VIVIR POSITIVAMENTE CON SIDA EN ÁFRICA Las congregaciones religiosas realizan un gran esfuerzo de prevención en distintos países del continente -----------------------------------------------(IVICON).- La Conferencia Española de Religiosos (CONFER) editó el pasado mes de octubre un ‘Folleto Con Él’ titulado “Vivir positivamente con Sida en África”, en el que recogía el gran esfuerzo de prevención que realizan las congregaciones religiosas en el continente africano en la lucha contra la enfermedad. Escrito por el Misionero de África Odilo Cougil Gil, el texto incluía el testimonio de varios religiosos y religiosas en contacto con los enfermos, que por su interés a continuación reproducimos con motivo de la celebración del Día Mundial de la Lucha contra el Sida. La experiencia del niño, Mphatso Phiri Mphatso Phiri es un niño que vive en Muzu, un pequeño pueblo a 15 Km. de Lilongwe, la capital de Malaui. Mphatso vino un día a la clínica que atiendo todos los lunes en una sucursal de la parroquia de Chigoneka en Kasiyafumbi. En este lugar y en el local de la iglesia todos los enfermos de los pueblos de alrededor vienen todos los lunes para ser tratados de las enfermedades oportunistas que sufren desde que se infectaron con el virus del VIH que produce el SIDA. Los nombres de las personas y lugares siempre tienen un significado o describen una situación. Mphatso significa “regalo” y Phiri “pequeña colina”. Kasiyafumbi significa “echar el polvo atrás” y es debido a que la gente que ocupa este territorio acaba de ser trasladada de otra área que el gobierno escogió para construir el antiguo aeropuerto, seguramente en la época colonial. Así que el nombre de Mphatso es “regalo de una pequeña colina”. Mphatso llegó a la clínica la primera vez acompañado de su abuela. Sus padres habían fallecido a consecuencia del SIDA y por eso su abuela, aunque ya bastante anciana, se tuvo que hacer cargo de él. Mphatso llevaba un trapo grande blanco cubriéndole la cabeza y el rostro y dejó dócilmente que lo examinara. Estaba muy delgado, los pantalones los llevaba atados con una cuerda y recuerdo que podía contarle todas las costillas del cuerpo. La cabeza estaba llena de pequeños abscesos que llegaban hasta el cuello y los oídos le supuraban. Le di medicamentos para cada enfermedad y además le proporcioné vitaminas y Phala (compuesto de leche, azúcar, aceite y harina de maíz) para que tomara todos los días. Cuando Mphatso volvió a verme después de dos semanas, la cabeza estaba limpia de heridas y los oídos los tenía mejor. Al ver cómo se había repuesto me propuse luchar por Mphatso para arrancarlo de las garras de esa enfermedad. Pero ¿cómo hacerlo verdaderamente si no tengo los antirretrovirales que pueden alargarle la vida haciendo que su sistema inmune le defienda de todas esas enfermedades? Mphatso, no es un niño común, es muy inteligente y habla el inglés muy bien para su edad y el grado de escolaridad al que asiste en la escuela primaria. Sus ojos están alerta aunque los invade una tristeza callada, silenciosa que está llena de resignación de una edad mucho mayor de la que tiene. Él no lo sabe pero yo comparto ese dolor con él porque no puedo proporcionarle tampoco todo lo que le falta ya: el cariño y el apoyo de sus padres y los medicamentos que podrían hacer que viviera una vida mucho más larga y llena de calidad. Mphatso es el testimonio de muchos niños de Malaui que sufren una doble tragedia: la de ser huérfanos y la de padecer SIDA. Experiencia de una religiosa misionera de África En general, las Congregaciones Religiosas y Misioneras se integraron siempre en el trabajo programado desde la Comisión de Salud de la Conferencia Episcopal a través de las Comisiones Diocesanas de Salud y en colaboración con los programas del gobierno. Todas estas comisiones apoyaban los programas de “Cuidados en Casa” desarrollados desde las Pequeñas Comunidades Cristianas que contaron siempre con la colaboración activa de los Religiosos y las Religiosas que residían