Lectura 6. Leyendas de amor que se recuerdan LEYENDAS DE AMOR QUE SE RECUERDAN En la comida espectáculo de la CBS-TV, el actor Kevin Kline describió su película French Kiss (1995) como «una comedia romántica a la antigua, chico conoce chica, chica odia chico, y después los opuestos se atraen». Lo que realmente sucede es que ella cambia sus planes de futuro; él consigue realizar los suyos. De todos modos, todo ocurre de la manera más amable posible. French Kiss, que en realidad no contiene ningún beso francés aunque éste sea su título, es una de esas películas sentimentales que hacen que te odies a ti misma por simpatía. El beso de reconocimiento tiene lugar cuando Meg Ryan, dormida y soñando que está besando a Charlie, que la ha dejado plantada, besa en realidad al timador francés Luc, interpretado por Kline. Luc, totalmente despierto, de repente se da cuenta de que está enamorado de una limpia y pura americana. Ella se enamora rápidamente de la Provenza, donde deciden vivir felices para siempre haciendo vino y niños. La película trata sobre el matrimonio, no el sexo, y es tan limpia y pura como la protagonista. Para encontrar el beso más sexy del cine tenemos que ir a buscar a otra parte. Gallup ya ha hecho una encuesta. Los besos más sexy no proceden de la edad del carnívoro post-Esplendor en la Hierba, sino de la edad de la inocencia, cuando el código tenía a los estudios atrapados en un cepo moral. Según la encuesta de 1992, los besos más sexy son los de Clark Gable y Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó (1939). En segundo lugar están Burt Lancaster y Deborah Kerr en De aquí a la eternidad. En tercer lugar aparecen Bogart y Bergman en Casablanca (1942). La explicación más evidente del voto es que aunque se hayan rodado innumerables películas que muestran besos más explícitos en los últimos cuarenta o cincuenta años, menos personas de la muestra entrevistada las habrán visto. Existen también otras razones por las cuales las tres grandes primeras se han convertido en besos a recordar. En la película de Lo que el viento se llevó, cuando él se va a la guerra, Rhett Butler le dice a Scarlett O'Hara: «Hay un soldado del Sur que quiere amarte, Scarlett, que quiere sentir tus brazos alrededor suyo, que quiere llevarse el recuerdo de tus besos a la batalla. No importa que me ames. Scarlett, bésame, bésame». Acaban de escapar de la muerte bajo muchas de sus terribles expresiones: incendios, explosiones, hombres que intentan robar el caballo los tiran del carruaje. Incluso han ayudado en el parto del bebé de la esposa del hombre que Scarlett ama, un parto difícil, naturalmente, y ahora, de repente, cuando la última apariencia de la ley y el orden desaparece con la retirada del ejército sureño, Rhett informa a Scarlett de que se marcha a unirse con la causa perdida, dejándola a ella en medio del peligro y del caos, responsable de la indefensa madre y su hijo, y con Dios sabe qué otras revueltas violentas a la vista. Pero se supone que Scarlett debe responder ante él. Rhett la hace bajar del carruaje -igual que han hecho hace poco los asaltantes- le dice que la quiere, y entonces vienen esas famosas palabras, supuestamente románticas: «Scarlett, bésame, bésame». Cuando ella no lo hace, él la besa a la fuerza. Después, ella le reprocha por no ser un caballero. En su falta de respuesta se supone que tenemos que ver su falta de sentimientos hacia cualquiera que no sea ella misma, su superficialidad emocional. ¿Por qué -me pregunto- no podemos pensar lo mismo de él? No solamente se ha comportado de manera totalmente insensible, sino que todas sus palabras tienen un aire altanero y superior. El que después de sesenta años la película sea todavía tan popular puede atribuirse a esas magníficas escenas del Sur en llamas, a los impresionantes paisajes, a su no tan reprimida sexualidad y a la violencia, aunque no a la sesgada, humillante y sadomasoquista relación entre Rhett y Scarlett. Mucho más tarde, después de la guerra, cuando Scarlett, viuda reciente, se siente culpable porque su marido de conveniencia murió defendiendo su honor, Rhett -su sentido de la oportunidad tan inmaculado como siempre- le pide que se case con él, y de nuevo la besa a la fuerza. Esta vez ella ha estado bebiendo brandy y responde a sus besos. «Quiero que te desmayes -dice él-, estás hecha para esto. Ninguno de los tontos que has conocido te ha besado así, ¿no es cierto?» Sabemos por la novela que no: «Él la estaba besando ahora y su bigote le cosquilleaba la boca, la besaba con labios lentos y calientes que se tomaban su tiempo como si tuvieran toda la noche». Su marido Charles nunca la había besado así. «Los besos de los chicos Tarleton y Cavert nunca le