ORACIÓN CON MOTIVO DEL AÑO PAULINO 13/12/2008 1. SALUDO E INTRODUCCIÓN El Papa Benedicto XVI inauguró el año paulino en junio de este año. En su homilía de entonces destacó que recordar a San Pablo no es “reflexionar sobre una historia pasada, irrevocablemente superada” sino que “San Pablo quiere hablar con nosotros hoy”. La razón de convocar este Año Paulino se encuentra en “escucharlo y aprender de él, como nuestro maestro, ‘la fe y la verdad’ en las que se arraigan las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo”. Una unidad entre cristianos que fomentar y cuidar en este tiempo de espera que es el Adviento. 2. CANTO: Vamos a preparar 3. MONICIÓN El Espíritu Santo nos introduce a la vida cristiana y alimenta en nosotros la gracia de los sacramentos. Es el Espíritu el que nos imprime el sello de hijos de Dios en el Bautismo, nos alimenta en la Eucaristía y nos acompaña hacia la madurez de la vida en Cristo con la efusión de sus dones. El Espíritu fecundó a María para que fuera la madre de Jesús, cuyo nacimiento esperamos con ilusión. Pablo nos conduce a la experiencia exhalante e iluminadora del Espíritu, en nosotros, en la Iglesia, en la creación entera. 4. LECTURA 1: El testimonio del Espíritu “Todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Porque no recibisteis el espíritu de esclavitud para recaer de nuevo en el temor, sino que recibisteis el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡Abba! ¡Padre!. El mismo Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Igualmente, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque no sabemos lo que nos conviene, pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Y el que penetra los corazones conoce los pensamientos del Espíritu y sabe que lo que pide para los creyentes es lo que Dios quiere” (Rom 8, 1416.26-27) 5. COMENTARIO-REFLEXIÓN El Espíritu es el respiro de Dios en nosotros. Es el alma de la Iglesia. Es el soplo del Resucitado que alimenta en nosotros la vida filial y lleva a término la redención que nos dio Cristo. Es el Consolador que nos prometió Jesús, y es el Pentecostés perenne de la Iglesia; es aquél que nos instruye sobre la Palabra del Señor... ¡Cuántas veces decimos que no sabemos orar, que no conseguimos orar...! Pablo nos hace una gran revelación: ¡el Espíritu ora en nosotros! Siempre sale al encuentro de nuestra debilidad. En este momento privilegiado de anuncio y escucha de la Palabra, hagamos un silencio dentro de nosotros. Tomemos conciencia de la presencia del Espíritu y acompañemos su oración con el ritmo de nuestro corazón, diciendo: “¡Abba, Padre!”. Parémonos y aprendamos a entrar en sintonía con el Espíritu; dejémonos instruir por Él. Confiemos plenamente en Él, que es el Consolador, aquél que nos revela a Jesús y su Palabra. Él gime dentro de nosotros y con nosotros, y nos sostiene en nuestra fragilidad, en nuestras tragedias, en nuestros errores. El Espíritu se hace y nos hace oración por toda la Iglesia; nos refuerza con la gracia de los sacramentos; nos hace pueblo y partícipes en el sacerdocio real de Cristo, su pueblo santo, su estirpe elegida. Por el Espíritu vivimos en comunión de filiación profunda con toda la creación, dice Pablo, y somos confirmados en la fraternidad universal. Por el Espíritu todo hombre es mi hermano, y toda mujer mi hermana: nos pertenecemos. 6. SALMO Ven, Espíritu Santo, mándanos desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, padre de los pobres, Ven, dador de bienes, Ven, luz de los corazones. Consolador perfecto, dulce huésped del alma, dulce consuelo. Reposo en la fatiga, alivio en el bochorno, consuelo en el llanto. Oh luz santísima, llena en lo íntimo los corazones de tus fieles. Sin tu energía, nada hay en el hombre, nada sino pecado. Lava lo que es sórdido, riega lo que es árido, sana lo que sangra. Doblega lo rígido, calienta lo frío, sana lo descarriado. Da a tus fieles, que sólo en ti confían, tus santos dones. Da virtud y premio, da muerte santa, da alegría eterna. 