LA NAVIDAD CELEBRACIÓN DEL MISTERIO Y TIEMPO DE

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LA NAVIDAD
CELEBRACIÓN DEL MISTERIO
Y TIEMPO DE NAVIDAD
Cada año la comunidad cristiana, el 25 de diciembre, celebra la Natividad del Hijo de Dios,
preparada por cuatro semanas (no siempre completas) de Adviento y prolongada por la
octava de Navidad, hasta el 1 de enero, y el resto del Tiempo de Navidad, hasta el domingo
siguiente a la Epifanía, el domingo del Bautismo del Señor.
Los orígenes de la fiesta
Los orígenes de la Navidad no son muy bien conocidos. Así como en Oriente surgió en el
siglo IV la fiesta de la Epifanía el 6 de enero y pronto pasó al Occidente, así en Roma,
también en el siglo IV, surgió el 25 de diciembre la fiesta de la Natividad del Señor, que
cristianizaba y sustituía, a lo que parece, las fiestas paganas del son invicto: al sol cósmico,
que ya empieza a triunfar sobre el invierno y la noche, le sustituyó como motivo de fiesta el
Sol que nace de lo alto, Cristo Jesús.
El primer testimonio de esta fiesta lo tenemos en el calendario Filocaliano del año 354:
«octavo calendas ianuarii, natalis (solis) invicti, natus Christus in Bethlem Judae».(Ocho
días antes del mes de enero, natalicio del sol invencible, nació Cristo en Belén de Judá)
Testimonios de san Juan Crisóstomo a fines del siglo IV dan fe de que la Navidad pasó
también muy pronto al Oriente. Debieron influir en el afianzamiento de la fiesta las
controversias cristológicas del siglo IV: en el concilio de Nicea (año 325) se definió contra
Arrio la fe en la divinidad de Cristo Jesús, y a los pocos años ya aparece la fiesta de la
Navidad.
La fecha del 25 de diciembre, además de la coincidencia con las fiestas paganas del sol,
puede tener también relación con la distancia de nueve meses entre esta fecha y el 25 de
marzo, en la que por tradición se creía que había sucedido tanto el comienzo del mundo (en
la primavera) como la concepción de Jesús y también su muerte. En el calendario hispano-
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mozárabe para el 25 de marzo se decía: «octavo kalendas aprilis: equinoxis verni et die
mundi prima, un qua Dominus et conceptus et passus est» (día octavo antes del comienzo
de abril: equinoccio de invierno (final) y día primero del mundo, en el que también fue
concebido y murió el Señor). Ya san Agustín mencionaba esta tradición para el 25 de
marzo.
Su estructura y su duración
Este tiempo de Navidad comprende desde las primeras Vísperas del día de Navidad en la
tarde del 24 de diciembre hasta el Domingo después de la Epifanía inclusive. Se ha
suprimido el tiempo antes llamado «de Epifanía».
Tenemos en este tiempo las siguientes celebraciones:
•
Navidad (25 de diciembre) con su vigilia
•
la fiesta de la sagrada familia (domingo dentro de la octava),
•
la solemnidad de santa María Madre de Dios (1 de enero),
•
el domingo segundo después de Navidad,
•
la fiesta de la Epifanía del Señor y
•
la fiesta del bautismo del Señor, con la que termina el tiempo de Navidad.
Todas estas fiestas conmemoran acontecimientos que revelan aspectos de un mismo
misterio: la encarnación del Señor y su manifestación a los hombres.
ESPIRITU DE LA NAVIDAD
La reforma litúrgica del Vaticano II ha enriquecido sustancialmente la celebración de
este tiempo con textos bíblicos y eucológicos y, también, con algunas celebraciones como,
por ejemplo, la misa vespertina de la vigilia, la recuperación de la celebración de la
maternidad divina de María en la octava de Navidad, según la tradición antigua; también ha
dado un mayor relieve al misterio del bautismo de Jesús, celebrado el domingo después de
Epifanía, y la fiesta de la Sagrada trasladada al domingo después de Navidad.
La realidad celebrada en la solemnidad de Navidad, la venida del Hijo de Dios en
carne, se concreta en el nacimiento de Jesús de las entrañas de María y en los
acontecimientos de su infancia.
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La celebración de la Navidad no se detiene, sin embargo, en el hecho histórico, sino
que de éste se remonta a su verdadero fundamento, el misterio de la encarnación.
