P U C A

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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA ARGENTINA
“SANTA MARÍA DE LOS BUENOS AIRES”
FACULTAD DE TEOLOGÍA
LICENCIATURA EN TEOLOGÍA DOGMÁTICA
Presentación para la Cátedra
Metodología científica
Trabajo Final:
Los nuevos movimientos eclesiales y su ubicación
teológica. El esquema carisma – institución como intento
de fundamentación de su inserción en las Iglesias
particulares
Profesor: Pbro. Dr. Marcelo González
Presenta: Roberto Pablo Noriega Jaime
Buenos Aires, 16 de diciembre de 2007
1
ROBERTO PABLO NORIEGA JAIME
LOS NUEVOS MOVIMIENTOS ECLESIALES Y SU UBICACIÓN
TEOLÓGICA
EL ESQUEMA CARISMA – INSTITUCIÓN COMO INTENTO DE
FUNDAMENTACIÓN DE SU INSERCIÓN EN LAS IGLESIAS
PARTICULARES
RESUMEN
Los nuevos movimientos eclesiales surgidos en el siglo XX, particularmente en torno al Concilio
Vaticano II, plantearon, y siguen planteando, por su vocación a la universalidad, desafíos
pastorales a la hora de su inserción en la Iglesias particulares. Juan Pablo II acogió a estas
realidades como novedades del Espíritu para este tiempo de la Iglesia dándoles un fuerte
impulso. Para él los movimientos eclesiales constituyen una manifestación actual de la
dimensión carismática de la Iglesia que sería coesencial a la dimensión institucional en el
nacimiento, vida y desarrollo de la Iglesia. Desde el esquema carisma – institución se intenta
fundamentar la ubicación teológica de los nuevos movimientos para explicar su relación con el
ministerio episcopal abriendo nuevas cuestiones eclesiológicas dentro del debate acerca de la
relación entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares.
Palabras clave: nuevos movimientos eclesiales, ubicación teológica, esquema carisma –
institución, Iglesia universal, Iglesias particulares
Introducción
El análisis histórico pone de manifiesto que cada época ha conocido verdaderos movimientos1
eclesiales, que surgen como respuesta a una necesidad del momento y florecen de diversos
modos, dando origen a órdenes religiosas, asociaciones o fraternidades, grupos de varones y
mujeres consagrados o no, etc. Las formas nunca son idénticas y de allí la dificultad para
ubicarlas en el marco de la regulación canónica de su tiempo2, lo que en modo alguno ha sido
óbice para que ejerzan una gran influencia en la dinámica eclesial.3
Como irrupción de Dios, estos movimientos se caracterizan por proponer con toda su fuerza el
acontecimiento Cristo. Son fuente de energía, de fuerza, de santidad, de renovación del
ministerio, de nuevas formas de inculturación de la Buena Noticia de Jesús y de construcción
social.4
Si bien la palabra “movimiento” es utilizada en un sentido muy amplio, siguiendo a Fidel González, la utilizamos
aquí para referirnos a aquellas realidades surgidas a partir de determinados carismas y experiencias con la fuerza
suficiente para generar una nueva vida en la Iglesia y en la sociedad. (Cf. F. GONZÁLEZ, Carismas y movimientos en
la historia de la Iglesia, en: Los movimientos eclesiales en la solicitud pastoral de los obispos, Laicos hoy, Editado
por PONTIFICIO CONSEJO PARA LOS LAICOS, Pontificio Consejo para los Laicos (Ciudad del Vaticano 2000) Vol. 4,
71)
2
En el caso de los nuevos movimientos es notable que el CIC de 1983 no los haya reconocido explícitamente como
tales, obligándolos a adoptar formas jurídicas que no responden a su realidad específica.
3
Cf. GONZÁLEZ, Carismas y movimientos, 101-102
4
Cf. F. GONZÁLEZ, Los movimientos en la historia de la Iglesia, Madrid 1999, 15
1
2
La historia de la Iglesia permite reseñar como rasgos característicos de los movimientos
eclesiales los siguientes: el carisma que da vida a un movimiento de la Iglesia se hace presente a
la vez en la Iglesia particular y en la Iglesia universal; un carisma nuevo ayuda a otros carismas o
formas eclesiales envejecidos a volver a sus orígenes recuperando la conciencia del don y misión
que se les han confiado; por su naturaleza los carismas trascienden las fronteras de su lugar de
origen; tienden a manifestar la catolicidad de la Iglesia; los pastores los reciben respetando sus
particularidades sin descuidar la armonía eclesial; poseen un profundo sentido mariano y
petrino.5
En esta descripción quedan comprendidos movimientos eclesiales como el monacato y las
órdenes mendicantes del siglo XIII, entre otros. No obstante el siglo XX asistió al surgimiento de
realidades asociativas diversas que se han reunido bajo la expresión común “nuevos
movimientos eclesiales”.
El presente artículo intentará delinear una de las principales cuestiones que el nacimiento y
desarrollo de estos nuevos movimientos eclesiales6 plantean a la reflexión teológica,
particularmente a partir del impulso que recibieron durante el pontificado de Juan Pablo II, a
saber: la reflexión acerca de su ubicación teológica en el marco de su relación con las Iglesias
particulares. A tal fin ensayaremos una definición y caracterización de los nuevos movimientos
eclesiales (1.-) para ubicarlos en el marco del pontificado de Juan Pablo II, signado por las
tensiones pastorales que generó la aparición de los nuevos movimientos y la acogida cordial del
Papa (2.-).
Dado que el debate acerca del lugar teológico de los nuevos movimientos, plantea la alternativa
de reconocerlos, o no, como una expresión de la dimensión carismática de la Iglesia, la reflexión
teológica intenta fundamentar si constituyen una manifestación del obrar gratuito del Espíritu
Santo en la vida de la Iglesia o son sólo la expresión visible de una forma asociativa nueva para
un contexto eclesial como el actual. Algunos autores, entre ellos Pié-Ninot, hacen referencia a la
novedad de los movimientos eclesiales vinculándolos con el asociacionismo eclesial7, mientras
que otros distinguen con claridad movimiento de asociación8.
