1 HISTORIA DE LA VIDA CONSAGRADA II TEMA III LA EPOCA

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HISTORIA DE LA VIDA CONSAGRADA II
TEMA III
LA EPOCA CONTEMPORANEA
Congregaciones laicales
Congregaciones clericales
Las formas de vida consagrada que hemos visto surgir y desarrollarse en este período de
historia de la Iglesia se agrupan, en relación con los votos de pobreza, castidad y
obediencia, según dos extremos opuestos: las que los hacían en el grado de solemnes y las
que no los emitían en absoluto (o si los llegaban a emitir era en forma privada). A la
primera clase pertenecían todos los institutos excepto las Sociedades de vida en común; a
la segunda, sólo éstas, que, por lo mismo, se llamaban Sociedades de vida común sin
votos. En 1592 surgió un tipo intermedio: un Instituto religioso que hacía los votos
clásicos, pero no solemnes sino simples. Si los Institutos que los hacían solemnes se
llamaban Ordenes, éste y los que después siguieron recibieron el nombre genérico de
Congregaciones religiosas. Iniciadora de este proceso fue la Congregación de los Padres
de la Doctrina Cristiana, que se dedicaba a la enseñanza y al ejercicio del ministerio
sacerdotal. Ocho años después, en 1600, nacía la segunda, llamada Congregación de los
Píos Operarios catequistas rurales. Tuvieron que pasar más de setenta años para que
surgiera la tercera, la Congregación de los Clérigos Regulares marianos (1673). Estas
Congregaciones primeras eran todas clericales es decir, compuestas en su totalidad o en
su mayoría por presbíteros y dedicadas al ministerio sacerdotal. En realidad tuvieron poca
difusión en un primer momento y parecieron en su día una novedad que nada aportaría en
el futuro.
Pronto se vio que no iba a ser así y prueba de ello es la Congregación de los Hermanos de
las Escuelas Cristianas, fundaba en 1680. Formada no por clérigos sino por laicos,
vendría a ser la primera Congregación significativa, aunando el carácter seglar de sus
miembros con su consagración total y exclusiva a Dios. Brotaba así con fuerza la
primera congregación religiosa masculina laical.
1. El proyecto de Juan Bautista de La Salle (siglo XVII)
Juan Bautista de La Salle nace en Reims el 30 de abril de 1651. Se orienta desde muy
joven hacia el sacerdocio; recibe la tonsura a los once años y es nombrado canónigo a
los dieciséis. Estudia teología en el recién fundado seminario de san Sulpicio y en la
Sorbona. En 1678 es ordenado sacerdote.
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Se le pide ayuda para abrir unas escuelas de caridad para muchachos en su misma
ciudad natal, y con su cooperación se abren tres de ellas en las parroquias de san
Mauricio, Santiago y san Sinforiano, respectivamente (1679). A1 año siguiente, Juan
Bautista se doctora en teología. Los maestros de las escuelas abiertas le piden consejo
en sus tareas profesionales. Juan Bautista les va aconsejando, y, se forma (1680) una
comunidad de estos maestros, alojados primero en su casa (1681) y después en una casa
alquilada para ese fin (1682). Un año después Juan Bautista renuncia a su canonjía para
consagrarse por entero al cuidado de los maestros y de sus escuelas. Deseando llevar
una vida de perfección evangélica distribuye en limosnas casi todo su patrimonio y, al
año siguiente, junto con algunos maestros hace voto de obediencia, eligiéndose a uno de
éstos como superior. Pero el Arzobispo anula la elección e impone a Juan Bautista como
superior del grupo.
Acepta la dirección de las escuelas de Guisa y de Laon, y en 1687 abre un noviciadoseminario para maestros de pueblo, en Reims. De aquí es llamado al año siguiente a
París para dirigir la única escuela que entonces había quedado en la parroquia de san
Sulpicio; la escuela prospera de tal forma que pronto se le invita a abrir otras. Envidias e
incomprensiones ponen entonces en peligro a su comunidad de maestros, y, para salvarla,
hace el voto, junto con otros dos compañeros, de fundar la Sociedad de las Escuelas
cristianas, aunque para ello fuera obligado a pedir limosna y a vivir solo de pan (1691).
Desde este momento hasta 1705, el noviciado es el centro de sus atenciones: allí se
consagra a la formación de los novicios, convoca a los Hermanos para asambleas y
retiros, pronuncia con doce de ellos los votos perpetuos de asociación, obediencia y
estabilidad. Confirmado como Superior de la sociedad, redacta las Reglas, la mayor parte
de sus obras para las escuelas y varios escritos espirituales. Entretanto las dificultades no
faltan. Con todo, la obra prospera y a partir de 1699 se abren escuelas en una veintena de
ciudades francesas y una en Roma.
Juan Bautista visita las casas y multiplica las escuelas gratuitas populares. Sus clases,
generalmente muy numerosas, debían estar abiertas a todos: a los hijos de los artesanos y
pobres, y a los niños de toda condición que fueran enviados a ellas. Para los aprendices,
ocupados toda la semana en su trabajo, abre escuelas dominicales donde se enseñaba,
además del catecismo, complementos de lectura y de escritura, y elementos de dibujo,
construcción y otras ciencias aplicadas. Crea también una escuela profesional para los
hijos de los comerciantes y de los pequeño-burgueses. No duda en encargarse de jóvenes
libertinos, tenidos por incorregibles; para ellos y para los arrestados organiza secciones
especiales que se mantendrán hasta las vísperas de la Revolución francesa. La creación
más original de Juan Bautista fue la de los seminarios de maestros de pueblo,
proyectado por primera vez en 1682 y realizado en Reims en 1687. Acogía jóvenes de los
pueblos, escogidos por los párrocos, destinados a cumplir después en sus parroquias
rurales el oficio de enseñantes, que antes desempeñaban los clérigos magistri: es decir,
maestros de escuela, y, a la vez, auxiliares del párroco como laicos.
La novedad de Juan Bautista de la Salle
Formado en las disciplinas clásicas, no duda en posponerlas a las de lengua vulgar en
sus escuelas, lo que constituía en su tiempo una novedad. Con su fundación dio
organización y estabilidad a la escuela popular, proveyéndola de un cuerpo
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especializado de enseñantes, con específica vocación laical para esta tarea. La
comunidad que formaron estos discípulos desde 1685-86 los constituía en Sociedad de
vida común sin votos públicos; los votos que hicieron Juan Bautista y sus primeros
compañeros fueron privados, primero temporales, y, desde 1694, perpetuos. Estos
votos eran de obediencia, asociación y estabilidad, para poder tener gratuitamente las
escuelas.
Tres años después de la muerte del fundador, Roma invita a los Hermanos a añadir los
votos de pobreza y castidad (1722). Otros tres años más tarde, en 1725, Benedicto
XIII, con la Bula In apostolicae dignitatis solio, aprueba el nuevo Instituto y sus Reglas,
erigiéndolo canónicamente como Instituto de derecho pontificio. El 15 de agosto del
mismo año, los Hermanos emiten por primera vez los cinco votos de pobreza,
castidad, obediencia, enseñanza gratuita y estabilidad. Desde este momento el
Instituto es una asociación de votos simples y públicos, lo que constituía una novedad en
la Iglesia, tanto más cuanto que los miembros de este Instituto no podrán ser
sacerdotes ni aspirar al estado eclesiástico, “...siendo nuestra intención... en el
porvenir y para siempre, no sea ni recibido entre nosotros ni elegido para superior
nadie que sea sacerdote o haya recibido órdenes sagradas”.
Desde 1685 el Instituto es interdiocesano, centrado en Reims. Cuando el fundador se
traslada a París, sus escuelas, en el siglo XVIII se extienden por toda Francia,
saliendo raramente de ella; de ahí que la primera historia del Instituto permanezca
muy ligada a la de la Iglesia de Francia. Durante la primera mitad del XVIII tuvo
que aguantar los ataques de jansenistas y galicanos; en la segunda mitad, la
philosophie acosó las escuelas lasallianas, hasta que las principales casas de la
Congregación fueron suprimidas por la Revolución francesa (leyes del 18 de agosto
de 1792). A mediados del siglo XIX conoce un desarrollo espectacular, fundando
más de 1000 casas por todo el mundo en el plazo de 30 años.
El Hermano de la Salle intenta hacer obra completa de educador cristiano. Esta
educación la procura en el ambiente de las escuela principalmente, si bien no
exclusivamente. Las Reglas piden que se prefieran los pobres, que, por estar
desheredados materialmente, están más expuestos a que les falten los maestros. Por
eso el fundador multiplicó las escuelas gratuitas y populares. El seminario de
maestros para los pueblos fue una de las constantes preocupaciones de los
Hermanos, promoviendo, al lado de las escuelas primarias y secundarias, estas otras
escuelas para maestros y profesores de enseñanza media y especializada, que
prolongan la irradiación apostólica del instituto.
2.
Congregaciones de Clérigos: Pasionistas y Redentoristas
(siglo XVIII)
A cuarenta años de distancia de la Congregación laical de los Hermanos de las
Escuelas Cristianas, la primera Congregación clerical que, con el tiempo, va a ser
significativa es la de los Pasionistas, fundada por Pablo de la Cruz.
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Los Pasionistas
Pablo Francesco Danei nace en el norte de Italia, el 3 de enero de 1694. Hijo de
comerciante, estudia en Génova. Se disponía a seguir el oficio del padre, pero a los
19 años, al escuchar un sermón de su párroco, decide a entregarse exclusivamente al
servicio de Dios. Dos años después, en 1715, se enrola en el ejército de Venecia que
preparaba la guerra contra el Turco, en una especie de cruzada; pero en el camino
entiende que es de otra manera como Dios quiere servirse de él. Retorna a casa y se
da a una vida de penitencia y oración, dedicando de seis a siete horas a la meditación
de los misterios de la vida de Cristo, especialmente de su Pasión.
