¿Son de alguna utilidad los cuñados? Coedición de Pepitas de calabaza ed. & Fulgencio Pimentel Pepitas de calabaza ed. Apartado de correos n.0 40 26080 Logroño (La Rioja, Spain) [email protected] www.pepitas.net Fulgencio Pimentel Calvo Sotelo 9 26003 Logroño www.fulgenciopimentel.com © Herederos de Rafael Azcona c/o Dos Passos Agencia Literaria © De la edición, Pepitas de calabaza ed. Edición de Víctor Sáenz-Díez, José Ignacio Foronda y Julián Lacalle (Con la inestimable colaboración de Miguel Ropero) Prólogo: Bernardo Sánchez Salas Diseño de cubiertas: César Sánchez y Daniel Tudelilla Ilustración de cubierta: Rafael Azcona Viñeta de la colección (La Pepi): Edward Lear (1812-1888) Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte isbn: 978-84-15862-29-1 Depósito legal: lr-813-2014 Primera edición, diciembre de 2014 y otros textos (1956-1958) Rafael Azcona Portada de un número de La Codorniz durante la guerra que el hebdomadario declaró a Inglaterra en 1956. De izquierda a derecha: Álvaro de Laiglesia, Enrique Herreros, Sara Montiel, Rafael Azcona, Fernando 4 Perdiguero y Remedios Orad. prensa Una victoria sobre los domingos Bernardo Sánchez Salas El 23 de noviembre de 1958, domingo, como siempre desde hacía seis años largos, centenares de números de La Codorniz e incontables entregas literarias y gráficas de su mano, Rafael Azcona, hecho ya a Madrid, con treinta y dos años cumplidos, un lugar en el escalafón del humorismo, firma en las ferias primaverales del libro, colaboraciones de aquí a Pueblo, un estilo y una óptica en evolución libro a libro —de Vicente a Los ilusos, pasando por el pulp de O’Relly— y a última hora una insospechada deriva al cine —contra el que aún clamará el perverso abuelo, fiel a la linterna mágica,1 y seguirán ironizando, contumaces, los heterónimos del colaborador— podría decirse que Azcona, entre otras consideraciones que podrían hacerse, ese domingo 23 de noviembre, un domingo que salió en Madrid, por lo que dijo la prensa, con temperaturas extremas y nuboso, uno de esos domingos en que como encabezaría La Vanguardia Española el parte meteorológico del día «Las nubes mandan»; pues ese domingo nublado y con una despedida titulada «Demente novel», podría decirse que Azcona —así se le conocía: Azcona, ya era Azcona— ganaba definitivamente una batalla contra el signo de los domingos. El domingo como crisol de la grisura provincial y síntoma de la enfermedad melancólica. El maldito domingo en que por la 1 N.0 802; 31-3-1957. 5 prensa tardes subía la febrícula otoñal, como le sucedía al fosco protagonista de «Otoño y domingo»:2 un hombre sin amor, sin posibles y sin un equipo favorito, tan siquiera. Los domingos de La Codorniz fueron en lo personal para Azcona y en general para aquellos que a su condición de españoles unieran la de lectores inteligentes un disolvente del alma dominical, que era la forma que adoptaba el desfondamiento al final de la semana y al inicio de la siguiente (muy a menudo, una reedición de la anterior). Un disolvente ligero, no corrosivo, pero que hacía su efecto. La más audaz de la revistas pudo fallar en muchas cosas —ahora no se me ocurre ninguna— pero acertó de pleno en lo de salir los domingos, que pasaría así a convertirse en el día del Señor… Feliu. Fue firmar Serrano Súñer el sábado 7 de junio de 1941 los acuerdos con el Vaticano y salir a la mañana siguiente, domingo 8, La Codorniz, que entre las potestades de Roma había preferido llegar a un concordato con sus umoristi en vez de con su santidad. La redacción tuvo siempre muy claras sus ideas respecto al famoso domingo. Ya en 1945, ‘M’ lo explicaba en su artículo «Los días»: «El domingo es como el cero de la ruleta y hay que tener mucha suerte para que le salga a uno premiado, y por eso lo mejor es no apostar por él y olvidar que existe el domingo o dejarle pasar con indiferencia». Ítem más: «A las personas nacidas en domingo les gustará cerrarlo todo y siempre tendrán cerrados sus armarios y sus cajones. También les gustará mucho tener cerrados los ojos y estar en la cama durmiendo».3 Y el colmo: el lunes es un invento del domingo. Rafael Azcona Fernández había nacido el 24 de octubre de 1926: domingo. 