Status profesional agrario, educación y empleabilidad rural

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Status profesional
agrario, educación
y empleabilidad rural
POR LILIAN FERRO
Doctora por la Universidad Pablo de Olavide, Sevilla. Departamento de Economía, Métodos
Cuantitativos e Historia Económica. Consultora en Desarrollo Rural. Email: [email protected].
1) Introducción
Por Status Profesional Agrario se entiende aquí el reconocimiento público de las capacidades de gestión y organización de los medios de producción que detentan las personas que desarrollan una actividad agraria. En el escenario de investigación de este trabajo, el reconocimiento del status profesional
agrario implica el acceso a la membresía en cooperativas, a la representación corporativa y gremial, a
ser beneficiario de la capacitación tecnológica, al crédito, a opinar y exigir que se consideren sus intereses en las políticas agropecuarias estatales.
Tal reconocimiento es otorgador de derechos económicos, políticos, sociales y culturales y es institucionalizado por la acción estatal, tanto a efectos administrativos generales y específicos, como a los fiscales y censales. La acción estatal tiene la potestad de otorgar o quitar legitimidad a cualquier atributo
detentado por las personas, a través del reconocimiento de una actividad, ocupación o profesión.
Los sesgos de género también están presentes en las definiciones que sustentan los programas públicos, censos, sistemas estadísticos etc. Estos sesgos contribuyen a legitimar la concentración masculina
en la obtención y reconocimiento público del status profesional agrario y se proyectan como asimetrías en los proyectos educativos y ocupacionales alternativos de varones y mujeres pertenecientes a
la AFC que en nuestro país histórica y estructuralmente está abocada a la producción agraria exportable mayoritariamente.
La capacitación intrafamiliar para la sucesión controlada por la via masculina de la conducción de la
“empresa familiar agropecuaria” recae en uno de los hijos varones -habitualmente el mayor de ellos,
al que secundará otro hijo varón si lo hubiere-, y en sentido contrario generalmente se espera que
las hijas se desplacen fuera de la EAP: bien para casarse dentro o fuera del medio rural, bien para
proseguir los estudios superiores en centros educativos urbanos. En muchas entrevistas y testimonios
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los varones de la AFC mencionaron el “arreglo”: a las herederas que debían ceder el control sobre su
parcela de tierra al hermano o familiar varón que haya quedado a cargo de la conducción de la EAP,
se las “compensa” pagándole sus estudios terciarios o universitarios, o aportando algún capital inicial
para que pongan un comercio -pequeño o mediano- en alguna ciudad o poblado donde se espera
que residan.
Pero esta posibilidad de las mujeres -tanto urbanas como rurales- de acceder significativamente a
estudios superiores, tanto universitarios como terciarios, es un dato reciente de pocas décadas y que
en ambos casos atañe -casi en exclusividad- a aquellas mujeres pertenecientes a sectores medios y
altos. Así entre los sesenta y setenta muchas farmers1 comenzaron a canalizar su vocación agraria -a
pesar de tantos argumentos disuasivos- volcándose progresivamente a los estudios universitarios en
carreras afines.
¿Cómo influyó esto, en tanto, en el comportamiento de la matrícula femenina en las carreras universitarias relacionadas con el agro en estrecha vinculación con los “mercados” de empleo calificado
agrario?
2-Perplejidades neoclásicas
El aumento de la participación laboral asalariada de las mujeres se produjo en casi todas las regiones
del mundo, tanto en períodos de prosperidad como de recesión económica, fundamentalmente desde la posguerra en adelante y especialmente desde la década de los ’70 (Yannoulas, 2005): “La nueva
imagen de la mujer que trabaja representa el nuevo modelo valorizado que se ha impuesto de manera
imperante en el final del siglo XX, y que contrasta con la imagen de la madre que constituyó el prototipo femenino del siglo XIX”. (Martínez García, 2001:31)
Entre los años cincuenta y sesenta del siglo XX, Jacob Mincer un economista polaco-americano llamado el “padre de la economía laboral moderna”, intenta dar una respuesta desde la teoría económica al
“sorprendente” fenómeno -detectado en el surgimiento de los modelos económicos de los Estados
de Bienestar surgidos en la posguerra- de que las mujeres casadas quisieran seguir trabajando aun
cuando los maridos estaban de vuelta en casa y los salarios de éstos se elevaban, permitiendo subsistir
al entero grupo familiar en condiciones favorables.
