orar desde Dios: mirar

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Catequesis del miércoles 23 de marzo de 2011 – orar desde Dios: mirar y escuchar (Parroquia
de San Salvador de Tala)
1)
Dios nos habla primero en la creación y en nosotros mismos: la oración como algo
natural del hombre si atiende esta primera palabra de Dios.
En general, cuando pensamos en la oración, pensamos en lo que nosotros tenemos que
hacer, en una acción humana para alcanzar a Dios, para tratar de encontrarlo. Y algo de esto es
verdad.
Sin embargo, la realidad es al revés: es Dios quien está antes que nosotros en la
comunicación entre Dios y el hombre, es decir, en la oración. Dios ya se expresa en toda la
creación. Dios nos habla primero en la creación. Por eso, es habitual que el hombre
contemplando la creación, tienda a escuchar a Dios, a darle gracias, a adorarlo, o también a
pedirle su auxilio.
Más aún, Dios dice una palabra única al crear al hombre, al imprimir en él su imagen.
Por eso, es casi natural que el hombre se dirija a Dios, que le hable, porque en su conciencia,
en su corazón y en su mente, el hombre se sabe originado en la palabra de otro, de Dios.
El mismo hablar de cada uno de nosotros comienza en que nos hablen en otros, en la
madre, en el padre, que se dirigen al párvulo, al niñito, al bebe. Estas primeras palabras que
suscitan también nuestras primeras respuestas y nuestro reconocimiento de nosotros mismos
son presencia de la palabra primigenia de Dios que nos ha creado y de alguna forma apuntan a
que reconozcamos al que nos da el ser.
Por esto también en el otro, en el prójimo, también escuchamos una palabra de Dios,
que nos invita a respetarlo, a quererlo, a ayudarlo. La fuente de la moral es que Dios ha dicho
una palabra al crear al otro, dice una palabra al ponerlo en nuestro camino y en nuestra
conciencia nos invita a escucharlo, a obedecerlo, a responder a su palabra con acción de
respeto y amor.
En todo esto que hemos evocado, reconocemos, pues, que Dios habla primero, que Él
nos interpela, que Él nos llama. Él habla primero: la oración es respuesta a esta palabra
primera de Dios.
Si el hombre no reconoce esta palabra, si se vuelve incapaz de reconocerla, es porque se
va atrofiando, como cuando pierde la sensibilidad ante el dolor ajeno, la capacidad de
compartir la alegría del otro: son deformaciones del hombre.
Por eso, como conclusión de esta primera observación, podemos preguntarnos cómo
está nuestra capacidad de reconocer y oír la palabra primera de Dios, si le prestamos atención,
si atendemos a este diálogo, si respondemos con nuestra oración de alabanza, acción de
gracias y súplica, si respondemos a su llamado.
2) La oración cristiana nace de Dios mismo que se nos comunica personalmente.
Ahora queremos dar un paso más, atendiendo a la oración cristiana. La oración de los
cristianos incluye esa oración natural de la que acabamos de hablar. Los salmos nos invitan a
reconocer a Dios en la creación: creaturas todas del Señor bendigan al Señor; mares y ríos,
bendigan al Señor. Hijos de los hombres, bendigan al Señor. Oh Señor, nuestro Dios que
admirable es tu nombre en toda la tierra. ¡Qué es el hombre para que te acuerdes de él!
Siendo, pues, esto verdad, la oración del cristiano tiene una novedad radical. ¿Por qué?
Porque Dios mismo se nos ha comunicado, Dios personalmente se nos da a conocer.
Dios, el Creador, se ha ido manifestando en una larga historia, desde que llamó a
Abraham, luego por Moisés a su pueblo Israel, por medio de los profetas y salmos. Dios se ha
dado a conocer, pues, en sus opciones: es misericordioso y fiel, hace alianza, es celoso, busca,
corrige, castiga, perdona, llama.
Y, por sobre toda las cosas, se nos ha mostrado totalmente en Jesucristo. Dios, a quien
nadie ha visto jamás ni puede ver, mostró su rostro en Jesucristo. Los apóstoles dijeron: lo que
hemos visto y oído, lo que hemos tocado, la Palabra de Vida se ha manifestado.
Entonces, la oración cristiana comienza en que Dios se nos da a conocer, en atenderlo a
él y luego en responder. El diálogo comienza por parte de Dios, pide antes que nada que lo
atendamos.
3)
Dios nos habla en su Hijo Jesucristo: escuchémoslo
Profundicemos ahora en esa novedad de la oración cristiana, en ese regalo impensado,
atendiendo a la Transfiguración de Jesús, que nos fue proclamada en la lectura evangélica del
Domingo pasado.
Después de mostrarnos a Jesús transfigurado, refulgente de gloria y luz, se oye la voz
del Padre: Este es mi Hijo, el amado, escúchenlo.
