toda la familia. -¡Abre de una vez, tonto! -alzó un poco la voz- ¡No voy a hacerte nada! -¡Y un huevo! ¡Ya sé que tienes una pistola! Lo dijo inconscientemente, sin pensarlo siquiera, e ipso facto se tapó la boca con una mano para impedir que salieran más palabras. Quizás no le hubiera oído, consideró esperanzado. -¡Maldito capullo -rugió Víctor como un trueno-, te voy a arrancar la piel a tiras! Así que estabas registrando mi mochila... Endika se sumió en un silencio que se esforzaba por ser anónimo. La bestia estaba ya al corriente de todos sus movimientos, pues él mismo se había delatado. Puso el dedo en el gatillo y se prometió valor y arrojo. Ante cualquier circunstancia límite no dudaría en usarla. Todo su cuerpo temblaba como las hojas de los árboles al viento. El mismo viento silbó burlonamente. Le entraron ganas de mear y aguantar se le antojó una misión imposible. Repentinamente, notó un fuerte golpe en la espalda y cayó hacia adelante. Rodó por el suelo y las gafas salieron despedidas. Todavía la luz no había vuelto y sólo fue capaz de distinguir la figura del criminal desafiándole triunfalmente desde la puerta, que había conseguido abrir de una sola patada. Todo lo veía borroso. Con una mano sostenía la pistola y con la otra tanteó a ciegas por el suelo en busca de sus gafas, sin perder de vista a la confusa forma que se aproximaba inexorable. Estaba perdido si no disparaba. Sentado sobre el suelo, asió el arma con las dos manos y apuntó hacia algún lugar enfrente suyo, totalmente enajenado y babeando las palabras. -¡Quieto o disparo! -advirtió tratando de parecer seguro de sí mismo, lo cual no consiguió porque en ese momento su vejiga decidió vaciarse sin aguardar las instrucciones pertinentes. -¿Qué estás haciendo? -Víctor distorsionó la voz grotescamente y entonces volvió la luz-. ¡Dame ahora mismo esa pistola! Endika se sintió ridículo, totalmente empapado de meada. Quería sostener firmemente el artefacto pero las manos le temblaban notoriamente. El presunto asesino múltiple se le acercó lentamente, con la mano extendida. Ahora le hablaba en un tono meloso, pretendiendo confundirle. -¡Venga esa pistolita! -susurraba- No vayas a hacer daño a nadie. Además, te contaré un secreto: está descargada. -No me lo creo. Apoyó el dedo índice sobre el gatillo. Víctor dio un paso con decisión hacia el niño y en aquel instante se oyó un estallido. El joven cayó de espaldas y Endika soltó el arma asustado. Ésta, al chocar contra el suelo, volvió a dispararse. La bala perdida se paseó por la habitación sin llegar a dañar a nadie. La puerta de la calle se abrió y entró Susana. Endika corrió a través del pasillo, tropezando contra las paredes y sin dejarle quitarse la gabardina siquiera le contó atropelladamente que había un muerto en su habitación, sin precisar de quién se trataba. Le explicó que habían intentado robar y asesinarles a todos. Ella no hizo demasiado caso. En cambio, le preguntó por Víctor. Según ella, un amigó le aseguró que se dirigía allí en busca de cobijo porque había vuelto de vacaciones y no tenía las llaves de su casa. La chica se animó y le confesó un secreto íntimo: Víctor y ella eran novios. Sin duda había bebido. Pero ahora tendría que explicarle toda la historia. Se armó de valor y decidió coger el toro por los cuernos. -Susana, no te engañes -advirtió forzando la voz para hacerla parecer más grave-, Víctor ya no vendrá. Es el muerto que está en mi habitación, pero se trataba de un impostor: un asesino múltiple que quería violarte. -¿Y para qué iba a querer violarme, si es mi novio? Oye, a mí me parece que tú fumas. -¡Que no! Él te había mentido. Le espié mientras hablaba por teléfono con un compinche. Querían deshacerse de mí. Dijo que tú harías lo que él dijera y que mañana repartirían el dinero sin que nadie se enterara. -¿Ahora te dedicas a espiar a mis amigos? Mañana tenemos que repartir el premio de la quiniela que hemos ganado -parecía que los efectos del alcohol se le iban disipando-, ¿pero tú cómo sabes eso? ¿y qué es esa mancha? ¿te has meado o qué? -¡Porque está ahí, muerto, y yo le he pegado un tiro cuando intentaba matarme! Traía la pistola en su mochila -la señaló con la mano. Susana pudo