2 N.0 625; 8-11-1953. 3 Artículo reproducido en La Codorniz. Antología 1944-1950, Arnao, Madrid, 1988, pp. 21-25. 6 prensa El domingo alcanzaba puntualmente a todo el mundo. Nadie podía quedar al margen de su farsa, de su ceremonia, de su retórica, de su otoño, de sus nubes, de su hoja parroquial, de su ruleta. Y había que pasarlo. La Codorniz resultó desde su primera salida —supongo que sin calcularlo— una contraprogramación nonsense de los domingos oficiales, domingos como los que se vivían, sin ir más lejos, en la ciudadela de la película Calle Mayor,4 que había sido la de Azcona: de misa mayor y vermú, paseo arriba y abajo y abajo y arriba, caza de la paloma, películas granas, fútbol, casino y lluvia tras los cristales; de imperio, efectivamente, del tiempo nublado, y hacia Dios. Nada. El cero. Domingos de los que Azcona llegó a pensar no saldría con vida, y como mucho con algún poema triste. Muestra de todo ello el que dio a Codal en el invierno de 1951,5 su último invierno provincial, con veinticinco años que parecían un cuarto de siglo. No es ya Rafael Azcona el alevín peñista y mancebo de botica, sino un joven barojiano que se busca la vida, lee con avidez y ansía escribir. El poema llevaba por título «Domingo ciudadano» y constituía un pliego de cargos contra la institución del día. El domingo suponía para el joven poeta la máxima fosilización de las inercias, costumbres, máscaras, hipocresías y noviazgos de los días laborables. Y del anhelo sentimental. Y una soledad machadiana. El domingo era eso: un poema. Hay que reproducirlo en su integridad para comprobar cómo la posterior ejecutoria codornicesca de Azcona entre 1952 y 1958, de cuya culminación da cuenta el presente volumen, fue una reacción, una dentera, un ajuste, una impugnación a cada verso que componía el sumario letal de los domingos: 4 Juan Antonio Bardem, 1956. 5 N.0 9, enero-marzo. Codal, suplemento literario de la revista Berceo, editada en Logroño por el Instituto de Estudios Riojanos. 7 prensa La ciudad bajo el cielo del domingo ofrece un horizonte de corbatas, de aburridos soldados sin dinero, de tenorios con ropas perfumadas, de mozuelos que fuman a escondidas, de floridos vestidos de muchachas, de familias varadas en los bancos, de ambulantes fotógrafos en guardia, de parejas que empiezan a ser novios, de cerveza dorada en las terrazas, de farmacias que esperan las recetas, de manos con revistas ilustradas, de cuerpos malvestidos que mendigan, de claveles clavados en solapas, de mujeres que venden chucherías, de existencias oscuras y cansadas, de amorfa burguesía vanidosa, de sombría amargura proletaria, de certeza de lunes inminente, de tristezas añejas y nostálgicas, de soledad perdida entre el bullicio, de un descanso que a nadie le descansa… Por no poder odiarte, te desprecio, fiesta municipal, reglamentada; desprecio tu mañana de perezas satisfechas después de una semana; desprecio tu comida con manteles y postres, desusadas circunstancias: desprecio tus cafés, copas y puros en la tarde monótona y gregaria; desprecio tus teatros y tus cines y tus bailes que amasan carne humana; 8 prensa desprecio