Para comprender mejor el contenido de las solemnidades natalicias, es preciso
recordar el sentido originario de la celebración expresado en la fórmula "manifestación del
Señor en la carne". Con san León Magno, Navidad se convirtió en la celebración del misterio
de la encarnación según la fe de la iglesia. Los textos de la liturgia actual están todavía llenos
de las expresiones dogmáticas que precisan la fe en el misterio de la encarnación.
Y, en la práctica de nuestra fe, ¿qué?
El misterio de la Navidad no se nos ofrece sólo como un modelo para la imitación en la
humildad y pobreza del Señor que yace en el pesebre, sino que nos da la gracia de ser
semejantes a él. La manifestación del Señor nos conduce a la participación en la vida divina.
La espiritualidad de la Navidad es la espiritualidad de la adopción como hijos de Dios. Esto
debe acontecer, no por una imitación de Cristo desde fuera, sino en el vivir a Cristo que está
en nosotros y en manifestarle a él, virgen, pobre, humilde, obediente.
Y, puesto que Dios nos hace hijos suyos en Cristo, injertándonos como miembros en
el cuerpo de la Iglesia, la gracia de Navidad exige como respuesta una vida de comunión
fraterna.
Visión pastoral de esta fiesta y del tiempo que la prolonga
En la Navidad, ¿nos contentamos con conmemorar una serie de hechos históricos? O, más
bien, ¿debemos conseguir la celebración de un misterio presente? ¿Nos quedamos en un
recuerdo piadoso y ejemplar del nacimiento y la infancia del Señor, o nos decidimos a
penetrar en el misterio total de Cristo Salvador?
Por otra parte, asistimos a una comercialización o explosión del ambiente social en estos
días, que pueden quedarse en una especie de festivales de fin de año.
En los períodos más ricos de la historia, la liturgia de Navidad celebra a Dios que ha
entrado en la Humanidad y se manifiesta así a los hombres: su nacimiento histórico es el
signo de nuestro renacer misterioso a la vida divina. En los períodos decadentes, la piedad
popular se dedicó a contemplar exclusivamente el aspecto humano y llegó a perderse en la
anécdota de las representaciones piadosas del nacimiento de Jesús. La liturgia nos ayuda a
mantener el equilibrio de esta doble vertiente: Cristo se ha encarnado históricamente para
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hacernos nacer de nuevo. Nace realmente como hombre perfecto, pero cargado de
trascendencia divina.
Esta vivencia más profunda de los cristianos en las fiestas de la Navidad tiene que
comenzar en el templo. Vivamos su actualidad conforme a aquellas palabras de san León
Magno:
«Este día no ha terminado, de modo que no ha pasado con él la eficacia entonces revelada
de la acción divina, como si no quedara en nosotros otra cosa que un recuerdo glorioso
que acoge nuestra fe y honra nuestra memoria.»
Los temas litúrgicos de este tiempo son
•
la humanización de Dios
•
la divinización del hombre y
•
la renovación de la creación.
Las celebraciones de la Navidad abarcan la misa de la vigilia del 24 de diciembre, la
recomendada vigilia prolongada de oración, la «misa del gallo» en la medianoche, la misa
de la aurora y la del día. En el Misal Romano tenemos ahora tres prefacios, cuyos títulos ya
indican las dimensiones teológicas que la comunidad cristiana subraya en esta celebración:
«Cristo, luz del mundo», «la restauración del universo en la Encarnación» y «el
intercambio realizado en la Encarnación del Verbo».
No es aniversario
Celebramos esta fiesta, no tanto como un aniversario histórico entrañable, sino sobre todo
como la presencia viva del misterio de este nacimiento en Belén: el Dios-con-nosotros,
ahora resucitado y glorioso, sigue estando en medio de su pueblo y le comunica la gracia
específica de su nacimiento, acontecimiento nuevo cada año: «hoy nos ha nacido de nuevo
el Salvador, para comunicarnos su vida divina» (post-comunión de la misa del día), con la
convicción de que hay un admirable intercambio: Dios se hace hombre para que el hombre
llegue a compartir la vida de Dios (cf. oración de la misa del día).
Pesebre, Belén o portal
El pesebre es una de las más salientes notas característica de la fiesta de Navidad en
Occidente.