Esto último es fundamental y decisivo ya que la especificidad de los movimientos respecto de las
asociaciones radicaría en que éstos son un carisma.9 A los fines de comprender qué significa
atribuir, o no, a los nuevos movimientos eclesiales esta categoría eclesiológica resulta
imprescindible plantear la cuestión de la relación entre los carismas y los elementos
institucionales de la Iglesia. Como Juan Pablo II ha dedicado gran parte de su enseñanza sobre
los movimientos eclesiales a esta cuestión, intentando esclarecer un asunto fundamental para
entender su inserción en las Iglesias particulares nos proponemos presentar el esquema carisma –
institución y a partir de él la vinculación que se establece entre los movimientos eclesiales y el
ministerio episcopal y sus implicancias respecto de la ubicación de los primeros con relación a la
Iglesia universal y las Iglesias particulares (3.-).
A riesgo de intentar abordar en un espacio limitado como el que este artículo nos ofrece, un tema
tan amplio como el de los nuevos movimientos eclesiales, dejando la sensación de que son más
las cuestiones que quedan planteadas que las respuestas que se ofrecen, creemos que bien vale la
pena, al menos, como apertura de perspectivas de trabajo que requerirán un desarrollo posterior,
5
Cf. GONZÁLEZ, Carismas y movimientos, 102-103
Por tratarse de una cuestión que excede las posibilidades de este artículo y a los fines de evitar confusiones
obviamos ex profeso hacer referencia a las “nuevas comunidades” que, si bien han seguido un proceso bastante
similar al de los nuevos movimientos eclesiales, no se identifican totalmente con ellos.
7
Cf. S. PIÉ-NINOT, Eclesiología. La sacramentalidad de la comunidad cristiana, Salamanca 2007, 301
8
La asociación supone un estar juntos con objetivos comunes, con determinados compromisos y con una fisonomía
dada. Si bien los movimientos canónicamente pueden usar la figura de la asociación de fieles, ya sea pública o
privada, son algo distinto, añaden a la asociación un modo de ser, una dinámica interior y exterior que les son
propias. (Cf. M. BRU, Testigos del Espíritu. Los nuevos líderes católicos: movimientos y comunidades, Madrid
1998, 279)
9
Cf. BRU, Testigos del Espíritu, 279
6
3
ofreciendo un marco bibliográfico que permita orientar la búsqueda de algunas respuestas a los
planteos que quedan abiertos.
1.- Hacia una definición y caracterización de los “nuevos movimientos eclesiales”
Alcanzar una definición precisa de los “nuevos movimientos eclesiales” así como intentar
establecer sus características esenciales, sigue siendo un fin no totalmente alcanzado. En parte la
dificultad para definir y caracterizar a los llamados “nuevos movimientos eclesiales” radica en
que no son realidades acabadas sino que se encuentran en pleno proceso de desarrollo y
configuración.
Ante el obstáculo que supone el tener que trabajar con realidades vivas, se ha tendido a utilizar
una metodología inadecuada al intentar definir y caracterizar a los nuevos movimientos
eclesiales, acudiendo a generalizaciones que no permiten reconocerlos en su diversidad y que
tampoco llegan a dar cuenta de su integridad. A esto se suman las dificultades que genera la
palabra “movimiento”: no todos los que son designados con ella, manifiestan el mismo grado de
aceptación10, dependiendo de las connotaciones que se le atribuyan a ese término en su
significado.11
Asumiendo estas limitaciones en la búsqueda de una definición y caracterización acabada de los
nuevos movimientos eclesiales, intentaremos precisar qué entendemos por tales en el presente
artículo, respondiendo a tres preguntas que surgen de la denominación misma.
¿Por qué “nuevos”? Se consideran “nuevos” –algunos autores prefieren llamarlos
“contemporáneos”- porque en general son de fundación reciente o son la refundación radical de
un movimiento anterior.12
¿Por qué “movimientos”? Son “movimientos” porque se trata de grupos de personas originados
espontáneamente, que suelen ser guiados por uno o varios líderes carismáticos, que los conducen
a determinadas experiencias espirituales o pastorales y que suelen transmitirles una mirada
global de la realidad.13 Por eso para algunos teólogos los nuevos movimientos en el presente
eclesial, en medio de una cultura pluralista y secularizada14, aparecen como una respuesta
especial a los desafíos que dicha cultura plantea a la vida de la Iglesia. Aquí la expresión
“movimiento” se vincula con el uso corriente haciendo referencia a “puesta en marcha”,
“cambio” y “renovación de lo establecido”, respondiendo a los desafíos históricos del
momento.15
10
Por ejemplo los miembros del Camino Neocatecumenal, definido en general como un nuevo movimiento eclesial,
se resisten a ser considerados un “movimiento”, autodefiniéndose como un “camino”. “El «Camino» no es un
movimiento ni una asociación. Antes bien, es un «tiempo de intensa formación, al final del cual los hermanos
permanecen en las parroquias formando comunidades cristianas que llaman al hombre a la fe, esto es, al amor en la
dimensión de la Cruz y la perfecta unidad».” (E. COLLADO, "El Camino Neocatecumenal" (los "kikos"). ¿Qué
antropología? ¿Qué teología? ¿Qué moral?, en: «Sal Terrae» 84/4 (1996), 311, citando a Kiko Argüello, fundador
del Camino Neocatecumenal).
