Ópera en Alemania

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Ópera en Europa
No falta tampoco el “Arm aber sexy”, frase mítica del alcalde
Klaus Wowereit; una silla sobre una mesa como trono real, un
club nocturno como Imperio del espejismo. Las tres naranjas
simbolizan las tres casas de ópera de la ciudad, en una sutil
parodia. La princesa Ninette (con el casco alado de Brunilda)
sólo consigue apagar su sed con un cubo lleno de dinero fresco
(¿fondos del subsidio?).
En este homenaje al teatro dentro del teatro, no faltan tampoco los
guiños a los grandes maestros de la escena; al legendario director
de la Deutsche Oper, Götz Friedrich, a Robert Wilson (escena final
de los amantes), o a Andreas Homoki (el vestido de Linetta). La
expresión actoral plástica es más importante que la psicológica
(Meyerhold). El público es consciente de que está viendo una
representación teatral, lo que produce el efecto distanciamiento
siguiendo el canon de Brecht. Sobre la cortina brechtiana y sobre
el título de la Ópera de los tres centavos aparece pintado en negro
Süterling, el título de la velada de esta noche: El amor de las tres
naranjas.
Escena de El amor de las tres naranjas
Foto: Barbara Aumüller
Ópera en Alemania
por Lorena Jiménez
El amor de las tres naranjas en Berlín
Diciembre 9, 2012. Estreno en la Deutsche Oper. El argumento
de esta ópera de Prokofiev, basado en la fábula escénica de Carlo
Gozzi, escritor italiano del siglo XVIII, le sirve a Robert Carsen
para rendir un homenaje al teatro y a la tradición artística de la
capital alemana. Su nueva producción para la Deutsche Oper es,
además, una alegoría a la Ópera de Berlín. El director canadiense
firma una puesta en escena moderna, estéticamente consistente,
imaginativa y de agudo espíritu irónico, donde la alternancia del
color muestra simbólicamente el bien y el mal. Y lo sarcástico y lo
fantástico se entremezclan con innegable acierto. Una producción
técnicamente compleja, pero vivaz, y absolutamente entretenida.
Carsen seduce al público con increíble ritmo narrativo; a través de
entretenidas proyecciones (Robert Pflanz), acertados decorados
(Paul Steinberg) y un divertido vestuario (Buki Shiff). Ameniza
la historia con la excelente coreografía de Philippe Giraudeau
(Goth Girls y el conocido paso de baile de Michael Jackson en
Thriller, que se retoma aquí para la secuencia del movimiento de
cadáveres).
Hay referencias al cine (Nosferatu, King Kong, Godzilla, el Gran
Dictador de Chaplin) y al mundo del cómic y los dibujos animados
(Trufaldino conduce el colorido coche de Noddy, siempre
dispuesto a ayudar a los demás), el cohete “Destination Moon”, el
duelo simbólico del águila federal y el oso berlinés, un cuarto de
hospital lleno de juguetes y empapelado de píldoras; los burladores
con cazadoras negras y gafas de sol, armados de metralletas en
el proscenio, exigen al maestro de ceremonias que comience la
función.
Predominan las referencias locales; un cabaret berlinés de los
años 20, donde Tchelio practica sus trucos de magia; la apertura
de la Berlinale en el legendario Zoo Palast; o las imágenes de
la última Berlinale con Dieter Kosslick, ya en Potsdamer Platz.
marzo-abril 2013
Todos los cantantes, sin excepción, realizaron una espléndida
labor vocal y actoral; merecen una mención aparte, Thomas
Blondelle, Príncipe con hermosa voz de tenor lírico y excelente
actor, soberbia interpretación la del carismático tenor Burkhard
Ulrich (memorable Trufaldino); tan magnífico como monstruoso
cocinero y heraldo, el bajo de voz contundente y oscura Tobias
Kehrer; el bajo-barítono francés Paul Gay fue un notable Tchelio,
de voz amplia y clarísima dicción; excelente rey bonachón y
malhumorado, el bajo austriaco Albert Pesendorfer.