En e1 verano de 1720 comprende que la vida a que Dios le llama era fundar una
Congregación dedicada a propagar la devoción a la Pasión de Jesucristo; tras
diversas consultas, Pablo se retira junto a una iglesia, y, en cinco días, escribe las
Reglas de su nuevo Instituto, inspiradas en la sabiduría de la cruz. A fines del año
siguiente (1721) marcha a Roma para obtener la aprobación pontificia. Emite el voto
de promover el culto de la Pasión de Jesús y se retira a la soledad del Monte
Argentario, donde permanece poco tiempo.
En 1725, Benedicto XIII le concede oralmente permiso para congregar compañeros;
intenta una fundación fallida en Gaeta. En 1727 es ordenado sacerdote. Entre
febrero-marzo del año siguiente, 1728, retorna a la soledad del Monte Argentario,
donde, finalmente, se establece con una naciente comunidad. Nueve años más tarde,
en 1737, surge el primer retiro o desierto.
La Santa Sede tarda en aprobar sus Reglas, juzgándolas excesivamente rígidas; por
fin, Benedicto XIV las aprueba por escrito en 1741. El 11 de junio del mismo año,
Pablo, ya con 47 años, y sus primeros seis compañeros emiten la profesión de votos
simples, el fundador toma el nombre de Pablo de la Cruz y se pone sobre el pecho el
escudo de la Pasión. Se dedica al anuncio de Cristo crucificado, especialmente por
medio de misiones populares y de ejercicios espirituales, predica en Italia central,
durante cuarenta años; expone la palabra de la Cruz con simplicidad y llaneza, sin
adornos.
En 1769, Clemente XIV aprueba solemnemente las Reglas, dando al Instituto el
nombre de Clérigos Descalzos de la Santa Cruz y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo,
con votos simples y exención (el nombre de Congregación de la Pasión de
Jesucristo se asume sólo después del Capítulo General de 1790). El mismo año va a
llama a Roma, donde establece su domicilio al lado de la basílica de los santos Juan
y Pablo.
Dos años después, en 1771, se inaugura el primer monasterio de monjas pasionistas,
comenzado a construir doce años antes en Corneto di Tarquinia (Viterbo). Las
monjas pasionistas se constituyen como monjas de vida contemplativa, aunque no
con votos solemnes, sino sólo simples, con clausura tridentina, pero no rigurosa, de
modo que pueden acoger a jóvenes y señoras para practicar ejercicios espirituales,
así como enseñar el catecismo a niñas. Emiten un voto especial de promover el culto
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religioso y la memoria agradecida a la pasión y muerte de Jesucristo; sus Reglas
son las de los Pasionistas, adaptadas a su condición monástica.
El núcleo fundamental de la espiritualidad pasionista está en promover la memoria
agradecida a la Pasión de Jesús y la sólida devoción a ella. Este núcleo fundamental
expresa la razón de ser del Instituto, que se concentra, a su vez, en el voto especial
de promover esa memoria. De aquí nacen las actitudes fundamentales de los
religiosos, que el fundador resumía en la expresión soledad, penitencia-pobreza,
oración. De ahí que el tiempo dedicado a la oración mental fuera al principio de tres
horas diarias. El apostolado principal de los Pasionistas era, según Pablo, m editar en
voz alta junto con el pueblo la Pasión de Jesús, enseñando a todos a meditarla
personal y asiduamente, según la condición del propio estado.
Los redentoristas: Alfonso María de Ligorio
En 1696, nacía en el sur de Italia, cerca de Nápoles, otro italiano que iba a fundar una
Congregación clerical: Alfonso Mª de Liguori. Sus padres eran patricios. Lo educaron
cuidadosamente en su propia casa por medio de profesores particulares. En aquel
tiempo frecuentaba su mansión el P. Francisco de Gerónimo, jesuita, para tratar
asuntos de apostolado con su padre; de él provino a la familia la devoción a la
Pasión del Señor. Estudia derecho y brilla en su carrera, pero abandonó la abogacía,
y comienza a los 27 años, en 1723, el estudio de la teología, ordenándose sacerdote
tres años después.
Empezó su trabajo pastoral dedicándose preferentemente a las clases más bajas del
pueblo, abriendo para ellos capillas a las que acudían artesanos y vendedores
ambulantes de los barrios pobres. La iniciativa, superadas incomprensiones y graves
dificultades, prosperó, a la vez que Alfonso se dedicaba también a la predicación en
la campiña napolitana en la que la incuria del clero había abandonado la catequesis.
Por aquel tiempo, en el Reino de Nápoles los religiosos, cuantitativamente
abundantes, eran deficientes, cualitativamente, en espíritu y cultura. El sector
femenino aparecía aún más oscuro: con las dotes las Hermanas se habían creado
distinciones en oposición a las propias Constituciones... El régimen conventual,
aburguesado, había perdido el significado primigenio de separación, recogimiento y
entrega a Dios y a las almas con trabajo asiduo...; el inmovilismo pastoral había
disminuido el prestigio de los religiosos.
En esta situación el Obispo de Castellmare, Tommaso Falccia, creyó encontrar en
Alfonso el instrumento apropiado para la fundación de una Congregación, que,
teniendo como fin la imitación del Salvador en una vida apostólica, se dedicase a
las misiones populares con aquella población abandonada. Alfonso aceptó la
empresa. Vencidas muchas dificultades, abrió en Scala, cerca de Amalfi, el 9 de
noviembre de 1732, la primera casa de la nueva Congregación de votos simples, que
colocó bajo la advocación del Santísimo Salvador; diez sacerdotes y tres hermanos
formaban la comunidad. Al mismo tiempo redactó los Estatutos de la nueva
Congregación.
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La tarea que estos Estatutos señalaban a los miembros de la Congregación era la de
llevar una vida comunitaria y esforzarse celosamente, a ejemplo del Salvador, en
predicar la Palabra de Dios principalmente a los pobres; esta predicación, con
permiso de los Obispos, debía hacerse en los territorios donde el pueblo estuviera
más abandonado; y los modos especiales de hacerla serían las misiones populares y
los ejercicios. El voto de pobreza les mandaba vivir una vida estrictamente
comunitaria y ser iguales en todo, proveyendo la casa según las necesidades de cada
uno; debían conformarse con una alimentación reglamentada, igual para todos. Cada
religioso se obligaba a no tratar ni directa ni indirectamente acerca de dignidades,
oficios y beneficios de cualquier clase, e, incluso cuando fueren invitados a ellos,
debían renunciar, excepto en el caso en que fueran obligados a aceptar por un
mandato explícito del Papa o del Rector mayor del Instituto.
En cuanto a la obediencia, debían ejercerla en todo respecto de los Obispos del lugar
en que se encontraran; debían prestar además la más exacta obediencia a la Regla y a
las Constituciones, así como a los mandatos y disposiciones de los Superiores, de
modo que su voluntad fuera completamente dejada en manos de los que les rigieran.
La Congregación no se dedicará a ninguna actividad de enseñanza.
Alfonso y los primeros Redentoristas se dedicaron al trabajo apostólico, sobre todo
en las comunidades populares del Reino de Nápoles. Las misiones populares
duraban entre diez y doce días, atendidas por tres o cuatro Redentoristas. Una
novedad la constituía la post-misión, en la que se trataba de renovar los frutos
conseguidos. También en las ciudades ejercían los Redentoristas su celo pastoral por
medio de los Ejercicios a todas las clases sociales, sin excluir a los soldados y
presos. Con esto se consiguió Alfonso el sobrenombre de Amigo del Pueblo, en aquel
siglo ilustrado.
Alfonso alcanzó fama no sólo por su vida y por su trabajo apostólico, sino también por
sus escritos. Compuso un grueso tomo de Teología Moral, editado en Nápoles en 1748,
el cual, por sus sabias posiciones, que sabían encontrar el justo medio entre la excesiva
estrechez y la excesiva suavidad, y por su profundidad científica, alcanzó gran prestigio.
No menos notables fueron sus escritos pastorales y sus escritos ascéticos, entre los que
sobresalen las Visitas al Santísimo Sacramento y a la Virgen María y Las Glorias de
María. Apartándose de los métodos lógicos, su estilo es más bien psicológico, abundando
los análisis introspectivos y dando prevalencia a los afectos sobre las ideas, en una línea
del todo adversa a la de los rigores jansenistas.
A la muerte de Alfonso de Ligorio la Congregación contaba con once casas y con casi
doscientos miembros.
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HISTORIA DE LA VIDA CONSAGRADA II
TEMA III
LA EPOCA CONTEMPORANEA
Ilustración, Revolución francesa
y Vida Consagrada
En el campo de la Vida Consagrada el siglo XVIII no es especialmente significativo.
Antes de los Pasionistas y de los Redentoristas, fueron fundadas, al principio del siglo, la
Congregación del Espíritu Santo (1703) y la Compañía de María, montfortianos (1705).
Pero tuvieron muy escasa difusión hasta el siglo XIX. Durante el siglo XVIII la vida
cristiana no produce impresión de heroísmo, ni siquiera de fervor. A continuación nos
haremos cargo de algunos fenómenos significativos, que permiten entrever la complejidad
de este siglo y su influencia en la vida de la Iglesia.
División religiosa
Contrariamente a la Vida Consagrada, en el campo cultural y social se vive una
efervescencia enorme, que ha dado nombre a la época como siglo de las luces o
ilustración. La Ilustración es el resultado de un largo proceso, agudizado por la crisis de la
conciencia europea en el último cuarto del siglo XVII. Tras el Concilio de Trento (15451563), de manera lenta pero firme se realizó una reforma profunda de los países y
territorios que habían permanecido en la Iglesia Católica: la obligación de residencia
de los Obispos en sus diócesis, la formación religiosa e intelectual de los futuros
sacerdotes en los Seminarios, el mejoramiento de la situación material del clero bajo y
un nuevo impulso en la pastoral fueron sus principales elementos. Todo ello sostenido
por dos siglos de santos: el XVI, con Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Felipe Neri,
Pedro Canisio, Carlos Borromeo, Pío V entre otros, y el XVII con Francisco de Sales y
Vicente de Paúl principalmente.