en la zona. No conozco ninguna Congregación o Instituto Misionero que no esté comprometido en asistencia social, espiritual o de tratamiento de los enfermos de SIDA. Algunas Congregaciones que tienen como carisma la Salud de los Enfermos y tienen personal y estructuras especializadas en medicina desarrollaron proyectos propios aunque dentro de la Pastoral de la Conferencia Episcopal como es el caso del Proyecto SIDA de los Jesuitas, el Proyecto SIDA San Camilo, o el Proyecto SIDA de las Hermanas de Maryknoll, Proyecto SIDA de las Hermanas Franciscanas o el Proyecto “DREAM” de San Egidio y otros muchos. Actualmente hay 554 comunidades con Religiosas o Misioneras españolas y 516 comunidades con Religiosos o Misioneros españoles trabajando en África. La Hermana Amparo Cuesta, de las Misioneras de África, nos cuenta la historia de su trabajo con enfermos de SIDA. “En 1986 la diócesis de Lilongwe, en Malaui (África Central), me encomendó el cuidado y la administración de tres dispensarios rurales que se encuentran alrededor de Salima, zona cercana al lago Malaui. Mi trabajo consistía en hacer posible que los dispensarios funcionaran bien y atendieran a los pueblos que estaban a su alrededor. Los ATS que están a cargo de esos dispensarios enviaban y siguen enviando en la actualidad pacientes muy enfermos que necesitaban cuidados mayores que los que los dispensarios ofrecen, a los Hospitales del Distrito. De esta manera yo entré en contacto con el Hospital de Salima, que en esa época estaba a cargo de un doctor inglés. El contacto y las relaciones con todo el staff eran muy buenos y en los ratos libres empecé a visitar el pabellón del hospital de enfermos con tuberculosis que estaba algo aislado del resto de los pabellones. En mis visitas continuas empecé a notar que los enfermos con tuberculosis que normalmente se restablecían al cabo de 18 meses de tratamientos standard a los que se sometían volvían a recaer a las pocas semanas o meses y eran readmitidos en el hospital. Sus cuerpos aparecían tan desgastados y su delgadez era tan grande que parecían víctimas del hambre o salidos de campos de concentración. A todos se les podía contar todas las costillas y el perímetro de sus brazos podía medirse con la mano cerrada. Ya por entonces el doctor Gallo había aislado el virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) y una revista científica americana había publicado todo lo que se sabía de esta enfermedad. Esto sucedía en los EE.UU. y, más concretamente, en la ciudad de San Francisco. El mundo empezó a hablar de una enfermedad que afectaba a los hombres que practicaban relaciones homosexuales y que después de infectados con el virus enfermaban de SIDA. Yo tuve la suerte de recibir ese número dedicado al SIDA y empecé a pensar que aunque los enfermos que yo visitaba eran hombres y mujeres casados o solteros, algunos de los síntomas que se describían tan parecidos a los de la tuberculosis podían estar causados por ese virus y no por la tuberculosis. En realidad, era una enfermedad que se contagiaba por vía sexual y que podía atacar a todos los que fueran sexualmente activos. Mi pregunta constante era, ¿había llegado hasta Salima y Malaui? ¿Por qué los enfermos con tuberculosis no se recuperaban y volvían a su vida normal? La idea no se me iba de la cabeza y pensé que había que hacer algo. En aquellos años, Malaui estaba bajo la dictadura del Dr. Kamuzu Banda y el doctor del hospital me avisó que no se podía hablar abiertamente del SIDA. Aun así decidí hacer medicina preventiva y me dediqué a visitar todas las Escuelas Secundarias alrededor de Salima que albergaban a la juventud y el futuro de Malaui. Daba charlas sobre enfermedades sexuales y en esas charlas dedicaba la mayor parte del tiempo a hablar sobre la enfermedad del SIDA que se contagiaba por contacto de sangre infectada o por relaciones sexuales con una persona infectada. Los jóvenes me escuchaban con mucho interés, hacían preguntas sobre la enfermedad pero trataban el