Lo primero que tenemos que subrayar, porque es de lo principal de nuestra fe
cristiana: Dios nos habla en y por su Hijo. Este Hijo, único, no es hijo como somos nosotros. Es
verdadero Dios junto y con el Padre. Por eso, este Hijo, Jesucristo, es Dios verdadero de Dios
verdadero y en él está dicho todo lo que el Padre quiere decirnos.
San Juan de la Cruz dice que después que Dios nos entregó a su Hijo, que es su Palabra
total, se quedó como mudo, porque todo lo expresó en Jesús. Por eso es que toda la
revelación de Dios está concluida en Jesús. ¿cómo podrá explicarnos mejor Dios que nos
quiere, después que entregó a su propio Hijo? ¿cómo podrá anunciarnos que nos quiere hacer
participar de su propia vida, conocimiento y amor, que mostrándonos a Jesús? ¿cómo
podemos aprender a ser hijos de adopción sino aprendiendo de cómo su Hijo Eterno vivió en
esta vida humana?
Por eso, la oración cristiana es antes que nada oír, escuchar a Cristo, atender lo que
nos dice. El fundamento de nuestra oración es la escucha de Jesús.
Más de una vez he oído a algún fiel decirme: yo rezo, pero Dios no me contesta. Es al
revés: el habla primero, yo debo orar, rezar, escuchándolo.
Esta oración de escucha es: 1) antes que nada oír: atender con el oído. Lo que supone
hacer silencio a otras voces, dedicar tiempo a escuchar la palabra, prestarle atención,
guardarla en el corazón, ir descubriendo sus secretos. Dios para hablarnos tomó una lengua
humana: el hebreo, el griego, y los ejemplos de una historia y de un lugar. De alguna manera
es necesario aprender el vocabulario de Dios, los ejemplos concretos que él fue tomando para
poder expresarse. Si nosotros entendemos con facilidad el lenguaje y los ejemplos de nuestra
tierra – el mate, el ñandú, el ombú – así también tenemos que aprender los de Jesús y su tierra
y su pueblo, para poder entenderlo.
2) escuchar es también dejarse enamorar. Dios nos habla para movernos a su amor.
Como el novio. Dios nos habla para robarnos el corazón. Por eso, escuchar a Jesús es ir
dejándonos querer por él, para que el amor suyo y nuestro amor a él se vayan volviendo el río
central por el que fluye nuestra vida.
3) escuchar es también obedecer. Sí, aunque no nos guste la palabra. Obedecer es
prestar atención a Dios y fiarnos de su palabra, del camino que nos indica, de lo que nos
manda realizar. La oración, pues, se vuelve obediencia. Y si nos cuesta obedecer, la oración se
vuelve súplica, pedido de ayuda para que nos entreguemos a Dios, obedeciendo su palabra.
La oración cristiana es, pues, escucha, conocer a Jesús y por él al Padre, dejarse
enamorar, obediencia y pedido al Señor para pegarnos a su voluntad.
4)
Escuchando la palabra, aprendemos a rezar.
Hay un paso más que quiero explicar. Dios mismo no sólo nos habla primero, para que
escuchemos y respondamos, sino que el Señor nos enseña a responder, a rezarle, a hablarle.
Para eso, Jesucristo nos enseñó el Padrenuestro, el Espíritu Santo inspiró los salmos, la
Iglesia pone en nuestros labios diferentes oraciones.
Esas oraciones no sólo hay que decirlas: por ejemplo, recitar el Padrenuestro, sino que
hay que escucharlas cuando las decimos. A ver si me puede explicar. Cierren los ojos, digan
despacito en voz alta la palabra de la oración y escúchenla: entonces esa casi sin darnos
cuenta entra en el corazón y lo modela, ahí reza en nosotros el Espíritu Santo.
Es este el principio del camino de la oración y, sobre todo, el de la oración litúrgica, el
de la Misa. No se trata de que digamos lo que sentimos o pensamos, sino que, escuchando
humildemente lo que la Iglesia dice – el gloria, el salmo, lo que el sacerdote reza -, si lo
escuchamos, dejándolo entrar en el corazón: ahí pone en nosotros la oración de la Iglesia y del
Espíritu.
Debemos pedir que nuestro corazón siga a la voz, escuchando las palabras del Espíritu.
Es ésta no una escuela de oración: es parte del mismo misterio de la oración cristiana.
5)
Dios se nos da a conocer en la carne: la oración mirándolo.
Demos un paso más. Dios no sólo comienza la comunicación con el hombre, hablando
primero, sino que también lo hace mostrándose primero.
La novedad máxima del acontecimiento de Cristo es que el Hijo, el Verbo se hizo carne.
Dios hijo tomó una naturaleza como la nuestra, de tal modo que Dios se ha manifestado en su
humanidad.
