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N.º 3 | Octubre de 2006 | LECCIÓN
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2006-2007 DE
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Aprender a convivir
Por Mustapha Cherif
Filósofo y profesor de la Universidad de Argel
Presentación
Imma Tubella, rectora de la UOC
Contrapunto
Xavier Rubert de Ventós, profesor de la UOC
uocpapers, n.º 3 (2006) | ISSN 1885-1541
www.uoc.edu/uocpapers
Presentación
La primera condición para la paz
Imma Tubella
Jacques Berque, traductor del Corán y profesor del Collège de
France, llamaba con muy buen criterio «subanalizados y subestimados (sous-aimés)»; subanalizados y subestimados por estos
fabricadores de consenso que son los medios de comunicación
y por el eurocentrismo de muchos, demasiados, «intelectuales»
y creadores de opinión.
Siempre nos sorprende reconocer, descubrir algo de nosotros en pueblos que hasta un momento dado nos eran extranjeros, y cuando leo los esfuerzos por articular lo que es personal
y lo que es colectivo en la obra de Cherif no olvido que quizás
nosotros, los catalanes, nos hemos sentido colonizados y que
también tenemos una libertad por reencontrar y una identidad
por reconstruir y por redefinir.
Modernidad dentro de la autenticidad, decía Averroes;
modernidad y tradición, dice Cherif; ambos preocupados por la
dialéctica entre el ser y el devenir. Cherif nos dice que el futuro de los pueblos depende de la validez del sentido que éstos
otorguen a la relación con «el otro diferente».
Y en la relación con este «otro diferente» es fundamental aprender a vivir juntos, porque, como dice Juan Luis Vives,
también citado por nuestro conferenciante, en su magnífico
tratado Sobre la concordia y la discordia del género humano, la
primera condición para la paz es la voluntad de conseguirla.
Y, ya que nuestro conferenciante ha citado a Llull y Vives,
detalle que agradezco especialmente, yo querría terminar con
una sura del Corán que creo que de alguna manera nos da
una pista de la propuesta de cómo aprender a vivir juntos: «Si
hemos hecho de vosotros pueblos y tribus, es con la intención
de vuestro conocimiento mutuo», Corán, XLIX.13.
No sé si alguien se ha preguntado alguna vez si hay alguna
intención detrás de la decisión de invitar a una persona u otra
a las conferencias inaugurales de las universidades. La verdad
es que no lo sé. Yo sólo puedo hablar de la mía. Para mí la
personalidad, el pensamiento y la acción del profesor Cherif,
que se resumen en su obstinación militante para que las culturas del Mediterráneo razonen y hablen, son una metáfora
clara del camino que me gustaría que tomara la UOC: diálogo,
tolerancia, apertura al mundo y reflejo de la diversidad en su
sentido más amplio. Todo ello, como en el caso del profesor
Cherif, con una fuerte dosis de calidez y fortaleza, compromiso
y entusiasmo.
Sabemos quiénes somos, sabemos adónde vamos, y por eso
podemos abrirnos al mundo y ofrecer plataformas de cooperación y diálogo sin perder nuestra identidad en esta apertura
ni apartarnos del camino que se nos ha asignado: ofrecer una
enseñanza de calidad próxima al estudiante y que tenga presentes las necesidades sociales y culturales de nuestro país.
Cherif en su conferencia cita a Llull, que intentó entender al
islam sin conseguirlo del todo; pero, a pesar de eso, admira su
acción dialogante en un momento en el que las diferencias se
solucionaban con la fuerza de la espada. Ojalá hoy el entendimiento entre los pueblos se hiciera a partir del conocimiento y la
palabra, aprendiendo a vivir juntos, aprendiendo a convivir.
La Andalucía creativa y tolerante de los siglos xi y xii, donde
los grandes teólogos de los tres monoteísmos fueron capaces de
dialogar y convivir en libertad, y el pensamiento y acción dialogante de Llull inspiran al islam abierto y tolerante de Cherif
y sus esfuerzos por deshacer malentendidos y aclarar humillaciones. Él intenta ofrecer una visión diferente de unos pueblos
hoy muy a menudo asociados a la inmigración, es decir, pueblos
arrancados de su pasado, de su historia, de su dignidad, pueblos fuertemente expuestos al racismo, subdesarrollados, que
Imma Tubella
Rectora de la UOC
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Imma
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María
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artículo
Lección inaugural del curso 2006-2007 de la UOC
Aprender a convivir
Mustapha Cherif
Resumen
Abstract
El nuevo orden mundial sigue un camino errático que genera intolerancia, injusticia e infelicidad. Esta situación se tiene que corregir desde
tres dimensiones distintas: la lógica, la justicia y el sentido. Hay que
abrirse a los otros pueblos creando relaciones que superen las diferencias y alcancen unos valores universales comunes en los que estas tres
dimensiones sean tenidas en cuenta. La verdad no radica en un pueblo
o en otro, sino en la relación que se establece entre ellos. La lógica y el
sentido, la razón y la religión, no son opuestos, sino que deben complementarse, aunque sin confundir una cosa con la otra.
Según el autor, hay tres aspectos de la globalización que son especialmente preocupantes por la desestabilización que comportan a escala
mundial. El primero es que la globalización va asociada no tan sólo a la
secularización de los pueblos, sino también a su desespiritualización y
pérdida de valores. El segundo aspecto desestabilizador es la despolitización de la sociedad, ya que cada vez nos regimos menos de acuerdo con
los pueblos y los individuos que la conforman y más según los sistemas
que gobiernan los flujos de capital. La obstrucción de la posibilidad de
pensar, y de pensar de otro modo, la ausencia de interculturalidad y de
interdisciplinariedad, la desvitalización de las ciencias humanas y sociales son el tercer aspecto perturbador del orden mundial actual.