Intenta explicarlo desde la teoría del “coste de oportunidad” (1962), es decir que la hora trabajada en el
mercado con creciente valor monetario promovía que las mujeres casadas sustituyeran horas de trabajo
1. Por farmers se entiende aquí a un tipo socio-agrario concreto que posee estas características identificables:1)son descendientes de la inmigración,
principalmente europea, originada en los grandes flujos migratorios que a lo largo del siglo XIX se desplazaron en el escenario atlántico en dirección a
las grandes praderas de Estados Unidos y Canadá; así como también, un gran flujo en dirección a las existentes en la sudamérica templada 2)producen
orientados hacia y por el mercado internacional.3)su forma típica de organización productiva es la Agricultura Familiar Capitalizada (en adelante AFC)
presente también en gran parte de los países que integran el MERCOSUR.4)usualmente propietarios de los factores de producción, basándose en el mayor
peso del “capital” por encima de los dos restantes que conforman el trinomio clásico: “trabajo” y “tierra”.5)Se constituyeron a lo largo del siglo XX en el
sector socio-agrario hegemónico por haber sido beneficiados cíclicamente por coyunturas externas, por políticas comerciales y económicas domésticas,
y aun contabilizando los ciclos negativos en uno u otro sentido, llegan al presente en la cúspide de la estructura agraria argentina en términos de condiciones de producción y rentabilidad.6)la organización familiar del proceso de trabajo y el patrón de acceso a los recursos productivos y a la renta generada se basan en la perpetuación de un orden de género fuertemente patriarcal de origen histórico mediterráneo y que se expresa en una asimétrica y
jerárquica división sexual del trabajo agrario.(FERRO,2009).
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doméstico en el hogar por horas trabajadas en el mercado. También observó que la ecuación marginalista pura tampoco servía de mucho, ya que la fórmula mayor renta por hora trabajada que haría disminuir
las horas de trabajo e incrementar las horas de ocio -efecto renta- aplicaba para los varones pero no para
las mujeres que trabajaban cada vez más horas para el mercado. Encontró que a mayor renta por hora
trabajada en el mercado las mujeres no “sustituían” horas de ocio, sino que ese incremento salarial lo volcaban a la adquisición de electrodomésticos que les permitían disminuir en parte tanto la carga horaria
diaria como el desgaste físico del alienante, impago y subvaluado trabajo doméstico.
Para los varones la “tasa de sustitución marginal” es entre horas de trabajo remunerado y horas de
ocio; sin embargo para las mujeres su tiempo se reparte entre las horas de trabajo remunerado, horas
de trabajo doméstico -que también sirve para posibilitar el ocio de los trabajadores varones- y reproductivo no remunerado, y quizás si queda algo de tiempo pueden disfrutar algo de ocio.
De estas perplejidades neoclásicas de Mincer, más adelante Gary Becker (1987) desarrolla su análisis
de la distribución del uso del tiempo -tomando a éste como una unidad de valor- incorporando la
producción en el hogar como un hecho económico. Los presupuestos de uso del tiempo diario (Time
budget) son una herramienta poderosa y legitimada en muchas instancias estatales para evaluar la
real contribución de trabajo remunerado y no remunerado a las riquezas nacionales y a los productos
internos brutos, y que en última instancia está sosteniendo al sistema económico en su conjunto.
Pero la pregunta que desveló a tantos economistas laborales neoclásicos tenía -y tiene- una respuesta
mucho más simple: ¿por qué las mujeres casadas querían seguir trabajando cuando lo que ganaban
sus maridos les alcanzaba para no tener que hacerlo?
Respuesta: por la misma razón que quieren trabajar los varones. Simplemente porque el trabajo remunerado
es la fuente de visibilidad pública, de realización personal y autoestima; de reconocimiento económico, político y cultural de las capacidades y aportes; núcleo del sentido de pertenencia social; razón de existencia del seguro social, de las prestaciones de la previsión social, de derechos sindicales y gremiales y muchos etcéteras.