tema como algo que estaba sucediendo en otro planeta, los Estados Unidos, y como una enfermedad que tenían los blancos. Nada a lo que ellos pudieran temer. Tras cursar estudios en Inglaterra y con un bagaje más completo sobre el SIDA, regresé a Malaui y me asignaron para trabajar en un ala del hospital de la Misión de Likuni a 7 Km. de Lilongwe, capital de Malaui. En los años 90, la enfermedad del SIDA era ya una verdadera epidemia en Malaui. Mis temores se habían confirmado. La gente no hablaba abiertamente de ella porque era sinónimo de adulterio, promiscuidad, prostitución aunque en realidad lo que sucedía es que si el marido había tenido alguna o muchas relaciones extra-maritales o visitado los bares de su alrededor, contagiaba también a su mujer y los niños. Estos niños engendrados de padres infectados nacían también con el virus y morían antes de los 18 meses de edad. Todo el mundo tenía miedo del ostracismo y el estigma que conllevaba la enfermedad. En 1997 entré a formar parte del programa de la Diócesis de Lilongwe. La Iglesia ha sido pionera en Malaui en la lucha contra el SIDA. En 1992 una misionera de la diócesis de Blantyre formó el primer programa de Home Based Care (asistencia a los enfermos en sus hogares), que en 1994 la Conferencia Episcopal adoptó en cada una de sus diócesis nombrando un coordinador a nivel Nacional. La Diócesis comprende siete distritos del centro del país y posee 32 parroquias subdivididas en Centros menores y comunidades cristianas. Alguna parroquia tiene un radio de extensión de 100 Km. El programa coordina los grupos de voluntarios que atienden a los enfermos en sus pueblos y ciudades, proporciona medicamentos gratuitos para tratar las enfermedades oportunistas del SIDA y comida a los enfermos. El programa es en la actualidad uno de los más importantes del país, tiene 10 ATS trabajando en él y atrae la colaboración de otras ONG’s. En aquellos años traté a cientos de personas: casadas o solteras, jóvenes de universidad, profesores, maestros, enfermeras, empleados de la banca y de servicios públicos… Todos morían, todos desaparecían… sus cuerpos se deterioraban, los pantalones de los hombres poco a poco se sujetaban con una doble vuelta completa del cinturón, los vestidos de las mujeres parecían estar suspendidos de las perchas en lugar de cuerpos humanos. Los niños tan preciosos en su primer año de vida eran atacados por diarreas y desnutrición incontrolables… y morían en los brazos de sus padres. Fueron años de una angustia terrible, tan grande y devastadores como la guerra. En dos o tres ocasiones me pinché con las agujas infectadas de los sueros y sentí el miedo que produce la posibilidad de un contagio, de las innumerables enfermedades que me podían atacar si me contagiaba: la tuberculosis, las infecciones oculares, los eczemas de la piel, las diarreas, los hongos en el esófago, en los pulmones… Pero el Señor nos protegía. Durante todos estos años jamás he visto a ningún doctor, enfermeras, limpiadoras, ATS que se hayan negado a realizar una operación, una cesárea, una cura, el lavado de las ropas, de los instrumentos de la sala de curas por miedo al contagio. En los hospitales todos somos uno al cuidado de los enfermos y la compasión unida al respeto por la persona es algo que no ha cambiado. Nadie hace una diferencia entre un enfermo que tiene el SIDA u otro con diferente enfermedad, porque en realidad nadie puede saber con seguridad de qué muere y todos pueden llegar a ser los que ocupen esas camas al día siguiente. Nadie está a salvo… La solidaridad es inmensa”. Desde el año 1994, el Gobierno de Malaui ha reconocido que todo el país esta afectado por la enfermedad del SIDA. En Malaui existe hasta un 25% de infectados con el VIH en la población de edades comprendidas entre los 15 y los 49 años. El Ministerio de Salud nombró una Comisión Nacional de lucha contra el SIDA (NAC) que coordina los esfuerzos de todos los grupos y Organizaciones no Gubernamentales que trabajan en Malaui. A