En este contexto, las personas y los pueblos sensibles, reflexivos y
razonables no pueden ceder ante la deriva y el desorden mundial, ya que
lo que está en juego es ni más ni menos que el futuro del mundo. En
este sentido, los pueblos mediterráneos tienen un gran papel que jugar
en la creación de este nuevo mundo en el que unos pueblos se abren a
los otros y establecen relaciones armoniosas desde el punto de vista de
la lógica, la justicia y el sentido.
The new world order is an unpredictable path creating intolerance,
injustice and unhappiness. This situation must be remedied by means of
three different perspectives: logic, justice and meaning. It is necessary to
open up to other peoples, creating relationships that overcome differences,
containing common universal values in which these three dimensions are
taken into account. The truth does not lie in one people or another, but
rather in the relationship between them. Logic and meaning, reason and
religion, are not opposites, but should instead complement each other,
although without confusing one with the other.
According to the author, there are three aspects of globalisation that
are of particular concern due to the destabilisation that they involve in
international terms. The first is that globalisation is associated not only
with the secularisation of peoples, but also with their despiritualisation
and loss of values. The second destabilising aspect is the depoliticisation
of society, as we increasingly govern ourselves less in terms of peoples and
the individuals who comprise them, and more according to the systems
which govern flows of capital. The marginalisation of the opportunity
to think — to think differently —, the absence of interculturalism and
interdisciplinarity, and the decline in the human and social sciences are
the third disturbing aspect of the present world order.
In this context, sensitive, thoughtful and reasonable individuals and
peoples must not yield to the international lack of direction and disorder,
as nothing less than the future of the world is at stake. In this regard, the
Mediterranean peoples have a major role to play in the creation of a new
world in which peoples open up to each other and establish harmonious
relationships from the point of view of logic, justice and meaning.
Keywords
Palabras clave
justice, meaning, dialogue, standardisation, modernity, values, interculturalism
justicia, sentido, diálogo, uniformización, modernidad, valores, interculturalidad
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Mustapha
Cherif Martínez
María Pilar
Ruiz y Ana
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Aprender a convivir
Todos los pueblos aspiran a la justicia, al progreso y a la paz. Sin
embargo, el camino para conseguirlo es largo y difícil. Parece
que hoy en día sufrimos una grave crisis de referencias, valores
y derechos. Las esperanzas que han fracasado como resultado
de la deriva del progreso y de la modernidad reflejan el estado
de ánimo en el que se encuentra la humanidad. Aún así, se han
conseguido progresos decisivos en bastantes ámbitos, principalmente científicos, técnicos y sociales; pero las desigualdades, las
fracturas, la intolerancia y la ley del más fuerte siguen omnipresentes. Cada vez hay menos gente feliz y más gente que sufre, que
es agredida y se encuentra perdida. Los fundamentos de la felicidad o simplemente del progreso se basan en tres dimensiones
fundamentales: la lógica, la justicia y el sentido. Si con respecto
al primer punto, la lógica, ha habido progresos inestimables que
han permitido la elevación de la condición humana gracias a la
investigación en ciencias de la vida, ciencias exactas y tecnología, por otra parte, las carencias y contradicciones respecto a los
dos otros puntos, justicia y sentido, siguen siendo importantes.
Al saber moderno todavía le queda bastante trabajo por hacer.
Por lo tanto, hay que ser modestos y humildes y no imaginarnos que somos los únicos que tenemos las llaves del progreso.
El estado del mundo contradice nuestras propias pretensiones.
Como dice José Ortega y Gasset: «Hoy en día el hombre fracasa
porque no puede quedarse al nivel de los progresos de su propia
civilización». Necesitamos alianzas e intercambios.
Hacemos un llamamiento a las personas que están en posesión del saber y del conocimiento. ¿Cuáles son los valores, las
referencias y el sentido que hay que dar a la vida? ¿Cuál es el
proyecto válido de sociedad en el que la lógica, la justicia y el sentido son coherentes y responden a los deseos de la gente? ¿Cómo
aprender a vivir de forma equilibrada, conjunta, respetando las
diferencias? Dado que el mundo actual está marcado por la pérdida de sentido, las injusticias, la violencia ciega, la complejidad,
las contradicciones y una metamorfosis descontrolada, ¿quién
puede guiarnos? Pensar juntos, trabajar juntos para aprender a
convivir es un camino prometedor. Ante las incertidumbres y los
riesgos de la existencia, partimos de cero. Así pues, no hay que
menospreciar ni ignorar nada, y menos aún lo que permite elevarnos a lo Abierto. Los debates entre filosofía y religión, razón
y fe, especificidad y universalidad, modernidad y tradición, nos
conducen a la pregunta de la validez de la verdad universal y de
la autonomía de la razón. ¿Cómo ponerse de acuerdo sobre unas
normas universales comunes y protegerse de la influencia de los
mitos y las ilusiones? ¿Cómo vivir razonablemente? ¿Cómo asegurar la armonía entre el pasado y el presente, entre la lógica y
el sentido? Es decir, ¿cómo conseguir lo universal? Lo universal
es posible. Por ejemplo, la filosofía árabe y la teología lo consiguieron hace tiempo, con Averroes, Maimónides, Ramón Llull,
Juan de Ávila y otros dentro de la vida en sociedad, una época
que tuvo su esplendor en Andalucía, en los reinos de Cataluña
y Aragón, Magreb, Bosnia, Sicilia, Tachkent, Mali y en otros lu-
gares en los que la pluralidad y el derecho a la diferencia eran
naturales. La necesidad de tratar la cuestión de la relación y de
la apertura al otro, sin la cual no hay universalidad, es urgente.