3) La contradicción del “capital humano”
Ante las desiguales condiciones con que las mujeres accedieron al trabajo remunerado desde mediados del siglo XX y gracias a la conquista del control químico sobre su fertilidad, en todo el occidente las
mujeres de los sectores medios se volcaron decididamente a los estudios de nivel superior, llegando a
ser en la actualidad mayoría de matricula y de egresados en todo occidente. Si la teoría neoclásica de
que a mayor inversión de “capital humano” hay mayor retribución, ascenso laboral y reconocimiento
en el mundo del trabajo asalariado fuese cierta, ¿cómo se explican las persistentes desigualdades en
el mundo del empleo entre varones y mujeres, en perjuicio de las últimas?
Otra crítica al concepto “capital humano” señala la excesiva instrumentalización de los saberes y capacidades de las personas en función del mercado que este concepto supone, y propone un giro
copernicano a esta idea:“…el paso de la valorización de las mercancías por medio del trabajo humano
a la valorización de las personas por medio de las mercancías” (Picchio, 2001). En este sentido, muchos
cientistas sociales críticos del paradigma neoclásico prefieren también el concepto de “desarrollo humano” (Sen, 1995), que consiste en pensar cómo el acceso a bienes y servicios puede incidir en el
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bienestar de las personas, constituido éste también por lo afectivo y lo social, además de lo físico y
material.
Por citar sólo el ejemplo “local” de la contradicción del postulado del “capital humano”, cabe mencionar
que para el año 2003 las mujeres representaron el 55 % del total de los alumnos universitarios del país
y el 57% de los egresados Para el año 2006 las estadísticas educativas del Ministerio de Educación de
la Nación2 arrojaron un 60,4% de egresadas contra un 39, 6% de egresados varones; sin embargo las
brechas salariales persisten en perjuicio de la población trabajadora más calificada: las mujeres.
La sostenida feminización de la matrícula universitaria tiene más de una causa: “desde muy chicas las
mujeres reciben el mandato de agradar, y estudiar es parte de ese mandato. Pero también saben que
el estudio es una llave de acceso al mundo, a la autonomía económica y al desarrollo de proyectos
propios. Y en el país hay una gran oferta educativa, que aprovechan. Sobre todo las mujeres de clase
media, porque en los sectores bajos muchas, entre los 18 y los 24 años, ya tienen dos o tres hijos que
criar […] Un camino largo y áspero que hoy las encuentra también a la cabeza de los posgrados: según
datos del Ministerio de Educación son el 52%, sobre 21.424 estudiantes del país en este nivel, y egresa
el 49%. Un mérito, porque a esa altura es probable que muchas tengan hijos y una doble o triple jornada laboral”. (Morgade, 2003)3
Observando tal proceso en las carreras donde se vuelcan las preferencias de desarrollo profesional
de las generaciones farmers, podemos evidenciar permanencias y rupturas en la relación “educación/
empleabilidad”.
Por ejemplo agronomía4 , que detrás de las ciencias exactas-especialmente las que se dictan en institutos tecnológicos- sigue mostrando una fuerte resistencia a la feminización creciente que viven las
demás carreras, ya que el conjunto de la matrícula universitaria total en la Argentina es en la actualidad mayoritariamente femenina.
En promedio, en las carreras de agronomía de las distintas universidades nacionales hay una relación
70-30 del porcentaje de varones y mujeres de sus matrículas. En el caso de la Facultad de Agronomía
de la Universidad Nacional del Litoral, enclavada en la región centro de la provincia de Santa Fe, se encontró un promedio estabilizado de 22% en tres décadas (Suárez y Canaves, 2001), con un pico de 31%
a mediados de la década de los setenta. Las mismas autoras encuentran que no existe prácticamente
tasa de deserción entre las mujeres que se inscriben y las que se gradúan, lo que habla a las claras del
fuerte contenido vocacional por parte de éstas. Veterinaria y agronomía fueron consideradas, hasta hace poco, ámbitos tan masculinizados como lo
sigue siendo “el campo” en la Argentina. Es veterinaria5 precisamente la carrera que “tracciona” en mayor medida el crecimiento de la matrícula femenina de las profesiones agrarias. Al año 2008 puede ser
2. http://www.me.gov.ar/spu/index.html
3. Diario Clarín, Nota del viernes 21/11/2003.
4. Las primeras agrónomas argentinas se graduaron en la Universidad Nacional de la Plata en 1912: Ninfa Fleury, Cecilia Lynch y Amalia Vicentini (García,
2006:149).
