Aquello que has heredado de tus padres, adquiérelo

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Centro Oro
Escuela de Clínica Psicoanalítica
Jornada Anual
“El prójimo y las vicisitudes del lazo”
2 de diciembre de 2014
“Aquello que has heredado de tus padres, adquiérelo para
poseerlo”
Lic. Freidkes, Verónica Silvina
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“Aquello que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo” (Fausto)
Verónica Freidkes
Joseph: “¿No cambia nada? ¿Soy judío, sigo siendo judío?”
Rabino: “Si realmente quieres, puedes. Tu verdadera madre no es judía, así que tu tampoco”
J: “yo no cambié”
R: “Dios te ayudará en esta conversión. El judaísmo es un estado”
J: “¿Y el otro?”
R: “Es judío, es su naturaleza”
J: “¿quiere decir que es más judío que yo?”
R: “Así es, es así”
J: “¡Pero él es árabe!”
Este diálogo es mantenido entre Joseph, protagonista del film “El otro hijo” y el rabino con quien
este adolescente judío israelí vino transitando su formación religiosa desde pequeño. Sucede que,
al realizar los exámenes médicos para ingresar al ejército Israelí, es detectado un “error” ocurrido
16 años atrás, al momento en que Orith, madre de Joseph dio a luz. En el mismo hospital, en la
habitación contigua, daba a luz otra mujer, Leila, oriunda de Palestina, situado al otro lado de la
frontera, en el territorio adyacente. Corría el año 1991, durante la Guerra del Golfo, y un misil había
caído sobre el Sanatorio, motivo por el que las enfermeras se llevaron a los bebés Joseph y Jacine
para ponerlos a salvo. Al devolverlos a sus madres tuvo lugar el “grave error” -en palabras del
Director del Hospital- que motiva el argumento del film. Los niños fueron intercambiados, sus
familias no lo supieron hasta que Joseph realiza las pruebas médicas para ingresar al ejército,
Institución en la que su padre Alon se desempeña en un cargo jerárquico como Coronel.
Estos niños fueron criados al modo de cada familia, de cada pueblo, de cada cultura, una a cada
lado de la frontera. Crecieron e hicieron propios esos mundos antagónicos y espejados a la vez,
incorporando para sí las tradiciones que constituyen en parte sus identidades. Se identificaron con
rasgos de sus padres, recibiendo el amor y la educación que cada familia considera suya. Uno como
judío israelí, alter-uno como árabe palestino. Este tema resulta especialmente sensible teniendo en
cuenta el milenario conflicto entre judíos y árabes, las múltiples e inagotables muestras de rivalidad
y odio mutuo.
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“Aquello que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo” (Fausto)
Verónica Freidkes
Dicha rivalidad puede ser pensada a la luz del tema transversal del año en esta Institución: el
prójimo y las vicisitudes del lazo.
Pensamos al prójimo, desde el psicoanálisis, como aquello que representa la mayor extimidad para
cada quien. Es lo expulsado, lo irremediablemente perdido, pero como operación, absolutamente
necesaria y fundante en la constitución subjetiva. Pensamos también al semejante, como aquél en
quien se juega la imagen, lo relativo al yo. Freud sitúa el juicio de atribución en El Proyecto, como
aquél que se realiza sobre el juicio de existencia, definiendo la cualidad de lo incorporado
tempranamente: incorporar lo bueno, expulsar lo malo.
En cierta manera, este juicio de atribución definirá cómo moverse en el mundo. Al pensar en el
conflicto y enfrentamiento cultural entre judíos y árabes, y volviendo al film, vemos que ambos
jóvenes se encuentran de pronto preguntándose qué tan familiar les resulta algo que hasta
entonces se situaba como lo diferente y hasta lo “malo”, desde el juicio de atribución. Asimismo, tal
vez por primera vez, se ven sorprendidos por la aparición de una pregunta en relación a lo siempre
familiar,
a
lo
nunca
cuestionado
sobre
su
origen
y
pertenencia
a
un
pueblo.