11
Cf. BRU, Testigos del Espíritu, 277-278
12
Cf. C. O´DONNELL, "Movimientos Eclesiales", en Diccionario de Eclesiología, ed. O´DONNELL - PIÉ-NINOT
(Madrid 2001), 747
13
Cf. O´DONNELL, "Movimientos eclesiales", 747
14
Para una profundización del análisis del marco socio-cultural y eclesial en que nacen y se desarrollan los nuevos
movimientos eclesiales recomendamos consultar P. CORDÉS, Signos de esperanza. Retrato de siete movimientos
eclesiales, Madrid 1998, 186-202; M. GONZÁLEZ MUÑANA, Nuevos movimientos eclesiales, Madrid 2001, 73-83 y
desde una perspectiva crítica J. MARDONÉS, El marco socio-cultural de los Nuevos Movimientos Eclesiales, en: «Sal
Terrae» 84/4 (1996), 271-280
15
Cf. M. KEHL, La Iglesia. Eclesiología católica, Salamanca 1996, 215-216
4
¿Por qué “eclesiales”? En general estos movimientos se consideran a sí mismos dentro de la
Iglesia –como un modo de “ser Iglesia”- y partícipes de su misión bajo la autoridad de los
pastores de la Iglesia, o al menos con su autorización tácita.16
Algunos autores señalan que el adjetivo “eclesial” indica que los movimientos constituyen una
pequeña Iglesia, dentro de ellos estaría representada la totalidad del Pueblo de Dios –laicos,
familias, jóvenes, religiosos, consagrados, sacerdotes, etc.- viviendo el mismo carisma. Estos
movimientos ofrecen la posibilidad de vivir todos los aspectos de la vida desde su carisma17
tanto a nivel espiritual como de compromiso de vida cristiana en el campo social, el trabajo, la
parroquia, etc.18
Desde otra perspectiva se considera que el carácter “eclesial” de los nuevos movimientos viene
dado por el reconocimiento de la autoridad eclesiástica que los confirma en cuanto tales después
de un proceso de discernimiento.19
Si bien nos encontramos ante de una realidad diversa y pluriforme, se pueden señalar como
rasgos característicos de los nuevos movimientos eclesiales, sin pretender agotarlos, los
siguientes: sus estructuras son más bien flexibles, permitiendo una pertenencia temporal o
vitalicia con diversos grados de vinculación; hacen una práctica de la vida comunitaria
comunicativa que considera la biografía creyente de cada miembro y se expresa en un estilo de
vida sencillo según las bienaventuranzas; buscan permanentemente una experiencia integral de
fe; poseen una viva conciencia de la misión al servicio de la profundización de la fe y de la
renovación eclesial.20
Partiendo de esta caracterización parece imposible que se puedan plantear objeciones al
reconocimiento y promoción de estas nuevas realidades dentro de la vida de la Iglesia. No
obstante eso, la mirada pastoral sobre los nuevos movimientos eclesiales no ha sido, ni es,
unánime.
2.- Los nuevos movimientos eclesiales durante el pontificado de Juan Pablo II: entre las
tensiones pastorales y la acogida cordial
Es innegable que la situación de los nuevos movimientos eclesiales plantea cuestionamientos
eclesiológicos y pastorales serios. Si bien en muchos países su desarrollo es notable y, en
general, manifiestan una gran disponibilidad para la misión en lugares de difícil acceso para la
pastoral tradicional, estas orientaciones les dan un perfil muy marcado que tiende a ser autorecluido y auto-referencial. A esto se suma que, a semejanza de las órdenes mendicantes del
siglo XIII, los nuevos movimientos aspiran a una dependencia directa del Papa. Esta situación
muchas veces se presenta –o aparece- como distante o incluso crítica de la Iglesia particular en
sus diversos niveles.21
16
Cf. O´DONNELL, "Movimientos eclesiales", 747
Este modo de comprender a los nuevos movimientos permite diferenciarlos de los movimientos laicales y de los
movimientos espirituales. Los movimientos laicales están compuestos exclusivamente por laicos que asumen un
compromiso principalmente activo a través de diversas obras en el ámbito educativo, sanitario, cultural, político,
etc., por medio de las cuales dan testimonio de su ser cristianos. Por su parte los movimientos espirituales están
compuestos por todas las categorías de personas que pertenecen a la Iglesia con la particularidad de que sus
miembros buscan profundizar su vida espiritual a través de la oración y la meditación personal y comunitaria. Por
eso se reúnen periódicamente para rezar juntos, celebrar la liturgia y compartir la vida. Aquí el compromiso por lo
social no está directamente vinculado a la finalidad del movimiento como ocurre con los movimientos laicales. (Cf.
B. ZADRA, Tipologie ed esemplificazioni dei diversi movimenti, en: «Quaderni di Diritto Ecclesiale» 11 (1998), 1617)
18
Cf. ZADRA, Tipologie ed esemplificazioni, 17
19
G. DOIG, Juan Pablo II y los Movimientos Eclesiales. Don del Espíritu, Lima 1998, 43
20
Cf. M. KEHL, ¿Adónde va la Iglesia? Un diagnóstico de nuestro tiempo, Santander 1997, 159-160
21
Cf. PIÉ-NINOT, Eclesiología. La sacramentalidad de la comunidad cristiana, 303
17
5
2.1.- Las tensiones pastorales ante los desafíos de la novedad
Juan Pablo II manifestó desde siempre una particular atención a los movimientos eclesiales como
la respuesta del Espíritu a los nuevos tiempos de la Iglesia y del mundo. Esta mirada no fue
compartida unánimemente por el colegio de los Obispos. El Sínodo de los Obispos del año 1987
fue un espacio propicio para que se pusiera de manifiesto esta diversidad de posturas acerca de
los nuevos movimientos eclesiales. Algunos Obispos analizando la realidad contemporánea
sostuvieron que la estructura parroquial respondía adecuadamente a las necesidades de la
pastoral, con lo cual la novedad de los movimientos no aportaba nada a la satisfacción de dichas
necesidades. Otros, directamente se centraron en los movimientos para señalar su capacidad de
generar disturbios22. Mientras que en el Sínodo prevaleció una postura menos restrictiva acerca
de la tarea de los nuevos movimientos en la misión de la Iglesia. 23 Como se reflejó en el
documento postsinodal Christifideles Laici, las posturas que miraron con mayor distancia la
realidad de los movimientos contrastaron con la valoración positiva que de ellos tenía Juan Pablo
II.
