CICLO DE CONFERENCIAS LITERATURA Y COMPROMISO

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CICLO DE CONFERENCIA S LITERA TURA Y COMPROMISO SOCIA L
INTERVENCIÓN DE A LMUDENA GRANDES
(Madrid, 11 de abril de 2000)
Quiero a grade ce r a Juan Me ndoza , a José Manzana res, y a todos los demás responsables de e ste
ciclo, que me hayan dado, una vez más, la oportunidad de e star en esta casa, que cada vez siento
más como m i propia casa. En los últimos tiempos, la Escue la Julián Beste iro se ha ido convirtiendo
en un lugar de amistad y de encue ntro, de de bate ce rcano y amistoso, para un grupo de
escritores españole s que realmente hemos e ncontrado en este sindicato algo pare cido a una casa
propia. Más que un foro, por la cantidad y la calidad de las re laciones que nos unen, se trata de
algo pare cido a una familia. Una buena fam ilia.
Cuando le propuse a Juan Me ndoza el título de la re unión de hoy para que se lo trasm itie ra a
Joaquín Leguina -que apa rte de amigo m ío es un vie jo compa ñe ro de cha rlas, porque e stuvimos
juntos durante mucho tiempo en un programa que radio que hoy ya no existe, La Radio de Julia,
que emitió Onda Ce ro hasta que Telefónica se convirtió e n su principal propie tario para tomar,
inmediatamente, la de cisión de suprimirlo-, yo no me podía imaginar –o, me jor dicho, no me
atrevía a imaginar, o me jo r dicho todavía, no que ría por nada de l mundo imaginarme - la situación
en la que iba a tene r lugar este de bate, aunque tal ve z nunca vue lva a ser tan oportuno e l tema
de l compromiso social en la Lite ratura. O jalá que en esto, al menos, no me equivoque y
efe ctivamente este tema no vuelva a se r tan oportuno como ahora. A lo que me refiero es a que
yo propuse este título antes de las e lecciones gene rale s del mes pasado. Y a pesar de todo, de
alguna forma me alegro de pode r tratarlo aquí después de estas ele ccione s, cuando pare ce que
todos los que formamos parte de la iz quie rda española, todos los que defendemos, apoyamos, y
creemos e n la opción política que representa, estamos más abocados a pensar y a re flexionar, en
voz alta y en voz baja, más que nunca en muchos años.
Lo que me gustaría defende r aquí –y creo que Joaquín Leguina, escritor y político, estará de
acuerdo conm igo- es no sólo la posibilidad, sino también la oportunidad, e incluso la ne cesidad de
escribir una lite ratura comprometida en este momento concre to, precisamente cuando pare ce que
ha triunfado definitivamente e l concepto de l fin de la historia, cuando se cele bra el e ntierro de las
ideologías, y cuando un porcentaje e le vado de la población se de ja cautivar por esa ideología, en
aparie ncia nue va, pe ro muy vieja e n realidad, que afirma que la izquie rda y la de re cha son la
misma cosa, y que ambas se definen ex clusivamente por la capacidad de gestión de la que son
capaces sus re spectivos dirigentes. Para explicar mi posición, no me queda más remedio que
acudir a la teoría lite raria, desde una perspe ctiva pe rsonal.
Escribir es, ante s que nada, m irar e l mundo. El e scritor mira e l mundo y trata de explicarlo en sus
libros, de expresar en ellos lo que ve. En ese sentido, construir una obra lite raria, es dar una
ve rsión personal de l mundo, a travé s de unos libros que, como los hitos de un camino, van
conformando un proye cto unitario que corre paralelo a la propia vida de l escritor. Así, la obra de
cada uno encie rra su ve rsión de la realidad, de las emociones, de las pasiones, y de los paisajes,
y, en consecuencia, constituye siempre una apue sta moral, una reflex ión moral sobre la Historia y
sobre e l e ntorno histórico en el que e l autor ha vivido y ha e volucionado, como pe rsona y como
escritor. Es en este sentido en el que pre tendo conside rar la creación de algo que podríamos
llamar literatura comprome tida e n la actualidad, en este momento histórico tan duro, tan
apare ntemente poco propicio, tan hostil a las ideologías tradicionales.