tu concierto entre dos luces, su público de horteras y criadas, y desprecio tu noche sin silencio, con voces de borrachos ensuciada. (Voy a cerrar la ventana y a refugiarme en la cama) Coincidía ya Azcona con ‘M’ en lo de irse a la cama antes que enfrentarse a un nuevo (viejo) domingo. Bien podría entenderse el inventario del logroñés en La Codorniz como una esperpentización del endomingamiento aburguesado de los domingos, pero también del endomingamiento del resto de los días de la semana, en una España pobre, aislada, tutelada y realquilada que se daba pisto los domingos. El domingo suponía el desfile del elenco costumbrista y acostumbrado, del que el poema ofrecía un panorama completo y claustrofóbico, que conminaba al poeta al repliegue y a la oscuridad. El ventanal abierto de La Codorniz le irá favoreciendo el ventilar ese inventario tópico de domingo compuesto por —volviendo al poema— familias, novios, mendigos, burgueses, triperos, municipalidad, reglamentos, molicie, cartelera, farmacias, ruido, vanidades y rutinas. No es que Azcona mutara en optimista por el simple hecho de asomarse a Callao, ni mucho menos: léanse sus artículos de primero de año de 1956 y 1957, que bajo el título de «Vida nueva»6 daban por sentado que cada año nuevo no trae más que idénticas formas de fastidio y, desde luego, ninguna solución a ningún problema preexistente (la vivienda, sobre todo: un pisito, pero también el vivir, el sobrevivir). Le permitió, eso sí, una mirada más desahogada, compartida y en una continua inventiva verbal y plástica que logró elevarlo de aquella cama del «Domingo ciudadano». Espabilarse. 6 N.0 737; 1-1-1956 y n.0 790; 1-1-1957. 9 prensa En el compendio de este volumen 1956-1958 se agudiza más, si cabe, el esperpento, que es un método de dolor distanciado, de deshumanización terapéutica. No cesará Azcona en su discurso irónico sobre las paradojas y miserias de la sociedad que conocía (servilismo, crueldad, clausura, rentismo, ignorancia, senectud, burocracia, pobreza, engaño, inquilinato, ejemplaridad, timo, parálisis…) proliferando el retablo de pobres, huérfanos, ancianos o niños perversos, figurones, animales, muerterías y beneficencia. Bastaría citar la idea -que dará lugar a una pequeña serie— de los «Cuerpos oficiales», que propone oficializar a los colectivos de amigos íntimos, de enfermos, de invitados, de recomendados, de polemistas, de ociosos, de novios formales. Azcona aviñeta el esperpento de un cuerpo social que se debe a la ventanilla, a la ordenanza, a la autoridad. Que está troquelado por el temor, la carestía, la multa y el pecado. Habrá, sin duda, quien acuse ahora incorrección en el cuadro, sin percatarse que es la propia realidad —esta y aquella de entonces— el foco de mayor incorrección, de una corrección inconcebible. Hay una escena —si tuviera que elegir una— en este segundo tomo que resume el cuerpo presente del teatro general, y la muerte civil: un tipo entra a un café acompañado de un muerto, y pide un café para él y un poco de hielo para el muerto, para escándalo de los camareros. Sin embargo, al tipo le parece lo más normal. Claro: ¿en qué se diferencia el personal de su muertito?7 El artículo «Demente novel» cerrará en varios sentidos el primer acto de la vida de Azcona. Atravesado por la ironía de ascendente cervantino contaba la historia de un tipo —cuyo destino natural hubiera sido el de empleado de banca— al que la sociedad niega el valor y autenticidad de su demencia, lo que le impelerá a exagerar hasta la barbaridad los gestos de su locura, 7 «El muerto»; n.0 848, 16-2-1958. 