[5] Un nuevo historiador profano de los Apóstoles ha aparecido en Francia. Es Émile Ferrière, y así se llama su primer libro, Los Apóstoles. Su propósito es descubrir de sus hechos y palabras la personalidad real de los compañeros de Jesús. Sigue, aunque con originalidad y novedad, por lo acucioso de su crítica, las huellas de Renan, Strauss y Reuss. París tiene ya tranvías eléctricos. Se ha hecho de ellos una buena muestra en la última exposición, mas para ponerlos en acción era preciso llenar las calles de pilares, y cables que llevasen a los carros el fluido conductor. Y acaba de inventarse ahora un tranvía gallardo movido por una potencia invisible, que no ha menester de cables ni pilares. El fluido eléctrico se transmitirá al tranvía por la cara interior de los rieles, a los cuales se adoptarán bandas en las junturas para impedir que se interrumpan las corrientes. Estos tranvías que han de ser elegantísimos, van a ponerse al servicio público en el barrio de San Germán, que es el barrio de la vieja nobleza, el barrio elegante. Fragueiro es el nombre de un poeta-niño, de quien copian versos singularmente apasionados, vivaces y correctos los periódicos de Buenos Aires. Ni su edad, ni más datos que estos que damos, hemos llegado a obtener; pero los versos que de él leemos revelan, a la par que la inevitable influencia que han hecho en el niño precoz las literaturas modernas, un candor, un desembarazo y un brío que anuncian la posibilidad de que este, que se muestra ya versificador adelantado, llegue a ser, cuando crezca y sienta, con lo cual ya no imitará lo que lea, un pensador original. Y Fragueiro no es solo poeta lírico, sino que ya ha puesto en escena un drama suyo, que se llama Lucrecia la Romana, y que le han inspirado de fijo, las compañías de trágicos de Italia que representan a menudo en los teatros de Buenos Aires. No callaremos lo que alcancemos a saber de Fragueiro y de su drama. Se publica en Francia un libro muy notable, más que por el alcance final de su intención, por la suma considerable de materias que contiene, y de cuyo conocimiento no es dable prescindir a un hombre de letras y ciencias, en estos tiempos en que el saber va siendo tan vulgar, y en que cada día da al mundo más maravillas de las que un hombre estudioso y atento puede llegar a conocer en igual espacio de tiempo de asiduo estudio. El libro, que cuenta dieciséis volúmenes es el Gran diccionario del siglo XIX, de Pierre Larousse. Es un almacén gigantesco. Es como un Diccionario de la conversación, no de materias generales y añejas, sino de hechos y personas de nuestros tiempos. Se habla de lo nimio como de lo grandioso; de libros como de cuadros; de ciencias filosóficas como de las artes; de elegancia; de política como de ciencias naturales. En verdad que es una joya el diccionario de Larousse. Thiers murió sin acabar otro libro extraordinario, que llamaba él “su monumento”, y que de veras lo hubiera sido,porque era una historia, atractiva y profunda, como él sabía hacerlas, de toda la obra humana en lo que iba de siglo hasta su muerte. De toda la obra humana, en ciencias, en artes, en letras, en política, en comercio, en guerras, en guerras galantes: cuanto han hecho los hombres en la centuria que corre; y a cuya par corría él, estaba conmemorado y juzgado, no en detalles sueltos, sino en relación y conjunto, en esta obra ciclópea. Los hombres antiguos labraban piedras: los hombres nuevos hacen libros del tamaño de las piedras de los hombres antiguos. Se ha constituido en Berlín una sociedad consagrada al estudio de la navegación aérea. Ya en Francia hay una, desde 1868. No arredran a los asociados los fracasos anteriores. Creen que, después de los descubrimientos que sabios como Welner, de Brünn, y Schmidt, de Praga, han hecho en la construcción de las máquinas,descubrimientos que permiten la transformación de las fuerzas,el problema de la navegación aérea ha entrado en el ánimo de las cosas posibles. Visiblemente, el objeto de esta sociedad es aplicar el resultado de sus pesquisas a la mejora de los aerostatos de campaña, que no prestaron en la colosal guerra de 1870 y 1871 todo el servicio que entonces se esperaba ya de ellos. La sociedad establecerá una estación de experimentos en Berlín, y publicará un boletín periódico. En París se ha repartido un folleto muy lujosamente impreso, y no destinado a la venta, sino a circular privadamente. Es un tributo del príncipe Romanid Giedroyc a su amigo el zar Alejandro II, recientemente asesinado. Adorna el folleto una lámina que representa al Zar en su lecho de muerte. El príncipe cuenta todos los lances de la vía del asesinato, y todos los detalles de este, y con ternura y lealtad celebra las cualidades mentales y morales que él halló siempre en el zar Alejandro, de quien fue íntimo amigo. La Opinión Nacional. Caracas, 10 de marzo de 1882 [Mf. en CEM]