LA CRUZ, CAMINO VOCACIONAL INTRODUCCIÓN No es fácil ni habitual hablar del vínculo que existe entre vocación y cruz. Con frecuencia nuestras catequesis vocacionales se olvidan de la cruz del Señor. Resulta más fácil y cómodo hablar de cuestiones menos problemáticas y más tranquilizadoras. Caemos en el error de proponer un camino vocacional orientado a la realización de sí y a la propia felicidad, ocultando que no hay seguimiento sin cruz. Sin embargo, la cruz es tema vocacional porque es parte de la vida. Ella explica la “verdad” de la historia de cada persona sin ninguna excepción. Indica, en última instancia, la plenitud y la calidad del amor verdadero. Nada como la cruz de Cristo nos pone frente a la exigencia ineludible de una opción valiente que abrace toda la vida. Pero no se considera actualmente la cruz, con su misterio y su sabiduría, un tema vocacional central. Por el contrario, se ve, implícita y aún explícitamente, como algo que podría desalentar e inhibir en la toma de decisiones. Se ve como un fantasma que espanta al joven de la perspectiva vocacional. Por ello, se dicen muchos, mejor no hablar de ella al joven que se asoma a la vida esperanzado y optimista. Y nadie combate ese extraño pudor que rodea el tema del sufrimiento convirtiéndolo en tabú. Y así la pastoral vocacional privada de la cruz, se vuelve una pastoral “alegre y desenfadada”, pero muy débil e ineficaz en la propuesta y en la respuesta, cada vez más improbable y por ello frustrante para el pastoralista y también para el joven. La actual crisis vocacional, ¿no podría, quizás, estar ligada al silenciamiento de este “vía-crucis vocacional”? ¿No será ésta la causa de nuestra incapacidad y poco valor para proponer a otros la vocación personal, en su realismo más hondo y verdadero? EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO EN LA CULTURA JUVENIL DE HOY Partamos de una pregunta necesaria: ¿Sufren los jóvenes de hoy? La respuesta a esta pregunta no presenta paliativos: Es incontestable el hecho de que los jóvenes conocen el sufrimiento. No son en absoluto la alegre pandilla, toda camaradería, de jaraneros o extravagantes que se pasen la vida tranquilos… No son ajenos, en absoluto, a lo que les cuesta vivir y a lo que les pueda estar costando. Saben lo que es sufrir y llorar, por muy maquillados y sonrientes que aparezcan. El joven de hoy efectivamente sufre, y probablemente el suyo es un sufrimiento especialmente agudo e intenso, aunque no siempre tan evidente, más bien casi nunca evidente, ni siquiera para él mismo y mucho menos para los demás, sobre todo para aquellos adultos que mantienen con la juventud una relación superficial y acusadora. No sólo desconoce la raíz del sufrimiento, sino que a menudo no sabe o no puede decírselo a nadie. Porque no encuentra quien esté dispuesto a escucharlo y comprenderlo profundamente sin que lo haga sentirse juzgado y condenado. El joven de hoy sufre por algo medular e indispensable que le está haciendo falta: sufre sobretodo por no encontrarle sentido a la vida, o porque no ha logrado dar una orientación positiva y estable a su identidad o por no hallar la certeza definitiva de su propia 1 “positividad”. Ni siquiera sabe cómo reaccionar, porque no ha aprendido a vivir con el sufrimiento como etapa de su crecimiento. Hay un misterioso cansancio de vivir en los jóvenes de hoy, incluso en aquellos que lo ignoran o lo niegan o incluso se ríen de él y le inyectan droga o velocidad, o lo celebran de una manera extraña, transgresora y destructora, en espacios propios o reservados, o de noche, o en pandilla, o navegando en Internet. Por otro lado, los jóvenes de hoy viven en una cultura y reciben una educación que pretenden habilitarlos para sufrir cada vez menos, para evitar la experiencia del dolor, para sortear hábilmente la fatiga de la renuncia. Y de esta manera, cuando se topan inevitablemente con el drama del sufrimiento, aunque no sea en cosas importantes, se encuentra desguarnecido, sin saber cómo reaccionar. Nadie le ha enseñado que se puede convivir con el dolor y sacar de él provecho. Y entonces estos jóvenes desprevenidos reaccionan mal, van