Paralela a la reforma tridentina, se vivía, en la cristiandad no católica, el afán de ir
ganando espacios de influencia y adeptos por parte de cada nueva confesión cristiana y
todo ello también en nombre de la reforma de la Iglesia, llevada a niveles más radicales.
Era inevitable que las dos Reformas chocaran entre sí. Y así sucedió porque las guerras
de religión ensangrentaron a Europa hasta 1648 con la paz de Westfalia. Ahora bien: si
hasta la Reforma protestante, la mejor garantía de la religión cristiana en Occidente
era su unidad..., la destrucción de esa unidad en el corazón mismo de Europa... se
convirtió -pese a sus más íntimas aspiraciones- en una de las causas más poderosas, la
más honda tal vez, de la futura incredulidad (Lortz).
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El mero hecho de la coexistencia de diversas confesiones cristianas era motivo
suficiente para preguntarse cuál de ellas era la verdadera. Los estragos causados por las
guerras de religión -que eran en el fondo anticristianas- apartaron a muchos de la fe y
los llevaron al indiferentismo. En el mismo seno de la Reforma protestante, el
individualismo dio lugar a una fuerte división, que llevó a algunos al relativismo.
El pensamiento y la filosofía
Fuera del campo religioso, la filosofía moderna cambia la manera de pensar. Esta
filosofía comienza con el nominalismo de Ockam y con el empirismo de Francis Bacon
(1561-1626), teniendo su raíz en John Duns Scot y Roger Bacon respectivamente; todos
ellos pensadores británicos, y todos, excepto Francis Bacon, frailes franciscanos. El
talante británico, propenso a la experimentación de lo concreto, comenzó restringiendo
el campo del saber demostrable especulativamente, siguió con la separación de la razón
y la fe, llegó al nominalismo que sólo reconoce la existencia real al individuo concreto
negando valor a los conceptos universales, y finalizó con un nuevo punto de partida en
el saber: la experiencia científica (F. Bacon: Novum organon scientiarum, 1620).
En el lado opuesto, pero también buscando un nuevo fundamento del conocer búsqueda, que en uno y en otro caso procede de la desintegración del pensamiento
aristotélico por la ruptura del equilibrio tomista-, aparece René Descartes (1595-1650),
padre del racionalismo. Frente al nominalismo desintegrador que hace de los conceptos
puros nombres sin contenido, Descartes quiere llegar a un fundamento claro e
inequívoco del conocer humano, encontrándolo en el hecho mismo del pensar, que
muestra con evidencia al yo pensante y, por tanto, existente.
El talante matemático de Descartes le lleva a querer matematizar el pensamiento. A
partir del sujeto pensante, concibe mecánicamente la naturaleza. Con ello se da el
giro hacia la conciencia individual, que caracteriza toda la filosofía moderna. Esta
giro aparece por primera vez en el Discours de la méthode (1637), seguido por
las Meditationes de prima philosophia (1641).
A mediados, pues, del siglo XVII estaban puestos los fundamentos de las dos nuevas
formas de pensar que atravesarían la Edad Moderna -empirismo y racionalismo-, a la
vez que el final de las guerras de religión con la paz de Westfalia (1648) abría el
camino de la tolerancia práctica por motivos de fe. Estaban puestos los cimientos
culturales de una época nueva. La nueva ciencia, que había comenzado con
Copernico, Kepler y Galileo, prosigue en sus avances: Robert Boyle fundamenta la
química analítica (1661), Robert Hooke describe el empleo del microscopio en el
estudio de los seres vivientes (1664), Francesco Grimaldi estudia los fenómenos de
refracción de la luz (1665), Newton descubre el cálculo infinitesimal (1666),
Resmer calcula la velocidad de la propagación de la luz (1676), Huygens, después
de inventar el reloj de péndulo, pone los fundamentos de la teoría ondulatori a de la
luz (1678).
Se llega así a los alrededores de 1680, cuando empieza a producirse, hasta 1715,
aproximadamente, lo que Paul Hazard ha llamado la crisis de la conciencia
europea. Según él, casi todas las ideas que han parecido revolucionarias hacia
1760, o incluso hacia 1789, se habían expresado ya hacia 1680. La crisis de la
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conciencia europea se produce por la tensión que se genera entre la cultura del
Renacimiento, como origen, y la Revolución francesa, como punto de llegada. A una
civilización fundada sobre la idea del deber... los nuevos filósofos han intentado
sustituirla con una civilización fundada en la idea del derecho. Esta crisis ha
comenzado por grandes cambios psicológicos, ha luchado por destruir las creencias
tradicionales, ha intentado construir algo nuevo.
Nueva hegemonía cultural
Los grandes cambios psicológicos consistieron en un paso de la estabilidad al
movimiento, de lo antiguo a lo moderno, del Mediodía al Norte. Al final del XVII el
mundo comienza a moverse: empieza una época de viajes para italianos, franceses,
alemanes e ingleses; y con ellos vienen los relatos en que los contaban. Esos relatos
conmocionan la opinión europea. Ante el ejemplo de lo lejano, las ideas vitales se
vuelven a poner en discusión y se relativizan. Pero no sólo lo lejano influye; también
lo hace lo moderno. Frente a los antiguos, lo moderno adquiere un valor inaudito.
Tres grupos dirigían el asalto contra la Antigüedad: los cartesianos (Pensamiento),
los jansenistas (Religión) y los libertinos (Comportamiento); éstos últimos, sobre
todo, a la vez que invalidaban la historia, lo hacían también con la Providencia y la
autoridad: Ratio vicit, vetustas cessit.
El cambio de eje también fue importante: del Mediodía al Norte de Europa, de la
latinidad (Italia en el XV, España en el XVI, Francia en el XVII) a lo británico. Las
fuerzas intelectuales de Europa se orientan hacia Inglaterra; allí se había producido
en 1688 la revolución que arrojaba del trono a la monarquía absoluta de Jacobo II
Estuardo e implantaba la monarquía parlamentaria con el calvinista holandés
Guillermo de Orange. El -siglo XVIII será el siglo de la hegemonía británica, no sólo
en lo político sino también en lo intelectual. Newton realizaba una revolución en la
ciencia con su Philosophiae naturalis principia mathematica (1687), Locke elaboraba
una nueva filosofía.
De Gran Bretaña venía un espíritu nuevo. ¿Cuál? En primer lugar, el deísmo. Ya en
1624, Edward Herbert, barón de Cherbury, enlazando con una rama del
Renacimiento aclimatada en Francia, había escrito su profesión de fe deísta: no
propongo las verdades de la fe, sino las del entendimiento. El deísmo rechaza al
Dios de la fe, pero acepta un Dios de la razón. Los principios de la religión natural
son suficientes: no hay necesidad de ninguna Revelación. El hombre se puede
conducir por la razón con sus propias fuerzas a través de la ley natural, Nature has
no malice; para obrar bien basta con seguir las leyes naturales. La Naturaleza llega a
substituir a Dios.
Entre los deístas aparece el grupo de los librepensadores, espíritus fuertes -como se
autodenominaban- que afirman la potencia de la razón, capaz de alcanzar no sólo la
verdad sino también la justicia a través del derecho natural. Frente al derecho divino
-fundamento de todas las monarquías absolutistas- existía un derecho natural,
fundado en el orden inmanente de la Naturaleza. El primero que habla de él es
Hughes de Groot (Grocio), ya en 1625; Samuel Pufendorf lo desarrolla (1672-1673).
Y estas ideas influyen en el advenimiento de la monarquía parlamentaria británica.
Tanto, que John Locke (1632-1704), el líder de la Ilustración inglesa escribía en
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1689 sus Two Treatrises of Governement, defendiendo el derecho de rebelión contra
el poder absoluto, puesto que los hombres, según la naturaleza; eran naturalmente
libres y naturalmente iguales. Locke, menos profundo que Grocio y que Pufendorf,
termina la secularización del derecho. En el mismo año escribía también sus Letters
Conceming Toleration, tolerancia que entendía como la esencia misma del
cristianismo.
Estos eran los aires que venían de Inglaterra. En lo que tenían de racionales soplaban
en la misma dirección de los cartesianos. Al final del siglo, en efecto, Descartes es
rey. Sus discípulos, ante la razón desencadenada, no reconocen ya ni tradición ni
autoridad. El espíritu geométrico actúa como la esponja de las religiones, exigiendo
la evidencia. Spinoza, en su Tractatus logicopoliticus de 1670, decía que había que
hacer tabula rasa de las creencias tradicionales para volver a empezar con el examen
de la razón. En la Ethica more geometrico demonstrata, publicada en 1677 después
de su muerte, afirmaba que Dios es todo y que todo es Dios.
Un hombre que hasta cierto punto encarna la época de los confines del XVII y XVIII
es Pierre Bayle, importante para comprender la Ilustración francesa. Cartesiano que
no aceptaba nada sin someterlo antes al tribunal de su propio juicio, es llamado a
Rotterdam como profesor. Pero su verdadera función fue la de periodista. Su pasión
por los libros y su insaciabilidad de noticias son expresión de deseo de conocerlo
todo para criticarlo todo. En 1690 emprende la tarea de componer un diccionario
crítico que contuviera una recopilación de los errores que se han cometido... y que
reuniera bajo cada nombre de persona o de ciudad los errores referentes a ésa persona
o ciudad. En 1695-97 aparecen los dos tomos de ese Dictionnaire historique et
critique, que se propone limpiar tanto los errores del espíritu como los vicios de la
inmoralidad. A fuerza de enfrentarse con la verdad y el error se desliza hacia el
escepticismo: su última palabra tiende a decir que es imposible saber nada.
Para Bayle la revelación es indemostrable: entre religión y filosofía no hay nada en
común; una cosa es creer y otra razonar. Habiendo puesto toda su confianza en la fuerza
de la razón, al final llega a darse cuenta de que esa misma razón es débil y ligera, hasta
el punto de no ser nunca completamente cierta en sus afirmaciones. Bayle, por medio de
su Diccionario, puesto al alcance de todos, se convirtió; inspirando a los filósofos de
todos los países pero principalmente del suyo -Francia-, en maestro de incredulidad.