Nadie tiene el monopolio de la verdad. La política y, como consecuencia, la relación con el otro diferente dentro de la Ciudad
han mantenido la atención del pensamiento de un modo singular,
para buscar la verdad a través del debate y de los intercambios.
De Aristóteles —«El hombre feliz necesita amigos»— a Averroes
—«El hombre necesita al otro para adquirir la virtud. Por lo que
es un ser político por naturaleza»—, el pensamiento meditativo
ha enfatizado la importancia del diálogo, la coexistencia, el vínculo entre los dos niveles, el particular y el universal, la relación
con el otro diferente. En el islam, por testimonio, la schahada,
el musulmán es testigo entre los otros seres humanos; no puede
negarse a vivir con los otros; es la condición de validez de la fe
durante toda la vida. Es un compromiso, una responsabilidad,
una marca de incondicionalidad que empieza con la negación y
el rechazo (la) de todas las actitudes de intolerancia, de cierre,
de idolatría y de referencias relativas. Hace tiempo, partiendo de
esta base, pensadores árabes clásicos se preocuparon de cuestiones de sentido y justicia. Se trata de abrir horizontes, para acoger
al Otro completo y al otro. Así como lo hicieron los pensadores
catalanes, andaluces y otros pensadores de las bellas regiones de
la península Ibérica, quienes intentaron tener en cuenta la cuestión de la justicia y del sentido, como Juan Luis Vives y Miguel
de Unamuno. En referencia a la fidelidad en la apertura al otro,
hoy en día podemos afirmar que no comprenderíamos nada de
la vida si opusiéramos o confundiéramos la razón y la religión,
uno mismo y el otro, el sentido y la lógica, lo igual y lo diferente. Oponer sin matices, confundir sin límites: eso sí que no es ni
objetivo ni moderado.
Grandes pensadores árabes, como Averroes, afrontaron el
problema de la ciudad política, interesándose solamente por la
metafísica y por algunos otros temas de moralidad ideal sin consecuencias directas sobre el problema político y ético de la relación con el otro. «La interpretación verdadera», nos dice Averroes
aludiendo a un versículo del Corán, «es la misión que se encargó al hombre». El ejercicio de la razón es inevitable, tenemos
que escuchar al otro, entender las otras culturas. Pocas veces la
verdad radica sólo en A, o en B, sino que radica en el vínculo y
la relación entre A y B. La diferencia, la distancia y la relación
son los conceptos que exigen el ejercicio del pensamiento, una
lectura susceptible de ayudarnos a entender el sentido de la
humanidad, que es una, y de nuestro destino plural. Por eso, el
Corán, por ejemplo, no sólo está destinado al creyente, al musulmán, al monoteísta, sino al Hombre, al ser humano; el objetivo
no es ambiguo: afecta a toda la humanidad. Sin la relación con
el otro, la vida pierde sentido. Por eso la palabra final del Corán
es Nass, la humanidad, la gente. Hoy en día, el problema radica
en el hecho de que las interpretaciones ideológicas y cerradas
de la revelación contradicen el sentido del texto. Al igual que
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Aprender a convivir
la filosofía griega está cada vez más marginada por cuestiones
comerciales y de poder. Es decir, que no dominan ni la vida en el
sentido espiritual y abrahámico ni la vida en el sentido humanista y filosófico. Se plantea la cuestión de retomar una reflexión
sobre el sentido de la vida, abierta, coherente y justa, búsqueda
a la vez libre y respetuosa del derecho a la diferencia.
Averroes demostró la necesidad de reconocer que el hecho
de pensar no debía sufrir ningún límite previo y que la relación
con los otros diferentes era la condición inevitable para la búsqueda de la verdad: «Nuestro deber tendría que ser empezar por
el estudio, y el deber del que sigue, pedir ayuda al anterior, hasta
llegar a un conocimiento perfecto [...]. Sin duda tenemos el deber
de ayudarnos en nuestro estudio de lo que han dicho sobre este
tema, aquellos que lo han estudiado antes que nosotros, pertenezcan o no a nuestra religión [...]. Sólo es necesario que cumplan
las condiciones de validez». La globalización, que es uniformidad
e imposición de un único modelo sin forma, plantea el problema
de la validez universal. Hay que reencontrar un universal común,
una nueva civilización que hoy en día no tenemos. Las condiciones de validez, de acceso a lo universal son todavía, hoy en día,
el problema de los problemas. Para comprender la cuestión de
la relación con el otro, del extranjero, de la diferencia de valores, de nombres y de lugares de cada uno, el pensamiento moderno debería preocuparse de delimitar la cuestión de la validez
universal, y así, sobrepasar los antagonismos producidos por las
diferencias entre las civilizaciones, las culturas y las religiones.
Para tratar el tema de la relación entre filosofía y religión, no sólo
debemos intentar ponerlas de acuerdo, tal y como la tradición
y el orientalismo repiten. Sobre este tema existe un momento
importante del pensamiento opuesto a la dificultad de la validez
de la verdad: «La verdad no puede ser contraria a la verdad; está
de acuerdo con ella y testifica en su favor», proclama Averroes.