El mundo ha cambiado mucho desde que se acuñó el té rmino “lite ratura comprometida” hasta
ahora. Han cambiado los mapas, las ideas, la cultura y también la propia conside ración social, y
desde luego política, de lo s intele ctuales, de los escritore s. Ya –no sé si para bien o para mal- no
se puede escribir e so que entendemos como lite ratura de combate . Ya no ex iste espacio, no hay
tiempo ni lugar para e scribir poemas como los de Maiakovsk i, libros como los de Be rtold Bre cht.
Ahora, resultaría estrictamente inconcebible que los poe tas que ocupan la primera línea de una
poesía nacio nal, tal y como la ocuparon los m iembros de la Gene ración de l 27 en la España de los
años 30, llegaran a escribir –como lo hicie ron Rafae l Albe rti, Emilio Prados, Miguel He rnández y
muchos otros en su momento- auté nticos pasquines, poemas de consigna, ve rsos abie rtamente
panfle tarios inspirados por el único afán de movilizar el voto de las clases populares en unas
e le cciones de te rminadas. Las condiciones sociales han cambiado, nuestra situación es dife rente ,
ya no se puede hace r lite ratura de combate . Bien. En esto no queda más remedio que e star de
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acuerdo con la mayoría. Pe ro eso no quie re de cir que ya no se pueda escribir desde la propia
conciencia, de sde los té rm inos de un compromiso individual y unive rsal a la vez, que vincula e l
destino de un e scritor a la sue rte de sus seme jantes, de sus he rmanos, los habitantes de l mundo
que ha conocido.
Ya sé que no e s fácil de cir esto, que mi postura, le jos de ser cómoda de entrada, puede llegar a
hacerse incluso muy incómoda. Los e lementos más reaccionarios, los conservadores en gene ral y,
más espe cíficamente ese modelo de conse rvador disimulado, incluso camuflado, al que e n la
actualidad se afilian los escépticos, los cínicos, los que lo saben todo y están de vue lta de todo, y
apuran en solitario la copa de l dolor del mundo sin no se r otra cosa, en realidad, que una versión
postmode rna y contemporánea de los conse rvadore s duros, y por supuesto puros, siempre que se
habla de compromiso sacan a colación a Bre cht y a Maiakovsk i e n tono de chifla. Eso cua ndo no
se preguntan con un gesto dolorido cómo podían bailar y gozar de la vida artistas como Picasso y
Eluard sin sabe r que e ran cómplices de los más atroces crímenes de Stalin. Estamos
acostumbrados a e so. Y e stamos acostumbrados a que cie rta opinión pública identifique
ex clusivamente la lite ratura comprome tida con estos e jemplos y con sus se cuelas poste riores,
como fue ron, por e jemplo, durante la transición española, e l fenómeno de los cantautores, un
de term inado tipo de cine, y sobre todo, porque este aspe cto constituye tal ve z la me jor clave para
analizar la relación entre lite ratura y compromiso en la tradició n literaria española, con la
valoración de la que se llamó “ge ne ración del 36”, y que engloba a poe tas y nove listas sociale s
que escribie ron, en los años más duros de la posgue rra, obras muy comprometidas y con un valor
político y propagandístico muy claro.
La cuestión de la poesía social –que también se podría aplicar a la nove la social- es tan
significativo que resulta casi un paradigma. En los años 70, los escritores que empezaron a
escribir poesía en España, los que se llamaron a sí mismos “novísimos” se rie ron mucho, y muy
atrozmente, de la poesía social de los poe tas del 36, ridiculizando con justicia literaria una
pequeña multitud de libros francamente malos. Pe ro en esa especie de escarnio universal, o de
burla sistemática de la poesía social, caye ron de forma injusta algunos poetas sociales que , aparte
de se r poetas m uy comprome tidos con una ideología política, con una visión de l mundo, e ran
buenos poetas, aunque fue ron englobados sin motivos en la categoría del panfletismo se rvil, de l
dogmatismo tonto o de la e scritura ínfima. Sin embargo, lo que ocurrió en la España de los peore s
años del franquismo no es tan difícil de explicar. Como no había libe rtad de expresión, ni ninguna
clase de cauces paralelos, porque todas las organizacione s políticas e ran ilegales, la literatura se
convirtió en e l único canal de expresión y de disensión que estaba abie rto, o que pare cía al menos
practicable, posible . En ese sentido, es ve rdad que muchos escritores se de jaron lle var, y llegaron
a concede r más importancia al valor de combate , político o de propaganda de sus libros que al
puramente lite rario. De alguna mane ra, podríamos de cir que la lite ratura pagó e l pato de la
ideología.