10 prensa aunque eso acabe por reportarle paradójicamente una mayor indiferencia social. Azcona equipara a este loco sin certificado con la figura del vate provinciano, cuya poesía, por lo general amatoria, es continuamente desatendida o descalificada, bien por la gente o bien por la amada. Y la cadena de incomprensión le conduce no solo a la cárcel o a la marginación sino —eso nos tememos— al borrado, un estado más radical que la muerte. Sospecho que el Azcona de 1958 reconoce y vindica, en ese demente novel, al poeta local de 1951, autor de «Domingo ciudadano». A esas alturas del partido y del palomar del Palacio de la Prensa, Azcona ya no era precisamente un novel en La Codorniz: era tejido medular de la misma. Un residente de su redacción. ¡Un soldado de La Codorniz! si hacía falta. Y lo hizo en octubre de 1956, cuando la decana de la prensa humorística, un domingo de tantos, se metió en una guerra contra la mismísima Inglaterra. Por el té, El Sespir y conducir por la izquierda. Las fotografías de campaña muestran a un Azcona muy metido en su papel. Y es que La Codorniz le había provisto de una familia con la que convivir en tiempo de amor y en tiempo de guerra. Había dejado de ser un colaborador: era un habitante, un ciudadano de La Codorniz, y no de los domingos consuetudinarios. Y estaba en una dinámica, en un rodaje, que le llevaba a inventar de una forma natural, doméstica, derivada de la familiaridad, nuevos epígrafes recurrentes, como —además de los ya citados «Cuerpos oficiales»— «Nuestro perverso abuelo», «Cartas a un nieto imbécil», «Gente absurda», «Vida burocrática», «Vidas de señoritas ejemplares», «Carta a un pariente pobre» o «Concurso-oposición». Y a ahondar en el prototipo moral, existencial y gremial del felipismo o don felipismo, que alumbrado en el tomo anterior —de 1952 a 1955— en forma de alcohólico, literato o costumbrista, respectivamente, devendrá en un hueco, en un don nadie y en todo quisque. Felipe, y sus variantes, eran el lopezvázquez de Azcona, su hombre de negro. Y un toro, 11 prensa que se llamaba Felipe, justo en 1956.8 Y hablando del animalismo fabulesco, un dato de los últimos tres años será la pujanza de la figura del caballo, muy por encima de la abeja y de alguna mención a la langosta o a la vaca. El caballo había aparecido como tema anteriormente. Entre 1953 y 1955; recuerden «¿Puede un caballo entender de música?»,9 que sí que podía. Pero entre 1956 y 1958 el caballo será ya una persona completa, como cualquiera de nosotros. Más completa, diría yo. Y de toda clase social: «caballos ordinariotes y advenedizos» y «caballos de buena sociedad». No, Azcona ya no era un novel en La Codorniz. El joven que enviaba escritos desde Logroño y no se los publicaban nunca, veía ahora en sus páginas los anuncios de ¡sus novelas!, editadas en el parnaso de la risa: Los muertos no se tocan, nene, El pisito… Y se diría que estamos escuchando al «Demente novel», sonriéndole al endomingamiento: «A través de los ventanales vi a la clientela, que se removía satisfecha en los divanes. ¡Gente despreciable estos burgueses! Se creen que los cafés son para ellos solos». Logroño, 10-10-2014 8 La novela Cuando el toro se llama Felipe, Editorial Cremades, Colección «Buenas Noticias», n.0 2, Tetuán. 9 N.0 701, 24-4-1955. 12 prensa ¿Son de alguna utilidad los cuñados? 