El acceso a la verdad universal exige un tipo de comparecencia
ante el otro, el mismo, el diferente. No es universal quien quiere. El pensamiento de la apertura cuestiona a los que imponen
condiciones, practican el cierre, la oposición y el rechazo, y a los
que se complacen en una supuesta conciliación que no asume la
coherencia universal. Los términos decisivos, como dice Averroes,
son los verbos atar, unir, relacionar (wasl), distinguir y separar
(fasl). Se trata de relacionar, de distinguir sin oponer, o de unir
sin confundir, el otro y yo, lo temporal y lo espiritual, la razón y
la fe, todo lo que, dentro de la articulación puede tener sentido
para conseguir una forma de incondicionalidad que reconoce que
necesito al otro, y no niega que nadie tenga el monopolio de la
verdad. Evidentemente es necesario no convertirse en rehén del
otro. Así pues, practicar la apertura al otro y la vigilancia.
El acto de pensar tiene como objetivo concienciarnos de estos movimientos simultáneos de apertura al otro y relacionar
para obtener una perspectiva objetiva. El pensador objetivo sólo
puede considerar que abrirse al otro sin condiciones previas es
la manera adecuada de conocer a los individuos: a través de la
obra de arte, conocemos al artista. Se trata de permitir que cada
uno sobrepase los límites y las condiciones impuestas por la subjetividad y los egoísmos ciegos. El pensamiento objetivo invita
al conocimiento racional, razonable, sin pretensiones desmedidas, para que los humanos correspondan, en la medida de sus
posibilidades, a lo que se les pide. Necesitamos el pensamiento
objetivo, meditativo y no calculador, el cual, más que nunca, está
de actualidad. Puede ayudarnos a enfrentarnos a la dificultad
compleja de cómo convivir de un modo responsable.
Razonar no es abdicar o renunciar al misterio. Es todo lo contrario, aceptar el riesgo de vivir, la rareza de la vida, de manera
responsable, creando el vínculo. Una razón que no es acogedora,
que no crea el vínculo, contradice, por un lado, lo que pide la
razón y, por otro lado, los valores del espíritu. De Aristóteles a
Heidegger, pasando por Averroes y José Ortega y Gasset, el pensamiento meditativo se preocupó de mantener vivo un punto de
contacto entre la razón y la fe, sin llegar nunca a confundirlas.
Se trataba de unir la singularidad, la diferencia y el mismo; la
fe como acto de confianza y el acto de razonar como riesgo que
hay que correr para asumir la vida. En esta época oscura, en la
que se pretende poner el acento sobre la propaganda del choque,
en la que quieren aislarnos, oponernos para evitar los problemas
de fondo, aprender a convivir depende de nuestra capacidad de
pensar de manera conjunta. Los hay que, por miedo a la sinrazón,
prefieren confiar sólo en la fe y, otros, por miedo al oscurantismo
y al fanatismo, rehuyen el punto de vista de la fe y sólo confían
en la razón. En este tiempo de desorientación, debemos volver al
diálogo, al debate y al respeto por la diferencia. El punto central
radica en el hecho de que debemos reconocer que la libertad es el
fundamento de la existencia. No hay que creer que hacer todo lo
que queremos, sea lo que sea, es la libertad. La función del saber
y del conocimiento es ayudarnos a tener un comportamiento que
conduzca a la responsabilidad y a la plenitud y no a callejones
sin salida y a rupturas de todos los vínculos, bajo el pretexto de
la emancipación. También debemos reconocer que es necesario
no confundir las diferentes dimensiones de la vida, la privada y
la pública, la espiritual y la temporal, la específica y la general.
Hay que distinguirlas. Sin embargo, también debemos comprender que no hay que oponerlas, hasta llegar a desequilibrar la
vida. Como consecuencia, es necesario hacer balance. ¿Cuáles
son las desviaciones, los retos y las incertidumbres que debemos
dominar y denunciar para intentar difundir nuevos conceptos y
horizontes para el futuro? ¿Cuáles son, pues, los riesgos y las
oportunidades de la crisis de valores, la deriva de la modernidad
y la globalización que influyen en nuestro futuro?
En primer lugar, respecto al ámbito del sentido de la vida y
de la muerte, el primer punto inquietante es de orden espiritual.
