DOMINGO II DE CUARESMA (A) 1. v./. Sea alabado Jesucristo r./. sea siempre bendito y alabado. Cristo resucitado nos une en su camino hacia la gloria pascual. Por medio de él el Padre quiere llevar a cabo el desarrollo de la obra de nuestro bautismo, uniéndonos a su camino bautismal. Obra Cristo con la fuerza de su Palabra y del Espíritu Santo. Así va realizando nuestra divinización, nuestra unión consigo, nuestra vida es por su acción Historia de Salvación. 2. Obra nuestro guía y Sumo Sacerdote en medio de su Iglesia, convocada en el camino cuaresmal, para seguir el camino de Cristo, para unirse con su Esposo. 3. Somos la Iglesia, el pueblo de Dios, consagrado por la palabra y el bautismo, convocado por el Padre, en la Santa Cuaresma. Escuchamos el llamado a la conversión y nosotros respondemos juntos: VOLVÁMONOS A CRISTO Y A SU IGLESIA, dirijámonos al Señor, queramos vivir de él, adentrándonos en el corazón de la Iglesia 4. El Señor con su la fuerza actuante de su Palabra, con la acción poderosa del Espíritu obra en nosotros. Por eso, antes que nada, al volvernos a Cristo, creamos en que con él llega el reino de Dios, Dios viene a reinar en nosotros, a actuar en nosotros con su gracia poderosa, salvadora, divinizante. No se trata de una reflexión humana sobre Dios, sino como lo acabamos de oír del mismo Espíritu Santo por boca de San Pablo, por medio del Evangelio – es decir se nos manifiesta y se nos da la gracia al aparecer Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal. El domingo pasado, I de cuaresma, entremos con Cristo, llevados por el Espíritu al desierto, para ser tentados, probados, para entrar en el combate. Hoy el Espíritu Santo, por la divina Palabra que ha sido proclamada, nos da testimonio de la Transfiguración del Señor, nos lleva a la montaña santa, nos introduce en la luz del Tabor. Nosotros, por el testimonio del mismo Espíritu Santo nosotros no escuchamos un relato, sino que estamos presentes en él, lo tenemos ante nuestro corazón para adentrarnos y creer. Ubiquemos esta pasaje en el relato evangélico. Comenzó Jesús su vida pública junto al Jordán, dejándose bautizar por Juan, para asumir e pecado del mundo, para llevar sobre sí nuestra muerte, y allí fue ungido por el Espíritu Santo, hecho Mesías salvador, y fue presentado por la voz del Padre: mi Hijo, amado, en quien est´q mi beneplácito. Inmediatamente el Espíritu llevó a Jesús al desierto para ser tentado. El Domingo pasado la Iglesia, todos juntos abrimos la Cuaresma, entrando con Cristo en el combate de las tentaciones, para librar la batalla con la gracia de Dios, sabiendo que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, comprometiéndonos a no tentar al Señor nuestro Dios, sino eligiendo adorar sólo a Dios y sólo a él darle culto. Ahora se nos proclama a Jesús manifestándose en lo alto del monte. ¿qué pasó entre medio? ¿en qué situación estamos? Jesús fue haciendo presente el Reino por la fuerza de la Palabra y los signos del Reino: ha liberado del demonio, ha curado a los enfermos, ha llamado a los discípulos, en cuya fe se va a asentar el Pueblo de Dios. Los discípulos lo han reconocido como el Mesías, el Ungido, el Rey Salvador. AHORA LLEGÓ EL MOMENTO DEL DEFINICIONES.. El texto comenzó con seis días después. ¿después de qué? Pedro lo confesó como el Mesías, Jesús ha hecho el primer anuncio de su Pasión : el Rey Mesías llegará a su gloria - y nos llevará a su gloria - sufriendo mucho, siendo reprobado por las autoridades religiosas - ancianos, sumos sacerdotes y escribas - siendo condenado a muerte humillante : así resucitará luego al tercer día. También ha dicho el que quiere ser mi discípulo que se niegue a sí mismo que tome su cruz y me siga. Es ésta la situación se ha presentado un Mesías; pero sufriente, crucificado, perdedor, y unos discípulos también crucificados. La verdad de las bienaventuranzas se hace casi cruel, se vuelve casi incomprensible. Entonces a tres discípulos, testigos para la comunidad apostólica y para la comunidad de todos los tiempos, los lleva a la montaña alta: lugar privilegiado del encuentro con Dios (también Moisés, Elías se encontrar con Dios en la montaña). Lugar donde hay que subir para ese encuentro. Allí junto con los testigos del nuevo Pueblo de Dios están los de la antigua alianza: Moisés y Elías, la ley y los profetas. Allí se transfigura, es transfigurado ante ellos. Es decir, el Espíritu Santo lo transforma en la carne; en la carne se manifiesta su divinidad. Es un anticipo de la divinización de