habían producido esa sensación de frío y calor ni la habían hecho temblar así. Él le inclinó el cuerpo hacia atrás y sus labios bajaron por su garganta.» Ella no se desmaya; le devuelve el beso. La toma, cuidadosamente estudiada en todos sus ángulos, y la versión femenina del Brazo Envolvente: el brazo de Scarlett rodeándole el cuello muestra la fuerza de la acción. Resulta muy sexy. Pero cuando él le pide que se case con él, ella le dice que no cree en el matrimonio. Él contesta que lo que necesita es un hombre de verdad, él. Le da otro beso forzado; ella chilla, y, convencida, acepta la propuesta de matrimonio. Cuando se va, ella le pregunta si no piensa darle un beso de despedida. «¿No crees que ya has tenido bastantes besos por una tarde? -dice el señor Sabelotodo.» Lo que el viento se llevó, la historia de los intentos de la hermosa y mercenaria Scarlett para sobrevivir a la guerra civil y devolver la plantación de la familia, Tara, a su antiguo esplendor, nos cuenta su amor hacia dos hombres, Ashley y Rhett. Lo que el viento se llevó de Clark Gable y Vivien Leigh no es solamente una versión suavizada de la romántica novela histórica de Margaret Mitchell, sino que también fue sesgada para hacer que Scarlett pareciera más intolerante y su justo castigo más comprensible. Scarlett se convirtió en una más de una larga lista de vampiresas hollywoodienses y recibió lo que Hollywood creía que merecían las mujeres malas. La Scarlett de Margaret Mitchell es un personaje más complejo, cuyos motivos tienen muchos matices. Aunque fueran en technicolor, las películas tendían a ser moralmente en blanco y negro. Frenadas por la cada vez más poderosa doctrina Hays que recortaba las normas sociales, las películas iban a remolque del teatro y la novela en el tratamiento de temas polémicos, y no era sólo por el tiempo que se tardaba en adaptarlas. Publicado en 1936, tres años antes de la película, el libro de Margaret Mitchell se convirtió en un éxito sin precedentes, vendiendo millones de ejemplares. Su mezcla de atrevimiento y moral tradicional hizo que la novela fuera un éxito comercial. Eso también la hizo apetecible para los productores de Hollywood, pero no para los que tenían que aplicar el código. Como era de esperar, se ocasionó una guerra civil entre el estudio y los censores, con batallas en cada fase del guión y escaramuzas incluso durante la filmación. En la novela Rhett Butler llega a casa borracho una noche y viola a su mujer Scarlett: Parecía la muerte, llevándosela en brazos que le hacían daño. Ella gritó, casi sofocada contra él, y él se detuvo en el rellano y, dándole la vuelta entre sus brazos, se inclinó y la besó de manera tan salvaje y completa que le borró todo de la mente salvo la oscuridad en la que se estaba hundiendo y los labios de él sobre los suyos. Él temblaba, como si estuviera expuesto a un fuerte viento y sus labios, bajando desde su boca hasta donde la bata le había resbalado, cayeron sobre su carne suave. Él murmuraba cosas que ella no oía, sus labios evocaban sensaciones jamás sentidas. Ella era oscuridad y él era oscuridad y nada había existido hasta entonces, solamente oscuridad y sus labios sobre ella. Ella intentó hablar pero su boca cubrió de nuevo la suya. De pronto sintió una excitación salvaje como nunca había experimentado: alegría, miedo, locura, excitación rendición ante unos brazos que eran demasiado fuertes, ante unos labios que quemaban demasiado (...) Por primera vez en su vida había encontrado a alguien, a algo más fuerte que ella alguien a quien no podía intimidar ni romper, alguien que la estaba intimidando y rompiendo a ella. Sin saber cómo, sus brazos se encontraron rodeando su cuello y sus labios temblorosos estaban bajo los suyos y subían, de nuevo hacia la oscuridad una oscuridad que era suave y que formaba torbellinos y todo lo envolvía. Se despertó a la mañana siguiente, él se había ido, y recordó la gloriosa noche en que la había llevado en brazos escaleras arriba y luego la había humillado, lastimado, utilizado brutalmente en una noche salvaje y loca, y ella se sentía exultante por ello. Ella había dicho que no, pero al final resultó que quería decir que sí. Como mostraron las ventas del libro, muy pocos lectores de la época se sintieron ofendidos por lo que el censor de Hollywood describiría como «la violación marital». Había hecho que Scarlett se sintiera más cercana a Rhett. Pero el censor estaba preocupado. ¿No podría algún «gesto de ternura inesperado» por parte de él conseguir el mismo resultado?, preguntó. El estudio luchó de manera inusualmente dura, cambiando otras escenas sobre partos y burdeles- en un intento de ganar más libertad aquí. El administrador del código recomendó