Para los que se adhieren a un tipo de lectura que deja un lugar a
los valores del espíritu o al sentimiento religioso de la vida y de
la muerte, la globalización deja de lado la vida. La espiritualidad
ha salido de la vida, a pesar del retorno aparente de las reivin-
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dicaciones religiosas, a menudo expresadas a través de formas
retrógradas y con ecos de pasado. Cada vez hay menos vínculos
posibles entre la concepción del sujeto o del ciudadano moderno
que implica la globalización, por un lado, y el sentido de la vida
religiosa al que a menudo los pueblos monoteístas, y los musulmanes en concreto, están aferrados, por otro lado. Obviamente,
no es el fin del mundo, pero es el fin de un mundo y debemos
comprenderlo y asumirlo para intentar inventar otro que evite cualquier cierre e idolatría. La globalización del capitalismo
provoca un laicismo a ultranza; se cuestionan la práctica de la
religión y los valores espirituales abrahámicos. Ya no son las
referencias morales las que gobiernan el mundo, como ha sido,
durante siglos, en el monoteísmo, sino una racionalidad sin sentido. En este ambiente de agotamiento, sin raíces ni fundamentos,
es cierto que proliferan supuestos grupos religiosos, fanáticos e
identitarios que se esfuerzan por expresarse según la ciencia y,
a veces, influyen en la ideología neoliberal dominante: pero todo
eso ocurre en una especie de vacío en detrimento de la moral, la
auténtica espiritualidad y el humanismo. La armonía, la coherencia, la complementariedad entre las creencias y la vida, las
relaciones abiertas al tiempo y al espacio, al más allá del mundo,
a lo invisible, al misterio de la vida, parece que se alejan cada
día un poco más. La secularización, es decir, la distinción entre
los diferentes sectores de la vida, temporal/espiritual, público/
privado, naturaleza/cultura es un paso obligado, una oportunidad real para liberarse, una forma de conducta compatible con
los valores espirituales verdaderos; para acceder al progreso y al
universal moderno. Sin embargo, la separación radical, la ruptura
definitiva, la marginación de los valores religiosos, la oposición
entre la lógica de la razón y el sentido espiritual pueden crear
un desequilibrio fundamental en el ser humano, que conduce a
la pérdida de la espiritualidad, a la deshumanización, a la desorientación, a la dificultad de enfrentarnos a las tensiones, de
dominar la relación con uno mismo, con el otro, con el mundo. La
dificultad se agrava cuando, por reacción, por miedo al cambio y
por temor a una actividad ilimitada de la razón, algunos espíritus
simples, tentados por el cierre, confunden los dos niveles de la
lógica y del sentido. Todo lo contrario, se trata de distinguir sin
oponerlos ni confundirlos, la razón y la fe, la lógica y el sentido,
lo cultural y lo natural, lo temporal y lo espiritual. La situación
nos obliga a repasar los vínculos entre las diferentes dimensiones de la vida. La globalización no solamente no se preocupa
de la cuestión del sentido y de los valores culturales y religiosos, sino que también intenta invalidar todas las culturas, todas
las religiones y todas las ideologías —no ahorra nada— creando
otras culturas prácticas sin efecto con el paso del tiempo. Es en
este punto donde la realidad es cruel y donde se perfilan fuertes
amenazas, pero también la posibilidad de cuestionarlas. Los musulmanes, por ejemplo, a pesar de ser, contradiciendo los prejuicios, de origen secular y pueblos de término medio, por esencia,
por naturaleza, intentan resistir a la ruptura, a la dicotomía, a
la oposición entre lo temporal y lo espiritual. Los musulmanes
entienden la marginación de los valores espirituales, proceso de
tipo fáustico, como una deriva de la modernidad y la globalización. Ni confusión ni oposición, este es el reto que los seres preocupados por el equilibrio y aferrados a los valores del espíritu
no quieren perder de vista, ya que el ser musulmán, por ejemplo,
no es un simple tipo antropológico, ni una simple humanidad natural. Dispone de valores que le han permitido vivir, durante más
de mil años, más o menos según su propia esencia: una capacidad para hacer historia, una historicidad verdadera, y no sólo un
tipo de historia natural. El islam ha producido sentido científico,
objetivo y teórico; en otras palabras, ha contribuido a orientar a
la humanidad hacia la verdad. Hoy en día, la globalización no es
sólo la secularización como movimiento positivo, sino la falta de
espiritualidad, la pérdida de significado del mundo y de la vida.
Eso plantea un problema a todos los creyentes del mundo, y en
particular a los musulmanes aferrados a un sentido espiritual de
la vida. No debemos confundir las acciones políticas arcaicas o
criminales de los que actúan en nombre del islam, regímenes o
grupos, cuando de hecho son el antiislam.
En segundo lugar, en el ámbito político, el problema de la
modernidad tal como se vive hoy en día y la globalización, es que
la masa social se percibe esencialmente como una masa productiva, sometida a los únicos intereses de los que poseen el capital.
Este riesgo de despolitización de la vida no tiene precedentes:
vuelve a poner sobre la mesa la posibilidad de hacer historia,
de ser un pueblo responsable en el sentido noble de la palabra,
es decir, capaz de decidir, de resistir en nombre de la libertad,
de tener sus razones y de tener razón, de dar fuerza y realidad
a un proyecto de sociedad escogido después de un debate. De
hecho, en el mundo desarrollado, y a pesar de las apariencias,
los debates democráticos, la legitimidad de las instituciones, el
predominio de los derechos humanos, la libre empresa, la proliferación de normativas jurídicas, incluso a nivel supraestatal, la
posibilidad de existir como pueblos y ciudadanos responsables
y libres, participando en la búsqueda colectiva y pública de la
justicia, la belleza y la verdad, parece cada vez más hipotecada
y problemática. El futuro depende cada vez menos de la decisión
de cada ciudadano, y cada vez más de los sistemas que controlan
los capitales. Centros de decisiones lejanos escogen en lugar de la
gente afectada. Estos cambios son tan importantes que sin duda
nos equivocaríamos si, examinando el estado de las libertades
en el mundo, no viésemos en él la razón principal de situaciones sociales como el desempleo, pero también la permisividad,
la laxitud, el exceso de libertades, el libertinaje, el liberalismo y
las perversiones de todo tipo. Lo que pasa es que, aunque la democracia es «cada uno hace lo que quiere», el resultado puede
inquietarnos y plantear un grave problema. Somos conscientes
de que chocamos con el carácter especialmente problemático de
estas cuestiones. El mundo dominante es el del mercado, y no el
de los valores humanos, culturales o espirituales. La hegemonía
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Aprender a convivir
pasa a ser la de la ley del más fuerte y del más rico. Los movimientos que buscan otra globalización y más justicia, autonomía, de su región o persona, son conscientes de las injusticias
y los desequilibrios. Si la democracia es efectiva en Occidente,
¿qué sentido tiene si la libertad, los derechos y el saber no están compartidos en las relaciones con otros pueblos? La libertad
compartida es el objetivo de la vida en la Ciudad del mundo. A la
globalización y a las relaciones internacionales todavía les queda
mucho para llegar a ser democráticas. La consecuencia es que
no tenemos existencia política ni en el sentido griego ni en el
sentido espiritual. Más allá de las incertidumbres, la cuestión del
derecho como referencia fundamental en las relaciones humanas
y entre los pueblos vuelve al primer plano de la vida. Hay un reto
que debemos superar, porque es en la percepción del riesgo que
puede crecer lo que salva. La globalización que despolitiza, que
impone la ley del más fuerte y niega las responsabilidades nos
obliga a revisar nuestros saberes, nuestros conocimientos y nuestras referencias. Múltiples interferencias perturban el aprendizaje
de la convivencia; debemos neutralizarlas y superarlas.