verla, abierta, y comenzó a comprender. -¡Hostias, la pistola! -¡Tú lo sabías! ¡Eres de su banda! Verás cuando se entere la madre de que sales con un asesino. Bueno, de que salías. -¿No estarás hablando en serio, imbécil? ¿No le habrás pegado un tiro? Alguien se revolvió al fondo del pasillo y al girarse pudieron ver a Víctor, apoyado en el marco de la puerta, con aire fantasmagórico. Parecía aturdido y sostenía la pistola en una mano. -Si por él fuera, por supuesto que estaría muerto -dijo en un tono seco. A Endika se le pareció una voz de ultratumba. -¿Qué ha pasado? -Susana se apresuró a unirse amorosamente a su cómplice. -El colgao de tu hermano, que si las balas no son de fogueo me atraviesa el cráneo y me revienta el cerebro. Ya no me acordaba que el Chico las había puesto para los ensayos y del susto me he caído al suelo y me he dado un golpe en la cabeza. Por cierto, he hablado con los otros. Yo me tengo que encargar de convencer al Chico de que no le corresponde nada, porque seguro que quiere cobrar una parte aunque no haya puesto dinero para la quiniela. Hemos quedado en no decírselo a nadie más para evitar suspicacias. Endika empezó a entender todo lo que había ocurrido. Por lo visto, cuando Víctor habló de deshacerse del Chico no se refería a él sino a un amigo con ese apodo con quien no querían compartir el premio de la quiniela. La pistola la usaban para los ensayos de una obra de teatro. Víctor se dedicaba a la farándula y Susana no tardaría en unírsele. Endika se fue haciendo más y más pequeño. Tratando de pasar inadvertido se deslizó silenciosamente hasta llegar a su habitación, donde volvió echar el pestillo. El miedo había desaparecido, pero en su lugar se acomodaban ahora la vergüenza y el ridículo, multiplicados por veinte. No supo si le espantaba más haberse meado encima o montarle aquel numerito al novio de su hermana. Se cambió de ropa con intención de dormir durante todo el día y la noche siguiente, hasta que el mundo se olvidara de su grotesca fantasía y al aproximarse a la cama pisó algo y oyó un crujido. Eran sus gafas.. EL ESCUPITAJO DE DIOS Cristina Mora “Mutxikin” Despertó, abrió los ojos y miró hacia arriba, nubes blancas y cielo azul claro. Dirigió su mirada a la derecha, árboles altos, muy, muy altos. - Estoy en el campo -, pensó desorientada. Sintió un picor muy agudo en el ojo izquierdo, y sin incorporarse, llevó su mano derecha hacia el ojo. Esperaba frotarlo para que cesara el picor, pero sus dedos tocaron algo suave, estrecho y que se movía, intentó quitar aquello de su ojo, pero sus dedos se hundieron en el hueco que había por la ausencia de su ojo. Dio un grito espantoso, de asco y se incorporó para contemplar lo que no quería ver con su único ojo. Gusanos, gusanos y larvas eran lo que había sacado o cogido de su ojo izquierdo. Quería vomitar pero no podía, porque tampoco tenía estomago, sino algo parecido que se asomaba lleno de más larvas y gusanos, entonces lloró y pidió ayuda. -¿Qué pasa? ¡Dios mío! ¡Ayúdame!- gritaba horrorizada viendo sus piernas descompuestas. Apenas le quedaba carne en la rodilla, y podía ver con claridad su tibia y peroné derecho. -¡Mamá! -gritó- ¿Estoy muerta?- Tampoco tenía ya carne en la pierna izquierda, pero tuvo fuerzas suficientes para sacudirse un lagarto que comía la poca que le quedaba. Lo empujó con el esqueleto de lo que en su día fue una mano bonita y cuidada de una joven de veintidós años. ¡Es un sueño! ¡Quiero despertar!- Lorena seguía gritando, e intentó incorporarse del todo para ver si así despertaba, pero no despertó. Su casi esqueleto apenas se mantenía en pie, solo un quince por ciento de su cuerpo tenía aún algo de carne, pero estaba putrefacta y llena de gusanos, que ella se sacudía como buenamente podía. Tocó su cara, y sólo pudo palpar el hueso de la mandíbula, y un poco de labio superior. -¡Estoy muerta, no tengo sangre! Lorena, no sabía qué hacer, ni qué decir, entonces recordó como había llegado allí a la fuerza, traída por un taxista, que no siguió la ruta que ella le indicó y que la violó y la acuchilló. -¡Estoy muerta mamá!