(586-562 a. C.)

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BREVE HISTORIA DEL PUEBLO DE ISRAEL – M. SENDEREY
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LECCIÓN 22
RESURRECCIÓN DE UN PUEBLO
(586-562 a. C.)
El país de Judá quedó asolado y abandonado después de la destrucción de su
Estado. El pueblo dividido en tres núcleos. Uno exilado en Babilonia, otro se había ido
al Egipto y el tercero se mantenía en las aldeas más relegadas de la patria. Un silencio de
muerte reinaba en los primeros tiempos después de la Destrucción sobre los campos de
Judá; también calló por ahora la voz de los profetas. El golpe ha sido demasiado rudo,
demasiado grande el desastre, las fuerzas espirituales del pueblo quedaron como paralizadas. Lo único que aún se dejaba escuchar eran el llanto y los lamentos por la gran
desgracia. Y en ese llanto que, con el correr del tiempo va transformándose en un
formidable grito de protesta, estaba el anuncio de que el pueblo sólo estaba abatido,
pero lejos de estar muerto; los muertos no lloran ni protestan.
Inmediatamente después de la Destrucción comienzan a escribirse las
Lamentaciones (Kinot), que plañen por la desgracia. Todas ellas se reunieron después en
el libro "Lamentaciones" que se atribuye al profeta Jeremías, aunque no todos los
capítulos son fruto de su pluma. Por el contenido y el estilo se ve que han intervenido
varios autores y quizás, también, se han escrito en distintos países. Cada ambiente
tiene su llanto, sus recuerdos, su queja. El sollozo más desgarrador parte del capítulo
V, que al parecer fue escrito por los que permanecieron en Judá. Vibra en él el dolor
y la ira del pueblo que aún está en su tierra, pero está impedido de gozar de ella:
Nuestra heredad pasó a extraños,
nuestras casas a ajenos.
Bebemos nuestra agua por dinero,
recibimos nuestra madera por pago.
Esclavos nos mandan,
no hay quien nos redima de sus manos.
Los ancianos dejaron los pórticos,
los jóvenes abandonaron el canto.
Ha cesado la alegría en nuestros corazones,
en tristeza convirtióse nuestra danza.
(Lamentaciones V, 2, 4, 8, 13, 14)
Se llora también la suerte de la capital desierta:
Qué solitaria ha quedado la ciudad de tanta gente;
como una viuda quedó la princesa de las naciones;
la señora de Estados en tributaria se convirtió.
(Lamentaciones I, 3)
Pero el poeta acepta el castigo; sea en expiación de los pecados:
Dios es justo,
porque no escuché su voz.
(Lamentaciones I, 18)
El autor del capítulo II parece ser un militar, a quien duele más que todo, la
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destrucción del poder estatal. Se lamenta por la caída de las fortalezas, por el desastre
militar:
Dios exterminó sin piedad todas las moradas de Jacob,
destruyó en su cólera, todas las moradas de Yacob, las
derribó por tierra, mancilló el reino y sus señores.
(Lamentaciones II, 2)
El capítulo IV parece pertenecer al propio Jeremías. Es una elegía impregnada de
tristeza y piedad por el pueblo sufriente:
Los caros hijos de Sión,
en oro pesados,
¡cómo se los consideran cual vasijas de barro,
hechas por la mano de un alfarero!
Los que comían ricos manjares
vagan desolados por las calles,
los en púrpura adornados
se acurrucan en los basurales.
(Lamentaciones IV, 2-5)
El capítulo IV es el único que se cierra con una frase de consuelo:
Has expiado tu pecado, hija de Sión, ya no serás más
exilada.
(Lamentaciones IV, 22)
Jeremías sigue fiel a la Misericordia Divina que encarna.
Las lamentaciones del capítulo III se refieren a sufrimientos personales y no a la
Destrucción.
Todas esas lamentaciones comenzaron a leerse en los días de ayuno que se
impusieron en conmemoración de las etapas cruciales de la Destrucción. A los 10 días
del mes de Tevet (sitio de Jerusalén), 9 días de Tamuz (la caída de la ciudad) y 7 días
de Ab (incendio del templo), y el 3 de Tishri (asesinato de Guedaliahu).
Pero entre los cánticos de dolor comienzan a escucharse acordes de decisión altiva.
Junto a los ríos de Babilonia se presta el magno juramento, que venció todos los
exilios:
Si te olvidare Jerusalén
que se seque mi diestra,
que mi lengua se pegue al paladar
sino no te recordaré,
si no recordaré a Jerusalén
en mi mayor alegría.