En tercer lugar, en el campo del saber y del conocimiento,
propiamente dicho, el tercer aspecto inquietante de la deriva del
desorden mundial actual y de la globalización es el hecho de que
cuestiona la posibilidad de pensar y de pensar de otra forma. De
hecho, hoy en día, la posibilidad de pensar libremente ya está
reducida por razones coyunturales en bastantes países del sur.
Pero la globalización, que se define por su carácter tecnicista,
antirreligioso y capitalista, intenta dominar todos los aspectos
de la vida mediante la explotación de los resultados de las ciencias exactas, consideradas las únicas que son pertinentes para
la lógica del desarrollo. A pesar de la floración de las artes y la
cultura, estas joyas de Occidente, el saber moderno privilegia,
como herramientas del conocimiento, la técnica, las matemáticas
y sus aplicaciones, y las utiliza a merced de la lógica del mercado. Esto provoca la marginación progresiva del pensamiento, de
la crítica objetiva y de la pluralidad, vitales para corregir la falta
de horizonte, los desvíos y las incoherencias, para decidir libremente los objetivos de la búsqueda y dar forma a la existencia
y al mundo. La desvitalización o la recuperación de las ciencias
humanas y sociales, la ausencia de interculturalidad e interdisciplinariedad, la debilidad de las traducciones de la cultura del
otro son el reflejo de esta marginación. En un pasado reciente,
el fascismo, el nazismo, la Segunda Guerra Mundial, el estalinismo, el gulag y el colonialismo; hoy en día, las nuevas formas
de dominación basadas en la ley del más fuerte, la ausencia de
derechos al servicio de centros de poder cuyo objetivo es tener
a todo el mundo bajo control, en otras palabras, el terrorismo de
los poderosos, pero también el terrorismo de los fanáticos y de
los débiles. ¿Son accidentes de la trayectoria del mundo moderno
o bien son así por naturaleza? Y además, aunque no se pueda
reducir todo al sentido, hoy en día pocas actividades ofrecen un
horizonte de lógica, justicia y sentido. El trabajo de la razón que,
a pesar de ello, es la llave que permite ir más allá de la simple
supervivencia, no parece que favorezca mucho la apertura y el
respeto a la diferencia. La dominación del dinero y la ignorancia
parecen más fuertes. Aprender a convivir debe empezar por el
interconocimiento.
No es necesario añadir una estrofa a la queja sobre la decadencia, sobre la crisis, sobre la deriva; a pesar de los progresos
evidentes, el desorden del mundo moderno es abrumador. La
globalización que impide que nos conozcamos verdaderamente
y que aceptemos la diferencia, a pesar de los progresos de las
nuevas tecnologías, deshumaniza y es totalitaria. Así pues, requiere una movilización total, aunque este totalitarismo ya no
se presente bajo la forma brutal de antaño. Se trata de adaptar
todos los sistemas —educativos, culturales, sociales— a las necesidades únicas de las empresas comerciales y en beneficio de
una minoría: «El proceso infinito de crecimiento de la producción
ya ha pasado el límite más allá del cual ya no puede disimular la
necesidad de totalidad que le es inherente», nos dice un filósofo de un modo muy justo. Globalización, totalización: estamos
inmersos en este proceso; todos somos frágiles e incomprendidos ante las responsabilidades. El individuo moderno ya no sabe
como fundamentar la validez de sus actos y de sus proyectos;
tampoco sabe actuar ante los acontecimientos, hacerse entender, decidir su futuro, verificar lo que es bueno y útil para él y
para su sociedad. Sinrazón, despolitización, desespiritualización,
tres caras del no-mundo o de un mundo sin horizonte que se
perfila. Soledad dominante, solidaridad real ausente. Asistimos
impotentes a situaciones incontroladas e injustas.