- volvió a gritar. A lo lejos, contempló, con su único ojo, que se acercaban dos personas que tenían el mismo o peor aspecto que ella. Lorena siguió llorando paralizada por el miedo, cuando se le acercaron lo suficiente las dos personas, Lorena dijo; -¿Estoy muerta? - No, estás viva, hoy es el día tan anunciado- contestaron. - ¿Qué día? - La resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. AMEN. Mutxikin LA ESPERA Teresa Beltran de Gebara Saludó al público que aplaudía con fuerza, sonrió y saludó nuevamente inclinando la cabeza. Su mirada recorrió otra vez el rincón de la sala donde la exuberancia de las plantas tropicales ocultaba parcialmente la mesa. Los aplausos iban decayendo y sonrió aliviada, quería salir corriendo de aquel lugar. Después de una última reverencia desapareció tras la pesada cortina que servía de fondo al escenario y una vez que cerró la puerta del camerino tras de sí, se hundió en el sillón frente al espejo. Una cara de preocupación y el maquillaje mezclado con el sudor le llevaron a levantarse y con rapidez enjuagarse la cara, para acabar de arreglarse mientras tarareaba una canción y ya volvía por el largo pasillo hasta la barra del bar. - Sírveme un Habana por favor. Volviéndose al escenario, donde apenas acabara de desaparecer el sonido de los aplausos y su forzada sonrisa, la mirada se le escapó hacia el rincón. Aún seguía allí, como cada noche. Por un momento animada por el sorbo de alcohol pensó en acercarse y luego... Bueno luego ya se me ocurrirá algo como preguntar si le había gustado su interpretación o simplemente mirarle un poco más de cerca. - Shi, me harías un pequeño favor? - Puede ser, a ver cuenta. - Quisiera que te acerques hasta aquella mesa, y me cuentes lo que veas y oigas. - ¡ Qué misterio!... Bueno está hecho, para algo están las amigas. Contempló como Shi agarró la bandeja y se acercó al rincón, como hablaron durante unos instantes y otra vez el contoneo para volver a la barra. Con el trago en la mano bailaba en el taburete al ritmo de la música. - ¿ Qué ya te has olvidado del encargo?. Es un tío al que le has dejado impresionado, no tenía demasiadas ganas de hablar, solo me ha dicho: por favor, sírvame lo mismo que está tomando la pianista. ¿Qué es lo que pasa?. - No lo sé, cada día que actúo en este local, le encuentro en la misma mesa mirándome, sus ojos brillantes en la oscuridad, destacando sobre todos los otros, no lo sé pero me está poniendo muy nerviosa. - Anda tómate otro trago y relájate, vuelvo en un momento. Hacía ya varias semanas en que venía fijándose en la persona que todos los días, a la misma hora se sentaba en la mesa del rincón, ella siempre la había preferido al resto del local, podía observarla en el espejo que forraba completamente el fondo de la barra. Se apoyó sobre el codo intentando descansar la cabeza de todos los pensamientos que llevaban con ella los últimos días. Aquellas misteriosas visitas comenzaron aproximadamente con la llamada de un viejo amigo, quedaron en el local un poco antes de la actuación, se preguntaron sobre sus vidas, el trabajo... Eligieron la mesa del rincón donde la tenue luz proyectaba las sombras de las plantas por todo su cuerpo y él recordó los viejos tiempos, inolvidables veladas en las que sentado al anochecer en alguna de las numerosas terrazas que animaban la plaza, para hablar y reír de todo cuanto había sucedido en la jornada, nada había tan divertido como cada instante de sus vidas en aquellos momentos de juventud y futuro. - Sí. Respondió ella. No quería volver a rememorar toda la historia, era algo pasado, era preferible olvidarse de aquello, que no hubiera sucedido. Aún podía escuchar la voz de Fred. - Hay una fiesta en la calle Marnes. Estamos invitados. - Aquí es. Dijo Fred deteniéndose frente a una casona oscura al final de la calle. La luz de una farola permitía apenas vislumbrar la entrada tras un largo sendero. Abrió la puerta una mujer, el pelo largo y oscuro caía uniformemente sobre los hombros hasta la cintura, los ojos entrecerrados les observaron con fijeza. - Hola, os estábamos esperando y volviéndose les animó a acompañarla. Era Juana, la mujer de Hector el amigo que nos invitó a la fiesta. Una vez hechas las presentaciones supimos que las otras dos mujeres estudiaban con Juana en la universidad y que con este motivo