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El pesebre más venerable es, sin duda alguna, el de Belén. Las primeras generaciones
cristianas no habían olvidado su emplazamiento. Orígenes atestigua, en el 248, que «se
muestra en Belén la cueva en que nació Jesús y, en dicha cueva, el pesebre en que fue
envuelto en pañales». Santa Elena, madre del emperador Constantino, transformó dicha
cueva y la recubrió con una basílica que, después de haber sufrido algunas
transformaciones en el siglo VI, existe todavía hoy en una homilía de Navidad nos dice san
Jerónimo que en su tiempo se había quitado el pesebre de arcilla para poner en su lugar otro
de plata: «Es para mí más preciosa la que han quitado –dice-; no condeno a quienes han
obrado así para rendir homenaje el Señor, pero yo admiro al Señor, al creador del mundo,
que no quiso nacer en el oro o la plata, sino en la arcilla».
Después del pesebre de Belén viene el de Santa María Mayor en Roma, que se remonta al
siglo VI. Las maderas del pesebre que se colocaron allí se consideraron, a partir del siglo
XII, como el verdadero pesebre de Jesús. Se conservan bajo el altar mayor de la basílica.
Los pesebres o belenes, o portales de nuestras iglesias se remontan a los juegos
(representaciones) litúrgicos realizados en abadías y catedrales para dar un carácter más
popular al oficio de la noche de Navidad. Oficio de los pastores, procesión de los profetas,
Oficio de la estrella, Visita de los pastores y de los magos, fueron adquiriendo cada vez
mayor amplitud desde el siglo XI hasta el XIV. todas estas representaciones comportan la
instalación de un portal hacia el que avanzan los personajes para adorar a Cristo recién
nacido. Éste tenía que ser representado por una imagen de madera.
En la Nochebuena de 1223, en Greccio, Francisco de Asís quiso hacer algo mejor. Instaló
un pesebre lleno de heno, junto al cual puso un asno y un buey. Con el permiso del papa
colocó un altar y un sacerdote celebró la misa. Francisco, que era diácono, cantó el
evangelio pronunció un sermón que conmovió vivamente a la gente que había acudido de
los alrededores.
Siguiendo su ejemplo, los franciscanos se convirtieron en promotores de la devoción al
pesebre, como lo fueron del vía crucis.
Humildes evocaciones de la cueva de Belén, los pesebres alcanzaron en la era barroca una
opulencia que también hallamos en los cuadros de la natividad de los pintores de la época.
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ORIENTACIONES LITÚRGICAS
GENERALIDADES:
1.
Después de la celebración anual del Misterio Pascual la Iglesia celebra con mucha
veneración la memoria de la Natividad del Señor, y de sus primeras manifestaciones: esto es
lo que hace en el tiempo de Navidad. (Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el
calendario, n. 32).
2.
El tiempo de Navidad va desde las I Vísperas de la Natividad del Señor hasta el
domingo después de Epifanía, o después del día 6 de enero, inclusive. (Normas... n. 40).
3.
En Costa Rica, donde la solemnidad de la Epifanía del Señor se celebra el domingo
que ocurre entre los días 2 y 8 de enero, si el domingo después del 6 de enero es el día 7 o el
día 8, en él se celebra la solemnidad de la Epifanía del Señor; en este caso, el tiempo de
Navidad concluye el lunes siguiente, día al que se traslada la fiesta del Bautismo del Señor.
(Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, 7 de octubre de
1977. Prot. CD 1400/77).
LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA:
1.
Los domingos del tiempo de Navidad tienen asignadas celebraciones propias (la
Sagrada Familia en el domingo dentro de la octava de Navidad y la Epifanía y el Bautismo
del Señor en los domingos ya indicados).
2.
Las ferias del tiempo se rigen por una legislación propia indicada en las fechas
respectivas, según se trate de las ferias dentro de la octava de Navidad o de las ferias a partir
del día 2 de enero.
3.
Durante todo el tiempo de Navidad NO se permite la celebración de misas
"cotidianas" de difuntos, ni votivas, ni "por diversas necesidades", a no ser en las ferias a
partir del día 2 de enero, en las que las dos últimas clases de misas se pueden celebrar cuando
así lo exija una verdadera necesidad o utilidad pastoral. (OGMR), nn. 333 y 337).
LA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LAS HORAS:
Durante todo el tiempo de Navidad la celebración de la Liturgia de las Horas se guía
por las indicaciones que van señalando en los respectivos días las diversas partes propias y las
peculiaridades del oficio de este tiempo.
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