Los ilustrados, de una u otra manera, proponen una filosofía que renuncia a la
metafísica y se reduce a lo que puede captar de la naturaleza, la cual es poderosa,
ordenada y de acuerdo con la razón. Una religión natural, un derecho natural, una
libertad natural, una igualdad natural. Una moral que se orienta a la utilidad social.
La ciencia, que asegurará el progreso indefinido del hombre, y, por consiguiente, su
felicidad. En esto consistiría la crisis de la conciencia europea. Estas son las nuevas
ideas y voluntades que al final del siglo XVII han adquirido conciencia de sí
mismas y se han unido para constituir la doctrina de lo relativo y de lo humano.
El siglo XVIII
La crítica contra la mentalidad tradicional, comenzada en la última generación del
XVII, continuó abriéndose paso en el XVIII. No una crítica violenta, sino irónica y
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fina. En 1721, Montesquieu publica sus Cartas persas, audaz e ingenioso ataque
contra el Antiguo Régimen. En el decenio 1720-1730 crece el cómbate contra Dios,
no el Dios de los deístas, sino el del Cristianismo, al que se le acusa de ser
irracional. El empirismo inglés gana el continente y es asimilado y transformado en
Ilustración (Iluminación) por Francia. El éxito de la Ilustración en Francia -escribe
Vicens Vives- no se explica sin la existencia de tres factores: el desencanto
producido por el fracaso de la política interna y externa de Luis XIV, el poderoso
arraigo de la filosofía cartesiana y el desarrollo bastante considerable del
libertinaje filosófico-religioso.
Tres son las fases en el proceso de su éxito: la etapa inicial, que llega hasta la
publicación del Espíritu de las Leyes (1748), de Montesquieu; la lucha decisiva, que
se extiende hasta 1770; y por fin, el triunfo final a partir de esa fecha. Este proceso
se realiza sobre todo en los salones, en los cuales, como crisol, cristaliza la
Ilustración. Pero también le ayuda las publicaciones (la producción editorial
aumenta extraordinariamente), y los periódicos (el primer diario parece ser el Daily
Courant, Londres, 1702). Y a esto se suma la masonería, cuya primera Gran Logia
se fundó también en Londres en 1717: organización secreta deísta, pronto atacó a la
Iglesia, y, bajo esa forma agresiva, pasó a Francia, donde en 1732 se funda la
primera logia en París. El vago humanitarismo filantrópico de los masones quiso ser
la secularización del amor cristiano al prójimo.
Con este proceso y estos elementos, la Ilustración se abate contra la Monarquía y la
Iglesia, es decir, contra la armazón de la sociedad de entonces. Son sus palabras
mágicas la felicidad, el progreso, la humanidad, la tolerancia, la beneficencia laicas:
La primera generación de ilustrados está acaudillada por Montesquieu y Voltaire.
Montesquieu es más profundo, pero el más fiel exponente de la Ilustración es
Voltaire (1694-1778), con su brillantez y superficialidad, fue el adalid de la lucha
contra la autoridad. Profundamente penetrado del pensamiento filosófico inglés, en
particular de Locke y los deístas, Voltaire popularizó sus principios fundamentales
valiéndose de una pluma terriblemente mordaz, cáustica y agresiva. Elegante,
ingenioso y excelente polemista, puso estas estimables condiciones al servicio de las
doctrinas demoledoras. Esta labor la llevó a cabo tanto en sus obras firmadas, como
en las anónimas, que abarcan dos centenares de folletos, opúsculos y hojas volantes.
Enemigo mortal del Cristianismo y de la Iglesia, se convirtió por su influjo en un
monarca sin corona en toda Europa.
La segunda generación de ilustrados estuvo formada por Rousseau, Diderot y
D’Alembert, sobre todo. Estos son los enciclopedistas En su seno se distinguen dos
tendencias: la volteriana y la roussoniana. La primera es racionalista, materialista y
aristocrática; la segunda, sentimental, espiritualista y popular. La tendencia
volteriana se encarna en la Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, de las
artes de los oficios..., dirigida y editada por Diderot y D'Alembert entre 1751-1780.
En esta línea, el materialismo puro, el ateísmo, se hallan representados por Adriano
Helvétius y el barón de Holbach.
La tendencia roussoniana, encabezada por el mismo J.J. Rousseau, era naturalista.
Ginebrino protestante, apasionado y vital, de temperamento ardiente, Rousseau
declaró la guerra a la fría corriente racionalista. En nombre del moralismo laico
sustentado sobre el hombre naturalmente bueno, atacó igualmente a la religión
12
cristiana y a la sociedad. Su Contrato social (1762) influyó de modo profundo en las
generaciones posteriores por el dogmatismo y la contundencia de sus fórmulas. Esta
obra fue la inspiradora de la democracia despótica y radical de los jacobinos.
Estaban puestos los cimientos para la Revolución Francesa. Con este proceso de
larga duración que hemos indicado sumariamente, se hace comprensible el
fenómeno revolucionario francés. Hacia 1770 -escribe Vicens Vives- acaba la gran
batalla librada por los enciclopedistas franceses contra los principios constitutivos
del Antiguo Régimen con una completa victoria para la causa que defendían. La
nueva generación que entonces va a tomar su sitio en la historia, bebe ávidamente
en las fuentes de la filosofía y la política de la Ilustración; es la que aplaude los
principios y los éxitos de los colonos norteamericanos, en lucha por su independencia;
es la que va a dejarse dominar por el vértigo revolucionario, por la transformación
radical que, según sus esperanzas, va a proporcionar al hombre la felicidad sobre la
tierra.
Situación política en Francia. Estallido de la revolución
El 5 de mayo de 1789 comienza -procesión y cruz alzada- la celebración de los Estados
Generales en Versalles. El Tercer Estado se niega a reunirse por separado de los otros
dos. Al no conceder el Rey la reunión conjunta, el Tercer Estado se constituye en
Asamblea Nacional, que jura no disolverse sin haber redactado una Constitución. El
Rey transige en la reunión conjunta. Los otros dos Estados se unen al Tercero, y, los
tres, se declaran en Asamblea Constituyente (9 de julio). Comienzan las algaradas
populares, que el 14 de julio toman al asalto la prisión de La Bastilla en París. Los
campesinos destruyen castillos, iglesias y conventos. Comienza la grand peur y la huída
de la aristocracia. El 26 de agosto, la Asamblea Constituyente aprueba la Declaración
de los Derechos del Ciudadano; pero como esta Declaración no podía aplicarse sin la
aprobación del Rey, y éste se oponía, el pueblo le obliga a trasladarse al palacio de las
Tullerías en París, donde la Asamblea continúa su trabajo.
Por obra de ésta, la Religión Católica deja de ser oficialmente religión de Estado. La
burguesía y los clubs se apoderan del país. El club de los jacobinos obtiene en
octubre una sublevación de las masas. El 2 de noviembre se nacionalizan todos los
bienes de la Iglesia, y los sacerdotes quedan reducidos a funcionarios del Estado,
encargados de la moral. El 13 de febrero de 1790 son suprimidos todos los
monasterios y conventos de Órdenes contemplativas, incautados sus bienes y
vendidos. El 12 de julio se aprueba la Constitución civil del clero, en virtud de la
cual los Obispos y párrocos deben ser nombrados por el Estado, al igual que los
demás funcionarios, con exclusión de toda intervención papal. El 27 de noviembre
todos los sacerdotes quedan obligados a jurar dicha Constitución. La mayor parte del
clero se niega a admitirla, y, en 1791, el Papa Pío VI condena la Asamblea. El Rey
intenta huir, pero es detenido y devuelto a París. La Asamblea Constituyente termina
su trabajo y proclama la Constitución el 3 de septiembre. Luis XVI es obligado a
jurarla. Es la Constitución de la burguesía, con monarquía parlamentaria de poder
ejecutivo débil y Asamblea electiva indisoluble.
Según la nueva Constitución, el 1 de octubre se reúne la Asamblea Legislativa,
dominada por los girondinos, partido moderado de la burguesía republicana. El 29
de noviembre, ante la oposición de la mayoría de los eclesiásticos a jurar la
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Constitución civil del clero, la Asamblea decide que los sacerdotes que se nieguen a
jurar pierdan sus derechos civiles y puedan ser encarcelados. Emigran entonces entre
30.000 y 40.000 sacerdotes. Algunos sacerdotes y religiosas son asesinados.
En 1792, al negarse el Rey a firmar decretos contra la aristocracia y los sacerdotes,
el pueblo asalta el palacio de las Tullerías, se apodera de su persona y lo encierra en
prisión (10 de agosto). Se suceden el apresamiento de la familia real, detenciones
masivas y las matanzas de septiembre, entre cuyas víctimas 300 sacerdotes. El
Municipio de París es sustituido por la Commune revolucionaria. La Asamblea
Legislativa decreta el sufragio universal, la venta de bienes de los emigrados, el
matrimonio civil y la supresión de las Órdenes religiosas. Suspende la monarquía y
convoca elecciones para una Convención Nacional que asumiera el poder ejecutivo.
Es la hora de una minoría radical que trata de imponer la tiranía de la libertad. La
Comuna y los jacobinos manipulan las elecciones, en medio de fortísima absten ción
que llega al 86 por cien.
El 2 de junio los jacobinos obtienen el supremo poder ejecutivo en la Convención,
tras derrotar violentamente a los girondinos. Robespierre es puesto al frente del
Comité de “Salud” Pública. Comienza la etapa del Terror. Son asesinados los
principales elementos de la nobleza, se establece el calendario republicano, se suprime
incluso la Iglesia constitucional, la diosa Razón es entronizada en Notre Dame de
París (20 de noviembre de 1793). Los asesinatos levantan la oposición de los mismos
republicanos, capitaneados por Danton. Robespierre le hace ejecutar y se convierte en
dictador. Su dictadura sólo podía sostenerse acentuando el terror: en junio-julio de
1794 una bacanal de sangre se abate contra los enemigos del pueblo; es decir, del
régimen de Robespierre. Pero un golpe de Estado derriba al dictador. Se redacta una
Constitución nueva, separando los poderes ejecutivo y legislativo: éste se da a dos
Cámaras, aquél a un Directorio de cinco personas.