su cuerpo que tendrá lugar definitivamente por obra del Espíritu Santo en su resurrección. Es la luz pascual anticipada, para conducir por el camino de la pasión y de la muerte. Como en la salida de las aguas de su bautismo, se manifiesta en Cristo la Divina Trinidad. El Espíritu Santo que brilla en su cuerpo, los envuelve en la nube de la Gloria, como la columna de nube y fuego que acompañó al Pueblo en el Exodo por el desierto. Se hace sentir la voz del Padre: Este es mi HIJO, el AMADO, Antes que nada, pues, ante el testimonio de todos los discípulos antiguos – Moisés, Elías – y nuevos, se nos manifiesta quién es Jesús: el Mesías real, triunfador, de un modo único, el Hijo Unigénito de Dios, lleno del Espíritu y envuelto en él. Se anticipa la gloria de la resurrección, para confirmar que su camino de cruz, de humillación y de muerte, es el camino de Dios. No hay otro salvador, otro mesías, otro camino de Dios. Esta gran manifestación de Dios nos lo proclama, para que creamos, nos adhiramos. Por eso todo lo que Dios nos quiere decir en esta revelación concluye en la orden sin dobleces del Padre, la orden perentoria: ESCUCHENLO. Escuchar: la actitud del discípulo, la actitud del creyente. El que oye, obedeciendo, es decir, dejando que la palabra del Señor lo guíe, lo transforme, lo ilumine. Dejarse iluminar por la gloria de Cristo Transfigurado, es escuchar su voz y entrar junto con El en la obediencia que salva. El hombre se adhiere a la voluntad salvífica del Padre, por la obediencia. Ante la misma palabra obediencia hay una cierta alergia: podemos distinguir diferentes tipos de rechazo de la obediencia: una proveniente de la mala intelección de ella ( como actitud de quien no tiene iniciativa, de apocados y débiles, de serviles, de quien no quiere ni siquiera pensar, usada a veces como argumento de los que tienen autoridad, para dominar a los otros). Otras dificultades provienen del pecado: del orgullo, de la falsa autonomía, de la libertad rebelde del hombre que no quiere dejarse llevar por Dios, que desconfía de la voluntad divina: como Adán y nosotros en cuanto hombres viejos). Al mismo tiempo se nos presentan las reacciones de los discípulos: 1) quieren quedarse allí, - sin saber lo que decía - , sin andar el camino de la Pasión: es mejor quedarse aquí que seguir el camino hacia Jerusalén, la subida hacia el calvario, y, por ahí pasar a la gloria. Ya Pedro se había opuesto a Cristo, cuando anunció por primera vez su pasión. 2) no entienden de qué habla, cuando se trata de resurrección de entre los muertos (no porque no esperasen la resurrección universal - pues en ella creían - , sino porque no entendiesen que el Mesías fuera a sufrir y morir condenando para entrar en su gloria. Lo comprenderán a la luz de la resurrección y con la efusión del Espíritu Santo : entonces ellos mismos recorrerán plenamente el camino dela obediencia. la obediencia a Dios es la verdadera entrega del hombre, como la de Abraham, como la de Cristo. La obediencia es la entrega de lo más propio del hombre : de la mente, para dejarse iluminar y guiar por el amor de Dios ; de la voluntad, cuando la vida se hace cumplimiento del plan salvador del Padre. La obediencia restaura el orden del hombre con Dios, consigo mismo y con el prójimo : así la redención es por la obediencia de Cristo y se hace nuestra por nuestra comunión con su obediencia. La obediencia es el modo como nos dejamos engendrar como hijos de Dios, vivencialmente, históricamente. La obediencia es como colaboramos con Cristo en la restauración universal, en la comunión con su ofrenda. La obediencia es de la mente y de los “hechos”, de los actos. Pasa por las mediaciones de las personas y de las cosas. La escucha de la Palabra es para entrar en la comunión con la obediencia de Cristo. Por eso, la obediencia cristiana es al Padre, escuchando a Cristo, en todo su palabra, pero no se trata sólo de obedecer mandatos, sino que es obedecer con todo el sentido y el camino de la vida, hecha seguimiento de Cristo crucificado, comunión con su cruz. Es la plenitud de la fe de Abraham, que abandonó todo y marchó como se lo había dicho el Señor. Nosotros somos hijos de Abraham, por nuestra fe en Cristo crucificado y en Dios que lo resucitó de entre los muertos. 