Entre los teólogos más críticos del pontificado de Juan Pablo II se afianzó la postura que
considera a los nuevos movimientos eclesiales como una rama del fundamentalismo católico24.
Uno de los motivos en que se funda tal crítica es la adhesión que profesan los nuevos
movimientos al Papa y particularmente a un Papa como Juan Pablo II, cuyo pontificado se
consideraba extremadamente personal.25
Como reacción crítica ante la estrecha relación que mantuvo este Papa con los nuevos
movimientos eclesiales y la posibilidad de generar a través de esto una imagen de unidad de la
Iglesia universal de tipo integrista, algunos autores llegaron a considerar a los nuevos
movimientos como los “nuevos ejércitos” con que contaba el Papa para llevar adelante un
proceso de restauración de la cristiandad, lo que constituía una especie de retroceso en la misión
eclesial. Desde esta perspectiva los nuevos movimientos son considerados conservadores,
neomísticos, reaccionarios y sectarios. Una mirada más favorable hacia los movimientos,
respondía que en todo caso se podría hablar de “nuevos ejércitos del Papa” pero no para referirse
a una cruzada de restauración de la cristiandad, sino para emprender una nueva evangelización,
en respuesta al llamado misionero de Juan Pablo II.26
2.2.- Juan Pablo II: la acogida cordial
Pentecostés de 1996 fue una ocasión propicia para que Juan Pablo II pudiera confirmar su mirada
esperanzada de este tiempo eclesial afirmando que, en su florecimiento, los movimientos
eclesiales son un signo de la libertad de formas, en que se realiza la única Iglesia.
En medio de las tensiones pastorales reseñadas en el punto anterior, Juan Pablo II no dejó de
invitar con insistencia a sus hermanos Obispos a dar espacio a los nuevos movimientos
eclesiales. En el marco de la Vigilia de Pentecostés de 1996 se mostró algo impaciente
22
A este respecto resultan iluminadores algunos interrogantes que se plantea Kehl a la hora de buscar las raíces de
los conflictos intraeclesiales que pueden suscitar los nuevos movimientos (Cf. K EHL, La Iglesia, 216-217)
23
Si bien Cordés tiene una postura tomada al respecto –para Jan Grooaters su discurso en el Sínodo fue el menos
moderado por ser particularmente agresivo contra los obispos (Cf. Cita en P. HEBBLETHWAITE, ¿Un papa
fundamentalista?, en: «Concilium» 241 (1992), 149)- resulta interesante el planteo de algunas de las instancias de la
discusión referida a este punto en el marco del Sínodo ( Cf. CORDÉS, Signos de esperanza, 216-225)
24
A los fines de profundizar en esta perspectiva ver el texto completo de H EBBLETHWAITE, ¿Un papa
fundamentalista?, 139-151
25
Cf. HEBBLETHWAITE, ¿Un papa fundamentalista?, 151
26
Cf. BRU, Testigos del Espíritu, 294-295
6
llamándolos a que se decidieran a tomar con seriedad su preocupación, reiteradamente
expresada, acerca de estas nuevas realidades eclesiales.27
Con ocasión de esta celebración el Papa manifestó su anhelo de que los movimientos pudieran
dar un testimonio común en el año dedicado al Espíritu Santo en el camino de preparación del
Pueblo de Dios hacia el Jubileo del año 2000. Este anhelo se materializó a través del Pontificio
Consejo para los Laicos a quien encomendó la organización de un Congreso Mundial de los
movimientos eclesiales y un Encuentro en la Plaza San Pedro para la solemnidad de Pentecostés
de 1998. Fue un acontecimiento inédito: era la primera vez que el Papa convocaba a los
movimientos a un encuentro con él.28
En el marco de esos acontecimientos Juan Pablo II ofreció a los movimientos tres
pronunciamientos, en los que se puede ver reflejado su Magisterio29 sobre ellos en sus
lineamientos principales:
1- Mensaje al Congreso Mundial de los movimientos;30
2- Discurso en el Encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades;31
3- Homilía en la Eucaristía en la solemnidad de Pentecostés.32
En el Mensaje al Congreso Mundial de los movimientos, al preguntarse qué se entiende hoy por
“movimiento”, Juan Pablo II ensayó una descripción de los nuevos movimientos eclesiales que
bien puede considerarse una síntesis de su perspectiva pastoral sobre los mismos. La respuesta
puede dividirse en dos partes: una primera parte (A) que plantea los elementos generales a
considerar en la descripción de lo que se entiende por “movimientos” en la actualidad y una
segunda parte (B) que constituye un intento de descripción:
A) El término movimiento hace referencia a realidades diferentes entre sí, aún desde lo
canónico. Aquí el Papa deja en claro que la formulación canónica no puede agotar ni fijar
la riqueza del Espíritu que se manifiesta de otros modos en la Iglesia;
B) Son experiencias eclesiales concretas; con una presencial laical mayoritaria, aunque no
exclusiva; que presentan un itinerario de fe y de testimonio cristiano y un método
pedagógico; que se basan en un carisma preciso otorgado al fundador en circunstancias y
de modos particulares.33
Al caracterizar a los movimientos eclesiales Juan Pablo II enseña que ellos constituyen una
propuesta de vida cristiana a través de la cual se aprende que la fe no es un discurso abstracto ni
un vago sentimiento religioso, sino vida nueva en Cristo, suscitada por el Espíritu Santo.34
Este modo de caracterizar a los movimientos aparece como un llamado de atención dirigido
particularmente a aquellos lugares de la Iglesia donde la experiencia de fe es débil o aparece
fuertemente marcada por el subjetivismo. En este sentido resulta lógico que Juan Pablo II vincule
la novedad de los movimientos eclesiales con cinco aspectos fundamentales de la fe de la Iglesia
27
Cf. JUAN PABLO II, Omelia di sua Santità Giovanni Paolo II nella Veglia di Pentecoste [Página Web] (Libreria
Editrice Vaticana, 1996); disponible en http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/homilie
s/1996/documents/hf_jp-ii_hom_19960525_pentecost-vigil_it.html
28
DOIG, Juan Pablo II y los Movimientos, 7
29
Por exceder las posibilidades de este artículo, a los fines de profundizar a este respecto, recomendamos la lectura
completa de los pronunciamientos de Juan Pablo II con la guía que ofrece el texto de DOIG, Juan Pablo II y los
Movimientos Eclesiales antes citado.