través del proceso de descentralización cada distrito de Malaui posee comités coordinadores de esas organizaciones llamados (DACC), Comisión de Comités de Distrito para el SIDA que en las ciudades importantes se subdivide en CACC (comités de ciudad). El trabajo es arduo pero se está haciendo mucho con medios muy escasos. El día en que haya abundancia de medios, seguro que se logrará controlar la pandemia. Experiencia de un misionero de los Sagrados Corazones en Mozambique El Dr. Aldo Marchesini, sacerdote y médico cirujano desde hace más 25 años en Quelimane, nos cuenta cómo, sin saberlo, se infectó de SIDA operando a los enfermos y cómo ahora está trabajando para organizar a esos enfermos y hacerles vivir positivamente: “Hace ya bastante tiempo, un trabajador de mi hospital vino a visitarme. Quería hablar conmigo en secreto: Doctor, yo no me encontraba muy bien y me decidí a hacer el test de SIDA. El resultado fue: positivo. Se quedó algún tiempo en silencio y con los ojos brillando. Después me dijo, Doctor, tengo mujer y cuatro hijos, ¿que será de mi familia? Yo intenté confortarlo diciéndole que durante los seis o siete primeros años, el seropositivo suele sentirse bien y cuando no había ninguna otra enfermedad oportunista como era su caso, pues ni siquiera adelgazaría. Todo hacía pensar que tenía algunos años de bienestar por delante. Simplemente debía estar muy atento a todas las enfermedades que pudiese contraer: era necesario tratarlas desde el comienzo y no dejar pasar el tiempo. Luego le dije que durante estos años confiáramos que en Mozambique surgieran condiciones buenas de tratamiento de esta enfermedad. Me pidió insistentemente que ni siquiera dejara entender a nadie que él era seropositivo. La noticia le había conmovido profundamente y esperaba que nadie lo supiese. A mí también me conmovió aquella situación. Seis meses después, enfermé yo, viajé a Italia, mi país de origen, y los médicos detectaron que yo también era seropositivo y que la situación estaba ya bastante avanzada hasta el punto de que era necesario iniciar inmediatamente el tratamiento con antirretrovirales. Probablemente había sido infectado algunos años atrás sin darme cuenta, al operar o al asistir a partos complicados. Las ocasiones de pincharse con una aguja infectada o herirse con el bisturí son frecuentes en mi profesión de sacerdote y médico cirujano en el hospital de Quelimane en donde tengo que operar a muchos y en donde hay un alto porcentaje de pacientes seropositivos. Cuando mi colega médico vino a darme la noticia de que estaba infectado de SIDA, no quedé demasiado abatido, algo por la gracia de Dios y, mucho, por el hecho de saber que con el tratamiento con antirretrovirales, el SIDA se convertía en una enfermedad crónica con la cuál se puede vivir muchos años y llevar una actividad laboral y social prácticamente normal. Instintivamente pensé en aquel trabajador seropositivo de mi hospital que había venido a hablar conmigo y pensé en su aflicción. El saber que para mí había posibilidad de ser tratado gratuitamente a través del sistema sanitario italiano marcaba una gran diferencia entre él y yo. Para mí había una esperanza concreta. Para él, la esperanza se parecía más a un sueño. Reflexioné mucho sobre la importancia que la esperanza tenía sobre una situación tan dramática. Para quien no puede contar sobre recursos terapéuticos, el hecho de ser seropositivo equivale a una especie de condena a muerte: para él no existía, de momento, esperanza de salvación. Existía, también, otra diferencia importante: en mi caso, yo sabía que la causa del contagio era de tipo profesional, pero en la mentalidad corriente de la gente, por lo menos en Mozambique, tener SIDA equivalía a ser mirado con sospecha, ya que lo que se decía frecuentemente en los medios de comunicación públicos y lo que se afirmaba en las conferencias de educación sanitaria, era que esa enfermedad se contraía habitualmente por una vida sexual desordenada. Me di cuenta de que si quería