adónde le lleva su instinto (que algunos confunden con el corazón), no logran controlarse, no tienen frenos de ningún tipo y tampoco su conciencia está en grado de señalarles algún punto de referencia vinculante y que ostente para ellos alguna autoridad orientadora. Estos jóvenes se avergüenzan de mostrar sus sufrimientos y no quieren admitir su dolor. Para esconderlo a los demás, adoptan comportamientos y estilos de signo totalmente opuesto, pretendiendo dar una imagen de sí mismos muy diferente a la que sienten: bulliciosa, despreocupada, desenfada, divertida, vivaz, tal vez violenta e insolente, pero nunca sufrida. Sin embargo, por más que lo oculten, el dolor les llega. ¡Y de qué manera! Además de las diversas circunstancias dolorosas que la misma vida acarrea, existe un muestrario de dolores comunes que hacen sufrir particularmente a nuestros jóvenes en este nuestro momento histórico y que podemos localizar. Muchos de los actuales sufrimientos juveniles están relacionados con el propio cuerpo. Muchísimos jóvenes no se gustan, por no sentirse atractivos o por aparecer poco interesantes ante los demás. Paradójicamente están excesivamente preocupados por tener un cuerpo sano-bello-fuerte-juvenil y, por otro, ostentan actualmente un desaliño y un estudiado desinterés sin precedentes. Su miedo principal es el de no gustar, ser feo-fea, con la consiguiente exclusión del grupo y con el espectro de fondo de la soledad, en una sociedad que privilegia diferentes formas fatuas de aparentar. Un engaño que acaba generando agresividad incluso contra sí mismo que, en última instancia explica conductas juveniles anoréxicas o autodestructivas. Otra fuente de sufrimiento está ligada al real o figurado desarrollo de sus propias dotes y cualidades, a un fracaso o a un resultado menos positivo de ellas… o a la constatación de que otros son más afortunados en la ruleta competitiva de la vida. Con ello alimentan la creencia ilusoria de que la felicidad reside en las propias dotes. Un error éste que se paga bien caro, aunque el joven a veces tenga pocas posibilidades para reconocerlo y desactivarlo. También sufren nuestros jóvenes a causa de sus relaciones con los demás, especialmente cuando buscan al otro/a no de manera libre y desinteresada, sino más bien en un marco de conquista o de dependencia, para satisfacer la propia gratificación de sus necesidades infantiles y egoístas. Se explica así esa lógica 2 suya de depender del otro/a o de la pandilla. Esa relación, superficial y frágil, no puede proyectarse como relación duradera. Al pedir demasiado al otro/a en términos de gratificación emotiva y de solución de los propios problemas, ponen las premisas de un fracaso que tarde o temprano explosiona. Aquellos pastoralistas que están cercanos a estos jóvenes son testigos secretos de los muchos sufrimientos de nuestros jóvenes, sufrimientos que solo comienzan a ser aliviados e integrados precisamente cuando se expresan. Desgraciadamente dos realidades actuales agravan la situación: La soledad juvenil. Los jóvenes no suelen disponer de una persona amiga dispuesta a escucharles. Guardan todo su dolor dentro de sí, hasta que logran encontrar algún aliviadero de sus tensiones o explotar con actos más o menos violentos. No suelen contar, en la inmensa mayoría de los casos, con un guía real que tenga autoridad para serlo y al que puedan confiar sus penas. La mayor parte de las veces sólo cuentan con su reducido círculo de amigos que tienen sus mismos problemas e idénticas perplejidades… Se encuentran así sin nadie que pueda enseñarles a reelaborar de manera inteligente su sufrimiento y a transformarlo en un camino crecimiento. Su crisis se vuelve involutiva y el sufrimiento aumenta o se hace insoportable o desemboca en actitudes violentas y absurdas. El analfabetismo emotivo y, el subsiguiente mutismo: Muchos jóvenes ya no conocen el lenguaje de las emociones. Su reducido lenguaje se está empobreciendo o reduciendo a una jerga colectiva más bien anónima que privilegia expresiones comunes e insignificantes: “me has matao”, “alucina”, “no mola”, “es o no guay”… Ese lenguaje se vuelve falso porque