que Rhett Butler «tomara a Scarlett en brazos, la besara y después suavemente empezara a subir hacia el dormitorio. Pensamos que no deberían ir tan lejos hasta llegar a tirarla sobre la cama». Rhett Butler «debería pensar más en su esposa». El censor todavía iba a ejercer el control, pero el estudio había ganado. El empleado de la oficina del código que estaba presente en el plato para la filmación de la escena de la violación insistió en que Scarlett no luchara cuando era llevada en brazos. ¿Era con la esperanza de que nadie se daría cuenta de que era una violación, o porque se pensaba que a más violencia más excitación provocaría? «No debería haber gritos por parte de Scarlett», fue la recomendación del código. No los hubo, aunque queda claro que no quiere que la lleven arriba. Después de un fundido no muy largo de la escalera, de repente ya es por la mañana. Para el público del tiempo, un fundido en negro significaba relaciones sexuales. Era un final más sexy para la escena de la escalera que si se hubiera terminado con un corte. Naturalmente, los hombres del código querían el corte. Pero perdieron ese asalto. Sabemos sólo por el corto fundido y por la escena de la mañana siguiente que Rhett y Scarlett han tenido relaciones sexuales. La «violación» ha sido embellecida y nos quedamos sin saber que «la había humillado, lastimado, utilizado brutalmente (...) y ella se sentía exultante por ello». En su lugar, cada uno de nosotros puede proyectar su propia fantasía sexual sobre la escena. También se han quedado fuera los apasionados besos del libro. El beso ocurre abajo; la violación, no vista, en el piso de arriba. En la película, de hecho, no se trata de una violación, sino de una seducción muy insistente. Una Scarlett claramente satisfecha en lo sexual se regodea felizmente sola en cama por la mañana. Quizás Lo que el viento se llevó sea la representación más famosa de la convicción hollywoodiense de que cuando ella dice no, quiere decir que sí. Una de las escenas en que se da esta fórmula de manera más descarada es en Gaiety George, de la TNT. El héroe, un empresario de vodevil, pregunta: « ¿Te casarás conmigo o no? Contéstame, mujer». Su respuesta es «no, no, no». Cae en sus brazos. Se besan. La próxima escena son campanas de boda. Las chicas buenas, como ya sabemos, se suponía que no querían sexo. El dominarlas, incluso forzarlas, se veía como la salida al dilema. Como no ofendía a nadie, funcionaba en el cine, a pesar de los problemas que causaba en la vida real. Fred Astaire transformó esta monserga en una parábola en la escena del beso en Sombrero de copa (Top Hat). «Cuando una torpe nube de aquí se encuentra con una suave nubecita de allí», le dice a Ginger Rogers, «él va hacia ella. Ella se escapa y él la alcanza. Ella llora un poco, y ahí tienes la lluvia. Él la consuela. Ellos echan chispas. Eso es el relámpago. Se besan. ¡Truenos!». Dos décadas después de Lo que el viento se llevó, en 1959, en Rojo atardecer (The Journey) Yul Brynner plantea la misma cuestión a Deborah Kerr. Brynner interpreta a un oficial ruso en la Hungría ocupada que ama a su caballo y está enamorado de Deborah Kerr. Para él, su atractivo reside en su educación. Hace comentarios sobre los siglos que se han necesitado para conseguir esa piel pálida, ese pelo, esas manos tan cuidadas. El beso, cuando finalmente llega, es otro de esos terribles en los que la mujer es forzada y después le gusta, sosteniendo la ideología de la violación consentida y de la violación marital. Irónicamente, es Brynner el que resulta sexy; en esta película, Kerr sólo transmite clase. Por desgracia, en el futuro veríamos muchas repeticiones de la escena de amor con el beso forzado, que ya habíamos estado viendo desde los días del cine mudo. En sus películas de tremendo éxito El jeque (1921) y El hijo del jeque (1925), Rodolfo Valentino salía lanzado del desierto para raptar mujeres, pero al final todas se alegraban por ello, así que no pasaba nada. Al contrario que la vampiresa, el macho de presa causaba gran admiración. Teníamos que admirar al homme fatal. Podía seducir a mujeres de maneras excitantemente inverosímiles, «tomándolas» a la fuerza en sus brazos, o en la cama, donde eran felices y quizás vivieran felices para siempre. Ingrid Bergman, en Por quién doblan las campanas (1943), la versión cinematográfica de la novela de Hemingway, tenía que pedirle instrucciones a Gary Cooper. «No sé como besar, si no te besaría. ¿Dónde se colocan las narices?» Pero al menos ella pensaba que le gustaría tomar la iniciativa. Un año después, en Tener y no tener -su primer beso en su primera película-, Lauren Bacall se sienta sin ser invitada en el regazo de Humphrey Bogart, le provoca