contribuir de alguna manera a cambiar la situación interior de los seropositivos debía empeñarme en crear condiciones que dejen nacer la esperanza. Empeñarme, también, para que el estigma que marca a los portadores de VIH/SIDA disminuyese cada vez más. Ya antes de que descubriera que estaba enfermo de VIH/SIDA había oído que la Comunidad San Egidio de Roma había comenzado una experiencia piloto de tratamiento de algunos enfermos con antirretrovirales y con muy buenos resultados en la ciudad de Maputo, capital de Mozambique. Entonces decidí ir a Roma y hablar con los responsables de ese proyecto para ver las posibilidades de llevar la iniciativa también para Quelimane. Se mostraron muy abiertos y acogedores pero era claro que era necesario encontrar una manera consistente de financiar el proyecto, ya que San Egidio podría financiar solo el arranque del programa. Mi congregación ya estaba empeñada en el campo del SIDA, en el ámbito de la asistencia social y espiritual a esos enfermos, por eso se mostró más interesada en entrar en el campo del tratamiento. Organizó todo a través del llamado “ONLUS” (organismo no lucrativo de utilidad social) basado en el entusiasmo de grupos juveniles. Comenzaron a solicitar fondos de mil y una maneras con la fantasía y las energías propias de la juventud. Seis semanas después de haber iniciado mi tratamiento volví a Mozambique y recibí todo el apoyo del Director Provincial de la Salud de Quelimane. Por su parte una joven médica internista italiana, miembro de la misma ONLUS terminaba de llegar de Brasil en donde había frecuentado durante seis meses el Centro de Tratamiento contra el SIDA de Sao Paulo y se ofreció para trabajar en este proyecto. Las conversaciones con el Ministerio de Salud se desarrollaron bien y ya en octubre de 2003 fue posible firmar un acuerdo que se llamó “Proyecto Mozambique”, entre el Ministerio de Salud, la Dirección Provincial de la Salud de Zambezia, la Comunidad San Egidio y la ONLUS. En enero de 2004 comenzamos las actividades y, en este momento, tenemos la posibilidad de tratar gratuitamente unos 200 enfermos de SIDA. Al mismo tiempo el gobierno nacional logró ayudas para poner en pie una red de más de 100 centros de diagnóstico y tratamiento en todo Mozambique. Esperamos que para finales de 2004 los primeros centros entren en funcionamiento. Al llegar a Mozambique decidí hacer pública mi condición de seropositivo y que estaba siguiendo un tratamiento con antirretrovirales. Hablé en la comunidad cristiana así como en una reunión general de los trabajadores del hospital. Creo que el impacto fue muy positivo. El verme hablar de mi propio SIDA sin recelos ni vergüenza hizo que otros muchos que lo tenían oculto por miedo a que la gente lo supiese, siguieron mi ejemplo. La Directora del Hospital hizo hincapié en que no se debía mirar más a cuál fue la vía de infección de los enfermos de SIDA. Muchos son los que se contaminan accidentalmente y, por tanto, para los profesionales de la salud debían existir sólo enfermos de SIDA sin ninguna distinción ya que todos estaban igualmente enfermos. En los días y semanas siguientes fueron muchos los trabajadores del hospital que hicieron el test voluntario y después vinieron a hablar conmigo o con la Directora para ser aconsejados e instruidos sobre la manera de acceder al tratamiento. Yo mismo, a quien todos ven trabajar normalmente a pesar de estar en tratamiento, y los otros enfermos que han comenzado con los antirretrovirales, nos hemos convertido en testigos silenciosos de la eficacia del tratamiento. Cuando un enfermo empieza a sentirse mejor y a recobrar un cierto grado de bienestar físico, a engordar un poco y a tener fuerza para trabajar, siente renacer en sí un ansia de vivir y de vivir positivamente, esto es, de forma serena y útil para la comunidad en la que está inserto. Creo necesario hablar también de la fuerza moral que anima a un buen número de enfermos de SIDA que son voluntarios para hacer algunos servicios de