no señala la correspondencia con su situación real, con su emoción. De esta manera no entran en contacto con su yo más profundo, no saben exactamente lo que sienten dentro de sí… y tampoco saben verbalizarlo y hacerse entender con los otros. Pierden el enlace con su mundo interior y con el de los demás. EL VALOR VOCACIONAL DE LA CRUZ Da la impresión de que ciertos temas no son considerados ni usados por muchos pastoralistas como “temas vocacionales”. Uno de ellos es el de la virginidad, que casi nunca sale en las catequesis; otro es el de la cruz. Cuidadosa y elegantemente son evitados. Y sin embargo la cruz constituye un elemento de tracción y atracción vocacional, tal vez incluso el elemento decisivo y central, alrededor de cual rotan la llamada y al opción vocacionales, porque lo dice Jesús: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”. ¿Hasta qué punto creemos que la cruz representa un valor central? ¿Acaso la pastoral vocacional no es, en el fondo, una propuesta y luego una experiencia de esta atracción? ¿Acaso el camino del animador vocacional no es, antes que nada un camino hacia la cruz, para después o al mismo tiempo acompañar a otros en ese mismo recorrido? Todo auténtico itinerario de pastoral vocacional es siempre una experiencia de la centralidad de la cruz de Cristo. Es fundamental comprender esto para no volvernos pastoralistas chapuceros o simples repetidores. 3 Existe un vinculo entre vocación y cruz. Es un vínculo, no inmediato ni de fácil lectura, que debe ser elaborado inteligentemente, si se quiere que de veras el camino de la cruz se transforme en camino de vocación. Hacer pastoral vocacional supone ponerse antes de nada en la postura o distancia justa delante de la cruz, o de poner la cruz en el lugar que le compete en la propia vida. 1. El sufrimiento del joven que no se plantea su vocación Muchos jóvenes arrastran el pesado dolor de una vida sin sentido. Se trata del sufrimiento ignorado en su misma raíz, por quien lo sufre y también por quien lo debería reconocer. La idea de vocación no les evoca de manera evidente la idea de alegría, de plenitud, de ganas y gusto de vivir… y así quien “no se plantea su vocación” no por ello es considerado como un desdichado o un infeliz. Y sin embargo, no es difícil descubrir en esa actitud la amargura que late por dentro de no ser buscado por nadie, de ser insignificante, de no tener un proyecto que llevar adelante, un proyecto confiado a una persona, en definitiva la sensación de no ser amado, antecámara de aquella depresión cada vez más presente hoy en el mundo juvenil. Un pastoral vocacional debería reconocer este sufrimiento, detectar su raíz más profunda y no caer en la trampa de lecturas superficiales y de condenas sin apelación del mundo juvenil. 2. El sufrimiento del joven que se siente llamado Pero hay otra clase de sufrimiento, completamente diverso. Lo experimentan quienes tan madurando o han madurado la opción vocacional. Se trata de un sufrimiento sano y germinativo, pues hace intuir y crecer en el verdadero sentido de la llamada. La vocación exalta, pero también infunde temor; atrae hacia lo alto, pero también hace probar hasta el fondo el cansancio de la subida,; hace sentir toda la distancia entre el proyecto y los pequeños planes humanos todos ellos centrados sobre el propio yo; supone el miedo de tomar una decisión equivocada por demasiado alta y exigente y de hallarse ante lo imposible. Es el sufrimiento de Abraham, de Moisés, de Jeremías, de Jonás…. Y de todos los llamados en la historia de la salvación, desde los profetas hasta María y los discípulos, hasta Jesús, que experimentó angustia delante del proyecto del Padre que lo llamaba a dar su propia vida en la cruz. Es un sufrimiento sano porque pone a la persona ante la verdad de Dios y ante la verdad de sí mismo. Es esta una lucha saludable que lleva al yo fuera de sí hacia la plenitud de sí misma a través de la “rendición vocacional”, como gesto de confianza obediencial. ACTITUDES PASTORALES ANTE LA CRUZ ¿Qué nos toca hacer a nosotros que tenemos la encomienda de anunciar el evangelio de la vocación? ¿De qué manera nos debe afectar a nosotros el misterio de la cruz del Señor, para que podamos hacer de él una roca de apoyo en la tarea de animación vocacional? 