5. Estudios de inserción profesional de graduados/as en medicina veterinaria realizados por la Universidad Nacional del Litoral detectaron que mientras
los veterinarios tienen mayor injerencia profesional en actividades en organizaciones del campo y aquellas relacionadas al ganado mayor, las veterinarias son mayoritarias en la atención de pequeños animales, sobre todo los domésticos urbanos.
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ya constada la feminización en la matrícula de veterinaria en la mayor de las universidades argentinas,
la UBA, al igual que sucede en otras ciencias de la salud y el cuidado de los cuerpos como medicina,
farmacia, odontología, enfermería, entre las más destacables como feminizadas “tempranamente”.
El mandato cultural del cuidado de la vida y de los cuerpos por parte de las mujeres explicaría este
comportamiento en las matriculas universitarias de muchos países, no sólo la Argentina, ya que este
tema aparece tratado en la literatura internacional agraria. En el ámbito estrictamente rural puede
observarse una mayor facilidad para la vinculación de las mujeres rurales con la ganadería6, mayor
y menor, en desmedro de su vinculación con los trabajos realizados directamente sobre los cultivos
de exportación. Las mujeres rurales -farmers y criollas -encuentran una oportunidad mayor para su
involucramiento ocupacional -tanto como asalariadas como en carácter de “cuentapropistas”- en las
tareas vinculadas con la ganadería que en la agricultura altamente mecanizada, situación inducida por
prácticas discriminatorias.
Para comprender las razones de esta vinculación “preferencial” de las mujeres rurales por la ganadería,
se sugiere aquí que sería la “especialización” de las mujeres en el conocimiento de los ciclos biológicos
y reproductivos que hacen al sostenimiento de la vida, lo que opera como un determinante de preferencias análogas tanto en la elección de carreras7 para lograr el status profesional como en las preferencias de actividades cotidianas de las mujeres rurales en las EAP y en la nostalgia por su ausencia
en aquéllos en donde la soja desplazó al ganado mayor -tanto de tambo como de engorde- como al
ganado menor de las granjas familiares.
Las mujeres farmers entrevistadas en la zona centro, donde la expansión de la soja desplazó la actividad de ganadería para tambo llevado a cabo por familias propietarias de pequeñas y medianas
extensiones, a pesar de reconocer que la soja trajo mayor prosperidad económica a sus familias,
manifestaban su preferencia por las actividades relacionadas con la ganadería8. Este es un rasgo común con las mujeres criollas insertas en la producción agraria de subsistencia, que también se ocupan
preferentemente del ganado mayor y menor.
4- Empleabilidad y segregación ocupacional
A pesar de la calificación profesional progresivamente ampliada a muchas mujeres de los sectores
medios de latinoamérica y la Argentina especialmente, no se revirtieron indicadores de desigualdad
en el mundo del trabajo asalariado y rentístico: menor retribución por igual tarea, menor retribución
por igual o mayor calificación, existencia de “techos de cristal” en los pináculos de las organizaciones,
mayor concentración del empleo femenino en áreas de cuidado, acumulación de responsabilidades
domésticas con las laborales; con las consecuentes patologías desarrolladas para adaptarse al triple
rol y sus consecuencias. Este proceso se profundiza en sus impactos cuando se consideran los cambios macroestructurales que afectan al trabajo en nuestras sociedades.
6. Uno de los primeros antecedentes registrados por la historia económica argentina, de trabajo rural asalariado femenino, es en las tareas de esquila en
el período de expansión del lanar en la Patagonia desde el siglo XIX.
7. Las disciplinas de cuidado del cuerpo fueron feminizándose progresivamente en estas décadas. El caso paradigmático es medicina.
8. Un dato particular es la presencia de mujeres ruralistas vinculadas a la ganadería han sido propuestas por estas organizaciones en los partidos políticos
y han sido electas como diputadas provinciales en la Legislatura de la Provincia de Santa Fe y que representando simultáneamente a dichas organizaciones y a los respectivos partidos políticos, han ocupado la Presidencia de la Comisión de Agricultura de la Cámara de Diputados santafesina.