Sin embargo, un ser razonable debe vivir según su conciencia, debe buscar las justificaciones fundamentales, el razonamiento, el acto de pensar, la relación con la apertura y con lo
universal. Por culpa de los riesgos de la deriva�����������������
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de la globalización y de las reacciones ciegas de cierre sobre nosotros mismos,
debemos mantener el rumbo sobre las oportunidades y el futuro, actuar conjuntamente, y no separadamente, dialogar para
reinventar en todos los ámbitos nuevas articulaciones y síntesis
inéditas. Una de las ventajas de la globalización es que pone al
descubierto todas nuestras acciones, tanto las buenas como las
malas, las pone a la vista y en conocimiento de todos; es una
ventaja que tiene que permitirnos no ilusionarnos más ni fingir
la neutralidad, sino practicar la autocrítica y pensar lo que no
debe hipotecarse anticipadamente, el futuro. La situación no
tiene precedente, es la inmensidad, lo imprevisible que conduce
nuestros destinos. Es verdad que el mundo moderno ya no nos
permite extraer el sentido de la historia, como pasaba antes; la
liberación de la existencia, en esta época oscura, se produce de
una manera terriblemente arriesgada: debemos asumir todo eso,
porque todavía podemos decidir que el tiempo que vivimos es
el nuestro y que nunca está determinado, que no pertenece ni
a una tradición cerrada, ni a una autoridad central, ni al mercado-mundo. A partir del espacio euromediterráneo, donde se
uocpapers, n.º 3 (2006) | ISSN 1885-1541
Mustapha
Cherif Martínez
María Pilar
Ruiz y Ana
uocpapers
revista sobre la sociedad del conocimiento
www.uoc.edu/uocpapers
Aprender a convivir
decide el futuro del mundo, puede nacer una red de redes, una
asociación de asociaciones, hasta informales, de investigadores
y agitadores de conciencia. La globalización, gracias a las nuevas
tecnologías de la información, también nos ofrece la posibilidad
de crear nuevos vínculos, de relacionarnos con todos aquellos
que buscan la justicia e intentan encontrar el bien y la verdad de
manera pública y común. Pensadores, intelectuales, practicantes
de todo el mundo pueden trabajar juntos, para que el diálogo sea
fundamental, para que la inquietud se transforme en esperanza
y para que el reino de la cantidad, del beneficio por el beneficio,
del nuevo canibalismo, del placer a toda costa, o del fanatismo
y del racismo, no venza a la vida. La Universitat Oberta de Catalunya, como otras instituciones similares, es una ventana abierta
al mundo, un puente que nadie puede destruir.
Ya no vivimos en la época de «¡Proletarios de todo el mundo, uniros!» ni de «¡Creyentes de todas las religiones, luchad!»,
ideas que todavía pueden sernos útiles, sino en una época con
un denominador común lo más simple y vital posible: «¡Gente
de todo el mundo, preocupados por la libertad, la justicia y el
sentido, sed solidarios!». Aunque inquietos, pero esencialmente
humanos, sedientos de saber, abiertos a la vida y a la generosidad,
no podemos abandonar, es decir, cerrarnos en una única idea.
¿Es que el poeta no nos exhorta a vivir según «el duro deseo de
durar»? Y Ibn Arabí, el maestro de la iluminación, a difundir a
nuestros seres perdidos o dudosos: «Oh, tú que buscas el camino
que conduce al secreto, da marcha atrás, pues todo el secreto
está dentro de ti».
Mediterráneos, personas humildemente aferradas a la reflexión, a la razón razonable, ciudadanos del mundo herederos
del «espíritu de Cataluña y Andalucía», tenemos que negarnos a
admitir que ha llegado la hora del silencio. El mayor peligro es
el cansancio. No es demasiado tarde para estar a la altura de la
exigencia, para pensar y aprender a convivir. Nosotros tenemos la
orientación; no pertenece a ninguna geografía, a ninguna ideología, a ninguna frontera, es nuestra voluntad serena, nuestra
fuerza insuperable: la apertura al otro.
Cita recomendada:
CHERIF, Mustapha (2006). «Aprender a convivir». UOC Papers [lección inaugural en línea].
N.º 3. UOC. [Fecha de consulta: dd/mm/aa].
<http://www.uoc.edu/uocpapers/3/dt/esp/cherif.pdf>
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Mustapha Cherif
Filósofo
Profesor de la Universidad de Argel
[email protected]
Doctor de Estado en filosofía y letras, Mustapha Cherif es un pensador argelino
de cultura universal, figura pionera de la nueva generación de intelectuales que se
preocupan por contribuir a la convivencia y unir autenticidad y progreso. Cherif es
profesor de la Universidad de Argel; profesor del Instituto de Estudios Diplomáticos
y de Relaciones Internacionales; rector y fundador de la Universidad de Formación
Continua; profesor invitado del Collège de France, París (2004); ex-ministro de educación superior y embajador de Argelia en el Cairo.
Mustapha Cherif es autor de los siguientes libros:
L’Islam, tolérant ou intolérant? París:
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Odile Jacob, 2006.
Traité d’amitié algéro-français, un précurseur, Jacques Berque (con Jean Sur). París:
Mettis, 2005.
Islam et modernité. El Cairo: Dar el Shourouk, 1999 (y Argel: Enag, 2000).
L’Islam à l’épreuve du temps. París:
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Publisud, 1991.
Culture et politique au Maghreb. Argel:
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Maghreb Relations, 1989.
Islam Occident, entretien avec Jacques Derrida. París: Odile Jacob [en prensa].
Página web personal:
www.mustaphacherif.com
uocpapers, n.º 3 (2006) | ISSN 1885-1541
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Contrapunto
Xavier Rubert de Ventós
Pienso que la cultura podría definirse como la deferencia hacia
la diferencia; como la capacidad de respetar creencias o experiencias distintas de las nuestras. Sin pretender negarlas, ciertamente, pero tampoco asimilarlas hasta hacer de ellas «visiones parciales» de una Verdad mayúscula que nosotros –en línea
directa con Dios o con quién sabe qué– poseemos en exclusiva.
La lección inaugural de Mustapha Cherif es un emocionante
alegato a favor de ese suelo único, mítico, del que surgen la fe
y la razón que los ideólogos de uno u otro lado –musulmán o
cristiano– han pretendido segmentar y que podemos recuperar
con el diálogo, y sólo con él.