4 Presentamos algunos principios pastorales que nos ayuden a trabajar la cruz en la experiencia de la pastoral vocacional. 1. Reconocer el derecho al sufrimiento y su valor intrínseco No debemos esconder ante los jóvenes la cruz del Señor ni el misterio del sufrimiento. Debemos presentarles, por tanto, el sufrimiento sano, aquel que ayuda a crecer. Aquel que solamente se entiende desde la invitación que hace Jesús a cargar con la cruz del seguimiento. Esto presupone oponerse al chantaje del placer obligatorio. Nos obliga a enseñar a nuestros jóvenes a esperar, a no exigir inmediatamente la gratificación, a experimentar las carencias y las limitaciones,… El sacrificio es una gran escuela de vida porque la renuncia al placer momentáneo les introduce en un mundo nuevo de significados, abre el horizonte a ideales más altos, hace saborear sensibilidades y gustos desconocidos en dirección a lo bello, a lo verdadero y a lo bueno, hace sentir como lo que antes atraía y era considerado irrenunciable es pérdida y basura. Es una gran afrenta lo que se hace con los adolescentes y jóvenes al no enseñarles el dolor y la fatiga, porque se esa manera se corre el riesgo de no permitir nacer en ellos estructuras psíquicas y actitudes espirituales indispensables para el crecimiento armónico. No beneficia a nadie seguir proponiendo el modelo de la “familia-clueca” que cobija y protege fuertemente y no suelta nunca a sus hijos, porque eso determina la prolongación desmesurada de la edad adolescente-juvenil, entendida como aquella que hay libertad plena, pero con una reducida dosis de responsabilidad. La “familiaclueca” preserva de todo imprevisto o inconveniente, dejando el campo libre sólo a cosas agradables, aunque vacías. 2. Poner la cruz en el centro de la propia vida Se trata de que todo animador vocacional eduque la fe, que consiste antes de nada en ponerse él mismo en la distancia justa delante de la cruz, o mejor de poner la cruz en el lugar que le pertenece en su propia vida. Es decir, en el centro. El centro es un punto dinámico. “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). Es el punto de gravitación, no un punto estático. Implica gravitar hacia, porque “el hombre es un ser que necesita referirse a, encontrar una referencia última” (G. Moioli). Para un creyente, poner la cruz en el centro de su vida quiere decir aceptar la expropiación de todo otro centro ilusorio, aquel que nos construimos nosotros mismos, o que construimos haciendo de nosotros mismos el centro del mundo y de las cosas. Aceptar la expropiación de todo centro ilusorio es, por ende, volver excéntricos, es decir, personas que tienen un centro fuera de sí: excéntricos en Cristo. La centralidad de la cruz significa, por tanto, el descubrimiento “positivo” –por así decirlo- de la cruz de Cristo como el momento de la verdad, de lo que más que cualquier otra cosa dice la verdad de Dios y de su proyecto de salvación. A Pilatos 5 que pregunta qué es la verdad, Jesús le responde no con palabras, sino subiendo a la colina del Calvario e inmolándose sobre la cruz: ésa es la verdad. La cruz es la verdad de la vida y de la muerte. La vida, tal como la explica la cruz, nace del amor que se recibe y tiende al amor que se entrega. La cruz es la expresión del amor más grande, aquel que viene de Dios. Por eso la cruz de Jesús es y dice también la verdad del hombre. No es algo eventual o siniestro que hay que mantener alejado lo más posible, sino lo que revela hasta qué punto el hombre ha sido considerado digno de amor. 3. Permitir que la cruz nos libere de nuestros miedos y del poder La cruz nos libera de los miedos que enferman nuestra vida. Miedos que en su mayoría son infundados: El miedo de creer que no valemos nada y que nadie nos llama ni nos ama, o el pánico a entregar la propia vida, la preocupación excesiva por uno mismo, el miedo hacia los otros, incluso hacia el padre (del terrenal y también del divino), el terror hacia los que pueden hacernos daño, el miedo de la muerte