frecuentaban la casa de la pareja. Recordaba apenas la cena, tan solo una habitación en penumbras en la que apenas se reconocían los unos a los otros, los rostros deformados por las sombras que arrojaban los grandes velones que presidían la larga mesa. A pesar de sus protestas, Fred le había vuelto a hablar de aquella noche, le obligó a recordar las palabras con las que Juana alzando su copa brindó por los nuevos amigos cuando ya estaban en el salón, una vez finalizada la cena. - Brindo para que la fuerza del vínculo que hoy hemos establecido con nuestros nuevos amigos se extienda hacia el futuro, donde siempre habrá alguien dispuesto a encontrar a aquel amigo que se encuentre perdido o se aleje de nosotros. Todos alzaron las copas y las entrechocaron para celebrar sus palabras. Juana sonriendo, nos explicó que ésta era una frase que ella recitaba de igual manera en que se la habían enseñado. Suena algo solemne- dijo, pero es necesario repetirla exactamente de esta manera. - ¿ Necesario para qué? Preguntó F. extrañado por lo que estaba escuchando. - Ahora tal vez no lo entenderías, en su momento puedes estar bien seguro de que habrá alguien que se acercará a ti para recordártelo, no tendrás ninguna duda de su significado. También te diré que ésta visita será algo ineludible para todos los presentes. Ella no podía olvidar como entonces, en el momento, no quisieron darle mayor importancia a las palabras de Juana y después de unas copas se despidieron amablemente de sus anfitriones. Sin embargo durante su visita Fred no cesó de insistir en el posible significado de las palabras con las que sellaron aquel brindis Días más tarde encontraron a Juana y a Hector en una céntrica cafetería, Juana rememoró la velada y les habló de lo que para ella significaba una gran promesa. Les invitó de nuevo a visitarlos en su casa, pero ambos pusieron numerosas disculpas para evitar aquella invitación, no les había gustado en absoluto la atmósfera inquietante de la pasada noche. Entonces, Juana con los ojos aún más entrecerrados que de costumbre les increpó con dureza. - Bueno, pero vaya promesas que hacen ustedes, desde luego que la cosa no está para pretextos, sino para acudir ya que entonces, si ustedes no acuden irá alguien a buscarlos. Ya les dije que será algo ineludible pata todos nosotros, queridos. Cuando Fred llegó a este punto, estaba realmente inquieto, no hacía otra cosa que exclamar cada poco ¿ lo recuerdas?. Claro que sí, cómo había de olvidarlo. Entonces Fred le habló de la razón verdadera de su visita. La semana anterior se encontró con un hombre que le estaba esperando en el despacho, no pudo verle el rostro, cubierto por la oscura sombra que arrojaba su sombrero. El hombre le habló de una promesa pasada y cuando él repuso que no sabía a qué se refería, aquel hombre repitió las palabras que Juana pronunciara en aquella lúgubre velada, las palabras sobre la fuerza del vínculo. Esos son tonterías dijo Fred. Pero a pesar de todos los esfuerzos que hizo por rehuirlo, no pudo evitar en toda la semana la compañía de aquel hombre, que aparecía cada día a la misma hora en su despacho y que al parecer no tenía otra cosa más que hacer, que esperar. - Creí volverme loco. Dijo Fred. Hasta que decidí desaparecer. No sé a donde iré, pero dudo que vuelvas a verme. He viajado hasta aquí para avisarte, para que tú te puedas marchar antes de que ese hombre encuentre este sitio. - No digas tonterías. Le contestó ella. Creo que padeces estrés laboral Fred, unas buenas vacaciones y ya verás como ese hombre desaparece por sí mismo. Ella volvió con tristeza el pensamiento al lugar donde estaba, aquel viejo café. Había comprendido que no tenía escapatoria desde aquel momento, en que los negros ojos de Juana se fijaron duramente en ella y su voz que parecía escupir palabras tan fuera de sentido para ambos entonces, como ahora iban tomando claridad. Un escalofrío le recorrió la espalda. Entonces decidió renunciar a huir, a continuar destruyéndose con pensamientos inquietantes que bombardeaban su cerebro y lentamente se acercó a la mesa del rincón, la que permanecía semioculta por las plantas y las sombras. Poco después salía del café acompañada por un hombre