Los lapsus, los olvidos, las pérdidas de objetos, ¿tienen un sentido?

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Los lapsus, los olvidos, las pérdidas de objetos, ¿tienen un sentido?
Es por todos sabido que se producen en todos nosotros unos fenómenos muy frecuentes y
conocidos que no pueden considerarse patológicos y que, por ello, han sido poco apreciados
desde la investigación psicológica. Nos estamos refiriendo a aquello que conocemos como fun
ciones fallidas
o
actos fallidos
.
Bajo esta denominación encontramos varios tipos de fenómenos: las equivocaciones orales o l
apsus linguae
(cuando una persona dice una palabra por otra), equivocaciones en la escritura (cuando uno
escribe una cosa diferente de la que pretendía), equivocaciones en la lectura (cuando uno lee
una cosa diferente a la que está escrita), falsa audición (cuando se escucha algo diferente a lo
que ha sido pronunciado).
Otro grupo de estos fenómenos se basa en el olvido. Por ejemplo esto nos sucede cuando
olvidamos un nombre propio, que nos resulta familiar, tenemos en la punta de la lengua y que
reconocemos rápidamente cuando otra persona lo pronuncia o cuando después de un tiempo
lo hallamos por nosotros mismos. También cuando olvidamos hacer algo que nos habíamos
propuesto y después lo recordamos, cuando no recordamos donde hemos puesto un objeto o
lo perdemos de manera definitiva.
Estos pequeños accidentes, excepto la pérdida de objetos que tiene un mayor efecto en la vida
práctica y que nos irrita bastante, suelen ser considerados insignificantes y faltos de
trascendencia.
Pero, ¿por qué centra su atención el Psicoanálisis en el estudio de estas aparentes nimiedades
que otras ciencias desprecian? No hay que confundir la importancia de los problemas con la
apariencia manifiesta. Del mismo modo que el investigador policial no espera encontrar al
criminal en el lugar del crimen confesando su falta, sino que comienza su investigación por
pequeñas evidencias en el lugar de los hechos que abrirán nuevas vías de conocimiento. Y es
que los pequeños signos, pueden servirnos de guía para realizar importantes descubrimientos.
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Para el Psicoanálisis, la deformación en la que el lapsus consiste, presenta un sentido propio.
De este modo, la equivocación oral tiene derecho a ser considerada como un acto psíquico
completo, con un fin propio y con una manifestación de contenido y significación peculiares.
Este sentido propio del acto fallido, a veces, aparece de una manera muy evidente e innegable.
Por ejemplo, el presidente de la Cámara austro-húngara abrió un día la sesión como sigue:
“señores diputados, hecho el recuento de los presentes y habiendo suficiente número, se
levanta la sesión”. Podemos sospechar, en este caso, que el presidente no espera nada bueno
de la sesión y que le encantaría levantarla.
Las equivocaciones orales que presentan un sentido, lejos de ser una excepción, son para el
psicoanálisis, la mayoría.
Pero, ¿qué entiende el Psicoanálisis por “sentido” de un proceso psíquico? Se refiere a la
intención a la que sirve el proceso psíquico y a su posición dentro de una serie psíquica. De
este modo, podríamos sustituir el término “sentido” por el de “intención” o “tendencia”. De ahí
que digamos que los hechos psíquicos siempre tienen un “para algo”.
Otros ejemplos muestran cómo el lapsus añade al sentido intencional un segundo sentido,
pareciendo la frase una condensación de varias frases, por ejemplo el profesor de anatomía
que después de su clase, pregunta a sus oyentes si lo han comprendido y dice “no lo creo pues
las personas que comprenden verdaderamente estas cuestiones… pueden contarse, aun en
una gran ciudad de más de un millón de habitantes, con un solo dedo, perdón, con los dedos
de una mano”. Parece claro que lo que quería decir es que allí no había más que una persona
que comprendía esas cuestiones.
Pero también existe otro grupo de funciones fallidas en las que la equivocación no presenta
ningún sentido aparente. Por ejemplo, el caso de una persona cuyo caballo se encuentra
enfermo y al preguntarle dice “sí, esto drurará quizá todavía un mes”. Al interrogarle sobre su
lapsus, asocia e informa de lo triste de la historia, así en el encuentro de ambas palabras
“durará” y “triste”, se produce el lapsus. O el caso de un joven que, queriendo pedir permiso a
una señora para acompañarla, formó una palabra mixta compuesta por los verbos acompañar y
ofender (begleiten y beleidigen). A lo cual, como era de esperar, la señora no accedió.
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Sin embargo, estos casos en los que la intención no se ve tan claramente, pueden explicarse
por la interferencia de dos distintos propósitos: uno manifiesto (aparente) y otro latente (hay
que interrogar a la persona para descubrirlo). En unas ocasiones, la intención latente sustituye
por completo a la manifiesta, como en los lapsus en los que el sujeto dice justamente lo
contrario a lo que se proponía, mientras que en otros, se contenta con deformar la intención
manifiesta, dando origen a creaciones mixtas.
Esta explicación nos permite entender otros grupos de actos fallidos, que hasta el desarrollo
del psicoanálisis, resultaban enigmáticos. Nos referimos a la deformación de nombres. Con
frecuencia, esto se hace intencionadamente con el propósito de dar a ese nombre una
expresión malsonante, o que recuerde a un objeto bajo o vulgar, como sucede por ejemplo en
los chistes: En vez de Eiweissecheibchen (tajaditas de clara de huevo), decir
Escheissweibchen que significa “mujer caga huevos”. En ocasiones esto se hace
intencionadamente para producir algo cómico, pero cuando se trata de una equivocación puede
estar poniendo de manifiesto una intención injuriosa.