1956 Vida nueva Ya se sabe: Año nuevo, vida nueva. Nosotros, ilusionados y optimistas, hemos imaginado para usted y para los amigos de usted un nuevo año lleno de felicidades y todo eso. ¡Hala, créase usted con nosotros que 1956 nos va a traer todo esto, y verá qué bien lo pasa, simpática! En 1956 todos podremos hablar por teléfono con la evidente alegría que lo hace ese señor, pues la Telefónica atenderá todas las demandas, borrará de su léxico la palabra «demora» y conseguirá que oigamos perfectamente a las señoritas que nos llamen de Barcelona. En este año que ahora estrenamos no veremos expresiones como esta en ninguno de los ciudadanos consagrados al servicio del público. Todo serán sonrisas y amabilidades, y, además, hasta las pólizas serán más baratas. En este mismo mes de enero llegarán centenares de autobuses, tranvías, taxis y demás familia, y podremos ir a Carabanchel tan cómodamente que no tendremos más re17 prensa medio que ovacionar —cada vez que nos los encontremos por la calle— a los ediles y a sus subalternos. El año que empieza ahora va a ser pródigo en agua. Como además lloverá por encima de los embalses, podremos abrir el grifo y encender la luz siempre que nos apetezca, con la seguridad de que saldrá el chorrito y nos deslumbrará la lámpara. ¡Nunca más presenciaremos este espectáculo! Gracias a un invento de aúpa, se ensancharán nuestras calles, se reproducirán las carreteras, les entrará a los conductores la sensatez en la cabeza y, entristecidos por no poder poner multas, se jubilarán los guardias. 1956, además de todo esto y de otras muchas cosas que no caben aquí, nos traerá también, con sus nuevas posibilidades para ejercer el derecho a vivir tranquilamente, esta maravillosa perspectiva: ¡viviendas a troche y moche sin traspasos, sin más banco y sin complicaciones! Prof. Azconovan N.o 737, 1-1-1956 18 prensa Artículo que debe usted leer apenas se despierte el día primero de año Ya sé, ya sé que no está usted para lecturas. Le duele la cabeza, tiene la sensación de que su lengua es una alpargata, y entre sus ojos ve la horrorosa cuesta de enero; es lo malo de la Nochevieja, amigo. Pero usted debe seguir leyendo. Usted debe enterarse de lo que se dice aquí, porque si no se entera, usted se encontrará esta tarde con un complejo tremendo de ciudadano imbécil, con un complejo que podríamos llamar, respetuosamente, «complejo de San Silvestre». Expliquemos en qué consiste. Usted, al llegar diciembre, pensó en la paga extraordinaria esa y en lo que se iba a divertir en la Nochevieja esta. Planeó cómo y dónde podía celebrarla, y escogió el lugar y el procedimiento que se le antojaron más propicios. Durante unos días imaginó lo estupendamente que lo iba a pasar poniéndose un gorro en la cabeza, soplando en una flauta, bebiendo champaña, comiendo uvas y gritando: «¡Viva!, ¡viva!». Llegó la fecha esperada. Usted hizo una comida ligera al mediodía, para encontrarse en forma por la noche. Y, efectivamente, usted se puso su gorro, sopló su flauta, bebió su sidra, comió sus uvas y gritó sus «¡Viva!, ¡viva!» de rigor. Pero… Pero no se regocijó nada. Anoche usted no se encontró divertido, ni jubiloso, ni siquiera entretenido. Se da cuenta de que así fue ahora, cuando le pesa la cabeza como si llevara sobre ella una apisonadora. Y usted se entristece al pensar que no sabe sacarle 19 prensa partido a la vida, que es usted un aguafiestas y que debe retirarse del mundanal ruido para condenarse a un ostracismo de olé. A usted ahora le parece idiota todo lo que hizo anoche y se muerde las muelas de rabia recordando las tonterías que dijo, las gansadas que escuchó y las bobaditas que presenció. ¡He ahí el complejo! Pero no se apure, hombre. Lo que a usted le sucede le está sucediendo en estos mismos instantes a todos los señores que se pusieron gorritos, soplaron flautitas y etc. Usted puede propinarle un puntapié a su complejo de imbécil, como se lo propinan los demás, también aprisionados ahora entre las garras de esa sensación. Todo lo que tiene que hacer es ducharse, vestirse y