al que nadie pudo ver el rostro, oculto tras la sombra de su sombrero. Antes de cerrar la puerta tras de sí, una última mirada para grabar la imagen un tanto nublada de aquel café, un lugar donde durante un tiempo se sintió segura. UNA MUJER INTERESANTE Shanti Munitiz - Hola, soy Arnaldo. - Seu te ver …que morer…seu te ver … que ser feliz…uma mulher… uma…companheira. Estaba graciosa la instalación. Ocupaba una superficie aproximada de 50m2, se disponía en varios módulos con un portero automático cada uno, se apretaba y salía una voz contando cosas en portugués. La habían traído de la Bienal de Sao Paulo. Me hubiese gustado estar allí. Se está a gusto estas horas en el que el Gugen se vacía y solo quedan las encargadas de la limpieza y algunos otros como yo paseando como Jonás en el vientre de esta ballena de titanio. Tienen cada ocurrencia los de Bilbao- Bilbo. Estas bóvedas con esqueleto de cristal producen una sensación faraónica dentro de este mausoleo. Un faraón viviendo la vida de los muertos con sus objetos y pinturas. Tenía las llaves, las llaves del Guggenheim, podía invitar a cualquiera como si fuese mi palacio. Quería bajar al bar, que permanecía abierto, comer algo y luego volver para controlar los enganches, aquella condenada estructura de Chillida me estaba dando mas trabajo de lo que pensaba, calcular los esfuerzos de la estructura era mas complicado de lo que parecía a primera vista. Tal vez llamaría a ….. aunque no quería saber nada de estructuras y gugenjeines. Bueno, primero comer. Pedí un pincho de tortilla y un café con leche. No había mucha gente en el bar, algunos tomaban el aperitivo antes de entrar a cenar donde Berasategui, buen chico, campechanote, con sus líos con la alcaldesa. Imperialismo baserritarra. Debía haber entrado mas tarde, estaba terminando la vuelta de inspección…una vez girada la preceptiva visita ocular…cuando la encontré en el triángulo de al lado. Era graciosa la barra en triángulos. Su abrigo era de cuero gris muy fino y animal, brillante, con un cuello de pelo largo, visón extra, me dije. La boca en el mismo color que los pendientes rojos como aros de niña, el cabello rubio sobre el visón, gafas negras de noche. Me volví de nuevo hacia el bar, no quería que se notara la visita de inspección. Otra miradita. Tomaba agua con las uñas rojas como pendientes, las manos finas y blancas, en un dedo siete anillos consecutivos de plata. El camarero me sirvió la tortilla al microondas, pedí un poco de pan. Otra mirada. Se quito las gafas mientras miraba hacia la entrada, sus cabellos más rubios que el visón se escurrían por el cuello del abrigo. Una mujer interesante. Comenzó a girar muy lentamente, los bucles mareantes se desplazaban a cámara lenta, lentamente girando caían onduladas arenas deslizantes. En una de estas me di cuenta que me miraba con sus ojos. Me estremecí despertándome de la hipnosis, me puse en pie. - Hola, soy Arnaldo.( ¿He dicho eso?). Sus ojos miraban verdes claros azules transparentes. Sonreían sus labios brillantes del sorbo de agua. Lentamente cogió una servilleta de papel y lentamente se seco los labios. Me miro. -Hola, soy Petra. Estaba asustado despertando de su belleza. -Hola, soy Arnaldo, repetí sin saber que decir. Trabajo aquí, soy el ingeniero de montaje. -Que bien. Su voz era susurrante rasposidad de terciopelo. -¿Quieres una tortilla?. No sabia que decirle, no sabia lo que decía. -No quiero comer. Vamos a tomar un café. No le pidas nada al camarero. Vamos a mi casa. Me vi saliendo de la plazuela mojada la entrada. Llovía. Imaginaba el Guggenheim hecho con tejas y barro. Entramos de prisa al coche, un deportivo rojo. Me miró. -Ponte el cinturón -. Acelero tanto que me entró la risa, íbamos a toda velocidad hacia Deusto por el puente. -Nos vamos a matar-, y me reía. Por fin un semáforo en rojo, por fin. Siguió hacia delante pasando a toda velocidad entre las personas que se asombraban en silencio. -No te preocupes, lo tengo controlado, pero tengo prisa, mucha prisa. Cruzamos cerca del Puente Colgante hacia Neguri. Me di cuenta de que los neumáticos no chirriaban cuando entrábamos en las curvas. El cinturón de paracaidista, empezaba a sentir los efectos de la gravedad en los supersónicos. 