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Las relaciones íntimamente funcionales entre empleo formal e informal quedan expuestas en los
mercados laborales característicos del Second global boom, donde son las mismas empresas “formales” las que promueven el empleo informal a través de la trampa del subcontratismo y la tercerización. El empleo informal es directamente promocionado por las grandes empresas globales y
“glocales”, es decir responden a las obligaciones emergentes del empleo formal en forma mínima
y usufructúan una masa enorme de trabajo “informal” -a la manera de un perverso iceberg- -por el
que no responden legalmente: “con la desregulación del mercado laboral, la creciente flexibilidad
de la producción y la competencia a escala global, el fenómeno ha adquirido nuevas dimensiones”.
(Benería, 2003:129)
Por analogía y desde el enfoque de género se puede observar de igual manera cómo se reproduce la
invisibilidad del trabajo doméstico y reproductivo en su contribución a la riqueza económica nacional, siendo que sostiene -también a la manera de un iceberg- a los trabajadores visibles del sistema.
De igual manera, en las EAP también se evita considerar el trabajo doméstico y reproductivo como
un input de trabajo que además es la condición de posibilidad de la prestación continua del trabajo
considerado “productivo” por categorías y métodos gender blind. Es precisamente un gran aporte a la
rentabilidad de las EAP en los ciclos favorables y es un eficiente amortiguador de los ciclos negativos
de rentabilidad, como se señala antes aquí.
Aquí se propone el concepto empleabilidad como el indicador por excelencia de las capacidades y
destrezas -formales y no formales, logradas y recibidas- para sobrevivir en un marco social complejo y
cambiante históricamente. Los indicadores de desigualdad entre varones y mujeres son tan variados
que puede afirmarse que es la empleabilidad el gran crisol donde se reflejan todas las desigualdades económicas, sociales, políticas y culturales de una sociedad. Lo que le otorga la característica de
“crisol” de desigualdades es el hecho de ser retribuido, visible, medible, contabilizado, otorgador de
identidad/valoración social y generador de derechos normativos.
En sentido estricto podemos afirmar que este concepto alude a una categoría exclusiva de trabajo:
el monetarizado, siendo éste el único que otorga derechos sociales y/o laborales a la persona que lo
realiza. Por lo tanto deja fuera un gran volumen de trabajo de cuidado y bienestar no monetarizado
que se desarrolla en el ámbito doméstico, en el ambiente comunitario y en el voluntariado social en
general. Pero es en el empleo donde los mecanismos de segregación son más fácilmente detectados
debido a que el concepto de trabajo que asumen los analistas es sólo aquel por el que se recibe
retribución monetaria.
Sin embargo este acceso significativo al empleo remunerado, en concomitancia con la creciente calificación educativa de las mujeres, 9 no puede romper con el orden de género desigual y asimétrico
que aún hoy sigue siendo el patrón ordenador de las prácticas laborales en los distintos mercados
profesionales y muy especialmente en el ámbito agrario.
La aplicación de la categoría género al mundo del trabajo por parte de las economistas y cientistas
sociales feministas aportó los conceptos de segregación horizontal y vertical por razones de sexo en
9. Las distintas disciplinas de las humanidades, especialmente en la educación, fueron los lugares de mayor acceso femenino aunque no los únicos.
Inicialmente las mujeres cursaron y obtuvieron su título universitario en las Ciencias Naturales especialmente en farmacia, odontología y medicina de
donde surgió la primera médica: Cecilia Grierson (1889) La primer graduada universitaria sería Elida Passo en 1885 en farmacia. (García, 2006:1).
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el acceso, conservación, promoción y retribución del empleo formal e informal y las relaciones entre
éste y el trabajo no retribuido: reproductivo, doméstico, y de voluntariado social que lo sostiene. (Picchio, 2001).
Por segregación horizontal se entiende a aquélla que se produce en un mismo sector profesional de
actividad, pero que al ubicarse varones y mujeres en diferentes ámbitos, las mujeres reciben en promedio menor retribución y reconocimiento por igual tarea, incluso teniendo mayor calificación. Los
ejemplos son abundantísimos pero en este libro se mencionará uno de los más evidentes en las profesiones agrarias: en el ejercicio profesional de la veterinaria, la especialidad de clínica de pequeños
animales es “elegida” mayoritariamente por las mujeres; en cambio, la especialización en bovinos y el
resto de los animales de producción comercializable importante es “preferida” por los varones.