Derrida introduce la cuestión del extranjero, de lo extranjero, como aquello que “nos cuestiona en
nuestros supuestos saberes, en nuestras certezas, en nuestras legalidades, nos pregunta por ellas y
así introduce la posibilidad de cierta separación dentro de nosotros mismos, de nosotros para con
nosotros. Introduce cierta cantidad de muerte, de ausencia, de inquietud allí donde tal vez nunca
nos habíamos preguntado, o donde hemos dejado ya de preguntarnos, allí donde tenemos la
respuesta pronta, entera, satisfecha, la respuesta, allí donde afirmamos nuestra seguridad, nuestro
amparo” (Derrida, Jacques, 2006). Cuando lo conocido se pone en duda, los límites entre lo propio
y lo ajeno se vuelven difusos.
La película invita al espectador a introducirse en ese camino de la pregunta, viendo cómo Joseph y
Jacine se permiten, con la energía y juventud que los caracteriza, y a pesar de las barreras
idiomáticas y de las otras, abrirse a la duda, a mirar a ese semejante en el espejo y cuestionar qué
de él puede pertenecerme, qué de mi le pertenece, qué hay de él en mí. “¿Yo soy el otro y el otro
era yo?” pregunta Joseph a Orith, su madre de la vida. “Amparamos pues a lo otro, al otro, lo
alojamos, hospitalariamente lo hospedamos, y eso otro, ese otro ahora por nosotros amparado nos
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“Aquello que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo” (Fausto)
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pregunta, nos confronta con ese ahora nuestro desamparo” (Derrida, Jacques, 2006). Y esta
posibilidad de cuestionar, de poner en duda la propia Ley, sucede incluso a pesar de la voluntad de
estos padres que criaron a estos niños. Tanto a Alon -padre de Joseph-, como a Said -padre de
Jacine- no parece resultarles nada grato el cuestionamiento a que son sometidos sus mundos, por
parte de estos jóvenes que buscan ansiosos saber sobre sí mismos, sobre sus grupos de
pertenencia, y sobre sus hasta ahora enemigos, adversarios, en la batalla siempre cruel entre los
pueblos.
El juicio hace que el bien y el mal sean culturales y no naturales. El bien y la verdad se complican
cuando pasan por el cuerpo y la cultura. Se nos presenta tan naturalizada la noción de lo propio y lo
ajeno que la sola idea de dudar de aquellos saberes fijos, nos hace tambalear sobre el conocimiento
de nosotros mismos, de quiénes somos. Plantea Derrida que “La pregunta es, en cierta manera,
parricida, pues implica cuestionar la ley, lo dado como certero”. Y esta parece ser precisamente la
aventura en la que Joseph y Jacine se sumergen al comenzar a compartir momentos juntos, cuando
alguno de los dos cruza la frontera para, por ejemplo, ayudar al otro a vender helados en las playas
de Tel Aviv. A Joseph, el muchacho de padres árabes y educación judía, no le resulta tan sencillo
cruzar “al otro lado”, a la parte árabe, como a Jacine, de padres judíos y educación árabe. Vemos
esto cuando en múltiples ocasiones Jacine se dirige a Tel Aviv, pero Joseph concurre solamente una
vez a la casa de sus padres biológicos, generando enojo y bronca en Jacine.
Siguiendo a Derrida en la idea de la pregunta como parricida, como cuestionamiento de la ley y lo
dado como certero, creo interesante introducir el pensamiento de otro autor, Gérard Haddad,
quien se pregunta por la oposición entre la tradición totalitaria de quemar libros como Autos de Fe
–que implica el anhelo de terminar con la idea misma del Libro al cual se odia y se percibe como
figura del mal- y la devoración canibalística del padre, soporte de la identificación primaria,
representada por los ritos alimentarios en las distintas religiones, particularmente las monoteístas.
Haddad postula que el libro sagrado de cada religión representa simbólicamente al Padre de la ley.
Con los ritos alimentarios tradicionales, cada sujeto, cada familia, cada grupo incorpora el libro.