con unos insultos, se inclina y le besa. -¿Por qué hiciste eso? -pregunta Bogie. -Me preguntaba si me gustaría. Entonces vuelve a besarle. Cuando sale de la habitación, Bogie pone esa cara de estupor y de acabado de besar. El beso no conmueve al público; es la audacia de ella y la reacción de él lo que lo hace. Esta inversión, posible porque el protagonista es un tipo muy duro, puso sin embargo nervioso al estudio. En lugar de terminar la escena con el beso, al salir, desde la puerta, Bacall tiene un breve parlamento que incluye la famosa frase: «Si me necesitas, silba». Las palabras permiten a Bogie recuperarse rápidamente de su desmayo. Ella no solamente le ha cedido su poder, sino que le ha otorgado uno nuevo. Cuando la puerta se cierra tras ella, Bogie prueba a silbar. El sonido es naturalmente el del silbido de dos tonos utilizado para piropear. Existe otra diferencia entre Gable besando a Leigh, o a cualquier otra mujer, y los besos que Bacall le da a Bogie. Bogie no los empieza, pero ciertamente no se resiste. Ya está sexualmente despierto. Son las mujeres, recuerden, las bellas durmientes del país de los cuentos. En Casablanca, en el Rick's Café Americain, el pianista empieza a tocar la canción «Tienes que recordar eso (You must remember this)». Rick (Humphrey Bogart), que ha prohibido que toquen esa canción en su local porque le recuerda su historia amorosa con Usa, sale corriendo para regañar al pianista y entonces la ve a ella (Bergman). El momento es eléctrico. Pronto la oímos decir: «Bésame. Bésame como si fuera la última vez». Él no lo hace. Ellos lo hacen. Se besan como iguales, ella inclinándose hacia adelante para besarle a él, él para besarla a ella. De todos modos, durante el beso ella vuelca accidentalmente su copa de brandy, que se rompe, diciéndonos de manera simbólica que algo se ha roto en su vida. Cuando ella y Rick eran amantes en el París de la guerra, Ilsa pensaba que su marido, un líder de la resistencia, había muerto. Ahora sabe que está vivo. El beso pone en peligro el honor de Ilsa. El de Rick no se ve manchado. Con la doble moral, el que él se acueste con la mujer de otro hombre no es especialmente malo; pero la moralidad de ella queda destrozada. La igualdad entre ellos se desvanece. Hasta aquí llega la ideología liberada que se ha considerado que contiene esta película. Al final viene la escena en la que ella dice sí, pero le dicen que lo que quiere decir es no. Con los alemanes que se acercan, Rick utiliza sus contactos en el mercado negro para comprar dos pasajes en el último avión que sale de Casablanca, pretendidamente para él y Bergman. En el aeropuerto, en el último minuto, para el bien de todos, él insiste en que ella se marche con su marido. El mundo le necesita, y por tanto las esperanzas de ella tienen que ser sacrificadas. Ésta es la famosa escena sin beso. El primer beso interracial del cine americano debe ser el que se daban para hacer reír en ¿Qué ocurrió en el túnel? (What Happened in the Tunnel?) (1903), de Edison, en la que dos mujeres -una señora blanca y su sirvienta negra- van en un tren que entra en un túnel. En la oscuridad del túnel, un hombre blanco intenta robar un beso a la mujer blanca y por error besa a la negra. Termina con el hombre limpiándose la cara con un pañuelo y las dos mujeres riéndose juntas de él. Él es un tonto, pero sólo porque el público comparte los sentimientos racistas implícitos. En Adivina quién viene esta noche (1967), en lugar de una toma directa, se ve al hombre negro y a la mujer blanca besándose brevemente sólo en el espejo, e incluso así, cuando la película se exhibió por primera vez, la escena resultó polémica. En la industria cinematográfica, como en el resto de la sociedad americana, los negros se tratan como un tema problemático. Por lo tanto, no es una historia amorosa corriente lo que normalmente le viene a la mente al director blanco, y las intenciones del director negro pueden ser apremiantes; se salta los besos y coloca a sus personajes directamente en la cama. Hay excepciones, claro está, pero por lo general a Hollywood todavía no le apetece un Cuando Harry encontró a Sally, entre blancos y negros. Parte de lo escandaloso de Domingo, maldito domingo (1971) es que la película se negaba a decir que contaba algo «raro». La historia trataba de un diseñador bisexual, interpretado por Murray Head, que va alternando entre sus dos amantes, un médico (Peter Finch) y una ejecutiva (Glenda Jackson). No había escenas de sexo en la novela de Penélope Gilliat, pero el director de la película, John Schlesinger, insistió en que los dos hombres se besaran. Head llega a la casa de Finch y le saluda con un beso. El beso entre los dos protagonistas