Por segregación vertical se entienden las diferencias de oportunidades en el acceso a la promoción en
las escalas jerárquicas dentro de una pirámide organizacional, independientemente del sector de actividad del cual se trate. El famoso Glass ceiling del que hablan en el plano internacional las feministas desde
los años setenta y que explica el “amontonamiento” de las mujeres -aún en las actividades en las que son
mayoría-en las capas basales de tales pirámides. Se produce así el efecto tijera: la calificación educativa
es progresiva y ascendente y la brecha salarial con varones de su misma calificación se amplía. 5-En terreno
El grado de vinculación entre la calificación educativa en general, la profesionalización en ciencias
agrarias y el patrón de inserción diferenciado por sexo en el mercado de trabajo asalariado calificado
del complejo económico potenciado por la agriculturización sojera se fundamenta en el hecho ya
documentado etnográficamente de la diferente inserción que la calificación educativa produce en
varones y mujeres farmers. En ellas la calificación educativa es posibilitada o alentada como un mecanismo de compensación, esperando que encuentren inserción económico profesional fuera de la
EAP familiar.
La simple observación de las composiciones directivas de los organismos y entidades reseñadas en
este trabajo: cooperativas agrícolas, cátedras y cargos de gestión universitaria en las facultades de
agronomía, delegaciones del INTA en la provincia y el Colegio de Agrónomos de la Provincia de Santa
Fe permite ver cómo las profesionales y académicas, que en su mayoría provienen de la AFC y por
ende del estrato farmer, están por lo general en las capas más basales de esas pirámide organizacionales en cuanto a los niveles de cargos, funciones de responsabilidad, reconocimientos y retribuciones puestos en juego.
Si bien el ámbito del empleo agrícola, cooperativas, empresas rurales prestadoras de servicios y proveedoras de insumos, profesionales agrarios particulares, etc. sigue siendo predominantemente masculino, crece allí, en las últimas décadas, lenta pero inexorablemente, el empleo femenino venciendo
resistencias basadas en la mera discriminación de género: “la incorporación de las mujeres a la fuerza
de trabajo se manifiesta como una tendencia de largo plazo y de carácter estructural. Los patrones
de comportamiento de las generaciones más jóvenes, con nuevos modelos e identidades laborales,
muestran que los proyectos laborales son cada vez más centrales en la vida de las mujeres, por lo que
su tasa de participación laboral continuará creciendo”. (Gálvez y Sánchez, 1998)
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Cabe señalar que la masculinización del empleo no indica sólo mayoría de varones prestando servicios laborales remunerados en alguna rama de actividad, sino que también es la morfología del
empleo observado: horarios de trabajo, descansos, ubicación del lugar de trabajo respecto del de
residencia, disponibilidad de transporte, mecanismos formales e informales de promoción y ascenso,
existencia o no de licencias y permisos vinculados con la función reproductiva de trabajadoras y trabajadores, medidas de conciliación y su direccionamiento o neutralidad según sexo, etc.
En las cooperativas agrícolas consultadas reconocen que la incorporación de profesionales mujeres
es muy reciente y minoritaria y que éstas provienen usualmente de familias farmers radicadas en la
zona de influencia de la entidad. En una entrevista a un informante con puesto directivo sobre esta
situación, expresó que en las convocatorias periódicas por puestos vacantes en la cooperativa que
él gerencia ocurre que “si bien no ponemos en el aviso que sea un hombre, damos por sentado que
elegiremos a uno, aunque últimamente se presentan muchas mujeres”.
Consultado este informante sobe las razones de esa preferencia, afirma que se relaciona con el temor
de mayor ausentismo laboral de las mujeres por razones de maternidad, cosa que con los profesionales varones -desobligados de la exclusividad de las obligaciones domésticas- no ocurriría dado
que se espera de ellos que deleguen en las mujeres la exclusiva responsabilidad sobre el trabajo
doméstico y reproductivo: “la idea de que los costos laborales de las mujeres son más altos que los
de los hombres tiene fuerte presencia en el imaginario empresarial, e incide significativamente en
sus procesos de toma de decisión.”