1G, 2G, 3G. No me lo podía creer en una recta cogimos 240. Ella salió, yo estaba quieto con la sonrisa en un rictus. - Ven vamos, el café te animará-. Me desabrochó el cinturón y tuvo que cogerme del brazo para ayudarme a salir. La entrada del chalecito, con su camino de grava moría al pie de una escalera de mármol de tres escalones por los que se accedía a un pequeño porche semicircular entre dos columnas, con sus sillas y una mesa de exterior pintada en blanco sin nada mas encima que un enorme cenicero azul de cristal. La puerta tenia mirilla de bronce antiguo con arabescos. ¡Encima conducía con tacones!. Me hizo pasar por encima del felpudo. El hall era un hemiciclo enmarcado en pavés y una alfombra azul marino en el suelo, una pequeña estantería para dejar las llaves y un paragüero de latón con sus cabezas mordiendo las anillas. En el techo siguiendo la línea de la curva se empotraban unas luces halógenas en azul que se encendieron al abrir la puerta. -Pasa.- Al entrar dentro dio el interruptor y encendió unas lamparas maravillosas, quiero decir, que las velas del enorme candelabro se encendieron al unísono ardiendo con llama. -¿Y esto?. -Esto debe ser el progreso Arnaldo-. Hizo un gesto poniéndose de espaldas deslizando el abrigo por los hombros. Recogí el abrigo como una funda de la que salió una espectacular ninfa con un body gris brillante que parecía una piel de escamas ajustadísimas. Se veía un pequeño collar de cuentas de coral rojo y un brazalete de metal en el brazo. En una esquina del rectángulo ocupando toda la planta había sofás y tresillos haciendo esquina, chimenea, gran mesa de cristal y alfombra de grueso pelaje. Se sentó tomó un telepic y encendió el fuego de la chimenea. Sorprendente. -¿Donde has comprado eso?-. Estaba infinitamente hermosa, tan sensual bajo las escamas metálicas en el cuero del sofá de orejas, con las piernas cruzadas y los brazos cruzados sobre el pecho. Sacudió su cabellera y se movieron los aros de sus pendientes rojo caramelo. Puso los brazos en el sofá con una sonrisa y cerro los ojos. Tenia la roja boca entreabierta y el blanco nacarado de sus dientes se veía a veces entre el resplandor del fuego bajo y las velas. Recapitulemos. Chico conoce chica, chica mete en coche y le lleva a doscientos a casa. No se, no se. Todavía no se me había quitado el susto. Me acerque al fuego junto al sillón mientras permanecía con los ojos cerrados y sonrientes. -¿Siempre conduces así?.Sonreía en silencio como una esfinge de ojos cerrados. En la otra esquina se iluminaba la pantalla de un ordenador. -¿Tambien le das al ordenador?.- ¿Que tienes?.Me acerque a la pantalla. Solo había una pantalla plana sobre la mesa. Bastante más grande que un periódico abierto, me dije. Permanecía en la misma postura cuando la mire con las piernas cruzadas. Debe estar cansada. -¿Un cafecito.?- dije mientras me acercaba frotándome las manos todavia entumecidas de agarrarme al siento. Me acerqué un poco más. -¿Un café?. -¿Café?.- Toqué uno de su brazos desnudos. No se movía. -¿Petra?- ¿Petra?- La zarandeé un poco y no se movía. Debía haberse quedado frita, lo que me faltaba. Ahora podía mirar su roja boca de cerca, su cuerpo sinuoso con un pecho abultado por la cremallera que lo cruzaba. Solo había que tirar un poco mas y…. ¿Pero que estaba diciendo?. Se había quedado traspuesta. Me acerque de nuevo al fuego y de allí como el que no quiere la cosa al ordenador. Meditación trascendental, seguro que va a cursos de esos y hace meditación en los momentos trascendentales. Era un mesa de titanio, seguro, lo conocía demasiado bien. Una elipse de titanio de canto redondeado, soportado por un cajón de titanio enmarcado por un aspa mas oscura. High Tech. No te digo. Lo extraño es que no había teclado ni ratón. A lo mejor era una tele high tech. -Hola soy Arnaldo- hable por si acaso el ordenador me contestaba. ¿Que hacía yo allí después del susto hablando al ordenador con una rubia Martini dormida entre cueros y escamas?. Pense en volver al museo. La mesa tenia unos pequeños rebajes rectangulares de troqueleria. Toqué uno y la pantalla parpadeo. Volví a tocar y la pantalla volvió a parpadear. -Hola soy