30
JUAN PABLO II, Mensaje del Papa Juan Pablo II a los participantes en el Congreso Mundial de los Movimientos
Eclesiales [Página Web] (La Santa Sede, 1998); disponible en http://www.vatican.va/holy_f
ather/john_paul_ii/speeches/1998/may/documents/hf_jp-ii_spe_19980527_movimenti_sp.html
31
JUAN PABLO II, Discurso del Santo Padre Juan Pablo II durante el Encuentro con los Movimientos Eclesiales
[Página Web] (La Santa Sede, 1998); disponible en http://www.vatican.va/holy_father/john_pa
ul_ii/speeches/1998/may/documents/hf_jp-ii_spe_19980530_riflessioni_sp.html
32
JUAN PABLO II, Homilía de la Misa de Pentecostés de 1998 [Página Web] (Libreria Editrice Vaticana, 1998);
disponible
en
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/homilies/1998/documents/hf_jpii_hom_31051998_sp.html
33
Cf. DOIG, Juan Pablo II y los Movimientos, 41-46
34
Cf. JUAN PABLO II, Discurso durante el Encuentro con los Movimientos
7
y de la vida cristiana como son: la conciencia común de la novedad que la gracia bautismal
aporta a la vida; el deseo de profundizar el misterio de la comunión con Cristo y con los demás;
la fidelidad al patrimonio de la fe transmitido por la Tradición viva de la Iglesia; un renovado
impulso misionero y una particular atención amorosa a las necesidades, dignidad y destino de
cada ser humano.35
El aliento de Juan Pablo II a los movimientos eclesiales fue corroborado tanto en sus escritos
como en sus visitas pastorales. Particularmente esta celebración de Pentecostés de 1998 fue un
gesto de valoración y aprecio a estas nuevas formas eclesiales como así también una
confirmación, un exigente aliento y una invitación a la fidelidad y a la madurez en el servicio a la
misión de la Iglesia.36
3.- En busca de la ubicación teológica de los nuevos movimientos eclesiales
3.1.- Carisma e institución: un intento de fundamentación
A los fines de dilucidar el lugar teológico que compete a los movimientos se ofrece como
esquema fundamental la dualidad carisma e institución.
Si bien no resulta sencillo definir qué se entiende por “carisma”37, lo asumimos genéricamente
como un don de Dios en y para la santificación de la Iglesia y para atender a las necesidades de
la humanidad.38
También resulta difícil definir con rigor teológico el concepto de “institución”. El entonces
Cardenal Ratzinger, en su conferencia en el Congreso Mundial de los movimientos de 1998,
abordó explícitamente la cuestión de la ubicación teológica de los movimientos eclesiales. Al
plantear la posibilidad de fundamentar dicha ubicación desde el esquema carisma – institución,
asumiendo que “institución” es un concepto que “se nos escapa de las manos” cuando
intentamos definirlo teológicamente, sostuvo que el elemento funcional permanente y
fundamental en la vida de la Iglesia se identifica con el ministerio sacerdotal en sus diversos
grados. Es el ministerio ordenado la estructura vinculante y de carácter permanente que ha
permitido a la Iglesia mantener la estructura estable que Cristo le ha conferido desde sus
orígenes.39
En su reflexión Ratzinger planteó el carácter rigurosamente carismático del ministerio
presbiteral, subrayando que supone un llamado de Dios. Desde esta perspectiva se trasciende la
dimensión institucional de la Iglesia entendida como estructura puramente humana que puede
darse a sí misma los “funcionarios” que necesita para desarrollar su misión.
La estructura eclesial es un don de Dios que se transmite y opera siempre a través del Espíritu
Santo, por lo cual como todo sacramento requiere que Dios lo recree permanentemente. Esto
explica que la Iglesia no pueda disponer de él autónomamente. Esta gracia que Dios da a través
del sacramento es para bien de todos los hombres. Por esto el ministerio ordenado no tiene
naturaleza meramente funcional sino que, como sacramento, pertenece a la misma naturaleza
sacramental de la Iglesia y por ello implica una presencia y actuación del Espíritu Santo. Siendo
el ministerio ordenado una vocación, una llamada y un don del Espíritu a la Iglesia, no sería
35
Cf. DOIG, Juan Pablo II y los Movimientos, 46-58
Cf. DOIG, Juan Pablo II y los Movimientos, 114-115
37
Puede resultar ilustrativo a este respecto que en el CIC de 1983 se haga una omisión explícita -si se nos permite la
expresión- del uso de esta palabra
38
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles Laici. Sobre la vocación y la misión de los
laicos en la Iglesia y en el mundo, Roma 1988, 24
39
Cf. J. RATZINGER, Los movimientos eclesiales y su colocación teológica [Página Web] (Zenit, 1998); disponible
en http://www.zenit.org/article-15619?l=spanish
36
8
posible que se plantee una contradicción entre la institución eclesiástica, movida por ese Espíritu,
y los carismas que el mismo Espíritu suscita en la Iglesia.40
No obstante esta última salvedad, entendemos que este modo de presentar el esquema carisma –
institución muestra una relación dialéctica entre ambas dimensiones, perspectiva que no permite
explicar la vinculación necesaria entre ellas sino más bien su contraposición. Esto justificaría
que, sin desmerecer su carácter orientativo en la búsqueda de esclarecer la ubicación teológica de
los movimientos eclesiales, para Ratzinger el esquema carisma - institución no nos dé una
respuesta satisfactoria porque la contraposición dualista entre ambas dimensiones no describe
suficientemente la realidad de la Iglesia.41
Juan Pablo II sostuvo reiteradamente la coesencialidad de la institución eclesiástica y del carisma
en el origen y el desarrollo de la vida de la Iglesia.42 Para él en la Iglesia ambas dimensiones