El Directorio inicia una política de apaciguamiento interior, mientras continuaba la
guerra contra Europa, opuesta a la Revolución. En esta guerra, Napoleón Bonaparte,
militar republicano que había sido ascendido a General y nombrado jefe del Ejército
Nacional, es enviado por el Directorio a Italia en 1796, donde derrota por separado a
piamonteses y austríacos, organiza las Repúblicas Cisalpina y Ligur, fuerza a Pío VI a
firmar la paz de Tolentino (1797) por la que entregaba Avignon a Francia, establece
en la ciudad del Papa la República Romana (1798), toma Suiza y la constituye como
República Helvética. Tan brillantes éxitos militares le consiguen el mando de los
ejércitos contra Gran Bretaña, a la que ataca indirectamente en el Mediterráneo.
Ocupa Malta, y el 21 de julio se apodera de El Cairo. Pero los desórdenes en el
interior de Francia y la formación de la Segunda Coalición europea contra ella, le
llevan a regresar a París en octubre. Recibido triunfalmente, organiza en menos de un
mes un golpe de Estado: el 10 de noviembre de 1799.
Napoleón se impone por la fuerza al Directorio. Aprobada una nueva Constitución en
diciembre, que concentraba todo el poder en las manos del Primer Cónsul, el
plebiscito del 7 de febrero de 1800, realizado bajo la consigna La revolución ha
terminado, la confirmaba abrumadoramente y nombraba a Napoleón Primer Cónsul.
Comenzaba la estabilización del proceso revolucionario.
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La Iglesia y la Vida Consagrada a finales del XVIII
Si el siglo XVIII fue para la Iglesia Católica un período con muchos más fenómenos
de decadencia que indicios de renovación (Aubert), en los años que precedieron a la
Revolución Francesa se produjo una clara recuperación: en ellos se formó justamente
una generación de hombres y mujeres que asegurarían la permanencia del catolicismo a
través de la larga crisis revolucionaria. En esta crisis culminó la ola de hostilidad contra
la Vida Religiosa, que venía ya de lejos.
La ilustración, deísta pero no teísta, no podía ver con buenos ojos una forma de vida
que, al menos en teoría, encarnaba lo esencial del mensaje de la Revelación cristiana. De
ahí, la secularización de los monasterios y conventos que se había producido en Francia;
de ahí, la antipatía hacia la vida contemplativa a la que se juzgaba ociosa e
improductiva. Tampoco la Vida Religiosa se encontraba en su mejor momento: el sector
monástico presentaba más bien una tónica general de mediocridad; las Ordenes
Mendicantes, en su conjunto, sufrían una crisis de tibieza e indisciplina. Y las Cortes
borbónicas, en sus afanes jurisdiccionalistas, habían obtenido de Clemente XIV la
supresión de los jesuitas (21 de julio de 1773), después de haberlos expulsado de sus
respectivos territorios.
En esta doble situación, cuando la Asamblea Constituyente suprimió radicalmente toda
forma de Vida Consagrada, bajo pretexto de que los votos eran contrarios a los derechos
del hombre (13 de febrero de 1790), la Vida Religiosa comenzó a renacer y creció bajo
sus mismos pies. Con esto se llega ya al siglo XIX, y en él se produce una espectacular
proliferación de las Congregaciones Religiosas.
3. Las Congregaciones Religiosas en el siglo XIX
Cuando Noé salió del arca después del diluvio -escribe G. de Bertier de Sauvigny,
aludiendo al Cardenal Consalvi- no debió de encontrar el mundo tan cambiado como
un hombre del siglo XVIII al sentirse lanzado al nuevo siglo que se abría en 1800. Un
mundo, una civilización se hundía después de haber prestado albergue durante siglos al
edificio religioso, dejando adivinar confusamente que de sus ruinas habría de surgir
una sociedad nueva. En esta situación se produce una extraña paradoja en el campo
religioso: cuando la sociedad civil parece desprenderse de la Iglesia, cuando la
incredulidad militante gana terreno y desciende de las minorías para invadir las masas,
empieza a dibujarse una contracorriente poderosa que dará el más rotundo mentís a los
profetas que creían estar ya en condiciones de relegar la fe cristiana al museo de las
supervivencias folklóricas.
Este resurgir de las fuerzas católicas presenta numerosos síntomas que testimonian
su profundidad y su amplitud: reforzamiento de los cuadros eclesiásticos, nuevo celo
en el clero, despertar de los laicos, impulso de la piedad, multiplicación de las obras
de caridad, expansión misionera. Pero tal vez el síntoma más significativo sea la
eclosión de Institutos Religiosos. Nada menos que son fundados 625. Y aunque no
todos fueran Congregaciones Religiosas, la inmensa mayoría sí lo eran.
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El siglo XIX es el siglo de las Congregaciones Religiosas produciéndose un estallido
único en la historia de la Vida Consagrada. Una visión de conjunto puede venir bien
para hacerlo. Este impulso creador presenta algunos rasgos comunes.
 En primer lugar, el hecho de que estas Congregaciones surgen del humus mismo
de la comunidad cristiana, no de la autoridad episcopal o pontificia.
 A esto se añade que la mayoría de ellas se parecen mucho en sus objetivos y
actividades, hasta el punto de poder dar la impresión de una cierta anarquía
institucional; pero esta multiplicidad se produce precisamente por el carácter de
generación espontánea de dichas fundaciones, que surgen para atender
necesidades análogas en distintos puntos geográficos.
 De ahí el carácter prevalentemente local de estas Congregaciones, que
permanecen durante mucho tiempo dentro de un marco diocesano.
 Un cuarto rasgo es el carácter práctico y polivalente de la mayor parte de ellas,
como respuesta a las necesidades locales que la nueva sociedad presenta: la
asistencia a los pobres y enfermos, por una parte; la enseñanza popular por otra,
y, en fin, la expansión misionera son características comunes a casi todas las
fundaciones -conviene recordar que el siglo XIX es el siglo del colonialismo-.
 Todos estos rasgos vienen condimentados con los ingredientes principales de la
espiritualidad decimonónica: ausencia de grandes místicos y teólogos; influencia
del pesimismo jansenista, traducido en una moral rigorista; influencia del
romanticismo: ampulosas expresiones de sentimentalismo e individualismo,
atractivo de lo maravilloso en todas sus formas: apariciones, milagros,
revelaciones...; devoción doliente, intimista y sentimental en el culto a los
Sagrados Corazones de Jesús y de María; auge de la devoción a la Virgen,
especialmente bajo el misterio de su Inmaculada Concepción; ausencia de
sentido litúrgico.
En cuanto a las Congregaciones llamadas por R. Aubert menores, es decir, las que
estaban dedicadas al servicio principalmente del clero parroquial, es de destacar la
descripción que de su génesis hace G. de Bertier:
La historia de estas fundaciones -escribe- es en casi todos los casos la misma... Una
muchacha piadosa se consagra espontáneamente o por consejo de un sacerdote a la
educación de los niños o a la asistencia de enfermos y pobres; pronto se le juntan
algunas compañeras atraídas por su ejemplo; la señora pudiente del lugar presta su
apoyo moral y financiero, el párroco la estimula o le pone obstáculos; un director
espiritual de los jesuitas o de otra orden surge entre bastidores; pronto se consolida
la fundación; se compra una casa; interviene el obispo; para recibir su aprobación
hacen falta reglas, un hábito, una superiora responsable, un nombre, un santo
protector, un noviciado. Todo esto va cristalizando poco a poco hasta que un día se
piensa por fin en solicitar la autorización de la santa sede y del gobierno. Ha nacido
una nueva congregación.
La mayoría de las vocaciones de las Congregaciones femeninas procede, a diferencia
del tiempo del Ancient Régime, de ambientes económicamente débiles; algunas de la
aristocracia, pero rara vez de la clase media. Respecto a las fundadoras, había muchas
almas sencillas que se dejaban llevar muy pasivamente por el consejero eclesiástico,
pero también las había con fuerte personalidad, grandes dotes intelectuales y marcado
16
sentido de la organización, cuyas Congregaciones no tardaron en rebasar el marco
regional, alcanzando una propagación nacional, y, a veces, internacional incluso.
Bajo el pontificado de Pío IX (1846-1878) va creciendo el puesto que las nuevas
Congregaciones ocupan en la Iglesia. Prescindiendo de las que tuvieron un brillante
desarrollo, no se debe subestimar -escribe R. Aubert- la importancia global de la acción
menuda que desarrollaron en todos los campos del apostolado: en el sector de la
enseñanza, sobre todo en la instrucción de las muchachas; en el cuidado de los
enfermos; en la ayuda a personas socialmente débiles, que se fue especializando cada
vez más y más (a huérfanos, ancianos, personal del servicio doméstico, jóvenes
trabajadoras, presos, ciegos, sordomudos, etc. ), aunque también en el sector de la
enseñanza del catecismo, de la prensa, de las misiones, etc. La Congregación de
Obispos y Regulares, presidida por el competente Cardenal Bizzarri, siguió estimulando
a las Congregaciones que superaban los límites diocesanos, para evitar una excesiva
proliferación de Congregaciones minúsculas; pero, haciéndose cargo de las diferencias
de las condiciones locales, procedió con prudencia y flexibilidad, sin imponer excesivas
unificaciones.
Mientras en Roma se procedía así, numero las Congregaciones se creyeron
lamentablemente en el deber de multiplicar minuciosas reglamentaciones en sus
estatutos, que fácilmente daban la preferencia a la regla frente al Evangelio. Esto,
por lo demás, era consecuencia también de la espiritualidad del tiempo, que, a falta
de sólidas bases teológicas, degeneraba con frecuencia en recetas prácticas, que se
convirtieron en argollas superfluas que atenazaban a los miembros de las
Congregaciones y de las Órdenes.