Entre las voces femeninas hay que destacar la extraordinaria
prestación vocal de las jóvenes sopranos, Heidi Melton
(exuberante Fata Morgana) y Heidi Stober, como la princesa
Ninette. El director americano Steven Sloane mostró un profundo
conocimiento de la partitura y guió magistralmente a la orquesta
y coros de la Deutsche Oper. La repuesta del público: aplausos,
aplausos y aplausos.
La finta giardiniera en Berlín
Diciembre 8, 2012. Estreno en el Staatsoper im Schiller Theater.
Mozart poseía un gran instinto teatral y, gracias tanto a su sabiduría
musical como a su intuición escénica y a su sentido del drama,
consiguió dignificar libretos y situaciones de poca entidad. El
recitativo mozartiano, simple y sencillo —desde el punto de vista
armónico—, fluido y ligero, es el sostén fundamental que conduce,
con agilidad, los espacios muertos de la acción dramática. En
Mozart, la fluidez de la acción es permanente; no hay pérdidas de
ritmo, todos y cada uno de los números de la obra se integran a la
acción de manera natural. Pues bien, para su debut en la Staatsoper
de Berlín, el controvertido y siempre polémico régisseur alemán
Hans Neuenfels decidió una vez más (en la que, según él, será su
última producción operística) provocar al público más conservador,
eliminando los recitativos y escribiendo los textos que vinculan las
arias de La finta giardiniera, la ópera bufa de juventud, que Mozart
compuso para el carnaval de Múnich.
A Neuenfels no le interesa el libreto original, que calificó de
estúpido y banal. Escribe su propio texto, y le añade un nuevo
título: Las puertas del amor. Una especie de collage que, salvo
pro ópera
Y a la baja calidad del espectáculo hubo que sumar un flojo elenco
vocal de cantantes poco conocidos, poco expertos en Mozart y
demasiado preocupados por su labor actoral. Annette Dasch,
la única estrella de la noche, no es una cantante mozartiana; su
voz sonó cansada y sin suficiente altura. Joel Prieto posee una
bonita voz, pero carece de la potencia necesaria para cantar en
la Staatsoper berlinesa. Del resto del reparto, cabe destacar a la
joven soprano suiza Regula Mühlemann. El director británico
Christopher Moulds optó por tempi excesivamente rápidos y
algunos cantantes tuvieron serios problemas para abordar las
agilidades de las arias.
Das Rheingold en Múnich
Escena de La finta giariniera
Foto: Ruth Walz
en la música, poco tiene que ver con la ópera mozartiana y cuyo
punto de partida es que “el amor es imprevisible; no se detiene ante
la locura ni el asesinato, porque no es natural, a diferencia de la
muerte, que sí lo es”: Neuenfels dixit.
Reduce a tres horas el original de cinco. Los recitativos se
sustituyen por chistes y frases obscenas; textos rimados o en
alemán suizo en el caso de Serpetta. Todos los protagonistas están
atrapados en una vorágine de confusos sentimientos y tratan de
llegar a “las puertas del amor”, representadas por un largo túnel,
donde al final brilla la luz. Neuenfels mezcla actores y cantantes,
introduce nuevos personajes (dos ancianos —uno de ellos la esposa
del director— con aspecto de vampiros y fuera del escenario
porque ya han atravesado las puertas del amor, actúan como
observadores y comentaristas).
En el oscuro escenario, una pared móvil que también sirve
como pantalla de proyección para los subtítulos; se suceden las
puñaladas, los ataques cardíacos e intentos de suicidio; también
extraños elementos de atrezzo como ataúdes de vidrio, buitres, o la
escena de la castración, en la que Armida empuña con entusiasmo
un afilado cuchillo para amputar los órganos sexuales masculinos,
representados por dos naranjas y una zanahoria. El resultado final
fue una versión confusa, desconcertante y, sobre todo, aburrida,
que además de inevitables bostezos cosechó abrumadores
abucheos. Y es que, a sus 71 años, al director alemán le sigue
gustando provocar al público.
pro ópera
Enero 5, 2013. Bayerische Staatsoper. Gracias a la admiración y
mecenazgo del joven rey de Baviera, Ludwig II, Das Rheingold
(El oro del Rin -1869), prólogo al “festival escénico” Der Ring
des Nibelungen (El Anillo del Nibelungo) y Die Walküre (La
valquiria, 1870), primera jornada y la más popular de la tetralogía,
se estrenaron en el Hoftheater de Múnich. Y ha sido precisamente
la capital de Baviera la primera en festejar el cumpleaños del
compositor, estrenando su propio Anillo en el invierno de 2012,
dedicando a Wagner el Festival de Ópera del verano, y con la
reposición de la nueva producción de la tetralogía, en el inicio del
2013.