están profundamente unidas en comunión, nunca paralelas ni en relación dialéctica. Si bien lo
hacen de manera diversa, siendo coesenciales, las dos concurren en la vida, a la renovación y a la
santificación de la Iglesia. Contraponer carisma e institución es destructivo para la unidad de la
Iglesia y para la credibilidad de su misión en el mundo, como así también para la misma
salvación de los hombres.43
Ante el riesgo de que la antinomia reductiva de la contraposición carisma – institución impidiera
reconocer estas dimensiones como coesenciales en la constitución de la Iglesia, Juan Pablo II en
el Congreso de 1998 recordó que:
“En varias ocasiones he subrayado que no existe contraste o contraposición en la Iglesia entre la dimensión
institucional y la dimensión carismática, de la que los movimientos son una expresión significativa. Ambas son
igualmente esenciales para la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús, porque contribuyen a hacer
presente el misterio de Cristo y su obra salvífica en el mundo. Unidas, tienden a renovar, según sus modos propios,
la autoconciencia de la Iglesia que, en cierto sentido, puede definirse «movimiento», pues es la realización en el
tiempo y en el espacio de la misión del Hijo por obra del Padre con la fuerza del Espíritu Santo.” 44
El Papa no sólo negó de plano la existencia de una contraposición entre la dimensión carismática
y la dimensión institucional en la vida de la Iglesia sino que afirmó su coesencialidad: ninguna
puede estar ausente. A la vez, vinculando a los movimientos con la dimensión carismática de la
Iglesia, reafirmó su carácter eclesial.
Probablemente el esfuerzo de Juan Pablo II por sostener el esquema carisma – institución en la
búsqueda de fundamentar la ubicación teológica de los movimientos eclesiales, no haga más que
confirmar el límite que le señalara Ratzinger respecto de su insuficiencia para dar cuenta de la
realidad toda de la Iglesia. De la lectura de los mensajes y homilías de Juan Pablo II resulta
llamativo que en la Vigilia de Pentecostés de 1998 afirme: “Los aspectos institucional y
carismático son casi co-esenciales en la constitución de la Iglesia (…)”45
Para Rylko46 el término “casi” constituye un “ligero matiz”47 dentro de la afirmación, por nuestra
parte nos preguntamos si más que un matiz no significa un modo de acusar recibo de la crítica
acerca de la insuficiencia del esquema carisma – institución, antes referida. Evidentemente el uso
de este esquema intentando fundamentar la ubicación teológica de los movimientos eclesiales
parte de una realidad: es la dimensión carismática la que necesita ser “reforzada” frente a lo
institucional, ¿es posible reconocer una mayor presencia de lo carismático en la vida de la Iglesia
40
Cf. RATZINGER, Los movimientos eclesiales
Cf. RATZINGER, Los movimientos eclesiales
42
Juan Pablo II hizo alusión a la coesencialidad entre carisma e institución ya en 1987 en el II Congreso
Internacional de Movimientos eclesiales y lo retoma explícitamente en el Congreso Mundial y en la Celebración de
la Vigilia de Pentecostés de 1998.
43
Cf. GONZÁLEZ, Los movimientos en la historia, 13-14
44
Cf. JUAN PABLO II, Mensaje a los participantes en el Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales
45
JUAN PABLO II, Discurso durante el Encuentro con los Movimientos
46
Cf. S. RYLKO, Istituzione e carisma nella chiesa: Co-essenzialità, en: «Riv. Teol. di Lugano» 9 (2004), 485
47
En sus palabras“ una leggera sfumatura”
41
9
sin una perspectiva dialéctica de su relación con la dimensión institucional? Intentaremos
responder a esta cuestión a partir de la ubicación de los movimientos en su relación con el
ministerio episcopal.
3.2.- Movimientos eclesiales y ministerio episcopal: una relación compleja
Ya en 1998 Ratzinger, en la conferencia citada, se hizo eco de las tensiones existentes entre los
movimientos y los Obispos afirmando que donde irrumpe el Espíritu Santo siempre desordena
los proyectos humanos. Si bien a los movimientos se les ha concedido acoger la fuerza del
Espíritu, éste sólo actúa a través de hombres y eso no significa que los libere mágicamente de sus
debilidades. Por eso al comienzo del desarrollo de los movimientos eclesiales había propensión
al exclusivismo, a visiones unilaterales, de donde provino la dificultad para integrarse en las
Iglesias particulares. Esto dio lugar a fricciones, de las cuales, en modos diversos, fueron
responsables tanto los movimientos como los Obispos. Por ello se hizo necesario reflexionar
sobre cómo las dos realidades –la nueva floración eclesial originada por situaciones nuevas y las
estructuras preexistentes de la vida eclesial, es decir, la parroquia y la diócesis- podían
relacionarse de forma armónica.48
Para Juan Pablo II el itinerario de los movimientos hacia la madurez eclesial no podía transitarse
sino desde una comunión cada vez más fuerte con los pastores de la Iglesia, ya que ningún
carisma dispensa de esa vinculación.49
Recogiendo las tensiones pastorales e intentando minimizar el riesgo de que el desconcierto
generado por la aparición de los nuevos movimientos eclesiales se transformara en desconfianza
que limitara la acción del Espíritu en la Iglesia, en el año 1999 el Papa convocó a un Seminario
de Obispos para tratar el tema de los movimientos eclesiales en la solicitud pastoral de los
Obispos, partiendo de la siguiente premisa: la Jerarquía tiene una dimensión carismática que le
es coesencial y el carisma siempre se reconoce como modo de manifestación de la vida y de la
presencia del Espíritu que obra en la Iglesia.