Estos supuestos costos más elevados estarían relacionados básicamente con los mecanismos legales
de protección a la maternidad, tales como los permisos pre y posnatal, el horario especial para la
lactancia, los permisos para el cuidado del hijo menor de un año, el fuero maternal, la obligatoriedad
de la sala cuna.” (Todaro, Godoy Y Abramo, 2006:1)
Contrastados estos argumentos con estadísticas de ausentismo laboral, refutaciones respecto de la
baja productividad del empleo femenino en esas áreas debido a la estrategia compensatoria de las
mujeres ante la discriminación incrementando su plus de formación, las causas profundas de la segregación ocupacional discriminatoria emergen rápidamente: “Lo que está presente, en general, es
la indagación sobre si vale la pena contratar mujeres, pagarles salarios equivalentes a los de la fuerza
de trabajo masculina, invertir en su capacitación, promoverlas, darles responsabilidades y oportunidades de mando.”(Todaro, Godoy Y Abramo, 2006:2).
De la misma manera consultados distintos productores agropecuarios, respecto de la incomodidad
que manifestaron que les provocaría tratar con una profesional mujer para el asesoramiento de sus
actividades productivas, una curiosa respuesta obtenida fue: “que si debían ir a los campos a solas
con una mujer su esposa se pondría celosa y eso le causaría problemas.”10
De lo observado en el trabajo de campo se concluye que en el sector privado, organizacional o particular el empleo rural calificado es mayoritariamente masculino -en términos de porcentaje de efectivos- y masculinizante, en cuanto a las lógicas de funcionamiento cotidiano y en los discursos institucionales; además de la desigual retribución por igual tarea.
10. Entrevistas a Productores agropecuarios del Centro Oeste de la Provincia de Santa Fe, julio de 2007.
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Esto es válido observando las escalas mínimas del empleo rural calificado: cuando los productores
contratan , en las organizaciones ruralistas y finalmente en las grandes empresas multinacionales y
nacionales de prestaciones de servicios tecnológicos y provisión de toda clase de insumos agrícolas
donde las mujeres son empleadas mayoritariamente como “apoyo administrativo”, especialmente en
planos subalternos y usualmente con contratos temporarios.
6-Analogías público/ privado
En tanto la situación del empleo profesional en el sector público -nacional y provincial- que administra políticas públicas dirigidas a la actividad agraria evidencia algunos cambios producidos en los
últimos años.
En este trabajo se toma como caso testigo a la composición de la principal agencia estatal de promoción de desarrollo rural en la Argentina: el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de
gran influencia entre familias farmers y el resto del tejido organizativo rural argentino.
Una mirada a su organigrama de “autoridades” muestra que sus delegaciones regionales, que abarcan el país, están todas conducidas por agrónomos, a la fecha (ver en http://www.inta.gov.ar/ins/
regionales.htm), y que en un rango organizativo y territorial inferior, en estaciones experimentales
agropecuarias (EEA) comienzan a aparecer las mujeres en la conducción, aunque todavía anecdóticas numéricamente: dos mujeres (una como “interina”) en 47 EEA.
El efecto de segregación vertical ocupacional es claramente observable en la estructura de cargos
del INTA. Las profesionales están “amontonadas” en las capas más basales de la plantilla total de ese
funcionariado altamente calificado y decrecen drásticamente hasta desaparecer a medida que se
asciende en la pirámide organizacional.
En entrevista a un alto funcionario técnico de una EEA, que abarca gran parte del NEA, comentó que
están ingresando mayoritariamente mujeres como becarias de postgrados del INTA que tienen la finalidad de reclutar personal de recambio de la organización al concluir los estudios aludidos. Estimó que,
aproximadamente, en esos casos la mayoría de las candidaturas a becas de formación de postgrado para
el ingreso a la carrera laboral eran de mujeres; y que de hecho en esa EEA, al momento de la entrevista,
la mayoría de becarios eran mujeres. Al preguntarle su opinión respecto de esto, el informante concluyó
que el empleo estatal ofrece atractivos de compatibilizar la futura vida familiar y laboral de las becarias.
Repreguntado respecto de que no todas las becarias contemplarían ineluctablemente tener hijos y/o
casarse en su proyecto de vida, el informante aludió a que el ámbito estatal -aún con menores salarios
que el sector privado- es el único que no las segrega actualmente por razones de sexo al momento del
acceso, y que en el sector privado tienen muchas menos chances de acceder por “razones culturales”.