7. TIEMPO DE REFLEXIÓN PERSONAL Y ECO 8. CANTO: Ven, Espíritu de Dios 9. LECTURA 2: Somos templo santo “¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios, que sois vosotros, es santo” (1Cor 3, 16-17). “El Señor es Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Y todos nosotros, con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la gloria del Señor, nos transformamos en su misma imagen, resultando siempre más gloriosos bajo el influjo del Espíritu del Señor” (2Cor 3, 17-18). “Por el contrario, los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia; contra estas cosas no hay ley” (Gál 5, 22-23). 10. COMENTARIO-REFLEXIÓN Somos templo de Dios. Por la gracia del Espíritu Santo estamos habitados por el mismo Dios, nos dice Pablo. Somos piedras vivas de la Iglesia. Cada persona tiene una sacralidad intocable que Dios le garantiza. Por tanto, cuando a una persona se le arranca su dignidad, su santidad, su inocencia, cuando se le niegan sus derechos, cuando su cuerpo es abusado o sometido a cualquier tipo de violencia, es como si el templo santo del Señor fuese profanado, afirma Pablo. Un pecado terrible que desgarra nuestra unión con Dios y apaga el Espíritu en nosotros. Porque, quien profana la sacralidad de una persona, destruye también la propia y Dios deja de habitar en ella. Y si el Espíritu no vive en nosotros, nos precipitamos en la esclavitud del pecado. Pero Cristo nos ha liberado de esta esclavitud, insiste Pablo. Él nos ha reconquistado el don de la libertad para que podamos seguir la acción del Espíritu y producir los frutos del bien, del amor, alegría, paz, etc., -como nos dice Pablo-, que son la expresión tangible de la libertad de los hijos de Dios. Porque la verdadera libertad es hacer el bien. Para esto hemos sido capacitados por la gracia de los sacramentos, por los cuales recibimos los dones del Espíritu, los siete santos dones, que nos transforman en testigos en el mundo de la fe en el Señor Jesús y son el reflejo luminoso de la presencia de Dios en nosotros. 11. SALMO: 139 La presencia de Dios Señor, tú me sondeas, me penetras y me conoces; sabes de mi vida más que nadie: lo sabes todo. Cuando me siento, allí te tengo; cuando me acuesto, allí estás; donde quiera que esté tú te haces siempre presente. ¡Tú estás aquí: Señor, tú eres Amor! Cuando voy de camino, cuando corro como un loco; Cuando huyo de mí mismo buscando lo que no encuentro; Cuando llamo a una y otra puerta y todas se me cierran, Donde quiera que vaya o huya, allí presente estás tú. ¡Tú estás aquí: Señor, tú eres Amor! Tú conoces los pensamientos de mi corazón; tú sabes de los deseos limpios o confusos de mi alma; tú estás al tanto de las tensiones o conflictos de mi vida; tú sientes mi dolor cuando quiero ocultarlo: en el dolor estás tú. ¡Tú estás aquí: Señor, tú eres Amor! Cuando la crisis me aprieta y me siento desesperado; cuando la prueba me golpea y me siento cansado y solo; cuando la soledad y el absurdo llaman a mi puerta, en medio de mi agitación y confusión, de nuevo estás tú. ¡Tú estás aquí: Señor, tú eres Amor! Si cierro mis ojos y miro en lo profundo de mí mismo; si peregrino a lo más secreto y hondo de mi corazón; si hago silencio y escucho dentro de mí una palabra, allí te siento, allí te oigo, allí en mi interior estás tú. ¡Tú estás aquí: Señor, tú eres Amor! Cuando me encuentro conmigo mismo y me sondeo a fondo; cuando toco mis sentimientos y palpo mi corazón joven; cuando callo y me dejo surgir como realmente soy, en lo profundo de mi ser joven estás y surges tú. ¡Tú estás aquí: Señor, tú eres Amor! Siempre tú; siempre tú, vaya donde vaya; tu presencia inunda mi vida y todo cuanto existe. Porque eres Amor lo llenas todo, lo vives todo, lo sabes todo; porque eres Amor te encuentro siempre a mi lado, peregrino. ¡Tú estás aquí: Señor, tú eres Amor! 12. TIEMPO DE REFLEXIÓN PERSONAL Y ECO 13. ORACIÓN FINAL Manda tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra, renueva la creación entera, renueva a tu Iglesia. Espíritu Santo, te rogamos con san Pablo que enciendas nuestros corazones y los hagas capaces de amar; ilumina nuestras mentes y revélanos todas las palabras de Jesús; refuerza nuestra voluntad y haznos dóciles a la voluntad del Padre, trabajadores tenaces de tu paz y de todos tus dones. Espíritu de comunión, haznos un solo cuerpo en Jesús, que contigo y con el Padre vive la bienaventuranza de la armonía y el gozo de la comunión eterna. Amén. 14. CANTO A MARÍA