Podemos concluir hasta aquí entonces que: los actos fallidos no son casualidades sino
importantes actos psíquicos que tienen sentido y se producen como consecuencia de la acción
conjunta, o mejor dicho, de la oposición de dos tendencias diferentes.
El Psicoanálisis estudia las funciones fallidas no por su importancia en sí mismas, sino por su
importancia como productos del sistema psíquico, es decir, para conocer el aparato psíquico
humano y sus mecanismos. Entonces la pregunta sería: cuáles son esos propósitos o
tendencias que pueden estorbar a otros como para ser deformados y cuáles las relaciones que
existen entre las tendencias perturbadoras y las perturbadas.
En algunos de los ejemplos que hemos ido presentando hemos visto como la idea perturbada
es clara y se pone de manifiesto cuando la persona rectifica. También hemos comprobado que
si preguntamos a la persona podemos llegar a la otra tendencia, la perturbadora. Por ejemplo
en el caso de “drurará”. Al interrogar a la persona es precisamente la primera idea que le viene
a la mente la que permite explicar el lapsus. Esto consituye un modelo, en pequeño, de la
investigación psicoanalítica.
Veamos ahora qué significa el olvido de nombres propios. Cuando alguien olvida un nombre
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que le es familiar, podemos pensar que abriga algún resentimiento con el sujeto cuyo nombre
olvida y que, por tanto, no le gusta pensar en él. Uno de los ejemplos que Freud expone es el
del señor X que se enamora de una mujer que no le corresponde y que se casa con otro señor
Y con el que él mantiene relaciones comerciales, pero olvida de continuo su nombre. O la
señora que pide a su médico noticias de una amiga en común pero al hacerlo la designa con su
nombre de soltera, pues se ha olvidado del apellido del marido. Cuando se le interroga muestra
su clara antipatía hacia el marido de la amiga.
En el olvido de propósitos e intenciones, existe una corriente contraria que se opone a la
realización del propósito. Y esto también se acepta popularmente: si alguien le dice a su
demandante que ha olvidado la promesa que le hizo, hallará una completa incredulidad.
Imaginad el caso del novio que olvida la cita con su amada. Antes de confesar la verdad se
inventará cualquier excusa por muy inverosímil que sea, porque sabe que ese olvido deja
entrever un sentido. Es decir, que en determinados casos, todo el mundo admite un sentido de
las funciones fallidas.
¿Y qué sucede en los casos de pérdida de objetos y de imposibilidad de encontrar aquellos
que estamos seguros de haber colocado en algún lugar?. ¿Pero cómo vamos a hacer eso
intencionalmente si a menudo este hecho nos produce un gran disgusto e incluso perjuicios
económicos?
Perdemos algo cuando regañamos con alguien que nos lo ha regalado y no queremos ya que
nada nos lo recuerde. O cuando perdemos el afecto que teníamos hacia ese objeto y queremos
reemplazarlo por otro más nuevo o mejor. Esta actitud también explicaría cuando a veces
dejamos caer un objeto, lo estropeamos o lo rompemos.
Tampoco es casualidad que no encontremos algo que estamos seguros de que pusimos en
algún lugar, por muy difícil que nos cueste creer que existe una intención detrás de ese penoso
hecho. Este es el caso proporcionado por un joven que lleva varios años sin experimentar una
relación de ternura con su esposa. Ella le regala un libro que él guardó. Pasaron varios meses
sin encontrar el libro por mucho que lo buscó. Seis meses después, la madre del marido, a la
que tanto estima, enferma ante lo que su mujer dio lo mejor de sí misma en su cuidado.
Agradecido y entusiasmado, regresó una noche a su casa y sin intención, pero con seguridad
de sonámbulo, abrió uno de los cajones de su mesa de trabajo y encontró, encima de todos los
objetos, el citado libro.
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Cuando desaparece el motivo de la pérdida, puede hallarse el objeto temporalmente
extraviado.
Resulta muy ilustrativo el caso de los actos fallidos acumulados y combinados. Por ejemplo el
caso de un señor que había escrito una carta y la deja en la mesa durante varios días. Cuando
se decide a enviarla, se la devuelven porque olvidó escribir las señas. Cuando enmendó el
error, se la devolvieron de nuevo porque olvidó poner el sello. Finalmente confesó que no
quería enviar la carta.
También existen casos en los que la investigación debe esperar para ser confirmada, casos en
los que la situación psíquica actual de la persona nos es desconocida o no podemos investigar
sobre ella. Por ejemplo el caso de la señora que olvida ir a probarse su traje nupcial en la
víspera de su boda y sólo se acuerda más tarde de las 20:00. Después de tiempo ese
matrimonio acabó. O el caso de otra señora que antes de divorciarse, acostumbraba a
equivocarse firmando con su nombre de soltera los documentos de administración de sus
bienes.
En la antigüedad estos hechos habrían sido considerados presagios de un destino, pero es que
esos presagios, no eran más que actos fallidos con un sentido, derivado de una intención
latente en oposición a la intención manifiesta. Es esa intención la que se nos muestra
importante para el examen analítico.
Virginia Valdominos
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Bibliografía:
Freud, Sigmund (1915-1917). Lecciones Introductorias al psicoanálisis. En Biblioteca
Sigmund Freud. Obras Completas (2001). Madrid: Editotial Biblioteca Nueva
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