Identificó claramente que esta situación causó que las mujeres graduadas en ciencias agrarias optaran
en la mayoría de los casos por hacer postgrados, para contar con un plus formativo que les dé mejores
oportunidades de desarrollo profesional en vistas a ingresar al mercado laboral en mejores condiciones, ya que ellas en general están más calificadas que sus pares varones al momento de candidatearse
al ingreso de la carrera. Sus currículum formativos son ineludibles por quienes deciden a la hora de
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conceder becas y eso las hace muy aptas para la investigación en agencias estatales como el INTA y
otros organismos afines, con derechos laborales más protegidos en caso de maternidad que en el sector privado, aunque ganen mucho menos aunque presten servicios profesionales muy calificados.
Es una situación parecida, en las facultades de agronomía, ante preguntas sobre esta situación algunas agrónomas que forman parte del plantel docente de las mismas consideran “natural” que la
compatibilización entre la vida laboral y familiar recaiga exclusivamente en las mujeres y eso las segregue horizontalmente hacia los organismos públicos de investigación, aunque eso signifique menores
salarios que en sus equivalentes del sector privado.
La situación diferencial de varones y mujeres en cada uno de los ámbitos públicos de actividades
relacionadas con la AFC-representación corporativa y política en las organizaciones ruralistas, empleo
agrícola privado, en el sector público relacionado al agro, en el acceso y en los contenidos de la educación media y universitaria agraria, en el ejercicio profesional y académico- es producto de la permanencia de un orden de género iniciado en el contexto familiar y sostenido por discursos y acciones
extra familiares.
Sin embargo al mismo tiempo fuerzas de cambio, intrínsecas y extrínsecas, actúan dinámicamente
provocando tanto resistencias como rupturas positivas, conflictos y negociaciones en este orden de
género inequitativo.
Democratizar las relaciones productivas en este sector agrario promoviendo la equidad de género,
cerrará el drenaje -hacia otros espacios y actividades- de las jóvenes farmers con vocación rural y se
podrán instrumentar medidas de intervención partiendo de la convicción que aporten fuertemente
a la continuidad generacional de la AFC. No es posible pensar en que un sistema agrícola es “moderno” cuando su base humana no lo es. Máquinas nuevas y alta rentabilidad sobre relaciones viejas y
desiguales generan contradicciones que se resuelven soterradamente con el desarraigo rural de las
nuevas generaciones.
El trabajo familiar doméstico y reproductivo -tanto agrario como urbano- es retribuido con la moneda del “deber ser femenino” que alientan los discursos conservadores religiosos, jurídicos, políticos y
mediáticos, y por ende no valorado económicamente. Este tipo de trabajo alienante y no reconocido
en su real dimensión -además de seguir recayendo casi exclusivamente sobre las mujeres- absorbe
déficit del seguro social, del sistema educativo, del sistema sanitario, del sistema previsional, etc. de sus
países, haciéndose cargo también a título honorario de los cuidados de familiares enfermos o mayores
dependientes. Todo lo mencionado constituye un gran ahorro para el sistema de seguridad social de
los estados modernos en general y un plus de trabajo invisible que beneficia con su prestación regular
y gratuita al mercado.
Los desafíos redistributivos y de protección social son resortes de incumbencia estatal, pero necesariamente las políticas para sortearlos con éxito deben ser género-inclusivas para perdurar en el tiempo y autosostenerse en los cambios coyunturales de un mundo cada vez mas convulsionado.
La persistencia de superhábits en la balanza de pagos debido a la exportación de oleaginosas conviviendo con amplias franjas de la población sumidas en la pobreza, nos indica que el crecimiento
de las exportaciones y de sus ganancias no se vincula por sí sola -y mucho menos por “derrame”- a la
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expansión del bienestar del conjunto. Deben mediar los mecanismos redistributivos a través del Estado tal como ocurre actualmente. De la misma forma, la equidad de género en la estructura agraria
argentina no se dará por la sola acumulación de argumentos de ética y justicia per se, sino que requiere de la incorporación de medidas tendientes a lograrla en el mainstream mismo de la programación
e intervención de las políticas estatales para el desarrollo rural.
7-Bibliografia
n A
LBA, Alfonso
(2000) La riqueza de las Familias. Mujer y Trabajo en la España Democrática.Ed. Ariel,
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Status profesional agrario, educación y empleabilidad rural | 11
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