ayuda a los enfermos del hospital o de los que viven en sus casas sin fuerza para salir. Todos los días llegan para algún trabajo voluntario. Y ya comienzan a nacer asociaciones de seropositivos que no tienen miedo de ser reconocidos como tales y que quieren entreayudarse y ayudar a los que ya no tienen fuerzas. Creo que puedo concluir que es posible vivir positivamente con VIH/SIDA también en África, siempre que exista una fuente de esperanza de vida y aceptación social y familiar sin discriminación por parte de todos aquellos que están felizmente libres de esta enfermedad. Para poder vivir positivamente, nosotros los que somos seropositivos necesitamos de condiciones externas objetivas que traigan esperanza de vida (tratamiento eficaz) y de aceptación positiva hecha de comprensión y solidaridad por parte de aquellos que nos rodean”. Experiencia de una religiosa misionera de África en Lusaka La comunidad religiosa de las Misioneras de África residentes en Regiment Parish en Lusaka desde hace años trabajan con los enfermos de SIDA en el proyecto “Home Based Caregivers”. El trabajo con estos enfermos ha marcado sus vidas. “Este trabajo nos ha enseñado a amar a los enfermos sean o no católicos, a tratarles como seres humanos con toda dignidad aunque sean ladrones, prostitutas, enemigos, drogadictos o borrachos. Ciertamente esta es la manera cristiana, es la actitud que Cristo espera de nosotras”. Ahora nos cuentan su experiencia: “A principios de 1992 comenzamos a formar parte del equipo parroquial de Regiment Parish. Las Pequeñas Comunidades Cristianas (PCC), la mujer, los asuntos de Justicia y Paz…, daban vueltas en nuestra mente cuando comenzamos a visitar las 8 PCCs que el equipo nos había pedido. Después de varias semanas, preparamos una reunión de mujeres de aquella área y participaron 35. Comenzamos con una lectura de la Sagrada Escritura y, luego, pusimos en común nuestras ideas en pequeños grupos. Leímos la historia de la mujer que había estado enferma 12 años y había gastado toda su fortuna en médicos sin encontrar mejoría, pero llegó a Jesús, tocó su manto con fe y quedó curada. ¿Cuál es el problema que queremos llevar a Jesús con fe? En su puesta en común en grupos, las mujeres reconocieron sus mayores problemas y necesidades. Los escribimos en el encerado y apareció algo que las mujeres no se atrevían ni siquiera a nombrarlo. Lo llamaban “ESA ENFERMEDAD”. Finalmente escribimos SIDA. Las mujeres continuaron hablando de esa misteriosa enfermedad que había entrado en muchas de sus familias. Tenían miembros de sus familias que iban decayendo día tras día y morían de una enfermedad desconocida y para la cual no había medicamentos ni cura. Había una especie de secreto y de vergüenza al hablar de esa enfermedad por lo cual no revelaban sus familiares enfermos. ¿Qué podíamos hacer? Querían saber y aprender más sobre esa enfermedad llamada VIH o SIDA. Trajimos enfermeras a las reuniones. Después vinieron médicos, vídeos y libros que hablaban de ello para tener más información. Contactamos con otros grupos y organizaciones que estaban preocupadas con el SIDA. Aprendimos algunas técnicas para cuidar los enfermos en nuestras casas; aprendimos algo sobre remedios caseros y nutrición. Las mujeres querían comenzar a ayudar unos a otros entre los vecinos para cuidar de esos enfermos. Así comenzó el PROYECTO COMUNITARIO DE CUIDADOS EN CASA en nuestra parroquia. Hoy somos un gran número de voluntarios y voluntarias al servicio de muchísimos enfermos”. Experiencia de un misionero jesuita en Kenia “Aunque mi formación fue de psiquiatra, yo he puesto en pie una organización llamada NYUMBANI (Instituto de ayuda a los niños de Dios). Está registrada en Kenia como una organización sin ánimo de lucro con un consejo directivo. Me vino la idea cuando era miembro del consejo directivo de un gran orfanato aquí en Nairobi y me di cuenta que algunos niños que eran admitidos tenían SIDA. Ya que el orfanato no podía darles los medicamentos que necesitaban, yo