Pe ro aunque e l ejemplo de los poe tas y los nove lis tas sociales de la posgue rra esté siempre
pre sente en todos los debates sobre lite ratura y comprom iso que se producen en nuestro país,
porque siempre se sacan a re lucir los m ismos temas, los mismos ve rsos de Ce laya, y la poesía
como arma cargada de futuro, los mismos truculentos fragmentos de nove las como La mina, yo
cre o que esas obras, y los autores que las escribieron, forman parte de un mundo y de unas
condiciones históricas de te rm inadas que no tienen nada que ver con la situación en la que vivimos
y escribimos los novelistas de mi gene ración. A mí me gustaría empe zar dicie ndo que , de e ntrada,
me pare ce malo y peligroso supeditar la literatura a la ideología. Me pare ce que esa es una
aventura que acaba arrojando malos re sultados para la lite ratura y para la ideología, porque un
escritor que se limita a transmitir de forma acrítica unas consignas dete rm in adas, se está negando
a sí mismo la flexibilidad, la ironía, la sutileza, he rram ientas expresivas que son fundamentale s
para escribir a e stas alturas de la historia y de la tradición lite raria. Y me parece que es malo
también para la ideología, porque a cualquie r ideología se le acaban achacando los pe cados de la s
malas obras lite rarias que ha inspirado. Como una posición ideológica fé rrea rara ve z produce e n
estos tiempos grandes obras literarias, al final acaba siempre pagando e l pato y los platos rotos
de la obra fallida. Sin embargo, aunque supeditar estrictamente una obra lite raria a un dogma
ideológico de term inado sea un e rror, y de los graves, la lite ratura actúa según sus propias reglas.
Un escritor, tiene que obede ce r, a nte todo, a la norma de la ve rdad lite ra ria, un conce pto que no
tiene nada que ver con la ve rdad rea l, con lo que ente ndemos como ve rdade ro e n el le nguaje
coloquial, y en el te rre no obje tivo de la realidad. Y como los códigos son muy distintos en la
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Literatura y e n la vida, hay una posibilidad, un terreno claro y de te rminado para hace r una
lite ratura comprometida en estos tiempos, una opción que tiene que ve r con lo que he dicho al
principio, es de cir, con el he cho de que la literatura es, más que nada, mirar el mundo. Así, un
escritor puede de cir, chilla r, suge rir o desve lar a sus le ctores e l colo r, e l volumen o e l aspe cto de
las cosas, de muchas mane ras diferentes.
Una, la que tie ne que ve r con el concepto de lite ratura comprome tida antigua e histórica , e s
poné rse la delante de los ojos en forma de consigna, de eslogan, de lema, una ve rdad irresistible y
contunde nte que posee la rotundidad de un grito. Pe ro hay otra mane ra de suge rir, de desve lar,
de tra ta r la rea lidad, que está más relaciona da con e l te rreno último de la lite ra tura, que es la
emoción. Un escritor, no solamente puede , sino que debe y e stá obligado a conmove r a sus
le ctores y, e n un buen libro, una ané cdota dete rm inada de un pe rsonaje de te rminado, la captura
de un instante, de una imagen, de un se ntimiento de ése pe rsonaje , puede se r muchísimo más
eficaz, incluso desde un punto de vista ideológico, que una consigna. Todos nosotros en e l fondo
lo sabemos, porque todos construimos así nuestra propia memoria. En e l fondo, la vida e s
también un viaje sentimental, y la ideología tiene mucho que ve r con los sentimientos. Yo, por
e jemplo, me acuerdo de un fragme nto de Los hijos muertos, una novela de la primera é poca de
Ana María Matute, grandísima nove la que ahora no lee nadie y que , e n mi opinión, es la obra
maestra de la grandísima escritora que es Ana María, y lo digo siempre que tengo la oportunidad
de hace rlo porque me llama mucho la ate nción que ahora, cuando por fin se la ha re cupe rado a
e lla, no se haya he cho lo m ismo con esa novela, y sí se hayan reeditado, en cambio, otras como
Pequeño teatro y Primera memoria. Bue no, pues e n esa novela, que tiene mucho que ve r con
Malena es un nombre de tango –tanto que, probablemente yo no la hubie ra e scrito como la escribí
si no hubiera leído antes Los hijos muertos- apare ce un pe rsona je a la que llaman la Tanaya, un
pe rsonaje apare ntemente se cundario y que sin embargo es e l que da nombre al libro, porque e s