y el miedo a la cruz y a cualquier sufrimiento. ¡El imperio del miedo que nos sumerge en sus tinieblas! La cruz nos libera también a nosotros de los miedos típicos del animador vocacional: miedo a ciertos ambientes, temor a hacer la propuesta vocacional y a llamar a otros al seguimiento radical de Jesús, miedo a no conseguir resultados apreciables o de hacer el ridículo, o de ser tachado de irrespetuoso, o de meterse donde no le llaman, o de no resultar interesante ni atractivo. La cruz nos libera también de la pretensión de tener poder sobre los demás, de poderlos condicionar y de empujarlos hacia objetivos que le han sido impuestos, tal vez de buena fe, como puede sucederle a quien hace una pastoral vocacional “mercantil”, por los intereses de la institución y no ha aprendido a respetar la libertad del otro y a trabajar únicamente por su bien y por la realización del plan de Dios sobre él. La cruz nos revela que “el verdadero poder es el del Dios crucificado: un poder que quiere la alteridad del otro hasta dejarse matar para ofrecerle la resurrección… El Dios encarnado es aquel que da la vida por sus amigos y suplica por sus verdugos… El poder de Dios significa el poder del amor” (O. Climent) 4. Dejarnos juzgar como misioneros por la cruz de Cristo Es necesario aprender a hacer un ejercicio, constante y cotidiano: el ejercicio de la integración de la vida alrededor de la cruz. La cruz de Jesús es realmente el corazón de la existencia, o sea, lo que no sólo dice la verdad, sino que confiere verdad a todo. No tanto una verdad para creer cuanto una verdad para vivir. Se sabe esta verdad cuando se sabe en quién se confía. Se trata de aprender a someter cada actividad (afecto, pensamiento, sentimiento, emoción, proyecto, opción, trabajo pastoral, iniciativa,...) al juicio de la cruz. Porque sólo la cruz puede juzgar la vida; nada como ella puede descubrir la falta de verdad 6 que hay en cada existencia, orientarla y reorientarla continuamente y darle la fuerza de vivir en la verdad y en la verdad del amor. Por eso habrá que someter al juicio de la cruz también la propia manera de concebir y hacer nuestra pastoral vocacional y de entender este servicio y su objetivo en sus aspectos menos gratificantes y a veces “crucificantes”. Se trata de llevar a cabo este encargo con la motivación que ha llevado a Jesús a abrazar su cruz, es decir, con amor. Porque el amor es la verdadera y única motivación de la vida; por amor estamos vivos; por amor somos llamados; por amor podemos hacer un determinado servicio… por amor y sólo por amor tiene sentido vivir y morir, aceptando hasta el fondo esa responsabilidad y su natural conclusión. Sólo la cruz y nada como la cruz, provoca la responsabilidad del amor; solo quien se siente salvado por la gracia de “un alto precio” siente el deber de pagar el mismo precio por los demás. Solo quien aprende a poner cada día la cruz en el centro de la vida y se deja amar y juzgar por ellas puede cargar sobre sus espaldas al hermano y tomar a pecho su camino de vida. La pastoral vocacional debe vivirse desde el misterio de la cruz, si quiere que su propuesta sea eficaz y provocadora. Esta es la madurez que se le exige. TEXTOS PARA LA ORACIÓN PERSONAL Juan 12,29 1 Corintios 1 , 17-31 Constituciones 43-45 PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y PARA EL DIÁLOGO EN COMUNIDAD 1. ¿Cómo vives el misterio de la cruz en tu vida personal, en tus relaciones personales con los demás y en tu ministerio apostólico? 2. ¿Qué papel representa en tu vida misionera el anuncio de la cruz del Señor? ¿Hablas de ella? ¿La olvidas? ¿La excluyes abiertamente? ¿Te parece un escándalo? Reflexiona sobre tu actitud. 3. ¿Crees que se está tratando de manera adecuada el tema de la Cruz en nuestra pastoral ordinaria? Según tu opinión, ¿qué falta o qué sobra? 4. ¿Hablamos de la cruz en nuestra pastoral vocacional? ¿Qué supondría hacer presente en ella la cruz del Señor, a la luz de lo que se ha tratado en este retiro? 5. ¿Cómo proponer hoy la cruz a los jóvenes? ¿Qué sugerencias habría que tener presentes para anunciarles el misterio de la cruz con limpieza y con verdad? 7