“Ustedes como piedras vivas, edifíquense y pasen a ser un templo

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Resolución 1062 del 30 de abril de 2007, Ministerio del Interior de la República de Colombia
Apreciados amigos, envío el texto de la lectura del Evangelio correspondiente al
domingo 24 de noviembre de 2013.
2Samuel 5, 1-3
Ungieron a David como rey de Israel
En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron:
"Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey,
eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha
prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel. Todos los
ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto
en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.
Salmo responsorial: 121, 1-2. 4-5
Vamos alegres a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor"! Ya están pisando
nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. R.
Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el
nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David. R.
Nuevo Nuevo Testamento: Colosenses 1, 12-20
Sean muy agradecidos que Papá les haya hecho conscientes de la herencia de su
Divinidad a través del Mensaje de su hijo.
Papá nos ha rescatado de las tinieblas del miedo y nos ha traído a la casa de su
amado hijo,de quien hemos recibido Consanguinidad Divina (Linaje). Jesús ha revelado
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el amor de Papá y ha mostrado nuestra participación en él. Pues a través de él todas
las cosas creadas llevan el sello Divino de Papá y tienen su Vida Divina.
Jesús es también el corazón de su Cuerpo, que son las Comunidades y como tal debe
ser la vida de éstas. Para que todo lo que suceda en éstas fluya de su corazón a través
de su Espíritu. Papá lo dotó con su Divinidad completa y nosotros, como hermanas y
hermanos, también la hemos recibido, aunque esta maravillosa Verdad no está
completamente realizada. Cuando Él murió en la cruz resucitó en nosotros. La sangre
que derramó, entró en nuestros corazones y nos llama a ser como él y a actuar
siempre con su Amor.
Nuevo nuevo Testamento Lucas 23,35-43
Mucha gente permanecía de pie, en silencio, recordando lo que había hecho por ellos.
Algunos ancianos murmuraban: “!Salvó a otros, que se salve a sí mismo si es que
realmente es el Cristo!”.También los soldados lo ridiculizaban diciendo: “Si es
realmente el Rey de los Judíos; ¡sálvese!”. Había sobre él una inscripción que decía:
“Éste es el Rey de los Judíos”.
Uno de los criminales a su lado le dijo: “Si es el Cristo, sálvese y también a nosotros”
Pero el que estaba al otro lado lo increpó diciendo: “¿Usted no teme a Dios? Nosotros
estamos pagando por lo que hemos hecho, pero este hombre no ha hecho nada malo.”
Enseguida dijo: “!Jesús, por favor, lléveme a casa usted!”.Jesús le contestó: “Le
aseguro que hoy estará conmigo en la casa de nuestro Papá.”
Era casi mediodía cuando una gran oscuridad envolvió toda la región, que duró hasta
las tres de aquella tarde. A esa hora el velo del templo se rompió en dos. Jesús
exclamó: Papá, me voy.” Y con estas palabras regresó a casa.
REFLEXIÓN
Con esta celebración de la fiesta de Cristo Rey se termina el año litúrgico. Sus orígenes
son muy discutibles. Sin embargo, en todo caso, los textos de la liturgia de esta fiesta
muestran la manera peculiar en que Cristo sería “Rey”.
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Conviene recordar en qué consistían las esperanzas mesiánicas del pueblo judío en el
tiempo de Jesús: unos esperaban a un nuevo rey, al estilo de David, tal como se lo
presenta en la primera lectura de hoy. Otros, un caudillo militar que fuera capaz de
derrotar el poderío romano; otros como un nuevo Sumo Sacerdote, que purificaría el
Templo. En los tres casos, se esperaba un Mesías triunfante, poderoso.
El salmo que leemos hoy, también proclama el modelo davídico de “rey”. Jerusalén, la
“ciudad santa” es la ciudad del poder.
Eso explica por qué, cuando Jesús anuncia la Pasión a sus seguidores, no logran
entender por qué tiene que ir a la muerte.
El evangelio de hoy nos presenta cómo reina Jesús el Cristo: no desde un trono
imperial, sino desde la cruz de los rebeldes.
Jesús no quiere dominar a las demás personas, sino promover, convocar, suscitar, el
poder de cada ser humano, de modo que cada una y cada uno de nosotros asumamos
responsablemente el peso y el gozo de nuestra libertad.
Según el relato de Lucas, Jesús agoniza en medio de las burlas y desprecios de
quienes lo rodean. Nadie parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado
su entrega a los que sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la
mirada compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio
alguno. Las autoridades religiosas se burlan de él con gestos despectivos: ha salvado
a otros que se salve ahora a sí mismo. Si es el Mesías de Dios, el “Elegido” por él, ya
vendrá Dios en su defensa. También los soldados se suman a las burlas. Ellos no
creen en ningún Enviado de Dios. Se ríen del letrero que Pilatos ha mandado colocar
en la cruz: “Este es el rey de los judíos”. Es absurdo que alguien pueda reinar sin
poder. Que demuestre su fuerza salvándose a sí mismo. Jesús permanece callado,
pero no desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el Enviado de Dios buscara
su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los
crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos abandonara
para siempre a nuestra suerte?
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De pronto, en medio de tantas burlas y desprecios, se da una sorprendente invocación:
“Jesús, por favor, lléveme a casa usted!”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús.
Es un de los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo propone como un
ejemplo admirable de fe en el Crucificado. Este hombre, a punto de morir ajusticiado,
sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien a todos. Intuye
en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está convencido de que Jesús no va
a ser derrotado por la muerte. De su corazón nace una súplica. Solo pide a Jesús que
no lo olvide: algo podrá hacer por él. Jesús le responde de inmediato: “Hoy estará
conmigo en la casa de nuestro Papá”. Ahora están los dos unidos en la angustia y la
impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero inseparable. Morirán crucificados,
pero entrarán juntos en el misterio de Dios. En medio de la sociedad descreída de
nuestros días, no pocos viven desconcertados. No saben si creen o no creen. Casi sin
saberlo, llevan en su corazón una fe pequeña y frágil. A veces, sin saber por qué ni
cómo, agobiados por el peso de la vida, invocan a Jesús a su manera. “Jesús,
acuérdate de mí” y Jesús los escucha: “Tú estarás siempre conmigo”. Dios tiene sus
caminos para encontrarse con cada persona y no siempre pasan por donde le indican
los teólogos. Lo decisivo es tener un corazón que escucha la propia conciencia.
En la cruz Jesús derrota total y radicalmente al demonio del poder concebido como
violencia y opresión por una parte y como dependencia, sumisión y alienación por otra.
De este modo inaugura un nuevo tipo de relaciones entre las personas y con el
universo entero, basadas no en la dominación/dependencia, sino en el respeto mutuo,
en la armonía, en la valentía para asumir el peso de la propia libertad responsable.
ALFONSO RICARDO CABRERA LUNA
Obispo católico independiente
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