Escribe el autor: “Comiendo el Libro de su grupo de origen, cada sujeto sufre una profunda
metamorfosis. Por la identificación amorosa con su grupo, con la inscripción en una genealogía que
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ella implica, recibe su aptitud futura para engendrar, para convertirse a su turno en hombre y padre
de ese grupo (…) El libro, en el origen representante del Padre simbólico y de la línea ancestral, se
transforma en esa operación, en el niño que perpetuará la cadena” (Haddad, G., 1993).
Creo importante hacer esta extensa cita para introducir otra línea de pensamiento en el análisis de
la película a la luz del tema transversal del año. Son varias las escenas del film en las que los
protagonistas se encuentran sentados alrededor de una mesa, compartiendo una comida, con
distintos personajes en cada caso. Voy a mencionar los que creo más significativos. Cuando Jacine
vuelve de estudiar en Francia, sus padres Leila y Said organizan una fiesta para recibirlo. Allí bailan y
cantan canciones típicas árabes, además, por supuesto, de comer la comida típica.
Por otro lado, cuando ésta familia árabe, los Al Bezaaz, es invitada por los Silberg –la familia israelía su casa en Tel Aviv para que todos ellos se presenten y se conozcan, Orith organiza un gran
banquete, y la cámara se encarga de mostrarnos los múltiples manjares que ésta madre había
preparado para recibir a esta familia-espejo.
Es posible pensar que mediante estos encuentros alrededor de la comida, lo que se incorpora es
mucho más que alimentos. Durante ésta reunión entre las familias, en la que intercambian también
fotos, e incluso son mencionados algunos parecidos entre Joseph y un hijo fallecido del matrimonio
Al Bezaaz, de alguna manera son invitados hospitalariamente al decir de Derrida, a incorporar algo
de ese otro libro sagrado, a hacerse parte de ese mundo otro, opuesto pero no tanto; a ser un
poco menos hostiles y más hermanos. “Comer el Libro pertenece a Eros, destruirlo, a Tánatos”
(Haddad, G. 1993).
Otro momento de encuentro alrededor de la comida, como incorporación oral canibalística de
pertenecer a un grupo, de identificarse con un Padre-ley, se da cuando Joseph cena con los Al
Bezaaz en su casa en Palestina. Al comienzo todo se ve un poco tenso y forzado hasta que, de
pronto y para sorpresa de los presentes, el joven israelí comienza a entonar una canción en árabe.
De la sorpresa pasamos al canto grupal de todos los miembros de la familia, siendo también el
espectador partícipe de ese encuentro en el que algo entra en conexión entre ellos, cierta
familiaridad se establece. Bilal, hermano mayor de Jacine y, ahora también de Joseph, le muestra su
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cuarto, lo invita a conocer algo sobre su mundo. Algunas escenas más tarde vemos cómo los Al
Bezaaz incluyen una foto de Joseph en un corcho de fotos familiares.
Todo parece fluir pacíficamente, pero lo cierto es que además del intercambio cultural, de la
invitación a formar parte del mundo del vecino, del semejante; también entran en juego en varias
ocasiones los intereses, la competencia, el odio y la violencia; alrededor de la pregunta por la
identidad que surge en ambos protagonistas.
Cuando Orith, madre biológica de Joseph, le cuenta la situación a su hijo, aclarándole que “son
palestinos, de la costa occidental”, el joven responde “Yo soy el otro y el otro era yo. Cambio mi kipá
por un cinturón bomba”. Su madre le dice que no diga eso, y Joseph pregunta “¿sigo siendo judío?”.
En este breve intercambio vemos aparecer tanto prejuicios como preguntas sobre la propia
identidad. Luego de esto tiene lugar el diálogo entre Joseph y el Rabino, citado al comienzo.
Nuevamente las preguntas y las dudas sobre quién es, teniendo en cuenta también la edad del
protagonista, en relación a las esperables inquietudes sobre la propia identidad.
Quizás sea Bilal el personaje que mejor refleja el conflicto entre pertenecer y no pertenecer, que
hace en parte al ser. Al enterarse que su hermano Jacine no es en realidad su hermano de sangre,
Bilal se enoja y le dice que se vaya a vivir “del otro lado, siempre fuiste judío. Eres el hijo de otros,
tarde o temprano te vas a ir, donde deberías haber crecido”. Queda claro que, para Bilal, la sangre
determinaría el ser, en tanto que lo adquirido, la educación, la cultura, los momentos compartidos,
no tendrían valor al enterarse de la verdadera filiación de su hermano. “Olvídate de mí, yo ya no soy
tu hermano”, agrega, como para alejarlo aún más.