alquilé una casa en 1992 y comencé con 3 niños huérfanos con SIDA en lo que técnicamente era un hospicio. Hoy, gracias a Dios, tenemos un complejo de dos ha., con 10 unidades familiares que albergan un total de 93 niños. Ya no es un hospicio, y, aunque en los primeros tiempos morían 2 o 3 niños por mes, desde que conseguimos los antirretrovirales sólo han muerto 2, desde el año 2000 y en este año no murió ninguno. Alabado sea el Señor. Pero como el número de huérfanos del VIH es tan alto que sólo en Nairobi se cuentan más de 10.000, hemos comenzado en 1998 un programa de cuidados en comunidad. Este programa, ahora se ha desarrollado hasta alcanzar los 800 huérfanos del VIH. Son, en general, niños de la calle, pero nuestros trabajadores sociales han encontrado miembros de su familia alargada. Entonces procuramos convencerles para que se lleven al niño que tiene VIH y así ser cuidado en un ambiente familiar. Después les suministramos comida, ropa y medicinas contra las enfermedades oportunistas pero, infelizmente, no tenemos suficientes fondos para los antirretrovirales por lo que se verifica una media de 7 u 8 muertes mensuales en ese grupo. Esperamos conseguir medicinas gratis en breve y entonces les podremos ofrecer una oportunidad de vivir. Finalmente, la consecuencia más trágica del VIH-SIDA es el inevitable número de más de 20 millones de huérfanos en África Subsahariana para 2010. Anticipándonos a esa calamidad, queremos proponer una aldea para 1.000 niños de la calle. En ella estarían también unos 250 ancianos que sufren del VIH y sus consecuencias sociales. Esto se debe a que en África la mayor parte de los ancianos son cuidados por sus hijos que tienen algún salario, pero cuando esos hijos mueren de SIDA, quedan desprotegidos y, frecuentemente, tienen hasta 10 o 15 nietos a su cuidado. Finalmente nuestros planes han sido reconocidos por el Gobierno actual que ha prometido una buena parcela de tierra para que la Aldea se abastezca a si misma”. CONCLUSIÓN Las Iglesias y sobre todo las congregaciones religiosas han hecho un gran esfuerzo para prevenir la enfermedad. La Iglesia esta presente en todas las capas de la sociedad. Esto hace que ella, así como las otras religiones, está situada en un lugar privilegiado para atacar los múltiples aspectos del SIDA. La Iglesia tiene una buena organización que ha puesto al servicio de la pastoral del SIDA. Los programas “Educación para la Vida”, donde los jóvenes se educan unos a otros hacia un cambio de conducta, son muy populares entre católicos. Existe una formación sobre el SIDA a nivel de las escuelas, y sistemas de educación. Hay clubes de jóvenes que influyen en la sociedad a través del teatro, la música, el baile. Unido a esto está la promoción del cambio de conducta. Hay grupos de oración, y de conducta para los jóvenes. En todas las diócesis hay materiales para informar y educar. Sin embargo los jóvenes, sobre todo, están confundidos pues junto a los mensajes de fidelidad y abstinencia como primera medida, otros agentes de lucha contra el SIDA proponen casi exclusivamente el uso del condón. Por otra parte, la gente no está segura de la posición de la Iglesia en cuanto al uso del condón en algunas situaciones pastorales (matrimonios en los que uno es positivo y otro negativo), etc. Cuidado y tratamiento de la enfermedad Los servicios de salud de la Iglesia (dispensarios, hospitales) tienen prevención y tratamientos específicos para el SIDA y las enfermedades venéreas. Junto a ello tienen acompañamiento antes y después del análisis para verificar la seropositividad. Las Iglesias, a menudo trabajando en equipos ecuménicos, han promovido el cuidado a domicilio como una estrategia para descongestionar los servicios de salud. Hay también un fuerte énfasis en el acompañamiento psicológico de los enfermos y en la formación de los “acompañantes”. Mención especial merece la lucha contra el estigma, el uso de medicinas tradicionales, una buena nutrición, etc. como medios que