La institución es afirmada por el carisma y el carisma necesita de la institución. De esta
concepción se deriva para los movimientos una exigencia en orden a poner a prueba su
autenticidad eclesial50: la referencia filial a la Jerarquía, es decir a los Obispos y al Papa. Si bien
la Jerarquía no tiene el monopolio de los carismas, sí cuenta con el carisma de discernimiento y
de la ordenación de los demás carismas con referencia al bien común eclesial.51
Juan Pablo II en 1998 dijo a los miembros de los nuevos movimientos eclesiales:
“¿Cómo conservar y garantizar la autenticidad del carisma? Es fundamental, al respecto, que cada movimiento se
someta al discernimiento de la autoridad eclesiástica competente. Por esto, ningún carisma dispensa de la referencia
y de la sumisión a los pastores de la Iglesia. Con palabras muy claras el Concilio escribe: «El juicio acerca de su (de
los carismas) autenticidad y la regulación de su ejercicio pertenece a los que dirigen la Iglesia. A ellos compete
48
Cf. RATZINGER, Los movimientos eclesiales
Cf. JUAN PABLO II, Mensaje a los participantes en el seminario, en: Los movimientos eclesiales en la solicitud
pastoral de los obispos, Editado por CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS, Pontificio Consejo para los Laicos
(Ciudad del Vaticano 2000) Vol. 4, 17
50
En este sentido Balthasar sostiene que la santidad objetiva de las estructuras es el fundamento que permanece y a
partir del cual es posible desplegar la santidad subjetiva. No puede darse en forma paralela a la jerarquía ministerial
una jerarquía carismática. La transparencia de los movimientos en su relación con la Iglesia jerárquica se considera
un criterio de autenticidad de su realidad carismática, a ejemplo de los grandes santos. (Cf. H. U. V. BALTHASAR,
Acerca de los movimientos laicos, en: «Nexo» 9 (1986), 39). Forte considera que los movimientos se fundan en un
don del Espíritu sin el cual perderían su carácter de eclesialidad. La falta de la dimensión carismática los reduce a
estructuras vacías, incapaces de acoger y comunicar el Espíritu. Una vez que el propio carisma deja de contribuir al
crecimiento del cuerpo eclesial pierden su razón de ser. Por eso es fundamental la identificación del propio carisma
para verificar su fecundidad, algo que no es posible, sin la ayuda del ministerio propio del discernimiento y de la
coordinación, que es el ministerio ordenado. (Cf. B. FORTE, Laicado y laicidad. Ensayos eclesiológicos, Traducido
por GERMÁN GONZÁLEZ DOMINGO, Salamanca 1987, 92-94)
51
Cf. GONZÁLEZ, Los movimientos en la historia, 18-19
49
10
sobre todo no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1 Ts 5, 12 y 19-21)» (Lumen
gentium, 12). Ésta es la garantía necesaria de que el camino que recorréis es el correcto.” 52
Aquí el Papa mantiene una línea de coherencia con su enseñanza acerca de la coesencialidad de
las dimensiones carismática e institucional en el origen y el desarrollo de la vida de la Iglesia.
Resguarda el aspecto institucional sometiendo al discernimiento de los pastores de la Iglesia el
reconocimiento de la autenticidad y regulación del desarrollo de los movimientos como
expresión de la dimensión carismática.
Ante esto nos surgen algunas cuestiones: si la dimensión institucional no puede entenderse sin la
dimensión carismática, algo que, como vimos, en el ministerio ordenado está asegurado ¿cómo
se entiende esto desde la perspectiva de los movimientos como manifestación de la dimensión
carismática? ¿Su eclesialidad es previa al reconocimiento institucional?; si la dimensión
institucional de los mismos viene asegurada por el reconocimiento de los pastores de la Iglesia,
cuando dicho reconocimiento no se da por cuestión de limitaciones humanas que “apagan el
Espíritu” ¿qué posibilidades tiene un carisma de desarrollarse? En el fondo, el esquema carisma
– institución ¿no refuerza la dimensión institucional por sobre la carismática en pro de la
autoridad jerárquica?
3.3.- Movimientos en(tre) la Iglesia universal y las Iglesias particulares
Considerando las tensiones pastorales que han generado los movimientos eclesiales en su origen
y desarrollo, su vinculación con la dimensión institucional de la Iglesia se da en el marco del
debate acerca de la relación entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares53.
Existe una tendencia entre los nuevos movimientos eclesiales a tener dependencia directa del
Papa entendiendo que su misión gestada en y para la Iglesia toda, trasciende la dimensión
territorial.
En este sentido Juan Pablo II acogió a los nuevos movimientos eclesiales como realidades
asociativas que gestadas por el Espíritu para la edificación de toda la Iglesia pertenecen a la
Iglesia universal, en forma análoga a lo que ocurrió con las órdenes mendicantes surgidas en el
siglo XIII.
