6.5.16 I. En hebreo, la raíz de la palabra, “viuda”, es alem, lo que significa, “no se puede hablar.” La viuda en el evangelio de hoy, había perdido a su marido, y ahora, su hijo. Ella perdió también su voz. No quedaba nadie para defender sus derechos y su sobrevivencia. Despojada de toda “seguridad social”, absolutamente vulnerable, podría haber estado caminando hacia su propia tumba. Pero ella y su hijo fueron resuscitados. Hay tantas viudas y madres afligidas. ¿Por qué esta mujer? El evangelio no ofrece ninguna explicación, sólo testimonio: donde hubo muerte, ahora hay vida. II. Aunque no podemos escapar de las procesiones fúnebres de nuestros amados, ni de la propias nuestras, nosotros, los cristianos, fundamos nuestras vidas en la verdad de que la resurrección sucede. Yo mismo, cuando pensé que estaba muerto, estaba levantado de mi ataúd. Mis padres sufrieron la muerte de su primogénito, su único hijo. A menudo me he preguntado cómo se siguieron adelante. ¿Cómo lograron salir de la cama, o hablar, o respirar de nuevo? Sin embargo, se atrevieron a tener otro hijo, y otro, y otro, dándonos vidas plenas y felices, llenas de amor sin límites. Se unían a su comunidad parroquial. Su capacidad para tener esperanza después de haber sido aplastados, para perseverar cuando podían haber sido derrotados, sólo podría ser una gracia—un gracia nacida de una potencia más allá. No tengo ninguna explicación, sólo testimonio: donde hubo muerte, ahora hay vida. III. Imaginen que diferentemente el hijo de la viuda veía al mundo, su vida, su madre, el Señor, con ojos resucitados. Imaginen el nuevo tono de su voz resucitada y la de su madre. Hasta que el Señor resuscite a todos nosotros de una vez por todas, nosotros también debemos ver y hablar y vivir como si la muerte estaban detrás de nosotros. Hay que anunciar la resurrección y practicarla. Como cristianos, no importa el sufrimiento que conocemos—en nuestras familias, en nuestras ciudades y vecindarios, en nuestros propios cuerpos—no nos entregamos al fatalismo, como si nada nunca va a mejorar. No podemos poner tales límites severos a la potencia de Dios. Incluso, si no podemos ofrecer una explicación, podemos dar testimonio: donde hubo muerte, ahora hay vida. s/s: Patricia Sánchez