una muje r de pueblo, una mujer inculta, analfabe ta, a la que todos los hijos se le mueren a lo s
dos o tres años, y no le sobre vive ninguno. Es una nove la social muy dura de los años 50, y sobre
todo, y por encima de todo, una novela esplé ndida. Y yo me acue rdo de que e n esa nove la
te rrible , que contaba his torias te rribles de una postgue rra te rrible, como la de una batallón
pe nitenciario en la que los presos re publicanos redimían su condena por e l trabajo o una fe roz
historia familiar, lo que más me impre sionó, lo que me conmovió hasta las lágrimas y lo que pasó
a formar parte para siempre de lo que yo soy, de mi historia sentimental y de mi propia ideología,
es un de talle muy pequeño, apenas un párrafo en una nove la de seiscientas páginas, e l momento
en el que la Tanaya le hace a una hija suya, de esas que irremediablemente morirán después, una
muñe ca con dos palos atados con una cue rda. Matute lo describe muy sucintamente , con una
parquedad apabullante de puro expresiva. La m uje r ponía un palo encima de otro, formando una
cruz, ataba un trapo en medio con una cue rda, y le de cía a la niña frágil y enfe rmiza: “Mira, mira
qué muñe ca te ha he cho madre”. Yo recue rdo aque l episodio casi con lágrimas, me cuesta mucho
contarlo porque me emociono todavía, porque aquellas pocas palabras han sido una de las clave s
sentimentales de m i ex is tencia, y para m í las muñe cas de la Tanaya fue ron m uchísimo más
eficaces, infinitamente más contundentes que todos los poemas de Maiakovsk i, que es un poe ta al
que adm iro y que me gusta m ucho, y que todas las canciones de los cantautores de la época.
Es peligroso supeditar la lite ra tura a la ideología , pe ro tampoco hay que olvidar nunca, ni siquiera
en esta é poca tan de libe radamente confusa y pe ligrosa, que toda lite ratura, toda obra lite raria e s
ideología. La lite ratura tiene que ve r con la ideología, no con la política. Esta es una de la s
afirmaciones básicas de la crítica marxis ta, y es ve rdad. En ese se ntido, toda obra lite raria es una
apuesta ideológica. El he cho de que ahora no se pueda, de que parezca que no hay espacio, que
no tie ne sentido, que e s incluso contraproducente , apoyar la ideología propia de las ve rdades en
las que uno cree , con la contunde ncia, la rotundidad y la since ridad de antaño, no quiere de cir
que la lite ra tura comprome tida de je de tene r se ntido. Toda lite ratura es una apuesta ideológica y
toda obra lite raria implica un compromiso con la re alidad. Incluso esos libros de usar y tirar que
engordan ahora mismo las cifras de l me rcado, esa “lite ratura basura” de e scritores que pare ce
que pe rsiguen más la fama social que la gloria lite raria, re fleja una realidad ideológica y nos e stá
hablando de la sociedad en la que vivimos, de los valores que aceptamos, de la realidad que nos
rodea.
Esto es lo que yo quería de cir aquí, e sta tarde, y ahora más que nunca, porque , quizás, ahora nos
va a hace r más falta ese compromiso que e n otros momentos de nuestra historia re ciente . En
todos los lib ros que he escrito hasta ahora he intentado te ne r m uy presente a la Tanaya y a las
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muñe cas que hacía, y he intentado e scribir mirando mi mundo, pero también dialogando con la
tradición. Porque nunca se puede escrib ir en el vacío. Cualquie r escritor es, aparte de sí m ismo,
un eslabón más en una tradición lite raria dete rm inada, y está escribiendo los libros que escribe
porque otra ge nte escribió antes otros libros, y sus propios libros serán, si tiene sue rte, e l pue nte
por e l que transitarán alguna vez los escritores que vengan detrás. En ese sentido, yo he
procurado tene r muy presente a ese pe rsonaje se cundario, m ise rable y pequeño de Ana María
Matute, y he procurado conmove r a mis le ctore s y producirle s conmociones seme jantes a la que
me produjo a mí aque l episodio tan apare ntemente tonto y tan pequeño de una nove la tan
grande , y que tiene tantas páginas. Ese e s el camino de la lite ratura comprome tida de finale s de l
siglo XX, y ése debe ría ser e l camino de la lite ratura comprome tida en e l siglo XXI. Nada más.
Muchas gracias.
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