En el antiguo testamento Dios prohibió que Israel se hiciera imágenes para que no
tomara como dioses, como ídolos a las creaturas, el sol, la luna, los animales. Pero en la
novedad total del Nuevo Testamento: hemos visto a Dios en la carne. Dios mismo abolió esa
prohibición.
Por eso, escuchamos la Palabra de Dios, no sólo para oír palabras, sino también para
que se nos describa la manifestación de Dios. El domingo pasado, cuando escuchamos el relato
de la Transfiguración, el Espíritu Santo nos hizo ‘ver’ lo que aconteció. Jesús se transfiguró y
manifestó su divinidad a través de su carne mortal. Éste hecho nos ayuda a ver que el que
contemplamos crucificado y humillado es el mismo Hijo divino de Dios, el que luego resucitó
glorioso.
Por eso se nos narran los hechos de Cristo, sus signos y milagros, y principalmente, su
pasión y muerte.
Nosotros creemos en Cristo glorioso, que está junto al Padre, y él, con la fuerza de la
Palabra y del Espíritu se nos da a conocer en lo que hizo en su carne. Por esto mismo, desde
muy temprano, los cristianos comenzaron a representar las imágenes de Jesús en distintos
momentos de su vida. Lo que el Evangelio nos narra, lo podemos imaginar y representar,
porque los apóstoles nos dan testimonio de lo que vieron y tocaron, para que también
nosotros de alguna forma veamos, toquemos y creamos.
Éste es el sentido de los íconos y de las imágenes en las iglesias. Sabemos que son
materia, pero nos ayudan a escuchar la palabra y a orar haciendo memoria en la fe de lo que
Cristo ha hecho por nosotros.
Según lo que venimos diciendo la oración cristiana también consiste en ver,
contemplar, tener ante nuestros ojos lo que el Señor ha hecho por nosotros.
6)
La sagrada liturgia, los sacramentos y la Misa el mayor don de oración.
Este hecho de que Dios se nos muestre primero y nos hable primero nos ayuda a
comprender la oración litúrgica, la oración en los sacramentos, en la Liturgia de las Horas (u
oficio divino) y, sobre todo en la Santa Misa. Toda las acciones litúrgicas están envueltas en la
luz del Monte Tabor.
Como no podemos hablar de todo detengámonos en la Misa. Cada Misa es como la
Transfiguración. En la Misa, antes de rezar nosotros, antes de actuar nosotros, es la obra de la
Trinidad. Allí es el monte santo en que se manifiesta Cristo glorioso, realmente presente y
actuante: es él que está presente en la Iglesia reunida, en el sacerdote, en la palabra, en su
cuerpo y sangre velado por el pan y el vino. Es él el que ofrece su sacrificio eterno al Padre. Es
aquí que el Padre dice: este es mi Hijo, amado, en quien me complazco, escúchenlo. Es aquí
que el Espíritu Santo nos envuelve como nube luminoso que nos revela el misterio y, a su vez,
lo vela, para que mantengamos el temor de Dios y el respeto a la santidad divina.
En la liturgia, sobre todo en la Santa Misa, vemos a Dios en los santos misterios. VEMOS A
DIOS EN LA CARNE, EN SUS SANTOS MISTERIOS, EN LA PROPIA ENTREGA DE CRISTO.
Es en la liturgia que Dios mismo nos habla: lo escuchamos de verdad a él, en su Palabra, y
hemos de dejarnos iluminar por esa palabra, purificar, enamorar, y obedecerla de corazón. No
escuchamos lecturas sobre Dios, sino lo oímos a él. Por eso, es imprescindible aprender a oírlo
a él en el acontecimiento de su palabra proclamada.
Y, no menos importante. En la liturgia es donde debemos aprender a participar dejando
que nuestra mente y nuestro corazón sigan a nuestra voz.
La voz del católico en la liturgia no puede ser otra que la voz de la Iglesia: por eso, tenemos
que decir lo que la Iglesia quiere decir en cada momento, en verdadera obediencia de fe.
Por eso, propiamente no hay que leer (puede ser necesario porque no sabemos el texto),
sino orar, para que escuchar y recibir la palabra de la Iglesia orante, para que ore en nosotros.
Y, al mismo tiempo, sea que lo digamos cada uno, sea que lo diga el salmista, o el
sacerdote, debemos escucharlo con los oídos y el corazón, para que el Espíritu Santo ponga en
nosotros sus palabras, para que EL CORAZÓN Y LA MENTE SIGAN A LA VOZ DE LA IGLESIA
LLEVADA POR EL ESPÍRITU.
Como dice el apóstol, nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu
viene en ayuda de nuestra debilidad y ora en nosotros, él clama en nuestro corazón Abba,
Padre y da testimonio de que somos hijos.
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