Para empezar se me ocurren dos apostillas que, desde nuestro
propio país, podríamos hacer al discurso de Cherif:
He aquí una significativa concordancia entre Habermas, el
papa Benedicto XVI y el propio Cherif en su común apelación a
una Verdad no-escindida como defensa frente al llamado «fundamentalismo laicista»; un fundamentalismo para el que el paso
de lo weberiano de la legitimación teocrática a la legitimación
burocrática sería coser y cantar:
La razón y la fe, lo público y lo privado;
bien separados, y todo arreglado.
Con lo que se olvida, pienso yo, que la razón no puede liberarse tranquilamente del Mito o de la Creencia precisamente
porque, como intuyó Henry Bergson, no son anteriores a la razón
sino que surgieron a partir de ella: como reparación del vacío
en que se quedaba el animal más sapiens de la cuenta con el
sentimiento de una angustiosa, desamparada e insolidaria conciencia individual.
1. que en catalán hablar se dice enraonar, poner en común
las razones. Resulta así que el diálogo propuesto por Cherif
está ya inscrito –semantizado– en nuestra propia lengua.
2. que una forma bella y precisa de traducir el mensaje de
Cherif está encapsulada en un proverbio de Antonio Machado:
Estoy, pues, de acuerdo en que no podemos contentarnos con el
liberalismo autosatisfecho, con la opinión líquida que se amolda
a todos los tiempos y medios que la vehiculan… Pero pienso que
tampoco podemos instalarnos en la sólida estupidez de un dogmatismo que nunca se dejará coger a contrapié y que, incapaz
de desarrollar aquella deferencia a la diferencia, amenaza hoy
con acabar de polarizar las opiniones y demonizar la disidencia
hasta dinamitar el mundo entero.
Porque hay un tema, creo, donde la generosa propuesta de
Cherif (y de Machado) se hace especialmente difícil de materializar. Se trata del diálogo entre quienes, de un lado, creen que
es la libertad la que puede conducirnos finalmente hasta la verdad; que el pluralismo y la «falsación» popperiana son el camino
inexcusable a toda certeza no dogmática; que el más precioso
fruto de la democracia consiste en el reconocimiento, como decía
E. Nicol, de que «la única verdad política es la pluralidad de las
verdades políticas». Esto de un lado. Y por el otro, quienes creen
que «la verdad nos hace libres», y que el promiscuo mercado de
las opiniones de hoy en día no hace sino legitimar la opresión de
¿Tu verdad? No, la verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
Es cierto, como Cherif sugiere, que desde Llull hasta los grandes pensadores musulmanes del siglo x hasta el xiii (Al Farabi,
Avicena, Averroes, Al Gazali) presenciamos un enorme esfuerzo
por suturar fe y razón, mitos y logos, lo sensible y lo inteligible.
Y es curioso observar cómo Habermas, un filósofo típicamente
moderno, propone continuar hoy esta lucha por la unidad.
«Si se niega o excluye el interjuego y la articulación entre la
esfera cognoscitiva, la esfera práctico-moral y la esfera expresivo-estética –dice–, resultará muy difícil superar la codificación
social mediante el nexo unilateral de la vida a una de estas esferas intelectuales que, por ser ya de una altísima especialización,
incluyen de alguna manera la coerción social».
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Xavier
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de Ventós
María
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Martínez
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los pobres y «el libertinaje, la permisividad y otras perversiones
de este género» a las que, según Cherif, nos conduce inexorablemente la moderna rationalité coupée du sens; esa dicotomía
a la que valientemente se enfrentan tanto el cristianismo como
el islamismo ortodoxos…
…Pero ¿es siempre bueno –me pregunto yo– superar la escisión entre fe y razón, verdad y vida, sensibilidad y entendimiento,
saberes y creencias, ética y estética, público y privado? ¿Es siempre saludable tratar de recuperar su mítica «unidad originaria»
hasta reunir una vez más –como en un fascio– estos hermanos
separados, estos hijos pródigos del mito que son la ciencia, la
moral, la religión o el arte?
Yo entiendo que todas las formas modernas de fundamentalismo o de terrorismo (y me refiero tanto al institucional y
poderoso como al popular y menesteroso), que todas estas formas tienen como base común la pretensión de superar nuestra
modernidad escindida mediante la voluntarista recuperación de
un orden social orgánico e integrado. Y entiendo también que
el intento de conciliación que tan valientemente propone Cherif
ha de basarse en una distinta comprensión (y en una positiva
valoración) de esta modernidad plural, excéntrica, inorgánica y
desarticulada.
Y sin embargo, sigo pensando que una actitud política alternativa sólo puede basarse en una distinta comprensión y valoración de esta modernidad plural, excéntrica, desarticulada e
inorgánica. Una comprensión que establezca y reconozca: 1) la
existencia de esta diversidad y desarticulación como rasgo característico de nuestra condición; 2) el valor que ello tiene y las
nuevas posibilidades que tal diversidad ofrece, y 3) la necesidad
operativa o funcional –nunca sustantiva o estructural– de una
cierta coherencia «mítica» que, sin pretender negar o superar
esta escisión, sino tan sólo encontrar su cuajo, busque cuando
menos su equilibrio y viabilidad.
A la espera de que un Kant o un Averroes modernos nos
orienten en este difícil camino, el mensaje de la lección inaugural de Cherif es un estímulo que la UOC agradece y en él pone
todas sus esperanzas.
Xavier Rubert de Ventós
Profesor de la UOC
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