Una ojeada general de las nuevas fundaciones bajo el pontificado de León XIII
arroja como resultado la continuidad de su dedicación a las actividades sociales, la
voluntad de renovación intra-eclesial y la asombrosa fuerza de atracción sobre la
juventud; esto último a pesar de las ideas generales de la época, de las medidas
políticas represivas y de la mentalidad resultante de la creciente tecnificación de la
vida.
Las congregaciones religiosas hallaron en los católicos que adquirían conciencia
de su identidad una resonancia de la resistencia contra la secularización de la vida,
así como la prontitud para una entrega de motivación religiosa, que eran testimonio
de la fuerza vital de la iglesia católica. Esta vitalidad se mostró particularmente en
las congregaciones de votos simples. León XIII procuró recoger y aunar impulsos,
para evitar una inútil dispersión de energías, concentrando para ello las Órdenes y
Congregaciones en Roma. Y aunque encontró las mayores dificultades en los
Benedictinos por su estructura descentralizada característica de la sociedad feudal, el
principio de la centralización -que era el principio de la creciente sociedad
industrial- consiguió una economía y racionalización de las fuerzas espirituales.
En resumen: el siglo XIX, que ha sido presentado frecuentemente como un período
de decadencia religiosa y de creciente progreso de descristianización, fue también un
período de fermentación espiritual manifestada sobre todo en la proliferación de las
Congregaciones religiosas. Durante el segundo cuarto de siglo se robustece su
floración y el renacimiento se acentúa durante la segunda mitad, a pesar de las
nuevas medidas de secularización. Es claro que el florecimiento de la vida
17
consagrada durante el siglo XIX -sin equivalente desde los siglos XII y XIIIatestigua la vitalidad religiosa interna que subsiste en una sociedad en la que los
valores espirituales parecen estar en retroceso. En este sentido se ha hablado de un
despertar espiritual sin parangón a través de los siglos. Si -como se afirma- el nivel
espiritual de la Iglesia se corresponde normalmente con el desarrollo y fervor de las
órdenes religiosas, no puede decirse que el siglo XIX sea un siglo pobre en frutos del
espíritu.
Con todo, este extraordinario desarrollo de las Congregaciones religiosas tendrá
también consecuencias negativas para la posteridad: multiplicación de las
reglamentaciones minuciosas, voluntad tenaz de conservar inmutable toda la herencia
del pasado hasta en detalles carentes ya de sentido, escasa inventiva de los
innumerables fundadores/as que se limitan en sus reglas a tomar fórmulas ya existentes
amalgamando en ellas elementos heterogéneos.
Entre todas las Congregaciones Religiosas fundadas en el siglo XIX sobresalen
cuantitativamente las Congregaciones fundadas por la carismática figura de Don Bosco
y María Mazzarello: los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora, pues ambas
superan los 15.000 miembros.
4. La proliferación de las Congregaciones Religiosas en el siglo XIX:
Congregaciones españolas.
La situación político-religiosa en España fue durante este siglo muy movida. Para los
institutos y órdenes que ya existían, el siglo XIX merece el calificativo de fatal, según
Baldomero Jiménez Duque; su desarticulación llegó hasta quedar barridas del suelo
patrio. Napoleón suprimió una tercera parte de los conventos; José Bonaparte, todos (18
de marzo de 1809). En el trienio liberal (1820-1823) se suprimen las casas pequeñas y
no se permiten nuevas profesiones. Durante la Regencia de María Cristina de Nápoles
(1833-1840) se producen matanzas de religiosos, quema de conventos y supresión de
los mismos (1833-35). El 19 de febrero de 1836, Mendizábal dicta la ley de
desamortización, con la incautación de los bienes de la iglesia. Para los religiosos esto
supone que la vida en común desaparecía prácticamente en España; comienza así el
fenómeno de los frailes exclaustrados.
Las religiosas, a las que la supresión no alcanzó tan radicalmente, quedaron en la
miseria. Con la llegada de Isabel II a la mayoría de edad (1844) se suavizan algo las
cosas, sobre todo a raíz de la firma del Concordato de 16 de marzo de 1851. Pero
durante el bienio progresista 1854/56 se vuelve a las andadas. Terminado éste, se
permiten nuevas fundaciones. De nuevo la Revolución Gloriosa del 1868 perseguirá
a los religiosos. Con la Restauración monárquico-borbónica, de 1875, llegó la
tranquilidad.
A pesar de esta situación, esquemáticamente descrita, se produce también en España
la misma proliferación de Congregaciones Religiosas que se dio en la Iglesia
Universal. Pero con una particularidad: sólo se fundaron cuatro Congregaciones
masculinas frente las alrededor de setenta femeninas de derecho pontificio.
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En la primera mitad del siglo sólo se producen tres fundaciones: las de la Hermanas
de la Caridad de Santa Ana, las Carmelitas de la Caridad y las Escolapias. Las más
madrugadoras fueron las de la Caridad de Santa Ana. En 1804, en efecto, el
sacerdote catalán Juan Bonal, encargado del Hospital de Nuestra Señora de Gracia,
en Zaragoza, llama a María Rafols Bruna, de Villafranca del Penedés, quien con
algunas compañeras se traslada a la capital aragonesa para hacerse cargo del
Hospital, que estaba en un estado lamentable. La Madre Rafols y sus compañeras
sustituyen al personal asistente, y, en poco tiempo, el Hospital se rehace. Después de
resistir heroicamente en el asedio de las tropas napoleónicas a Zaragoza durante
1808, la Madre Rafols y sus compañeras se constituyen en Congregación Religiosa
emitiendo sus votos en 1825.
Pasan veintidós años para que se produzca una nueva fundación. En 1826, Joaquina
Vedruna de Mas funda en Vic (Barcelona) la segunda Congregación: la de la
Carmelitas de la Caridad. Joaquina, que había querido ser carmelita de clausura,
tuvo que casarse con el notario Teodoro de Mas, del que tuvo nueve hijos. Viuda a
los treinta y tres años, se encuentra con el capuchino Esteban de Olot, quien le
induce a la fundación de una congregación de religiosas dedicada principalmente a
la educación y enseñanza de las niñas y jóvenes, junto con el cuidado de los
enfermos. La Congregación ofrece a España las primeras religiosas maestras.
Tres años más tarde, en 1829, Paula Montal y Fornés da origen en Figueras (Gerona) a
las Escolapias, con el título primitivo de Pío Instituto de Hijas de María. Su fin
específico era la enseñanza. Después de abrir casa en Sabadell (1845) obtienen la
agregación a la Orden de las Escuelas Pías, adoptan las constituciones de san José de
Calasanz y son orientadas por el escolapio P. Agustín Casanova. La congregación se
extiende cuantitativamente y cualitativamente hasta ponerse en la vanguardia de la
educación femenina.
De nuevo transcurren diecinueve años antes de que se produzcan más fundaciones: las
circunstancias político-sociales que hemos indicado esquemáticamente lo impedían.
Pero a partir de 1848 las fundaciones se suceden en cascada hasta el fin del siglo, sólo
interrumpidas en el bienio progresista (1854-1856) y en el sexenio revolucionario
(1868-1874). El ritmo se intensifica a partir de la Restauración. Desde esta fecha hasta
1899 se fundan más de cincuenta nuevas Congregaciones.
En 1848 comienza la catarata con Joaquina Masmitjá de Puig, quien en Olot (Gerona)
funda las Misioneras del Corazón de María para la catequesis, educación cristiana y
plegaria apostólica. Al año siguiente, 1849, tiene lugar una importante fundación: la
de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, por obra de san Antonio
María Claret. Este fue uno de los personajes religiosos más importantes de la España
del siglo XIX. Novicio de la Compañía de Jesús, que tuvo que dejar por enfermedad, y
ordenado después sacerdote secular, ya desde el principio de su ministerio en su
diócesis de Vic buscó colaboradores para instituir una fraternidad sacerdotal que
actuase como grupo de misioneros rurales en Cataluña. Una campaña misionera de 9
meses en las Islas Canarias le ayuda a madurar el proyecto de fundar una
Congregación de Misioneros para toda la Iglesia. Vuelto a Cataluña realiza el
proyecto junto con otros cinco compañeros. Por causa de la represión religiosa de
Mendizábal, Espartero y O'Donell, las necesidades pastorales de España en la segunda
mitad del XIX eran grandes. La Congregación nació para dedicarse sobre todo a la
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evangelización de esa España que algunos políticos querían descristianizar. Sus
medios principales habían de ser las misiones populares, los ejercicios espirituales y la
difusión de libros. Tres semanas después de fundar, el P. Claret es nombrado
Arzobispo de Santiago de Cuba. Vuelto a España en 1857, la Congregación comienza
a desarrollarse. En 1870 fue incluida en el número grupo de las congregaciones
religiosas con votos simples.
En 1850, el capuchino José Tous Soler y Remedios Palos Casanovas fundan en
Barcelona la Congregación de Capuchinas de la Madre del Divino Pastor, para la
formación de la juventud; una semana después, Alfonsa Cavin y el Obispo de
Barcelona José Costa Borrás independizan la comunidad de Religiosas de la Sagrada
Familia de Burdeos que había en Mataró desde cuatro años antes, y dan origen a las
Misioneras de la Inmaculada Concepción para la educación de las niñas y la asistencia
social. Al año siguiente, 1851, santa Soledad Torres Acosta funda en la parroquia de
Chamberí, en Madrid, la Congregación de Siervas de María, ministras de los enfermos,
para atender a éstos a domicilio. Era una forma nueva de ejercer la caridad con los
enfermos, que, por la razón que fuera, no podían ser atendidos en los hospitales.