(Salmos 137)
Este juramento que acompañó al pueblo en todos sus exilios, fue el primer anuncio
de la singularidad del pueblo de Israel. Porque, aunque los poetas cantaron: "¿Cómo
podemos entonar las canciones de Dios en tierra extraña?", la creación espiritual de los
exilados no se interrumpió. Los hijos de Judá, ya estaban entonces muy lejos de la
idolatría y por eso no podían adaptarse a la vida de la pagana Babilonia.
Después de laborar por un tiempo los campos del Estado como esclavos, los judíos
fueron liberados y se establecieron en masas compactas en una región separada, donde en
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su mayoría se dedicaron a la agricultura, aunque una parte apreciable pasó a los
oficios y un pequeño número se dedicó al comercio, hasta al gran comercio y a las
finanzas. Los judíos comenzaron en Babilonia a plasmar una forma de vida propia en el
exilio. Mientras los que fueron a Egipto, que eran principalmente militares y sacerdotes,
construyeron en tierra extraña un pequeño templo y siguieron sirviendo al Dios de los
antepasados en la forma antigua, con sacrificios, ofrendas y libaciones de vino y aceite,
los exilados de Babilonia estaban más bajo la influencia de los profetas, que en general
no eran muy partidarios de los holocaustos, sobre todo en tierra extraña y profana.
Implantaron un culto divino sin sacrificios, el primero de esta clase en la historia
universal. El servicio consistía en leer partes de las Sagradas Escrituras que ya poseían
entonces, pronunciar sermones, decir oraciones y entonar himnos, que luego fueron
reunidos en los Salmos.
Guardar las festividades nacionales, los duelos en conmemoración de la Destrucción,
y, sobre todo, el respeto del sábado, permitieron a los exilados crear un clima espiritual
propio, que les permitió mantener su peculiaridad en un ambiente extraño. La existencia
del pueblo cobró cimientos espirituales que el profeta Ezequiel denominó "Mikdasch
Meat" (Pequeño Santuario).
Sin embargo hubo quienes desesperaron de toda posibilidad de renacimiento
nacional y argüían que una vez perdido el Estado, el pueblo no podrá subsistir. Entre
esos grupos cobró fuerza la tendencia a la asimilación y en una serie de documentos
comerciales de aquellos tiempos, descubriertos hace poco, se encuentran firmas de judíos
con nombres babilonios, como también pruebas de casamientos mixtos. Contra esos
elementos truena el verbo potente del profeta Ezequiel.
Ezequiel crea entonces su inmortal visión de las osamentas, una obra maestra de
poesía, que influyó no sólo sobre los sentimientos del pueblo judío. El profeta se ve de
pronto en un valle cubierto de osamentas resecas y amarillas. Y escucha la voz de
Dios que le pregunta: "¿Pueden esos huesos secos revivir?" Y cuando el profeta
responde: "Sólo tú, Señor, lo sabes", recibe el mandato de pronunciar la siguiente
profecía:
Así dijo Dios, nuestro Señor
a estas osamentas:
Ved, yo insuflo en vosotras un espíritu
y volveréis a vivir.
(Ezequiel XXXVII, 5)
Y ante sus ojos se cumple la profecía. Se ve de pronto rodeado de un poderoso
ejército y oye una voz que le explica el significado de la maravillosa visión:
He aquí que Yo abro vuestras tumbas y os sacaré, mi pueblo,
de sus sepulcros y os conduciré a la tierra de Israel.
(Ezequiel XXXVH, 12)
La magna nueva del renacimiento nacional se dejó escuchar claramente.
En las inmensidades del imperio babilónico los desterrados de Judá se encontraron
con las tribus de Israel, que habían sido llevadas allí hacía 130 años y durante todo ese
tiempo mantuvieron casi intacto su carácter nacional. En tierra extraña se produce el
acercamiento de ambas ramas del tronco hebreo. El profeta Ezequiel lo explica
simbólicamente. Por mandato de Dios toma dos maderos; en uno escribe: "Para Judá y
sus compañeros de Israel" y en el otro: "Para Yosef, tronco Efraín y toda la casa de
Israel". Y los confunde en uno solo para simbolizar la profecía:
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He aquí que yo sacaré
a los hijos de Israel,
de los pueblos donde se fueron,
y los reuniré de todos los confines,
y los conduciré a su tierra.
Y haré de ellos un solo pueblo en el país, en los Montes
de Israel. Y un rey sólo tendrán todos y no serán más
dos pueblos, ni estarán divididos en dos reinos.
(Ezequiel XXXVII, 21-22)
El exilio
lugar donde
interiormente
contribuyan a
que debió significar el desmenuzamiento del pueblo, se convierte en el
se mancomunan sus fuerzas nacionales. Los desterrados ya están
prontos para el renacimiento nacional, faltan los factores externos que
ello.
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