Es evidente su enojo, posiblemente acrecentado por el recuerdo, conciente o no, de la pérdida de
su hermano menor, a quien Joseph se parece físicamente. Cuando Leila, su madre, se acerca a Bilal
para hacerlo entrar en razón respecto de aceptar la inclusión de Joseph y no apartar a Jacine, éste
responde “es de ellos, mi hermano es Firaz y está muerto”.
Vemos aparecer en Bilal, asimismo, cierto monto de odio, dejando fluir sus intereses con Joseph al
“reclamarle” de alguna manera que su padre, Alon, le consiga un pase para poder cruzar la frontera
hacia Israel sin problemas: “somos hermanos, ¿no? ¿Vas a recuperar tu identidad? Tu sangre es
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musulmana” dice a Joseph. Éste responde “no es sólo un nacimiento, es la familia en la que crecí y
que me crió” poniendo de esta manera un freno a la hostilidad proveniente de Bilal.
A este respecto también vemos cómo, en numerosas ocasiones Joseph se cuestiona sobre su
identidad: “Yo sería un desconocido para ustedes” le dice a su madre Orith. Luego, durante el
encuentro entre las dos familias, Joseph y Jacine salen a fumar y conversar: “Ser judío era
importante para mí. Ahora es como si no existieran. Ya no me siento más judío, pero no soy
palestino” reflexiona Joseph, y a continuación pregunta “¿qué querrías ser si pudieras elegir?”,
“James Bond” responde Jacine, apelando al humor como salida.
Así vemos cómo el intercambio entre pares, entre semejantes continúa, cada vez más lejos del
odio, un poco menos guiados por el prejuicio, viéndose muchas veces reflejado cada uno en el otro,
como cuando ambos se arreglan frente al espejo para salir una noche. “Isaac e Israel, los dos hijos
de Abraham” verbaliza Jacine. De pronto entonces, asistimos a la construcción en acto de un
pasado en común, puesto simbólicamente en palabras, parados frente al espejo, al situarse como
hermanos, hijos finalmente de un mismo Patriarca-Padre.
Resulta importante resaltar que, situarse como hermanos, hijos de un mismo Padre, aún con los
puntos en común y dado el intercambio que experimentaron, no borra ni hace desaparecer las
diferencias entre ellos, entre sus grupos de origen, ni minimiza las distancias entre los pueblos. El
semejante puede también generar violencia cuando quedan atrapados en el yo-no yo, prestándose
todo el tiempo a la pelea con el otro, como ocurre por momentos con Bilal al no poder despegarse
de la comparación y la oposición, como muestras de hostilidad.
Para concluir, cito una poesía que, a mi entender, ilustra bastante bien varias de las líneas
abordadas:
Creías que destruir
lo que separa era unir.
Y has destruido
lo que separa.
Y has destruido todo.
Porque no hay nada
sin lo que separa.
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Verónica Freidkes
Antonio Porchia
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Verónica Freidkes
Bibliografía consultada:
Derrida, Jacques. La hospitalidad. 2º edición. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 2006.
Entrelíneas, número 8, “Pensar al prójimo”. Editado por Centro Oro. Mayo de 2014.
Freud, Sigmund. El Malestar en la Cultura, 1929. En Obras Completas, Tomo III, Tercera edición.
Editorial Biblioteca Nueva, España.
Freud, Sigmund. Proyecto de una psicología para neurólogos, 1895. En Obras Completas, Tomo I,
Tercera edición. Editorial Biblioteca Nueva, España.
Haddad, Gerard. A partir de una hoguera… en "Los biblioclastas", Editorial Ariel, Buenos Aires,
Argentina, 1993.
Lacan, Jacques. Seminario 7 “La ética del psicoanálisis”. 1959-1960. Clase 4 Das Ding.
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