Pasan cuatro años sin nuevas fundaciones. El año 1856 ve nacer tres
Congregaciones. En febrero, otra santa madrileña de gran categoría, santa María
Micaela del Santísimo Sacramento funda las Adoratrices Esclavas del Santísimo
Sacramento y de la Caridad. Micaela Desmaisiéres, vizcondesa de Jorbalán, entra en
contacto con la miseria moral y espiritual de las prostitutas que, enfermas, se
acogían al Hospital de san Juan de Dios. En 1845 funda un colegio para su
reeducación y reinserción en la sociedad. Propaga el culto al Santísimo Sacramento
en París y Bruselas. Desde 1850 se dedica de lleno al colegio, y bajo la dirección de
san Antonio María Claret, funda las Adoratrices para dar estabilidad a la obra, que
es, a la vez, de caridad apostólica y de espiritualidad eucarística.
En agosto del mismo año 1856, el dominico Francisco Coll funda en Vic la
Congregación de Dominicas de la Anunciata, para la enseñanza, especialmente rural.
Y finalmente, en septiembre, el sacerdote D. Gabriel Mariano Ribas de Pina
establece en Mallorca las Franciscanas Hijas de la Misericordia ayudado por su
hermana Josefa María, para educar gratuitamente a las niñas y atender enfermos en
los pueblecitos. Al año siguiente, 1857, el Obispo de Tortosa acepta bajo su
jurisdicción a la beata Rosa Molas y Vallvé, junto con un grupo de las llamadas
"Hermanas de la caridad", simple asociación de mujeres piadosas que prestaban
servicios a los enfermos en el hospital de Reus. Con ellas nacía la Congregación de
Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación. El Instituto se desarrolló rápidamente
con el doble fin de la atención a los enfermos en los hospitales y la enseñanza de
niñas.
1859 es un año lleno de fundaciones: cinco ven la luz. Por una parte, dos se inspiran
en san Felipe Neri: las Filipenses Hijas de María Santísima de los Dolores fundadas en
Sevilla por el oratoriano F. García Tejero y la señorita Dolores Márquez, para la
regeneración y educación de la juventud femenina desamparada; y las Filipenses
Misioneras de Enseñanza, en Mataró (Barcelona), por el sacerdote Marcos Casteñer,
ayudado por su hermana Gertrudis: su fin era la catequesis a jóvenes obreras y los
ejercicios espirituales para señoras. Por otra parte, dos Congregaciones más en
Cataluña: las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgel, fundada en esta ciudad por el
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obispo José Caixal Estradé y Ana María Janer, para dedicarse a la enseñanza; y las
Franciscanas Misioneras de la Inmaculada Concepción, que nacían en La Garriga
(Barcelona) por obra de María Ana Ravell Barrera, ayudada por el franciscano
Raimundo Boldú, con el fin doble de formación de la juventud y asistencia a los
enfermos. Finalmente, en Palma de Mallorca, Sebastián Gil i Vives, sacerdote
director del Asilo provincial de Baleares, da origen a las Agustinas Hermanas del
Amparo, para la asistencia de los abandonados que padecen necesidad.
En 1860 ven la luz las Mercedarias Misioneras de Barcelona, fundadas por Lutgarda
Mas Mateu y el mercedario Pedro Nolasco Tenas Casanoves, rememorando la
tradición barcelonesa de la Orden de la Merced; su fin, la educación cristiana de la
juventud y la actividad misionera. Al año siguiente, 1861, el carmelita exclaustrado
por la revolución de julio de 1835, Francisco Palau y Quer, funda en Ciudadela
(Menorca) las Carmelitas Misioneras, institución contemplativo-apostólica con el
espíritu del Carmelo teresiano y el apostolado de la enseñanza y de los enfermos. En
la fundación es ayudado por Juana Gracias Fabré, a quien había conocido en su
destierro de Francia. Entre las primeras religiosas estaba santa Teresa Jornet, que
posteriormente fundará las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Después de
su muerte, acaecida en 1872, las religiosas se dividen en dos ramas, como veremos.
Un año más tarde, en 1873, Esperanza González Puig funda en Lérida las Misioneras
Esclavas del Inmaculado Corazón de María, para la recuperación de las mujeres
extraviadas, preservación de las huérfanas y educación de niñas pequeñas.
En 1864 aparecen tres nuevas Congregaciones: una de varones y dos de mujeres. La
de varones es la fundada en Tremp (Lérida) por el sacerdote José Mañanet Vives,
con el fin de propagar la devoción a la Sagrada Familia, la formación cristiana de las
familias y la educación de la juventud obrera; se llaman Hijos de la Sagrada Familia y
constituyen la segunda Congregación religiosa masculina fundada en la España del
siglo XIX, después de la de los Claretianos.
Las dos Congregaciones femeninas son: las Religiosas del Amor de Dios fundada en
Toro (Zamora) por D. Jerónimo Mariano Usera ayudado por la Madre Sacramento,
con el exclusivo fin de sacar de la miseria a los niños de Puerto Rico, en 1865
amplían su finalidad; y las Oblatas del Santísimo Redentor, fundadas en
Ciempozuelos (Madrid) por el Obispo dimisionario de Australia, el benedictino José
Benito Sería, ayudado por Antonia María de Oviedo y Schöntal, para la
regeneración/educación de las jóvenes extraviadas en peligro. Hay seis años de
pausa (1864-1870). Tras la Gloriosa, en 1871 se reanuda -con ritmo acelerado, el
curso de las fundaciones.
En 1871 se desgaja del tronco de las Siervas de María, la rama de las Siervas de Jesús
de la Caridad, que es plantada en Bilbao, donde el Obispo las aprueba tres años
después; se considera fundadora a la Santa María Josefa Sancho de Guerra; su fin es
el cuidado de los enfermos a domicilio y en hospitales, y el de los niños expósitos en
establecimientos públicos. A finales de año, Juana Josefa Cipriota (o Cipitria)
Barriola funda, bajo la guía del jesuita Miguel San José Herranz, las Hijas de Jesús,
en Salamanca, en el espíritu de la Compañía de Jesús, para todas las formas de
educación y con sentido de universalidad. Otro desgajamiento tiene lugar al año
siguiente, 1872: el de las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor, que
se separan de las Capuchinas del mismo nombre. María Ana Mogas Fontcuberta las
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implanta en Madrid para dedicarse a la enseñanza, la atención a los enfermos y las
misiones.
El mismo año 1872 ve la aparición de una Congregación numerosa hoy día: la de las
Hermanitas de los Ancianos Desamparados. El canónigo D. Saturnino López Novoa,
conmovido por el abandono de muchos ancianos pobres, abre un asilo para ellos en
una casa de alquiler en Barbastro (Huesca); funda dicho Instituto religioso, que lo
confía a la carmelita misionera Teresa Jornet Ibars, sobrina del P. Palau. Invitados a
Valencia, se trasladan allí, donde se coloca la casa madre. D. Saturnino queda en
Huesca, en la que redacta las Constituciones. Teresa, en Valencia, es ayudada por el
sacerdote Francisco García López. Se abren treinta y tres asilos en los diez primeros
años, y en 1886 la Congregación salta a América.
Dos Congregaciones bajo el patrocinio de san José se abren en 1874: las Misioneras
Siervas de san José y las Hermanas de san José. La primera es fundación del jesuita
Francisco Javier Butiñá y Bonifacia Rodríguez Castro en Salamanca, para el
apostolado entre las jóvenes obreras. La segunda es abierta en Gerona por María
Gay Tibau, con el fin específico de la asistencia a los enfermos. Otras tres afloran en
1875: las Hermanas de la Compañía de la Cruz, fundadas en Sevilla por Sor Ángela
de la Cruz Guerrero González, con vida de verdadera pobreza y austeridad, para la
asistencia de los enfermos pobres a domicilio gratuitamente. Las Hijas de san José;
fundación también del P. Butiñá, esta vez en Gerona, adonde había sido destinado
después del destierro de los jesuitas; cuando estaba a punto de fundir las dos ramas,
acontecimientos imprevistos impiden la unión; y, finalmente, las Hijas de María, madre
de la Iglesia, denominación actual de la fundación que, con el nombre de Amantes de
Jesús e Hijas de María Inmaculada, hace Matilde Téllez de Meneses Robles en Béjar,
diócesis de Plasencia, para la educación de niñas pobres y huérfanas y para el cuidado de
enfermos a domicilio.
En 1876 aparecen la Compañía de santa Teresa de Jesús en Tarragona, las Franciscanas
de la Inmaculada Concepción en Valencia, las Hijas de Cristo Rey en Granada y las
Religiosas de María Inmaculada en Madrid. La Compañía de santa Teresa es fundada por
el beato Enrique de Ossó y Cervelló para el ministerio apostólico en la escuela. La idea
del fundador era un Instituto de profesoras seglares, que, formadas en la escuela de santa
Teresa, se dedicaran a la enseñanza, uniendo a una preparación profesional, oficialmente
reconocida, un espíritu cristiano a toda prueba. Pero los tiempos no estaban aún maduros
y tuvo que convertirlas en religiosas. Las Franciscanas de la Inmaculada son la
transformación en religiosas de un grupo de señoritas piadosas que, a la sombra del
convento de los Franciscanos, continuaban la obra de un antiguo beaterio del siglo XIII.
Francisca Pascual Domènech reformó el grupo acentuando el servicio de caridad con los
sordomudos, ciegos y leprosos. Las Hijas de Cristo Rey fueron fundadas por el canónigo
José Gras Granollers para la educación de la juventud, con espíritu agustiniano. Y
Religiosas de María Inmaculada es el nombre actual de la obra de santa Vicenta María
López Vicuña, dirigida a ofrecer un hogar a las jóvenes empleadas en el servicio doméstico y a otras obligadas a vivir lejos de sus familias por razones de trabajo o de
preparación a él. Siguiendo las rutas de la emigración, se establecieron posteriormente en
América y otras partes del mundo.