Arnaldo- dije, poniendo el dedo en el rectángulo. El ordenador cambio el color de la pantalla y dijo CL…o algo así pues de pronto quite el dedo. Volví a mirar a Petra no se movía. -Hola soy Arnaldo- -Clave errónea- Córcholis, es el botón de la clave de acceso. -Hola soy Petra- dije. Una de las muescas se levantó mostrando una docena de CDs bien ordenaditos. Bueno, a ver que tenemos aquí, empecemos por el primero. ¿Y donde se mete? Al tocar el primero se deslizó automáticamente al interior de la mesa de titanio. Petra dormía. No pasaba nada. -Hola soy Petra- dije, tocando la ranura del principio. En la pantalla apareció un sistema de archivos informaticos. De la A escogí Aladino y toque la superficie. Aparecio la imagen de Petra, de su cara, una fotografía en 3D con los ojos abiertos. Volví a mirar rápido a la bella durmiente. A la derecha había cinco cuadraditos en cruz. Toqué el superior pensando que eran los cursores. Los toqué todos y no pasó nada. Le di al de la izquierda dos veces la imagen del rostro de Petra giro en redondo con el pelo cayéndose igual que en el Gugen. Se detuvo. Le di dos toques más. -Hola soy Petra-, su voz aterciopelada salía de toda la habitación. Miré si se había despertado. Permanecía hermosamente quieta. Me acerqué de nuevo al sillón, a su cara, a escuchar si respiraba. No se notaba nada, su pecho apenas se movía con la respiración. Tomé el pulso en su cuello, me asusté hasta que percibí un impulso al de un rato. Debía tener diez pulsaciones por minuto. Estaba preocupado. Estaba sonriente; pero a diez pulsaciones por minuto…Miré por ver un teléfono. A saber que forma tendría en una casa High Tech. Su rostro estaba frío, pero al acercarme me di cuenta de una configuración en la oreja del sofá con agujeros como un micro telefónico. Altavoces, pense. Más de lo mismo. No sabía que hacer. En toda la habitación no había nada mas. Cuadros blancos en la pared, fuego bajo, sofás, el vestíbulo de pavés y la mesa con la pantalla donde el rostro de Petra giraba con sus cabellos cayéndose mareantes. Me acerqué por si acaso de alguna ranura salía el teléfono. ¿Cual era el numero de urgencias?No importa, llamaría a seguridad del Gugen y me lo dirían. Miré entre las ranuras a ver si había alguna con pinta de esconder un teléfono. - ¿Donde esta el teléfono? En la pantalla apareció un teléfono. Marque el numero de socorro. Apareció otra pantalla. Iconos de agua, fuego, cacos, varios, y una imagen de Petra con los ojos cerrados. Con la mano derecha activé el icono y con la izquierda metí un enter. La pantalla empezó a parpadear con un mensaje. Visor 8. Visor 8, y una imagen del invento de los CDs. Di al enter el CD8 cayó de su soporte al interior de la mesa y cambió la pantalla. De nuevo la imagen de Petra. -No te alarmes-, decía sonriendo. -No te alarmes, todo está controlado. Recoge la jeringuilla del cajón de seguridad-. -¿Donde?-, y la pantalla mostró activa una de las ranuras. Puse la mano y se deslizó una tapa. El hueco iluminado mostraba una jeringuilla con un líquido ambarino brillante por la luz. En la pantalla se veía una imagen de Petra con la jeringuilla introduciendo líquido por la yugular. ¡Dios mío!. ¿Tengo que meter esto por la yugular?.- No respondía. -¡Por la yugular!- dije casi gritando. Tengo que llamar a urgencias, a los bomberos, me decía a mí mismo mientras con la derecha recogía la jeringuilla de los enganches. La pantalla mostró varias opciones. OPCIONES DE CONTROL. Tiempo de coma. -¿Que?. Cuanto tiempo hace que he llegado, cuanto tiempo ha pasado desde que cerró los ojos. ¿Como se mete 5?. -Quince- dije- Quince minutos. Cambio la pantalla. Un 15 flaseante apareció en ella. -Quedan quince minutos. Me quedan quince minutos.- Decía su susurrante voz. - Tienes que actuar y ponerme la inyección. Pero, Dios mío, como iba a poner una inyección en la yugular. Debería estar trabajando con el puto enganche de Chillida y no poniendo inyecciones en la yugular. -Tranquilo, no te alarmes. Quedan, me quedan quince minutos. Lo mejor es que actúes ahora. La imagen de Petra se desvanecía y volvía a aparecer. Me acerqué con la jeringuilla hacia la dormida, aparté sus cabellos que volvían a caer sobre su cuello. No, no podía. Llamaré a los bomberos. Me acerqué a la pantalla. -Bomberos-. Apareció un bombero apagando fuego en unos archivos. Pulsé la izquierda. ¿Quiere ejecutar el sistema cortafuego?