5. En nuestro bautismo fuimos unidos a la Resurrección de Cristo. Allí empezamos a ser transfigurados para ser llamados a la resurrección de nuestra carne, glorificados por el Espíritu Santo. Allí también empezamos a unirnos con la obediencia salvadora de Cristo, con la comunión con su vida y pasión obediente y entregada. Las promesas del bautismo, que cada año renovamos en la Noche de la Santa Pascua, son nuestra alianza con la fe obediente. En la confirmación el Espíritu de la Gloria bajó sobre nosotros, nos ungió, para que resplandezca en nosotros la gloria de Cristo. Resplandor que se da en nuestra vida unida ya a la obediencia de Cristo. La Palabra que hoy actúa en nosotros, entra en nuestros oídos, para que desde dentro de nuestra libertad, del corazón lleno del Espíritu, nos dé la luz y la fuerza para hacer de cada momento de nuestra vida, un acto de obediencia filial con Cristo al Padre. 6. El altar de nuestra eucaristía es la montaña alta, en la que Cristo Glorioso, que siendo el Hijo, por su obediencia nos llevó a la gloria, nos hace participar de su acción de gracias, nos une con la ofrenda de su vida y su muerte obediente al Padre, para que también nos hagamos ofrenda con El, como ya estaba prefigurado en el sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe. En la comunión comemos la carne gloriosa, bebemos la sangre vivificante, que tomamos de la copa llena del Santo Espíritu, para anunciar la muerte del Señor con nuestra alabanza, para dejar que nuestra persona y nuestra vida se vuelvan la ofrenda del corazón y de la vida obediente a la voluntad del Padre, para morir con Cristo para vivir con él. En día que es aniversario de mi ordenación episcopal, veamos también como se nos muestra la gloria de Cristo en el Obispo. No se trata ciertamente de mí, que nunca llegaré a representar la gloria de Cristo y del Padre. Pero sí contemplemos la gloria de Cristo, que se hace presente en el obispo, sucesor de los apóstoles, para confirmar en la fe recibida de los apóstoles, de manera de que escuchemos a Jesucristo en la predicación incontaminada de su Iglesia. En la miseria personal del hombre, veamos la gloria del crucificado y resucitado que ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra. El obispo debe antes que nada predicar el Evangelio, y, en la medida de mis fuerzas he procurado hacerlo en toda la diócesis. El obispo, no mirando a su persona, ni en sus virtudes ni en sus pecados, debe llevar al pueblo a la obediencia de la fe y a la sumisión a la voluntad del Padre. También forma parte de la gloria humillada del Señor, que ejerza su realeza salvadora, presidiendo a su pueblo, por medio de hombres. Por ello, en este día de la transfiguración del Señor, para afirmarnos en el camino de la obediencia al Padre y de la cruz vivificante, oremos los unos por los otros, y oremos de un modo particular por el obispo, que lleva sobre sí un misterio tan inmenso, totalmente superior a sus capacidades y fuerzas, para que obre en él el poder salvador de Jesucristo y la gracia del Espíritu Santo, para que todos nos convirtamos al Señor. VOLVÁMONOS A CRISTO Y A SU IGLESIA. 7. Contemplemos la gloria del Hijo, el Resucitado, para que creamos en su gloria, de forma que corramos hacia ella. Que también la vivamos como nuestra meta, culmen de todos nuestros anhelos, sentido de nuestra vida. Fuimos creados a imagen de Cristo Glorioso, para que también nosotros unidos a El vayamos hacia la misma gloria. No seamos como los discípulos que discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos. Para llegar a ser plenamente divinizados con Cristo en nuestra carne gloriosa, el camino es Cristo mismo: el camino de su pasión, de su obediencia salvadora. Es ésta Buena Noticia, de la gloria de Cristo, que es neutra meta, que hoy nos envuelve, y el camino de la obediencia filial, la comunión con su obediencia hasta la entrega de nosotros mismos, la que hoy nos es anunciada. También ante ella debemos ver qué no queremos obedecer, qué enceguece nuestra mente, nuestro corazón, nuestra voluntad, para mantenernos en siervos rebeldes, en lugar de ser plenamente hijos servidores, libres y agradecidos. VOLVÁMONOS A CRISTO Y A SU IGLESIA, dejándonos iluminar por la luz de Cristo transfigurado, que nos permite reconocer la gloria de la pasión del Señor, la luz de su cruz. Atendamos la voz del Padre que nos lo señala como su Hijo, y que para que nosotros nos volvamos hijos de Dios, nos indica el camino: escúchenlo. 8. Para que el Padre sea glorificado en nuestra obediencia filial, como lo fue en Cristo. para que nosotros seamos divinizados, hechos hijos en el Hijo, que aprendió sufriendo a obedecer y así entró en su gloria, llevándonos a nosotros consigo, a quien sea todo honor, alabanza y gratitud...