masculinos se rueda de manera que parezca algo cotidiano. Schlesinger dice: «Quería que se abrazaran y besaran apasionadamente, como amantes, pero sin muchas alharacas. Debería parecer como algo que ocurría cada vez que se encontraban. No era "aquí están estas dos personas extrañas impulsadas la una hacia la otra por sus terribles apetitos que de alguna manera calman con sus impuros labios". Era "Hola, cariño, ¿qué hay para comer? o ¿qué hay de cena?"». El espectro del Sida ha creado una nueva conciencia romántica, nacida de la precaución. Las personas se dedican ahora a conocerse antes de hacer otra cosa. Se toman las cosas con lentitud. El tema cada vez más frecuente de la represión sexual en las películas actuales, en antologías como Mano lenta (Slow hand), son reflexiones de este cambio en nuestra ideología sexual. Películas como Howard's End y La edad de la inocencia, que retratan épocas notorias por su represión, muestran una sexualidad refrenada, ciertamente reprimida. En Cuatro bodas y un funeral, el reservado protagonista británico y la atrevida protagonista americana se conocen en una boda. A la primera oportunidad ella le invita a su hotel, pero él encuentra palabras para retrasar el primer beso. Para que las cosas se pongan en marcha, cuando finalmente él (Hugh Grant) la sigue a ella (Andie McDowell) a la habitación, ella se sienta en el borde de la cama y habla de besos: «Me di cuenta de que el novio y la novia no se besaron en la iglesia, lo que me parece raro. Allí de donde yo vengo el besarse es algo muy importante». También lo es en Inglaterra. Sólo que tarda más en salir a la superficie. Algo más de conversación provocadora y se besan. Sus agudas burlas nos recuerdan la muy diferente y florida discusión sobre el beso de casi exactamente cien años antes en Cyrano de Bergerac: Un beso, después de todo, ¿qué puede ser? un juramento que nos acerca más que antes; una promesa más precisa; el sellar unas confesiones que antes casi ni se susurraban una letra de color de rosa en el alfabeto del amor. Cyrano habitaba también en un mundo de modales exagerados, un mundo que tenía miedo del sexo y de la intimidad y que se veía por ello forzado a retrasarlo. PUEDO ESCRIBIR LOS VERSOS… PUEDO escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos". El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta, la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo. LA CANCIÓN DESESPERADA EMERGE tu recuerdo de la noche en que estoy. El río anuda al mar su lamento obstinado. Abandonado como los muelles en el alba. Es la hora de partir, oh abandonado! Sobre mi corazón llueven frías corolas. Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! En ti se acumularon las guerras y los vuelos. De ti alzaron las alas los pájaros del canto. Todo te lo tragaste, como la lejanía. Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio! Era la alegre hora del asalto y el beso. La hora del estupor que ardía como un faro. Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio! En la infancia de niebla mi alma alada y herida. Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Hice retroceder la muralla de sombra, anduve más allá del deseo y del acto. Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto. Como un vaso albergaste la infinita ternura, y el infinito olvido te trizó como a un vaso. Era la negra, negra soledad de las islas, y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos. Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro. Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos! Mi deseo de ti fue el más terrible y corto, el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido. Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, aún los racimos arden picoteados de pájaros. Oh la boca mordida, oh los besados miembros, oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados. Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo en que nos anudamos y nos desesperamos. y la ternura, leve como el agua y la harina. y la palabra apenas comenzada en los labios. Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo, y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio! De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste. De pie como un marino en la proa de un barco. Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo. Pálido buzo ciego, desventurado hondero, descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Es la hora de partir, la dura y fría hora que la noche sujeta a todo horario. El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Abandonado como los muelles en el alba. Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. Ah más allá de todo. Ah más allá de todo. Es la hora de partir. Oh abandonado!