salir a la calle. Y una vez en ella, mentir como un bellaco. Como mienten todos los señores que anoche se aburrieron como ostras y como usted. Mentir diciendo que la Nochevieja que pasaron fue la mejor que recuerdan; que se rieron como chiquillos, que bailaron como peonzas, que cenaron como príncipes en perfecto estado de salud, que todo fue graciosísimo, que qué bien se comieron las uvas y que año nuevo vida nueva. Porque, amigo dilecto, la Nochevieja, como todas las fiestas reglamentadas, es para eso: para pasarlo horriblemente y para recordar que se pasó estupendamente. Azcona N.o 737, 1-1-1956 20 prensa nuestro cuento que parece verdad La semilla Como todos los domingos, el higiénico don Lucas había pasado la tarde en el campo. Y como todos los domingos, apenas el sol empezó a dormirse recostado sobre los últimos montes, don Lucas se dirigió a la parada del tranvía situada en aquel aledaño. Entonces fue cuando sucedió la primera cosa extraña: a don Lucas se le reventó un bolsillo de la chaqueta. De mal humor observó el estropicio y descubrió la causa que lo había motivado: en su bolsillo, con unas raicitas agarradas a la pelusilla del fondo, había un palitroque. «Caramba —se dijo don Lucas—. Esto es que se me ha metido una semillita en el bolsillo». Y, sonriendo benévolo ante aquella pujante muestra del amor al trabajo que siente la madre Naturaleza, puso cuidadosamente entre sus manos el pequeño palitroque. Cuando llegó el tranvía, el palitroque tenía el tamaño de una batuta y en su parte superior mostraba unos bultitos. Don Lucas, emocionado, le echó miguitas de pan a las raíces apenas ocupó un asiento en el tranvía. Este comenzó a rodar, y el palitroque alcanzó el tamaño de un bastón en menos que canta un gallo: los bultitos aquellos habían reventado cual diviesos en sazón, y de ellos surgían finas ramitas que acariciaban el rostro de don Lucas, mientras que las raíces, descendiendo hasta el suelo del tranvía, se agarraban a él buscando el charquito de agua que cerca había dejado un paraguas. «Demonio con la semillita —pensó don Lucas—. Vamos a tener leña para todo el invierno…». Impertérrito, el bastón se había convertido en un arbolito con todas las de la ley: su ramaje salía por las ventanillas y sus 21 prensa raíces aprisionaban los pies de los señores viajeros. Don Lucas no salía de su asombro. Pero… Cuando don Lucas llegó a su destino, tuvo que despedirse de su frondoso árbol, enredado ya con el trole por arriba y con las ruedas por abajo. Don Lucas lo miró tristemente, y mientras el tranvía se alejaba, se dio a pensar por qué aquella semilla se había puesto tan gorda en un momento. Fue su perdición: sus sesos se licuaron sin que consiguieran desentrañar el problema, y una noche fue detenido por la fuerza pública e internado en un manicomio. ¡Pobre hombre! Le perdió su natural condición de caballero paciente, de ciudadano respetuoso, de carpetovetónico sufrido, de señor curtido desde niño en todas las adversidades. Sí; porque don Lucas no se había dado cuenta de que aquel viaje en tranvía había sido lentísimo, de que en él habían coincidido todas las pejigueras que informan la vida de los transportes. La semilla había engordado porque don Lucas esperó en la parada seis horas, porque se había cortado el fluido eléctrico en seis ocasiones, porque el trole se había salido treinta y cuatro veces, porque el conductor se había entretenido varias horas discutiendo con diversos taxistas, porque al tranvía no le funcionaban los frenos y no podía correr, y porque la madre Naturaleza, cuando tiene tiempo, es capaz de hacer maravillas con una semillita de nada. Azcona N. 738, 8-1-1956 o 22 prensa