-, dijo una voz masculina. Metí enter. - Sistema cortafuegos ejecutado-. ¿Que?- Bomberos, quiero llamar a los bomberos. La imagen de Petra se iluminaba y desvanecía mas lentamente.. -Quedan 12 minutos. Me quedan doce minutos- volvió la voz de Petra. -No, es una broma, no, no puede ser, es una broma- ¡Os he visto!-, grité, -sé que es una broma-. Pero no pasaba nada. -Teléfono, teléfono-, jo!, como ET. Tranquilo, no te alarmes, tranquilo. Necesito la inyección antes de 12 minutos, si no ya será tarde. No llames a nadie. Las urgencias tardan mas de quince minutos. No te alarmes . Ponme la inyección. -Que es esto, por Dios, que broma es esta. Zarandeé a Petra que abrió un poco más la boca con la cabeza caída en una de las orejas. Petra despierta, chillaba. Petra. La yugular. No puede ser. -Quedan diez minutos. Solo diez minutos. Necesito que me pongas esa inyección en diez minutos. Escucha. Atiéndeme. Mira. Necesito que te calmes y me escuches. Diez minutos. Traté de tranquilizarme mirando la pantalla donde Petra se desvanecía. De pronto la pantalla cambio a una escena de la habitación con Petra inconsciente en el sillón y yo mirando hacia la pantalla. Me moví y mi imagen se movió. De alguna manera estaban grabando aquello. Efectivamente era una broma y dentro de un momento aparecerían por algún lado. -Escucha-, dijo la voz del ordenador- los próximos diez minutos de mi muerte van a ser grabados -. Aquella pesadilla no terminaba. -Por favor, ponme la inyeccion.El numero diez es el tiempo que queda, el diagrama inferior…Miré la pantalla donde aparecía algo así como un electrocardiograma… son las pulsaciones. Apareció el numero 5..- Escucha, dentro de cinco minutos mis pulsaciones bajaran a dos y entonces los daños en mis sistemas serán irreversibles, si no actúas antes, cuando llegue a cero moriré, si no actúas antes. Recuerda que todo esto esta siendo grabado.- Demasiada presión, no podía ser cierto, debía de tratarse de una broma. Comencé a reírme con una risa histérica como la del coche.-Ponme la inyección- Permanecí inmóvil mirando fijamente la pantalla donde permanecía inmóvil. -Quedan tres minutos- ¿Qué? -Quedan tres minutos-. Miré el cardiograma, ponía un tres. Tres minutos antes que los daños sean irreversibles. Date prisa. Estoy en tus manos. Recuerda que todo esto esta siendo grabado como prueba. Tendrás que hablar con la policía…- La policía. …la policía si no me pones la inyección-. Ahí estaba yo, mirando la pantalla, mirándola a ella, mirando la jeringuilla con el líquido ambarino. Tres, tres, tres, era mi único pensamiento, me reía. Si, me reía. Iba a parecer un sádico. Que imagen, Dios mío. Ahí estaba yo con la jeringuilla en la mano riéndome como un idiota. -Ponme la inyección ahora. Ponme la inyección ahora-. Repetía la pantalla. Ponme la inyección ahora. Me veía en la pantalla mirando la pantalla con la jeringuilla en la mano viendo como me agitaba con la convulsiones del estomago. Ponme la inyección ahora. Ahora. Ahora. De un golpe partí la pantalla, que no estalló, no me hice daño. Miraba mi mano con el liquido que caía al suelo. La jeringuilla estaba rota, vi sangre en el puño derecho. Le había dado un puñetazo con la jeringuilla en la mano. Caí al suelo derrotado, llorando y riendo como un niño mientras veía la sangre mezclarse con el liquido ambarino cayendo a sobre la alfombra. Sentía las convulsiones del llanto allí sentado en el suelo con la espalda apoyada en el aspa oscura de titanio. Ahora. Ahora. Ahora que. Petra ya habrá muerto. Me acusaran. Me meterán en la cárcel. Ahora. Ahora, ahora que. ¿Por que me río? ¿Por que lloro?. Ahora , ahora que. Un lobo de distinto color En el 18 de diciembre nacieron 7 lobos negros. Un día después nació un lobo blanco y todos sus hermanos se quedaron con una cara de asustado. Y cuando pasaron 7 semanas no querían jugar con él hasta que un día tuvo una idea y cogió un bote de pintura y se lo tiro a la cabeza y vivieron felices. El que lo hace es Andoni Perez KOKOTXA KULTUR TALDEAK INPRIMITE ABENDUA 2 001