ayudan a proporcionar mejores condiciones de vida para los enfermos. Cuidado a domicilio y ayudas a los huérfanos Algunas de las intervenciones en las que más trabajan los religiosos son: Cuidados paliativos para los enfermos; rezar por y con los enfermos y la familia; tratamiento de enfermedades paralelas (TB, meningitis, etc.); ayuda psicológica al enfermo y familia; educación de la comunidad, prevención. Junto con los vecinos y la comunidad proporcionan al enfermo una alimentación buena (cuando estos no tienen medios económicos), incluyendo arroz, aceite, leche, harina, etc. El procurar alimentos y el acceso a la educación son los primeros objetivos de la ayuda a los huérfanos. Hay muchos programas para proporcionar formación profesional y pagarles la escuela primaria. La ayuda psicológica es también notoria así como el cuidado médico y el procurar que los niños sean adoptados por familias con buena conducta. En algunos casos ha sido necesaria una lucha jurídica como en Kenia hasta que el jesuita P. D’Agostino, logra que el tribunal obligue a las escuelas para que matriculen a los niños con SIDA. Él mismo acoge en el Centro Nyumbani y trata con ARV a unos 100 niños afectados por el SIDA. Hay miles de niños asociados a Nyumbani, que reciben ayudas y medicinas. Actualmente el P. D’Agostino ha abierto un centro para los abuelos que cuidan de sus nietos huérfanos del SIDA, donde la familia se puede reconstituir y mientras los niños reciben educación y tratamiento, los abuelos disponen de una casa y pueden crear un ambiente familiar. Acceso a medicinas esenciales Las oficinas de Justicia y Paz de la Iglesia Católica y las redes de lucha contra el SIDA de las Congregaciones Religiosas y Misioneras han colaborado con otros grupos de ONGs y de la sociedad civil para influenciar a los gobiernos y a la Organización Mundial del Comercio, sobre las patentes en las medicinas esenciales. La Coalición de Kenya para el Acceso a Medicinas Esenciales (KCAEM) consiguió que el Parlamento votara una ley para la importación de medicinas genéricas para las infecciones paralelas e introdujo los primeros antirretrovirales en el país. La lucha en los tribunales sudafricanos llevó a una sentencia favorable a los intereses africanos de manera que puedan producir sus propios medicamentos genéricos. Sudáfrica, Botsuana, Mozambique, Angola, y otros muchos países tienen ya sus propios laboratorios que ya han comenzado o lo harán en breve a producir dichos medicamentos. Un futuro esperanzador a pesar del sufrimiento presente Junto al empeño de la Iglesia y de las Congregaciones Religiosas y Misioneras, la tragedia del SIDA, nos hace ver también la respuesta de tantas personas dispuestas a dar su tiempo, su dinero y su cariño a familiares, vecinos y “desconocidos” que necesitan ayuda. África es el continente con más casos de SIDA. África del Sur y del Este son las regiones donde el número de fallecimientos por SIDA es mayor que en cualquier otra región del globo. Pero estos años constituyen también un aprendizaje de los medios para hacer frente y combatir el SIDA. Muchas lecciones han sido aprendidas durante estos años. Muchas de las personas afectadas e infectadas por el SIDA se dirigen a la Iglesia en busca de ayuda, de confort, de respuestas y de soluciones. A menudo la Iglesia no tiene respuestas ni soluciones para los problemas, pues no hay respuestas. Pero lo que la Iglesia y los cristianos pueden siempre hacer es respetar a la persona, ayudarle a vivir su enfermedad y hasta afrontar la muerte con dignidad. El compromiso de la Iglesia nos hace ver que “vivir positivamente con SIDA en África” es una realidad. Ciertamente los enfermos de SIDA podrían vivir mucho mejor si pusiéramos en práctica un poco más de solidaridad humana junto a los antirretrovirales y una buena alimentación. Mucho se ha hecho en estos últimos años. La esperanza ha renacido para millones de enfermos. Hagamos lo posible para que se sepa y que la humanidad mantenga esta lámpara encendida.