Múnich comenzó la celebración del año wagneriano con Das
Rheingold, en la producción del Anillo firmada por Andreas
Kriegenburg, con dirección musical de Kent Nagano, en su
última temporada como director titular de la Orquesta de la Ópera
Estatal de Baviera. Kriegenburg se aparta de la exuberancia teatral
y apuesta por la música, el retrato psicológico de los personajes
y la simplicidad escénica. No hay un gran atrezzo (a veces sobre
el escenario sólo hay música). Siguiendo los preceptos de Bertolt
Brecht, el espectáculo no se nota, la narración es lo esencial.
Apoyándose en el Verfremdungseffekt (efecto de distanciamiento),
técnica empleada por el famoso dramaturgo alemán en su “teatro
épico o narrativo”, busca un alejamiento emocional del espectador
ante la obra para contar el suceso con claridad y precisión. Y desde
luego lo consigue. Al entrar en la sala vemos sobre el escenario a
un centenar de jóvenes vestidos de blanco en una especie de picnic.
Una imagen que vagamente evoca “Le déjeuner sur l’herbe” de
Manet y a “Los bañistas” de Cézanne. Cuando las puertas de la
sala se cierran, el sonido del agua se escucha en megafonía. Las
luces se apagan, suena el famoso acorde en Mi bemol mayor, y los
jóvenes (“narradores” en sentido teatral) se despojan de su ropa y
se manchan de azul en un claro guiño al arte subjetivo del grupo
pictórico expresionista Der Blaue Reiter (“El Jinete Azul”), cuyo
objetivo principal fue la plasmación pictórica de sentimientos.
La imagen se convierte en el responsable de la “sensibilización
del alma del espectador”. La imagen de los cien jóvenes frente al
escenario, entrelazados y con movimientos ondulantes, simboliza
el Rin, pero no representa sus aguas, sino una fuerza amorfa de
marzo-abril 2013
Escena de Das Rheingold
Foto: Wilfried Hösl
cuerpos en movimiento que se encuentran; un estado de amor
primitivo y desbordante. El Rin está dentro de nosotros, ésa es la
renovadora propuesta de esta producción.
Lamentablemente, el año Wagner también pondrá de manifiesto
una verdad irrefutable: faltan voces wagnerianas. De ese baile
de cantantes tampoco se libró la Bayerische Staatsoper. Escasos
cantantes germano-parlantes y un reparto irregular, en el que lo
más destacable fue el extraordinario Loge (divertido semidios de
traje rojo y melena rubio platino) de Stefan Margita; tenor de
bellísima y poderosa voz, hábil en la frase declamada, además de
excelente actor. También hay que destacar la espléndida Fricka
de Elisabeth Kulman, cantante de bello timbre y excelente
proyección de voz. Muy aplaudido, el joven barítono polaco
marzo-abril 2013
Tomasz Konieczny (Alberich), hermosa voz, potente, dramática y
tenebrosa, aunque su dicción necesita mejorar. Notable actuación,
la de Ulrich Ress (Mime), tenor muy querido por el público de
Múnich. Aplausos también, para la sólida actuación de las Hijas
del Rin, en especial para la alemana Okka von der Damerau
(Flosshilde). El bajo letón Egils Silins tuvo uno de sus peores días
como Wotan; el resto del reparto no estuvo a la altura de lo que
cabía esperar en Múnich.
Kent Nagano condujo la compleja partitura con precisión, muy
atento a la labor de los cantantes, logrando un buen equilibrio de
foso y orquesta, pero con tempi excesivamente lentos que restaron
expresividad a la obra. El resultado final fue un sonido poco
wagneriano. o
pro ópera 
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