Otra Congregación importante se fundó al año siguiente en 1877: las Esclavas del
Sagrado Corazón de Jesús. Santa Rafaela Porras Ayllón, junto con su hermana Dolores y
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otras jóvenes, dan origen en Madrid, aconsejadas por el jurista D. Antonio Ortiz Urruela y
el jesuita José Joaquín Cotanilla, a un Instituto cuyo fin específico es la reparación al
Corazón de Jesús por medio de la adoración eucarística y la acción apostólica, orientada a
la educación en la fe, centros de espiritualidad y promoción espiritual de las seglares. En
la base está la espiritualidad ignaciana. En el mismo año 1877 ven la luz otros dos
Institutos femeninos: el de las Josefinas de la Caridad, erigido por Catalina Corominas
Agustí y el sacerdote Juan Güell Verdaguer en Vic, para la atención a los enfermos en
hospitales y a domicilio, y el de las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de
Jesús, instituido en Madrid por Isabel Larrañaga Martínez, para la educación de la
juventud pobre.
1878 es otro año cumbre en el panorama congregacional: cinco Congregaciones son
establecidas en él. Juana Gracias, la que había sido el brazo derecho del P. Palau en la
fundación de las Carmelitas Misioneras, se separa de éstas por parecerle que los sucesores
del carmelita no actuaban en su línea, funda en S. Creus de Vallcarca (Barcelona) una
comunidad independiente que luego se amplía y se convierte en las Carmelitas
Misioneras Teresianas. También en Barcelona, la viuda Teresa Toda y su hija Teresa
Guasch fundan las Carmelitas Teresas de san José para la educación de los niños
necesitados y para el cuidado de los huérfanos y abandonados. En Sevilla, Francisco
García Tejero, el que ya había fundado en 1859 las Filipenses Hijas de María Santísima
de los Dolores, erige ahora la Congregación de Misioneras de la Doctrina Cristiana,
junto con Mercedes Trullás Soler, para la educación de la juventud y la asistencia a gente
necesitada. En Málaga, el canónigo y Visitador de Religiosas Juan Zegrí Moreno
establece las Mercedarias de la Caridad con el fin de asistir a enfermos, ancianos y
huérfanos, educar a la infancia y a la juventud y atender a las misiones. Finalmente, en
Cádiz, Encarnación Carrasco Tenorio, ayudada por el también canónigo Francisco
Medina Muñoz, instituye las Franciscanas del Rebaño de María para neutralizar la
acción de los protestantes en las escuelas de la ciudad.
Murcia ve aparecer en 1879 a las Franciscanas de la Purísima Concepción por obra de
Paula Gil Cano y el franciscano Francisco Malo y Malo con ocasión de la inundación
causada por el río Segura, por la que quedan huérfanos varios niños. En 1880 dos
Congregaciones asientan su casa madre en Valencia: la de las Hermanas de la Doctrina
Cristiana, fundadas por la viuda Micaela Grau y el párroco José Bombán en Molins de
Rei (Barcelona), ayudados eficazmente por el arcipreste Ignacio Mateu, para la educación
de la juventud y el cuidado de los enfermos; y la de las Madres de los Desamparados y de
san José de la Montaña, instituidas en Málaga por Petra de san José Florido, ayudada por
el Obispo de la diócesis, mons. Manuel Gómez Salazar; su fin es ocuparse de los ancianos
abandonados y de los niños huérfanos. De nuevo en Andalucía, el canónigo Maximiliano
Fernández del Rincón Soto-Dávila y la clarisa Teresa de la Asunción Martínez Galindo
erigen en Granada las Hermanas de la Presentación de la Virgen María para la educación
de la juventud femenina.
Al año siguiente, 1883, san Benito Menni que había restaurado la Orden de los Hermanos
de san Juan de Dios en España, funda en Ciempozuelos (Madrid) las Hospitalarias del
Sagrado Corazón de Jesús para asistir a los enfermos mentales y a los deficientes
mentales, con la decidida colaboración de María Angustias Jiménez y María Josefa Recio,
originándose así una especie de rama femenina de la Orden. Un año de respiro, y, en 1883
vuelta a la carga: emiten los votos las Franciscanas Misioneras de la Natividad de
Nuestra Señora (Darderas), pasando de asociación de señoras procedentes de la Causa
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pía erigida en 1731 por Francisco Darder y Darder para el servicio de los enfermos del
Hospital de la santa Cruz, de Barcelona, a Congregación religiosa por obra de Isabel
Ventosa Roig. Un año después, surgen las Franciscanas de los Sagrados Corazones en
Antequera (Málaga) fundadas por Carmen González Ramos y el capuchino Bernabé de
Astorga para educación y enfermos. Y Juana Condesa Lluch, valenciana, funda a los
veintidós años en Valencia las Esclavas de María Inmaculada con el fin específico de
atender y dar un hogar a las jóvenes obreras que acudían desde los pueblos a la capital,
que estaba en fase de incipiente industrialización.
El año siguiente 1885, ve nacer otras cuatro Congregaciones. También al lado de
Valencia, en el santuario de la Virgen de Montiel, sito en el pueblo de Benaguacil, el
capuchino Luis Amigó Ferrer instituye las Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia
para la reeducación de las muchachas en grupos de tipo familiar. En el otro extremo
geográfico, Sanlúcar de Barrameda, el escolapio Faustino Míguez da origen, con la ayuda
de Angela González, a las Hijas de la Divina Pastora. Pío Instituto Calasancio, para la
enseñanza gratuita, especialmente religiosa. De allí a Madrid, donde el canónigo D.
Francisco de Asís Méndez Casariego junto con Mariana Allsop erigen las Hermanas
Trinitarias para la preservación y regeneración de las jóvenes abandonadas. Y de Madrid
a Coria (Cáceres), en cuya ciudad el Obispo D. Marcelo Spínola Mestre, más tarde
Cardenal de Sevilla, establece, ayudado por la marquesa Celia Méndez y Delgado, las
Esclavas del Divino Corazón-Esclavas Concepcionistas para la educación de la juventud.
En 1886 aparecen tres Congregaciones más: las Siervas de la Pasión en Vic por obra de
Teresa Gallifa Palmarola para la conservación de la vida del no nacido y para la atención
de los que acaban de nacer en circunstancias anormales: en una palabra, para evitar el
aborto. De nuevo en Valencia, aparecen en ella las Trinitarias Descalzas para la
educación de las niñas y cuidado de los enfermos, impulsadas por D. Juan Bautista de la
Concepción Calvo Tomás. En fin, las Josefinas de la Santísima Trinidad en Plasencia
(Cáceres), por obra del canónigo Eladio Mozas Santamera, para la enseñanza y la
beneficencia. Dos años más tarde, en 1888, Tomasa Ortiz Real da vida en
Alcantarilla (Murcia) a las Salesianas del Sagrado Corazón de Jesus para la enseñanza y
la asistencia a pobres y enfermos. Un año después, 1889, el capuchino Luis Amigó
Ferrer, que llegó a Obispo de Segorbe, funda su segunda Congregación, ésta de
varones, en su pueblo natal de Masamagrell (Valencia) para la reeducación de los
menores de edad.
Entramos en la última década de este siglo de Congregaciones religiosas. En 1890,
nacen las Agustinas Misioneras en Madrid, organizadas por el agustino Salvador Font,
a causa de la necesidad que estos religiosos experimentaban en Filipinas de tener
personal para la educación femenina en aquellas islas. Y en ese mismo año aparece
la cuarta y última Congregación masculina española del siglo XIX: los Misioneros de
los Sagrados Corazones de Jesús y de María en Randa (Mallorca) por obra de Joaquín
Roselló, impulsado por su Obispo Mons. Jacinto M. Cervera; su fin era fomentar el
retiro, los ejercicios espirituales y las misiones rurales. El segundo año de la década,
1892, también Mallorca engendra la Congregación de las Religiosas de la Pureza de
María Santísima por la colaboración de Cayetana Alberta Giménez Adrover y el
canónigo Tomás Rullán Bosch, para la educación femenina, con inspiración
ignaciana. En ese mismo año, en Burgos aparecen las Concepcionistas Misioneras de la
Enseñanza, fundadas por Carmen Sallés Barangueras, que, después de entrar y salir
de las Adoratrices y las Dominicas de la Anunciata, es acogida junto con tres
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compañeras por el Arzobispo de Burgos, Mons. Manuel Gómez Salazar, donde erige
la nueva Congregación para la educación de la juventud y difusión de la devoción a
la Inmaculada. En el mismo año 1892, los Dominicos de la Provincia del santísimo
Rosario crean en Madrid las Misioneras de Santo Domingo como colaboradoras en las
misiones por medio de la educación de la juventud. Antes de que termine la primera
mitad de la década, aparecen dos Congregaciones más: la de las Religiosas de los
santos Ángeles Custodios en Bilbao, el año 1894, por obra de Rafaela Ibarra para la
protección de las jóvenes caídas o en peligro, y las Misioneras Hijas de la Sagrada
Familia, segunda fundación de mosén Mañanet, esta vez en Aiguafreda (Barcelona),
como rama desgajada de las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgel, que habían
estado un tiempo bajo la dirección de Mañanet. Le ayudó sor Encarnación Colomina
Agustí.
Finalmente, en el segundo lustro de la última década surgen las cuatro
Congregaciones que completan el panorama español del XIX. En 1895, las Dominicas
Misioneras de la Sagrada Familia, fundadas en Las Palmas de Gran Canaria por su
Obispo Mons. José Cueto Díez, para dedicarse a 1a enseñanza. Al año siguiente,
1896, son fundadas las Franciscanas de Nuestra Señora del Buen Consejo en Astorga
(León) por Enriqueta Rodón Asensio para la enseñanza y obras de caridad, y las
Misioneras del Santísimo Sacramento y de María Inmaculada en Granada por María
Emilia Riquelme Zayas para la adoración perpetua del Stmo. Sacramento y educación
de la juventud. Por fin, rematan las fundaciones en el último año del siglo las
Misioneras Hijas del Corazón de María en Cervera (Lérida) por obra de María Teresa
Güell Puig, quien transformó en nueva Congregación una comunidad autónoma que
existía en el hospital de esta ciudad desde 1805, ayudada por el superior de los
Claretianos, Francisco Naval.
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