Esta postura fue confirmada por la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe
sobre la Communio del año 1992 cuando dejó sentado que en la Iglesia existen formas
asociativas que no tienen su lugar teológico en las Iglesias particulares54 sino en la Iglesia
universal. Estas instituciones y comunidades pertenecen a la Iglesia universal aún cuando sus
miembros lo sean también de las Iglesias particulares.55
52
JUAN PABLO II, Discurso durante el Encuentro con los Movimientos
Por exceder las posibilidades de este artículo no nos introducimos en las instancias de este debate que pueden
ampliarse con la lectura de A. FIDALGO, Una articulación del binomio Iglesia Universal / Iglesia Particular-Local,
en: «Teología» 88 (2005), a su vez, a los fines de profundizar acerca de la incidencia de este debate en lo que se
refiere a los nuevos movimientos eclesiales remitimos a O. GROPPA, Movimientos e iglesia local. Un problema de
eclesiología, en: «Communio» Año 9 Nº 1 (2002), 44-59; J. C. FERNÁNDEZ MENES, «Es tiempo de pensar en Dios
en la Iglesia local»: Iglesia local, asociaciones y presbíteros: Una problemática abierta, en: «Studium Legionense»
44 (2003), 91-138; E. ZANETTI, Movimenti ecclesiali e Chiese locali, en: «Quaderni di Diritto Ecclesiale» 11 (1998),
26-56
54
Si bien los autores en general utilizan indistintamente las expresiones “local/es” y “particular/es” en el desarrollo
optamos por utilizar esta última
55
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos
aspectos de la Iglesia considerada como comunión [Página Web] (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1992);
disponible en http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con
_cfaith_doc_28051992_communionis-notio_sp.html
53
11
Si bien los nuevos movimientos eclesiales poseen características de universalidad que deben ser
subrayadas, a su vez no pueden dejar de ser traducidas en expresiones particulares y locales, de
lo contrario siempre habrá dificultades en su relación con las Iglesias particulares.56
Es innegable que el proceso de discernimiento sobre la inserción de un carisma en la Iglesia
particular pasa por el Obispo local y la situación concreta en la que el movimiento pretende
insertarse, ya que no toda circunstancia histórica, cultural y eclesial, está en condiciones de
recibir un carisma positivamente.
Asumiendo que los movimientos estén vinculados a un carisma dado por el Señor a la Iglesia
para la Iglesia, no se entienden sino como expresión y promoción de la comunión. Su carácter
supra local genera algunas dificultades acerca de la coordinación entre su universalidad y
localidad sin que ello signifique necesariamente traicionar la especificidad propia de su ser un
don del Espíritu. Toca a la Iglesia particular la apertura a la diversidad de dones del Espíritu y a
lo específico de cada movimiento sin contraponer carisma a carisma.57
Frente a la posibilidad concreta de esta contraposición nos preguntamos acerca del modo de
conciliar la oposición entre Iglesia universal e Iglesias particulares cuando un carisma tiene
reconocimiento como movimiento eclesial dado por el Papa, pero se ve privado de desarrollarse
en una Iglesia particular. ¿Cómo se resuelve esta oposición en el seno de la Iglesia si se sostiene
que el ministerio ordenado es expresión de la coesencialidad de la dimensión carismática y la
dimensión institucional?
Si bien para algunos –entre ellos Cordes58- esta tensión se resuelve reconociendo la primacía del
Papa como pastor de la Iglesia universal, para otros –por ejemplo Groppa59- recurrir a la figura
del Papa como instancia supradiocesana, es una alternativa difícil de armonizar con la propuesta
del Concilio Vaticano II para la relación entre el Papa y los Obispos.
Conclusiones
En el contexto del pontificado de Juan Pablo II los nuevos movimientos eclesiales se han
mantenido dentro de la dinámica eclesial entre los recelos y la desconfianza que su perfil autoexcluido genera en algunas Iglesias particulares y la acogida cordial que les prodigó el Papa
considerándolos la respuesta providencial del Espíritu para estos tiempos de la Iglesia.
Para Juan Pablo II es el Espíritu Santo el que suscita estas nuevas formas de vida asociada en la
Iglesia, y por ello no son expresión de una decisión humana, sino que es el mismo Espíritu Santo
el que sale al encuentro de las personas que Él quiere para generar nueva vida en Cristo en la
Iglesia.
Desde esta perspectiva los movimientos constituyen una expresión actual de los dones y
carismas que el Espíritu derrama en el Pueblo de Dios para su edificación y misión. En su
acogida a estas realidades el Papa ha expresado con claridad que para él los nuevos movimientos
constituyen una realidad carismática en la vida de la Iglesia contemporánea cuya eclesialidad,
más allá de las limitaciones que hemos expresado y sostenemos, se puede explicar desde el
esquema carisma – institución como dimensiones constitutivas de la Iglesia.60
La relación entre los movimientos eclesiales y las Iglesias particulares no ha sido, ni es, sencilla.
Frente a la novedad de los movimientos existe una tentación: querer amoldar los carismas del
Espíritu Santo a lo ya conocido. Esta actitud defensiva, más allá de la seguridad que puede
56
Cf. L. MOREIRA NEVES, Introducción, en: Los movimientos eclesiales en la solicitud pastoral de los obispos,
Editado por PONTIFICIO CONSEJO PARA LOS LAICOS, Pontificio Consejo para los Laicos (Ciudad del Vaticano 2000)
Vol. 4, 109
57
Cf. FORTE, Laicado y laicidad, 93-94
58
Cf. CORDÉS, Signos de esperanza, 230
59
Cf. GROPPA, Movimientos e iglesia local, 47
60
Cf. DOIG, Juan Pablo II y los Movimientos, 80
12
brindar, trae aparejado el riesgo de apagar las novedades con que el Espíritu quiere seguir
animando a su Iglesia.
Esto no significa desconocer que tampoco es válido el pasar por alto los riesgos propios que una
realidad novedosa y promisoria como son los movimientos implica para la vida eclesial,
especialmente en el ámbito de las Iglesias particulares. Estos riesgos se hacen patentes cuando la
novedad y la fuerza del Espíritu se consideran una legitimación suficiente del ser eclesial con
independencia de su inserción en la vida de la estructura institucional concreta.
A la luz de las tensiones pastorales que generan y teniendo como marco el debate acerca de la
relación entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares, los nuevos movimientos eclesiales
se encuentran ante un doble desafío: ser fermento de renovación eclesial afirmando su relativa
autonomía frente a las iniciativas pastorales locales y a la vez tratar de no ser utilizados en la
construcción de un modelo de unidad de la Iglesia universal de tipo integrista.61
Tal como lo señalamos en la Introducción, probablemente este artículo no permita más que
constatar que la cuestión eclesiológica respecto de la ubicación de los movimientos eclesiales
permanece abierta, mostrándonos un horizonte de trabajo teológico a desarrollar tan vasto como
promisorio.
Roberto Pablo NORIEGA JAIME
16-12-2007
61
Cf. KEHL, La Iglesia, 217
13
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